CAPÍTULO 38
—Sí, conozco la zona. Es sin duda un lugar agradable…
—Oh, estoy seguro de que te encantará. Mi Shane te mostrará cada recodo del rancho, se lo conoce como la palma de su mano.
—Conociéndola, hará que la experiencia sea de lo más especial.
La mujer se rio.
—Oh, estoy segura.
Shane emergió del sueño con la extraña sensación de escuchar dos voces conocidas. Se revolvió en la cama mientras el sueño la iba abandonando y esa impresión se hacía cada vez más palpable.
—Entonces le diré a Héctor que contamos con un invitado más a la barbacoa del sábado. —La voz de su madre sonaba apagada, como si estuviese en otra habitación, pero su tono era el de alguien que disfrutaba inmensamente de la charla—. Le encantará contar con otro hombre con quién poder hablar de cosas de hombres…
Hombres. Otro hombre. Sí, su padre agradecería un apoyo masculino entre tanta mujer, aunque adoraba a su madre y a su hija, en esas reuniones siempre se sentía en minoría, especialmente cuando su madre extendía el término familia a media vecindad.
—No sabes el alivio que siento ahora que he hablado contigo —continuó la voz de su madre—. Mi Shane ha estado sola tanto tiempo… Cree que no lo sé, pero yo soy su madre, la conozco bien y sé que algo cambió en su vida hace un año, algo que la hizo cambiar. El saber que ahora no está sola… bueno… estoy feliz de que tenga a alguien que la cuide.
—Mientras yo viva, ella nunca estará sola, Sonia, eso puedo prometérselo —declaró Luke con abierta sinceridad—. Es mi compañera y la única para mí.
—Eres un buen hombre, Luke —la voz de su madre ahora sonaba ligeramente sentimental—. Confío en que así será y que la cuidarás.
Luke. Luke Evans. Su compañero. Un lobo. Los recuerdos se filtraron en tropel haciendo que despertase de golpe. Se sentó en la cama, parpadeó, se protegió los ojos ante la luz de un nuevo día y farfulló en voz baja.
—Joder —masculló. Se frotó el rostro, parpadeó e intentó situarse. Esa habitación, el mobiliario, las sábanas… su desnudez—. ¿Luke?
Se había dormido en su cama, en sus brazos, demasiado cansada para lidiar con lo que ocurría.
—Sonia, parece que su hija se ha despertado…
Parpadeó una vez más. Esa era la voz de su amante, alta y clara, llegando desde el salón y acababa de pronunciar el nombre de su madre. ¿Esa era su voz? Sí, lo era… ¡Oh, mierda!
—Deme un segundo y le pongo con ella —concluyó su amante, mientras lo veía entrar ahora a través del umbral del dormitorio—. Buenos días, pequeña, ¿cómo te encuentras?
Lo vio cruzar la habitación y detenerse a su lado, llevaba un pantalón de chándal y una camiseta que sin duda utilizaba para andar por casa.
—¿Shane? —pronunció su nombre una vez más, mirándola—. Cariño…
Sacudió la cabeza y bajó la mirada al teléfono.
—¿Es… mi madre? —preguntó sintiendo la boca todavía pastosa—. ¿Estabas hablando con mi madre?
—Tu teléfono ha sonado varias veces, me tomé la libertad de atender la llamada al ver que ponía «mamá» en el identificador —le dijo con total tranquilidad—. Se sorprendió al saber que no me habías dicho nada sobre la barbacoa del sábado…
Gimió al mirar el teléfono, temiendo que su señora madre pudiese atravesar la línea y presentarse allí mismo frente a ella.
—¿Sonia? Le paso con Shane —dijo él al teléfono antes de tendérselo de vuelta—. Te dejaré que habléis a solas y aprovecharé para darme una ducha.
Ella miró el teléfono, era incapaz de apartar la mirada.
—Shane, ¿estás bien?
Lo miró y sacudió la cabeza.
—Lo estaré después de arrancarte la piel a tiras —siseó y le quitó el teléfono de las manos—. Acabas de firmar tu jodida sentencia de muerte, Evans.
Para su irritación él sonrió satisfecho e incluso parecía aliviado.
—Bienvenida de nuevo a la carrera, señorita Pears —le guiñó el ojo—. Estaré en la ducha, eres libre de reunirte conmigo cuando termines… si te apetece.
