CAPÍTULO 6
Shane estaba al borde de un ataque, no había otra forma de catalogar la gran cantidad de nervios, incredulidad y rabia que giraba en su interior. Se miró una vez más en el espejo del ascensor y bufó. ¿Por qué había aceptado formar parte de tal locura? Vestida con un traje de noche de color negro, que costaba más de lo que ganaba en un mes, zapatos de tacón plateados y un bolsito a juego (ya le gustaría saber de dónde diablos había sacado Eugene todo aquello) era la viva imagen de la elegancia y el refinamiento o lo que era lo mismo, alguien totalmente ajena a ella misma. El pelo ahora le caía suelto sobre los hombros, el motivo floral multicolor de sus tatuajes asomaba sobre el escote del vestido, acariciándole la clavícula y parte del costado que el vestido dejaba al descubierto.
No, la mujer cuyo reflejo le devolvía el cristal no era ella, era otra mascara más, otra piel tras la que ocultar su verdadera esencia tal y como ocurría cuando bailaba detrás de un biombo.
—Estás arrebatadora —la tranquilizó él apretándole con suavidad los hombros. Su aspecto pulcro y elegante ahora no se veía tan dispar a su lado—. No podrá ponerte ahora pega alguna.
Lo miró a través del espejo.
—Cómo si me importase lo que tuviese que decir ese imbécil al respecto.
Su acompañante sonrió.
—Luke no es un ogro, puede resultar terriblemente encantador cuando se lo propone.
—Claro —resopló—, y el llamarme prostituta solo es parte de su encanto personal.
Suspiró y dio un paso a un lado.
—Hoy está un poco… resfriado —lo disculpó Eugene—. Digamos que es un hombre que se deja guiar por su olfato y la anulación momentánea de ese sentido lo pone de muy mal humor.
—Pues que vaya a una farmacia y se compre un descongestionante nasal —rezongó. Se apartó el pelo de la cara y comprobó una última vez el sutil maquillaje que se había aplicado—. ¿Siempre andas con cosméticos en el bolso?
Él se encogió de hombros y la miró de reojo.
—¿Tú no?
Sonrió, no pudo evitarlo. A pesar de toda aquella locura, él le caía bien. Mucho mejor que su jefe, en realidad, lo que no dejaba de ser en sí mismo una locura. ¿Qué sabía de él o de Evans? Nada, nada en absoluto.
—No puedo creer que haya aceptado hacer esto —rumió de nuevo—. ¿Quién me asegura que no sois narcotraficantes? ¿Qué esto no es parte de un plan para captar y secuestrar mujeres y… prostituirlas?
Puso los ojos en blanco.
—Shane, ves mucha televisión —aseguró pronunciando su nombre, el cual le había dado después de gritarle que dejase de llamarla «pequeña»—. Confía en mí. Lo máximo que sacarás de esta noche es la ropa que llevas puesta, todo el champán que puedas beber, los canapés que puedas comer y agujetas en los músculos faciales de tanto sonreír.
Las puertas del ascensor se abrieron impidiéndole dar una respuesta adecuada. La recepción del hotel estaba prácticamente vacía a excepción del señor Evans y los dos hombres fornidos que ahora lo acompañaban. A juzgar por la expresión en su rostro no estaba recibiendo buenas noticias.
—Espera un momento, querida —murmuró Eugene adelantándola al salir del ascensor para ir directamente hacia los hombres—. ¿Qué ocurre?
Él se giró al escuchar su voz y Shane pudo apreciar una vez más el apabullante atractivo que poseía ese hombre. Exudaba poder y sexualidad por cada poro de su piel, el traje formal no hacía más que aumentar su masculinidad y dotarle de ese aire de regia seguridad que lo envolvía. Se tomó unos instantes para examinarle con disimulo, reparando ahora en la forma de su cara, en ese rastro de barba perfectamente recortada que le acariciaba las mejillas y el mentón y le cubría el bigote.
Si no fuese un capullo arrogante, sería el hombre perfecto, pensó con ironía.
—Problemas, eso es lo que ocurre —su voz sonó más oscura que antes, quizá amplificada por el eco de la estancia—. ¿Qué sabes de una mujer presumiblemente alojada en la suite Manhattan Dawn?
Esas palabras trajeron consigo el inmediato drenaje de color en su piel. Pudo sentir cómo se le congelaba la sangre y las manos empezaban a sudarle.
—¿Una mujer? —respondió dándole ahora la espalda—. No es posible. La Manhattan Dawn se reservó para el Voda tal y cómo pediste.
Luke extendió el brazo señalando a los dos hombres que lo acompañaban. A juzgar por su lenguaje corporal podía adivinar que no estaba precisamente contento.
—Al parecer sí lo es —rugió haciendo que su voz resonase en toda la estancia—. Al parecer, su Real Dolor en el Culo Voda se presentó en su habitación y al poco tiempo salió de ella acompañado de una mujer envuelta con su propio abrigo. Y tengo muy claro que yo no envié ningún comité de bienvenida.
La mirada de Eugene pasó de su jefe a ella, no tenía que ser un genio para comprender lo que eso significaba; acababa de descubrir a quién había venido a buscar.
—Quiero saber quién es y cómo demonios terminó en esa habitación —insistió él con tono ahora más calmado. Su humor parecía subir y bajar a la velocidad de la luz—. Si cualquier prostituta puede pasearse así por mi hotel y que ni siquiera el equipo de seguridad sea consciente de ello quiero saberlo, pues o ella es una auténtica malabarista o es que estoy rodeado de ineptos.
