VALDOSTA
(GEORGIA).
28 DE ABRIL DE 1926
Idgie, que tenía entonces diecinueve años, había estado yendo en el coche a Valdosta casi todos los meses durante dos años y medio, sólo para ver a Ruth entrar y salir de la iglesia. Sólo quería asegurarse de que estaba bien. Y Ruth nunca supo de aquellas idas y venidas.
Pero un domingo, inesperadamente, Idgie fue en el coche hasta la casa de Ruth, aparcó en la entrada y llamó con los nudillos. Ni la propia Idgie sabía que iba a presentarse allí.
La madre de Ruth, una mujer de frágil aspecto, salió a abrir sonriente.
—¿Sí?
—¿Está Ruth?
—Está arriba.
—¿Querría usted decirle que está aquí una encantadora de abejas de Alabama?
—¿Quién?
—Dígale que está aquí una amiga de Alabama.
—¿No quiere usted pasar?
—No, de verdad. La espero aquí.
La madre de Ruth se dio la vuelta y llamó a su hija.
—Ruth, aquí hay alguien de no sé qué de las abejas que quiere verte.
—¿Qué?
—Tienes visita en el porche.
Al bajar Ruth, su sorpresa fue enorme. Salió al porche y su amiga Idgie, que trataba de mostrarse desenfadada aunque le sudaban las palmas de las manos y le ardían las orejas, se lo dijo de corrido.
—Mira, no quiero meterme en tu vida. Seguramente eres muy feliz y… pero quería que supieras que no te odio ni te he odiado nunca. Sigo queriendo que vuelvas, y ya no soy una niña; así que no voy a cambiar. Te sigo amando y seguiré queriéndote siempre, sin que me importe lo más mínimo lo que piensen los demás…
Entonces se oyó a Frank desde el dormitorio.
—¿Quién es?
Idgie empezó ya a bajar los escalones del porche.
—Sólo quería que lo supieras… y ya me marcho.
Ruth, que no había acertado a decir una palabra, se la quedó mirando mientras Idgie subía al coche y se alejaba.
Ni un solo día había dejado Ruth de pensar en Idgie.
Frank bajó y salió al porche.
—¿Quién era?
—Una amiga mía que conocí hace tiempo —dijo Ruth, viendo cómo se alejaba el coche, que ya no era más que una motita negra en el camino, y no volvió a entrar en la casa.