—Ten cuidado no se te enfríe el agua esperándome —siseó. Entonces respiró profundamente y se llevó el teléfono a la oreja—. Hola mamá.
—Shane, cariño —la voz de su madre sonaba risueña—. ¿Por qué no me has cogido el teléfono?
Y ahí estaba, su madre echándole la bronca. Sí, había cosas que no cambiaban.
—Estaba empezando a preocuparme cuando ese encantador novio tuyo respondió —le informó ella, dejando claro que sabía que estaban juntos.
—No hagas preguntas de las cuales no deseas conocer la respuesta —rezongó.
Un suave bufido atravesó la línea.
—Cariño, no has hecho nada que no haya hecho yo antes con tu padre cuando estábamos de novios o incluso después.
Se estremeció ante la inesperada respuesta y sintió arcadas. Diablos, eso era algo que un hijo nunca quería imaginar de sus padres. Era simplemente ¡puaj!
—Gracias, mamá —se dejó caer de espaldas sobre el colchón—, esa es una imagen que me provocará pesadillas el resto de mi vida.
Su progenitora la ignoró.
—¿Y bien? ¿No tienes nada que decirme? —insistió su madre—. Te he llamado repetidas veces.
Suspiró.
—He tenido una noche… complicada —hizo un mohín ante sus propias palabras. Aquella explicación no era ni cercana a la realidad—, pero como puedes escuchar, estoy perfectamente. Vivita y coleando.
Aunque mi vida se está deslizando en una carrera mortal hacia el infierno y no lleva frenos.
—Luke ha sido muy educado y amable intentando escudarte, pero yo te conozco mucho mejor —le soltó su madre de repente—. ¿Por qué no le dijiste nada de la barbacoa? Es un hombre encantador, sé que a tu padre le caerá muy bien.
Precisamente por eso no lo había hecho, no quería tener que introducir en su familia a un hombre que todavía no sabía muy bien qué lugar ocupaba en su vida.
—Esta semana he estado muy liada, ya te dije que ni siquiera sabía si podría ir este fin de semana —se quejó.
Ella chasqueó la lengua.
—De acuerdo, no preguntaré aquello que no quieres decirme —aceptó conciliadora—. Pero Shane, me alegra mucho saber que estás con alguien y que te están cuidando.
Siiiiiiii, claaaaro. Cuidando. ¿Hola? ¿Mami? ¿Sabes? Mi… ¿amante? se olvidó de mencionar algo importante. Es un lobo, me ha mordido y ahora soy su pareja.
—Os esperamos el viernes a cenar —le informó—. ¿Y Shanelle? No te enfades con él por haber cogido el teléfono, habría sido mucho peor que tuvieses que atender la llamada de la policía cuando denunciase tu desaparición.
Hizo una mueca, pues lo peor de todo, era que sabía que su madre era capaz de hacer tal cosa.
—Nos vemos el viernes, cariño —se despidió ella—. Os arreglaré la nueva habitación para los dos.
¿La nueva habitación?
—Mamá, mamá no hace falta qué… ¿mamá? —Le había colgado el teléfono—. Genial. Sencillamente genial.
Dejó el teléfono a un lado y estiró los brazos mientras se quedaba mirando el techo.
—Esto es de locos.
Resopló y se giró de lado. Desde su posición podía ver la puerta del cuarto de baño abierta y escuchar el sonido del agua de la ducha.
—Emparejada con un lobo —resopló. Sacudió la cabeza y, tras hacer a un lado las sábanas, se levantó de la cama—. Esto es demasiado.
Buscó a su alrededor y cogió un suave albornoz que había a los pies, el mismo en el que la había envuelto la noche anterior.
—Un lobo —insistió en pronunciar aquella palabra y luchó por que su cuerpo no empezase a temblar otra vez. Los recuerdos de todo lo que había visto la noche anterior volvían sin piedad a su mente.
Miró a su alrededor, la habitación estaba ahora iluminada por la luz del día, las puertas dobles de la terraza dejaban a la vista la arbórea y verde extensión que formaba Central Park. A los pies de la cama, doblada pulcramente sobre el escabel, estaba su ropa y su bolso. Se ciñó el cinto del albornoz y bajó los pies sobre la alfombra para rodear el lecho y detenerse frente a sus cosas. La tentación de vestirse y salir de allí fue inmediata pero, ¿de qué serviría?
