CAPÍTULO 7

Luke repasó concienzudamente los documentos que Eugene le había dejado en la parte de atrás del coche. Al llevar chófer, una extravagancia de su secretario y que le privaba de algo que adoraba, conducir, le permitía centrar su atención en otras cosas.

Miró a la mujer que iba sentada a su lado por el rabillo del ojo. La pelirroja estaba nerviosa y tensa, aferraba con fuerza la falda de su vestido y hacía todo lo posible para no mover un músculo cada vez que el coche cogía una curva. No era el tipo de mujer que había esperado que le enviase la agencia, su aspecto y el atractivo tatuaje que le cubría la piel de la clavícula no encajaban con lo que buscaba y sin embargo despertaba algo más que su curiosidad.

Había algo extraño en ella, algo que no acababa de descifrar. Su agudo olfato seguía atrofiado, incapaz de captar algo más allá de los aromas superficiales y eso lo mantenía en continua tensión.

La escrutó disimuladamente y en silencio. Era bastante atractiva, no de la forma tradicional pero resultaba interesante y no se había amilanado ni un solo instante a la hora de decir exactamente lo que pensaba.

Sabía que era totalmente humana, de alguna manera percibía su naturaleza sin necesidad de confirmarlo a través del olfato y hacía que se preguntase qué hacía alguien así en una agencia de acompañantes.

La rapidez con la que reaccionó a sus palabras, la interpretación que les dio y la vibrante furia con la que se defendió lo sorprendió casi tanto como cautivó, no le extrañaría que fuera eso precisamente lo que había visto Eugene en ella como para no haberla enviado de vuelta ante la primera muestra de desafío ante su Alfa.

Si bien la agencia a la que contactó el beta estaba al corriente de las distintas razas que convivían con los inocentes humanos, no podía sacarse de encima la sensación de que si le viese convertirse ahora en lobo se tiraría del coche en marcha.

—Dado que vamos a estar toda la noche en mutua compañía, ¿puedes concederme el honor de decirme cómo debo llamarte?

Eugene la había llamado Shane, pero quería escucharlo de sus propios labios lo cual no dejaba de ser una incongruencia cuando lo que deseaba en ella era su silencio.

Unos intensos y recelosos ojos verdes enmarcados por oscuras pestañas se clavaron en él.

—¿Me está levantando el veto de silencio, señor Evans?

Reprimió una sonrisa ante el tono empleado y mantuvo así mismo el suyo impersonal.

—Imagino que preferiría ser presentada por su nombre a como: gatita, cosita, conejita, cielito…

—Shane —escupió de manera precipitada—. Shanelle.

—¿Shane Shanelle? —repitió con gesto burlón, utilizando su nombre como apellido—. Interesante combinación.

Ella suspiró profundamente.

—Ya veo que el género masculino todavía no perdió su habilidad para los comentarios absurdos y carentes de gracia.

—Y el género femenino sigue teniendo en su haber una gran cantidad de mujeres deslenguadas —contraatacó él.

—De alguna manera tenemos que poder defendernos de la arrogancia masculina —replicó ella—. Somos lo suficiente inteligentes como para convertirla incluso en parte de nuestras ocupaciones.

Esta vez dejó que la sonrisa le curvase los labios.

—Supongo que este otro tipo de… ocupaciones… no siempre son suficientes para mantener el nivel de vida requerido.

El brillo en sus ojos verdes se incrementó, su lenguaje corporal hablaba por sí solo. Estaba furiosa, como una gatita a punto de sacar las uñas o una loba dispuesta a atacarle…

—Si vuelve a insinuar tan siquiera una doble moralidad sobre mis actividades, se come usted esos papeles, señor Evans.

Enarcó una ceja ante la contundencia de sus palabras.

—¿Es igual de contundente en la cama, señorita Shanelle?

La tensión en su cuerpo fue inmediata, su columna se enderezó y pronto la tuvo girándose en el asiento con obvia intención de enfrentarle cara a cara.

—En la suya no lo sería —musitó entre dientes. La respuesta le arrancó una inmediata carcajada.

—No era una invitación, querida, tan solo… curiosidad.

—Métase la curiosidad por…

Las palabras quedaron ahogadas cuando el coche tomó una curva bastante cerrada y el cuerpo femenino perdió su asidero precipitándose de golpe contra él.

—Demonios, ¿dónde le han dado el carné de conducir? —clamó ella, fulminando el cristal tintado que separaba el asiento trasero de la zona del conductor. Otra extravagancia más de Eugene.

—¿Estás bien? —preguntó, pasando a tutearla. El curvilíneo y cálido cuerpo que había caído contra su costado le resultó repentinamente muy apetecible.

—Perfectamente, gracias —siseó apartándose de él para volver a recuperar la posición erguida y distante.

Chasqueó la lengua y la miró de medio lado.

—Relájate, dulzura, relájate —le sugirió sin dejar de mirarla—, y empieza a tutearme. Esta noche necesito que representes el papel de una vieja amiga, no de una completa desconocida.

Los ojos verdes volvieron lentamente sobre él con abierta especulación.

—No pienso hacerme pasar por tu amante.

Sonrió de medio lado.

—No espero que lo hagas —aseguró—. Todo lo que tendrás que hacer es permanecer a mi lado y sonreír. No es tan complicado, ¿verdad?

No respondió por lo que prosiguió.