—¡No es una prostituta!
Las palabras emergieron de sus labios antes de que pudiese ponerle freno a la boca. Todas las miradas se giraron hacia ella y sintió cómo las piernas empezaban a temblarle. Se lamió los labios y le rogó al cerebro que siguiese en funcionamiento.
—Debe tener muy mala opinión del género femenino si considera que cada mujer sobre la tierra ejerce la profesión más vieja del mundo —argumentó al tiempo que luchaba por no encogerse y salir corriendo al tener esa penetrante mirada color café pendiente de ella.
Esos ojos la recorrieron sin pudor, podía sentirlos sobre su cuerpo como si fuesen unas manos tocándola o desnudándola y su propia reacción no pudo resultarle más sorprendente. No le gustaba ser fotografiada de aquella manera, por regla general se sentía asqueada pero en esta ocasión todo lo que sentía era calor y el despertar de su propio deseo.
¡Echa el freno, Pears!
—Así que debajo de… una anodina fachada… se escondía una dama —murmuró con un tono de voz mucho más sensual de lo que lo había escuchado hasta ahora. La miró a los ojos un segundo para luego dirigirse de nuevo a su compañero—. Buen trabajo, Eugene. Una vez más me sorprendes, ahora hasta eres capaz de realizar milagros de última hora.
El aludido bufó.
—Con un «estás preciosa» ganarías más que con velados insultos, querido —rezongó en voz baja, solo para oídos de Luke, pero ella llegó a escucharlo. Carraspeó y entonces alzó la voz—. El material estaba todo ahí, solo me limité a proporcionar complementos con qué realzarlo.
Los ojos color café volvieron a cerrarse en los suyos.
—Un bonito adorno —murmuró. Entonces le tendió la mano—. Ven.
Y ella fue. Sus pies se movieron por sí solos conduciéndola hacia él, era como si tuviese un imán que la atrajese con fuerza.
—Sí… exquisita —declaró cuando la tuvo en frente. Cogió su mano y se la llevó a los labios depositando una breve caricia sobre los nudillos que la hizo estremecer—. Si te limitas a sonreír y mantener esos bonitos labios tan cerrados como ahora, serás la compañera perfecta para esta noche.
El punzante aguijón de sus palabras la sacó del momentáneo encandilamiento.
—¿No quieres instruirme también en cómo debo darte la patita o ladrar cuando tú me lo ordenes?
Retiró la mano de la suya, se la restregó con disgusto en la falda del vestido y miró a Eugene.
—Tu jefe es un gilipollas.
Él no respondió, se limitó a poner los ojos en blanco.
—Él es quién me atribuye milagros, lo cual no quiere decir que los haga.
—Piensa en los mil dólares que te embolsarás esta noche por ejercer únicamente de florero y conservarás la sonrisa toda la noche —la desafió una vez más.
Se giró hacia él y lo recorrió de arriba abajo con lo que esperaba fuese una insultante mirada.
—¿En serio vas a pagarme por soportar tu compañía durante unas cuantas horas? —le preguntó. Se lamió los labios al tiempo que dejaba caer los párpados con lentitud y bajaba la voz—. ¿Quién se está prostituyendo ahora?
—¡Tiempo muerto! —intervino Eugene introduciéndose entre los dos—. Combatientes, cada uno a vuestra esquina —se giró hacia ella con una letal advertencia en la mirada—. Shane, cariño, recuerda el código de tu agencia: Sonríe, muestra elegancia, pero no muerdas a nadie. Y tú —se giró ahora hacia su jefe, quién enarcó una ceja ante su tono de voz—. Espero que recuperes pronto el jodido olfato. Venga, venga… llévatela y ve a hacer lo que tienes que hacer. Esta noche eres el anfitrión, se supone que debes llegar el primero a la fiesta, no el último.
—¿Esto es lo mejor que pudieron enviarte? —rezongó mirándola de reojo.
—Créeme querido, ella cayó del cielo en el momento más indicado —desestimó su insulto con gracia y se giró hacia ella una vez más—. Ignora sus gruñidos y disfruta de la noche.
—Pides demasiado —bufó.
—Encárgate de este asunto, Eugene —le ordenó él antes de dar media vuelta y alejarse hacia la puerta principal.
—Déjalo en mis manos —respondió, entonces se giró hacia ella y la empujó suavemente—. Ve con él y no dejes que se meta en líos.
—¿Ahora también tengo que hacer de niñera?
Sus ojos se clavaron en los de ella.
—Ve, Shane. —Era una orden dada en voz baja pero penetrante, tanto que la impelía a obedecer—. Me encargaré de… lo de tu amiga.
Se mordió el labio inferior y dejó escapar un suspiro.
—Ella no tiene la culpa, no sabía… le hicieron una encerrona —murmuró solo para sus oídos. Tenía que darle al menos a Carly una oportunidad, su prima no tenía la menor idea de que había saltado de la sartén al fuego.
Él asintió.
—Ve con Luke y no te preocupes por ella, está en buenas manos.
—Señorita, a menos que desee cruzar media ciudad andando, mueva el culo hasta aquí.
El petulante tono en la voz masculina que le llegó desde la puerta principal la hizo rechinar los dientes.
Oh sí, esta noche iba a ser terriblemente larga.