—Mi vida ya no es mi vida —suspiró—, se ha convertido en un libro de cuentos…
Se giró hacia la puerta del cuarto de baño y entrecerró los ojos.
—¡Y tú tienes la jodida culpa! —siseó.
La tentación de reunirse con él, de ver ese orgulloso y cincelado cuerpo masculino bajo el chorro del agua la estremeció e inició ese sórdido calor entre sus piernas. Señor, la sola imagen que se había formado en su mente la había puesto caliente.
Sacudió la cabeza dispuesta a alejarse de la tentación, barajó la idea de volver a salir al balcón y aspirar un poco de aire fresco cuando oyó unos ruidos al otro lado del salón, procedentes de la puerta principal.
—¿Luke? —alzó la voz para que lo escuchase—. Creo que están llamando a la puerta.
Esperó a escuchar su respuesta, pero el sonido del agua y la distancia debían amortiguar su voz. Frunció el ceño y se giró una vez más en dirección a la entrada principal cuando volvió a escuchar ese sonido ahora con más fuerza.
—¡Luke! —volvió a llamar.
De nuevo el silencio.
—De acuerdo —resopló y caminó hacia la puerta—. Con suerte, quién esté al otro lado me dará la excusa que necesito para largarme. ¡Ya voy!
Abrió la puerta esperando encontrarse al servicio de habitaciones o a cualquier otro miembro de la raza humana sin embargo lo que se encontró no tenía nada que ver con ello.
Sentado sobre los cuartos traseros, un hermoso ejemplar lupino de pelaje castaño clavaba sus ojos dorados sobre ella. La larga lengua rosada abandonó su boca para acariciar el botón negro que tenía por nariz antes de mover la cola, levantarse y traspasar el umbral como si estuviese en su propia casa.
—Oh-jo-der —masculló sin dejar de mirar el enorme can que se había aposentado ahora sus cuartos traseros en el centro del salón—. Joder, joder, joder. Tú no eres el mismo chucho de anoche. Tú no eres él, ¿verdad? Ay madre. ¿Luke? ¡Luke Evans!
No hubo respuesta aunque el sonido de la ducha se detuvo.
—¡Luke! ¡Creo que tienes un invitado de cuatro patas esperándote en el salón! —alzó la voz haciendo que el lobo echase las orejas atrás como si le molestase el sonido de su voz. No podía culparle, se estaba desgañitando—. ¡Luke!
—Deja de gritar, Shane —escuchó su voz desde el baño—. Es Eugene.
Como si reconociese la voz o el nombre, el lobo volvió a levantar las orejas y movió la cola por el suelo.
—¿Eugene? —repitió. Su mirada fue de la puerta del baño al lobo—. ¿Eugene como en… tu Eugene?
El animal levantó y bajó su enorme cabeza en un gesto que solo podía ser una afirmación.
—No me acabas de decir que sí —declaró negándose a apreciar lo evidente.
El lobo repitió el mismo movimiento.
—Deja de hacer eso —gimió.
Como respuesta el animal se levantó y la rodeó, restregando su cuerpo contra sus piernas.
Y aquello ya fue demasiado.
El grito que escapó de sus labios la acompañó en su rápida huida hacia el cuarto de baño.
Luke se encontró con una suave y deliciosa mujercita pegada a su cuerpo incluso antes de que pudiese dejar la cuchilla del afeitado a un lado. El chillido le había taladrado los oídos con lo que podía imaginar lo que le habría hecho a Eugene al estar en forma lupina.
«¡Me ha dejado sordo!».
Ahí estaba la respuesta.
—¡Hay un jodido perro en el salón! ¡Un jodido perro enorme! ¡Y no eres tú!
«Qué aguda —masculló—. Un momento, ¿me ha llamado perro? ¡Qué insulto! ¡Soy un lobo, uno de pura raza!».
—Es un lobo, Shane y no, yo estoy justo aquí —aseguró resbalando la mano libre sobre su espalda en círculos—. ¿Puedes, por favor, dejar que termine de afeitarme?
La inocente pregunta hizo que ella aflojase su presa y le mirase a la cara.
—¿Te importa? —insistió señalando lo obvio. La cuchilla de nuevo en su mano y la espuma en su cara—. Puedes quedarte aquí conmigo si no quieres volver a la habitación.
