BIRMINGHAM
(ALABAMA)
(SLAGTOWN)
30 DE DICIEMBRE DE 1934
Onzell le había dicho mil veces a su hijo Artis que no quería que fuese nunca a Birmingham; pero aquella noche él no le hizo caso y fue.
Saltó del último vagón del mercancías que llegaba a la terminal de la L&N sobre las ocho. Al entrar al edificio de la estación se quedó boquiabierto.
La estación le pareció tan grande como Whistle Stop y Troutville juntos, con sus interminables hileras de bancos de maciza caoba labrada, las baldosas multicolores que cubrían el suelo y las paredes y el enorme edificio.
LIMPIABOTAS… DESPACHO DE BOCADILLOS… TIENDA DE PUROS… PELUQUERÍA… REVISTAS… BARBERÍA… DONUTS Y GOLOSINAS… CIGARRILLOS… WHISKERÍA… CAFÉ… LIBRERÍA… PLANCHADORA… TIENDA DE REGALOS… REFRESCOS… HELADOS…
Aquello era una ciudad, un hervidero de soldados, mozos de equipajes y pasajeros, todos bajo aquel techo de cristal que estaba a más de veinticinco metros del suelo. Algo que desbordaba a un joven negro de diecisiete años vestido con un simple mono y que jamás había salido de Whistle Stop. Le parecía haber visto el mundo entero concentrado en un solo edificio, y fue hacia la salida aturdido. Y entonces lo vio. Allí estaba: el más grande anuncio luminoso del mundo… de veinte pisos de alto, con diez mil bombillas amarillas que se recortaban en el negro cielo: BIENVENIDOS A BIRMINGHAM… LA CIUDAD MÁGICA…
Y era verdaderamente mágica. Decían de ella que era «la ciudad de más rápido crecimiento en todo el sur», e incluso en aquellos años a Pittsburgh la llamaban la Birmingham del norte… Birmingham, con sus grandes rascacielos y sus Altos Hornos iluminando el cielo de rojo y púrpura… con sus bulliciosas calles, un hervidero de automóviles y tranvías yendo y viniendo día y noche…
Artis fue calle abajo, como en trance, pasando por delante del St. Clair (el hotel «sin reservas» de Birmingham), por el Café L&N, y por el Hotel Terminal. Luego miró a través de las persianas graduables de la ventana de la cafetería y vio a todos los blancos allí sentados, dando cuenta de deliciosos manjares servidos en bandejas con varios compartimentos, y comprendió que aquél no era lugar para él. Siguió hasta más allá del bar asador Red Top, cruzó el viaducto Rainbow, dejó atrás el Melba Cafe y, como guiado por una primitiva intuición, dio con la 4.a Avenida Norte, donde bruscamente el aspecto de la ciudad empezaba a cambiar.
Había dado con él: allí estaban aquellas doce manzanas conocidas como el barrio de Slagtown… El sureño Harlem de Birmingham, el lugar con el que había soñado.
Varias parejas bien vestidas le habían adelantado, hablando y riendo, de camino adonde fuesen; y él las siguió como arrastrado por ellas, como un barquito de papel flotando en una ola. Oía la música que le llegaba desde cada puerta y desde cada ventana y, bajando por varios tramos de escaleras, iba internándose en las calles. Oía el lamento de la voz de Bessie Smith, que bajaba desde una ventana… «Oh, careless love… Oh, careless love…».
El hot jazz y el blues se mezclaban ya cuando pasaba por delante del Frolic Theater, que alardeaba de ser el mejor teatro de color del sur, y en el que sólo se representaban comedias musicales y dramáticas.
Y no dejaba de circular gente… Al final de la manzana se oía cantar a Ethel Water haciendo la musical pregunta «¿Qué he hecho yo para ser tan negra y triste?». Mientras que, en la puerta de al lado, Ma Rainey gritaba: «¿Qué he hecho yo, carcelero?»… A la vez que la concurrencia seguía el compás en el Silver Moon Blue Note Club, donde Art Tatum cantaba Red hot pepper stomp.
Allí estaba él —en Slagtown, un sábado noche— y, tan sólo a una manzana de allí, la Birmingham blanca, ignorando que existiese siquiera aquella mancha color sepia. Slagtown, donde la que por la tarde era criada en Highland Avenue podía ser, al anochecer, la reina de la Avenida, en la que mozos y limpiabotas dictaban la moda nocturna. Allí estaban todos, con el pelo reluciente de brillantina y dientes de oro que emitían destellos al pasar bajo las luces de colores que corrían alrededor de los letreros luminosos. Negros, atezados, acanelados, ochavones, cobrizos y cuarterones, como arrastrando a Artis calle adelante, todos con trajes de color verde pálido y púrpura, con bastos zapatos de dos colores —amarillo y marrón casi todos— y finas corbatas de seda a rayas blancas y rojas; y mientras, las mujeres, con sus lustrosos labios rojos perfilados y sus cimbreantes caderas, se paseaban con zapatos de charol y pieles de zorro rojo…
Las luces parpadeaban a lo lejos. BILLARES MAGIC CITY PARA HOMBRES; ASADOR ST. JAMES; BARBACOA BLUE HEAVEN; ESCUELA DE BELLEZA ALMA MAE… más allá del Champion Theater, «donde la felicidad sólo cuesta diez centavos»… Dos puertas más abajo vio bailar a las parejas a través de la ventana del Salón de Baile Black & Tan, donde unos focos de luz ambarina barrían perezosamente el local haciendo que las parejas pareciesen de un pálido color violáceo al enfocarlas. Dobló la esquina y siguió, como en volandas, cada vez más deprisa, por la bulliciosa calle, más allá de la tienda de ropa de segunda mano The Cloud of Joy, del cafetín Delilah, de los billares Pandora, y del tramo de escalones que daba a la coctelería Stars Cocktail Lounge, que se anunciaba como «la casa de los combinados», y el Pastime Theater, en el que aquella semana representaban Edna Mae Harris en una Revista Multicolor. En el local de al lado, en el Grand Theater, actuaban Mary Marble y Little Chips. Siguió, dejando atrás el Little Savoy Cafe, pasando por delante de más parejas que bailaban, cuya silueta veía a través de las ventanas del Salón de Baile del Hotel Dixie Carlton, con aquel enorme globo giratorio que pendía del techo y que lanzaba plateados destellos por todo el salón… Las parejas que bailaban el fox-trot en el interior, no se percataban de la existencia de aquel joven negro del mono, con los ojos desorbitados de puro asombro, pasmado ante la Barbacoa de la Abejita Hacendosa y su tenderete de «barquillos hechos con electricidad, empanadas calientes a todas horas y los mejores sandwiches con pan tostado, servidos con el mejor café de la ciudad, salchichas por cinco centavos, picadillo casero con guindilla, hamburguesas, lomo, jamón, sandwiches de queso tierno… todo, por diez centavos»… Más allá de la célebre compañía de seguros de vida, especializada en Pompas Fúnebres, que tenía un letrero en la ventana en el que urgía a los clientes potenciales a «APROVECHAR MIENTRAS SE ES JOVEN»; y del De Luxe Hotel, y del «HABITACIONES PARA CABALLEROS».
Entre el Casino Club y el Masonic Temple, una escultural mujer de grandes pechos, con un reluciente vestido de satén beige y una boa amarillo limón le chistó, haciendo girar el bolsito, a un caballero que pasaba a toda prisa. Pero no picó. El caballero rió y Artis rió también mientras seguía calle adelante entre la gente, seguro de estar, al fin, en su ambiente.