CAPÍTULO 17

Acoso. Esa era la palabra indicada para describir la presencia de Luke Evans apoyado en el capó del coche delante de la puerta de su casa. Shane tuvo que parpadear varias veces para cerciorarse de que él estaba allí realmente y no era un espejismo provocado por exceso de transbordos en el metro.

Oh, sí, aquel era Luke Evans en toda su gloria. El sexy, elegante, rico e inalcanzable hombre de negocios de Manhattan. Al igual que en su primer encuentro vestía con abrigo, traje y corbata, solo que esta vez parecía además ensimismado en el teléfono de última generación cuya pantalla deslizaba con el pulgar. Aprovechó esa distracción para contemplarlo, una vez más se le aceleró el pulso y empezó a faltarle el aire, había algo en él y en ese regio porte que la derretía por dentro. Apretó los muslos cuando una punzada de deseo despertó su sexo, se ruborizó ante la descarnada reacción que ahora se trasladaba también a sus pechos haciendo engrosar sus pezones, los cuales parecían dispuestos a marcarse contra la tela de su blusa. Agradecía llevar todavía el abrigo puesto.

Se lamió los labios, volvía a tener la boca reseca y era todo culpa de ese hombre.

No jugáis en la misma liga, Shane. No lo olvides. No eres nada para él, a lo sumo podría utilizarte y dejarte tirada como lo hizo el hijo de puta de Quinn.

Tenía que alejarse, meterse en casa y cerrar la puerta con llave. Pero para poder hacerlo, tendría que enfrentarse antes a él.

—Maldita sea.

Como si hubiese escuchado sus palabras lo vio levantar la mirada, los ojos color café parecían más claros bajo la luz del día, más intensos y cautivantes. Con un ágil movimiento dejó de apoyarse en el coche, bloqueó el teléfono sin ni siquiera mirarlo y lo introdujo en el bolsillo interior del abrigo.

—Llegas tarde.

¿Era irritación lo que escuchaba en su voz?

—¿Disculpa?

Él se limitó a elevar la nariz y fruncir el ceño.

—Que llegas tarde —repitió apoyándose en el coche—. ¿Siempre te lleva tanto atravesar la ciudad en metro?

Enarcó una ceja ante lo que solo podía ser un insulto de alguna clase.

—¿Y tú tienes por costumbre asediar a la gente? —contraatacó. No podía evitarlo, con él automáticamente saltaba a la defensiva.

Para su sorpresa lo vio suspirar, su gesto altivo se diluyó poco a poco y se transformó ante sus ojos en alguien más accesible.

—Te invité a comer…

—Si mal no recuerdo dije: no, gracias —le recordó. Se aseguró el bolso en el hombro y fue directa hacia el portal de su casa—. Que tenga usted un buen día, señor Evans.

—¿Por qué me rechazas?

La pregunta formulada en un tono irritado hizo que girase en el último momento.

—¿De eso se trata todo esto? —replicó buscando su mirada—. ¿Nadie te había rechazado antes y por eso decides… acosarme?

—Si esa es la impresión que trae consigo mi presencia aquí, te pido disculpas —declaró con ese tono oscuro y profundo que hacía que se le derritiese hasta el cerebro—. Pero, ¿tan difícil puede parecer que hayas captado mi atención como para que quiera invitarte a comer?

Deslizó la mirada sobre él.

—¿La verdad? Sí. —No tuvo inconveniente en responder—. Mírate y mírame a mí, somos con Beverly Hills y el Bronx. Admítelo, Evans, tú ni siquiera me habrías mirado de no habernos conocido en tan extravagantes circunstancias. Conozco demasiado bien a los de tu clase y no quiero volver a tener nada que ver con ellos.

Y esa era una verdad que llevaba grabada a fuego en el alma.

—Mira, no quiero ser grosera pero te juro que estás buscando que sea eso y más —declaró con un bajo siseo—. Hazte un favor y olvida que existo, solo salgo a escena una vez y nunca repito el show.

Se cruzó de brazos, un gesto que hizo que pareciese incluso más alto y grande ante ella.

—Ya veo que el problema no tiene que ver conmigo sino con la clase social en la que me muevo —dijo en voz alta al tiempo que caminaba hacia ella—. Podrías hacer una excepción por una vez y conocerme primero antes de opinar. ¿Tan increíble resulta que te encuentre lo suficiente atractiva como para que hayas despertado mi interés y que quiera invitarte a comer?

—Tu interés en mí solo demuestra lo aburrida que es tu vida social.

Sonrió, los labios masculinos se estiraron dejando a la vista una amplia sonrisa, descruzó los brazos y cogió una de sus manos impidiéndole retirarse.

—Una de la cual ya has tenido una muestra —aseguró. La sensación de sus dedos acariciando los de ella la dejó sin aliento. Todo su cuerpo reaccionó a su contacto encendiéndose sin remedio—. Pero estoy de acuerdo contigo, es mortalmente aburrido asistir a esas reuniones aunque reconozco que tu presencia hizo la última más soportable.

—Sí, bueno, tengo noticias para ti, Sir Lancelote —rezongó intentando retirar su mano—, esa mujer no es la que está ahora delante de ti.

—Motivo por el cual quiero conocer a la que tengo delante de mí —insistió cubriendo ahora su mano con las dos—. Come conmigo, Shane. Una simple comida en un bonito restaurante y a la vista de todo el mundo. De esa manera no podrás además tildarme de embaucador o alguna cosa peor.

—Estás buscando que sea grosera contigo a propósito, ¿no? —resopló luchando por recuperar su mano—. Suéltame.

—Lo haré cuando aceptes comer conmigo.

Cuánto más insistía él más resoluta era su decisión de retirarse.

—No.

Los inquisitivos ojos color café se cerraron sobre ella y durante un brevísimo momento creyó leer algo parecido al desafío.

—¿Esa es tu última respuesta?

Asintió con vehemencia.

—Sí.

—Bien.

Shane dejó de respirar en el mismo momento en que la levantó del suelo y se la echó al hombro como si no fuese nada más que un saco de patatas.

—Hay algo que creo que debería saber sobre mí, señorita Pears —le dijo mientras rodeaba el coche y abría la puerta del copiloto para dejarla luego dentro—. Nunca acepto un no por respuesta.