Ella volvió a remarcar lo que ya había dicho.
—Hay un p…
—Lobo.
—Un lobo en tu dormitorio —se corrigió y terminó—, ¿y dices que es tu secretario?
—Mi beta, sí.
—¿Y por qué mierda está sobre cuatro patas en vez de sobre dos?
—Hoy es su día libre —respondió, volviendo a la tarea de afeitarse—, y suele pasarse gran parte del mismo en esa forma.
«Si llego a saber que se pondría a cantar lírica, habría venido de traje».
Ignoró la respuesta metal y se concentró en la mujer que tenía al lado.
—Esto es demasiado para mí —insistió ella, se giró y se apoyó de espaldas a su lado—. Es demasiado que asimilar, demasiado que pensar… solo… demasiado. Me va a estallar la cabeza.
—Paso a paso, Shane —le dijo, lavándose el rostro y quitándose todo rastro de espuma—, solo ve paso a paso. No hay prisa y me tienes justo aquí para ayudarte en esta nueva transición.
Ella sacudió la cabeza y extendió el brazo en dirección al dormitorio.
—Luke, le he abierto la puerta a un jodido lobo. Un perro con unos dientes inmensos.
«¡Gracias por la apreciación sobre mi dentadura!».
Bufó ante la respuesta de Eugene que solo él escuchaba y sacudió la cabeza. Tenía que enseñarle a abrir su mente a él y a los vínculos de la manada, pero todo a su debido tiempo.
—Eugene te da las gracias por tal apreciación personal sobre su peludo culo —dijo en voz alta.
Ella ladeó la cabeza, miró de un lado a otro y finalmente frunció el ceño.
—¿Cómo? —frunció el ceño y clavó esos bonitos ojos verdes sobre él—. ¿Qué me estoy perdiendo?
—Tuviste una prueba de ello anoche —le recordó—. Me oíste en tu mente cuando estaba en forma lupina.
La vio abrir la boca, entonces la cerró y su ceño se hizo incluso más profundo.
—Pensé que… me lo había imaginado —musitó, entonces indicó en dirección a la puerta—. ¿Y por qué no lo oigo a él?
—Lo harás, tan pronto aprendas a abrir tu mente y escuchar —aseguró—. Ahora que estás vinculada a mí, podrás comunicarte con cualquiera de los miembros de nuestro clan de esa manera o para ser más exactos, podrás escucharles en tu mente.
Parpadeó varias veces, entonces levantó las manos en gesto de defensa.
—De acuerdo, tiempo muerto —sacudió la cabeza—. Es demasiada información que procesar y digerir. Necesito una ducha e irme a casa. Necesito volver a mi propio mundo antes de que me estalle la cabeza.
La recorrió con la mirada.
—De acuerdo, iremos a tu casa.
Ella volvió a mirarle y negó con la cabeza.
—No, no iremos —declaró y había tal intensidad y necesidad en su voz y en sus ojos que sintió el imperioso impulso de abrazarla y decirle que todo iría bien—. Me iré yo sola, tú te quedarás aquí y harás lo que quiera que tengas que hacer hoy. Necesito espacio, Luke, necesito… necesito recuperar mi tranquilidad para poder… comprender esto y no acabar gritando como una energúmena cada vez que un lobo se me cruce por delante.
Podía sentir sus emociones revueltas, su necesidad de comprender, pero tenía que aceptar su decisión pues lo que decía era cierto, había dejado caer demasiadas cosas y todas juntas. Necesitaba tiempo para aceptarlo y aclimatarse.
—Utiliza el baño —le sugirió manteniendo la distancia que obviamente necesitaba—, después hablaremos de ello.
Shane suspiró y le dedicó esa mirada que corroboró sus palabras.
—No contengas la respiración, Evans —le dijo ella al tiempo que le daba la espalda, se deshacía del albornoz y entraba desnuda en la ducha—, y haz algo con ese felpudo… ya he tenido suficientes visiones caninas para todo el día.
Admiró el cuerpo de su compañera hasta que los cristales empañados de la mampara se cerraron ofreciéndole cierta privacidad y finalmente volvió a la habitación dónde su beta lo miró con gesto irónico.
«Bueno, después de todo no se lo tomó tan mal, ¿eh? No se ha desmayado ni ha empezado a girarle la cabeza como a la niña del Exorcista».
—Sí, todo un consuelo.