71
El teniente Boom le manda llamar.
«¿Por qué te salvé? —piensa frente a Leva—. Le dije a aquel capitán rijoso que habías servido bien. ¿Es eso cierto? En verdad no lo sé. Eres uno de ellos, uno de tantos, y si me he fijado en ti ha sido, curiosamente, por tu silencio. No conozco tu nombre y ya no recuerdo el timbre de tu voz, pues únicamente te he oído hablar una vez. Hablar. Aquellas dos palabras. Te he hecho venir para decirte que abandonamos este sitio. Ya sabes que aquí ya no queda madera que talar. Las últimas traviesas aguardan para partir a quién sabe qué lugar, y después, nada. A mí me envían de regreso a mi ciudad. Podré volver a sentarme en los cafés de la avenida Imperial, lejos de esta pocilga.
»Tendría que decirte que a los pocos que quedáis aquí os vamos a abandonar a vuestra suerte. No sé quiénes son los demás. Solo te conozco a ti o, mejor dicho, solo te he tratado a ti. Durante años te he visto trabajar la madera y callar y supongo que no mereces morir aquí.
»Sería un milagro que llegaras al lugar al que te envío. Saldrás de este valle y viajarás hacia el oeste, hasta la capital de la prefectura. Con la carta que te daré, te presentarás ante el señor Swartz, un buen hombre. Si consigues llegar a él, te dará trabajo y alojamiento».