—Va a ser una noche bastante larga y tediosa —continuó—, se servirá bastante bebida y algunos canapés. Si no toleras bien el alcohol te sugiero que controles tus consumiciones, lo último que me apetece es tener que rescatar a una borracha bailando sobre la mesa o algo por el estilo.

Ella se limitó a fulminarlo con la mirada.

—Todo lo que tienes que hacer es sonreír y mostrarte educada, ¿crees que podrás compórtate como una dama?

—Dímelo tú —respondió finalmente—, ya que pareces haberme catalogado ya como cualquier otra cosa.

La recorrió con la mirada y no disimuló en absoluto su escrutinio.

—Eres una vieja amiga que ha venido a pasar una temporada a la ciudad —explicó brevemente la historia en la que había pensado—, nos encontramos por la calle, hemos quedado alguna que otra vez a cenar para ponernos al día sobre los viejos tiempos y te invité a la recepción de esta noche. ¿Lo bastante sencillo como para que lo recuerdes y no puedas crearme problemas?

—¿No prefieres que me quede calladita y así evite meter la pata?

—Esa es mi segunda opción —aseguró con petulancia—. Una bonita, sonriente y silenciosa compañía.

—Debiste haber solicitado una acompañante muda.

—Lo hice, pero no les quedaba ninguna.

Reprimió una sonrisa al verla poner los ojos en blanco y respirar profundamente.

—Esta noche va a ser interminable.

—Mira por dónde, en eso vamos a estar de acuerdo.

De camarera a chica florero. Su vida estaba deslizándose en un tranvía sin frenos con destino al infierno.

Carly seguía sin dar señales de vida, su teléfono continuaba apagado y al propio le quedaba algo menos de una pila de batería. ¿Qué habría pasado? ¿Estaría ya en casa? ¿Quién era el hombre con el que creían haberla visto salir y que no dejaba de hacer que Luke Evans rechinase los dientes?

Dejó la copa de champán sin tocar sobre la bandeja de uno de los camareros que se deslizaban como el agua entre la marea de gente y observó a los invitados. La extensa sala de paredes blancas y suelos de madera, con enormes ventanales a través de los cuales se podía ver la vibrante y nocturna ciudad de Nueva York, servía de patio de juegos a una variopinta cantidad de hombres y mujeres con una única cosa en común; el lujo.

Durante la última hora había vagado de un lado a otro del brazo del anfitrión que se detenía a charlar y dar la bienvenida a parejas y otros invitados. Tal y cómo habían acordado en el coche la presentaba como una vieja amiga de visita en la ciudad y ella respondía mayormente con monosílabos o estúpidas sonrisas. La curiosidad en las miradas masculinas contrastaba a menudo con la hostilidad que encontraba en sus parejas y sobre todo en algunos corrillos de mujeres; la tónica general de esa noche era fulminar a Shane con la mirada. Si estas pudiesen matar, su sangre teñiría ya el suelo.

Odiaba ser el centro de atención tanto o más de lo que odiaba morderse la lengua ante los comentarios velados que algunas de las féminas dejaban caer en sus oídos cada vez que se cruzaban con ella. Al parecer, no les gustaba demasiado la idea de que aquel hombre hubiese venido acompañado al cónclave, como escuchó en más de una ocasión que se referían a la reunión, con una hembra de su clase.

Pero las mujeres no eran el único fastidio, al menos ellas se mostraban comedidas e intentaban disimular cosa que no ocurría con algunos de los hombres allí reunidos. Sus miradas abiertamente sexuales y los comentarios picantes y jocosos la estaban llevando al borde de las náuseas, si tenía que escuchar algún chiste malo más o sentir la mirada de alguno de ellos deslizándose sobre su cuerpo iba a vomitar allí mismo y a la porra todo lo demás.

Lo que era indudable era que lo más desgranado del mundo de la belleza estaba reunido allí esa noche. Cualquiera de los presentes, hombres y mujeres, podrían competir sin problemas por el título de Mister o Miss Universo.

—¿Shanelle?

Parpadeó al escuchar su nombre. Alzó la mirada y se encontró con la de Luke fija en la suya.

—Aksel te estaba preguntando si lo estás pasando bien —repitió con ese mismo tono solícito y educado, muy alejado del pedante e irritante que había utilizado con ella hasta entonces.

Parpadeó una vez más y posó la mirada en la pareja que tenía frente a ella. El hombre parecía un verdadero vikingo, rubio y enorme, con unos profundos ojos azul turquesa que envolvía la cintura de una embarazada mujer a su lado.

—Eh, sí… bien, muy bien. Es solo que resulta un poco…

—¿Abrumador? —ofreció Ángela con una amable sonrisa. La mujer y su marido eran una de las parejas más agradables que había conocido hasta el momento.

—Bastante —asintió correspondiendo a su sonrisa.

—Sí, a Angie tampoco le hacen demasiada ilusión este tipo de aglomeraciones —aceptó su marido, besándola en la frente.

—No es la única —comentó Luke con una mueca que los hizo reír.

—Vamos, vamos, en cuánto aparezca Velkan podrás ponerle el micrófono en la mano y obligarle a hablar —aseguró él con tono jocoso.

Su anfitrión puso los ojos en blanco.

—A él le gustan incluso menos que a nosotros las reuniones.

—Lo sé —aseguró Aksel—, por eso mismo lo pondría a ello.

Luke sacudió la cabeza pero ahora había una sonrisa jugando con sus labios.

—Bueno, vamos a saludar al resto antes de que la cosa se ponga más seria —aceptó el hombre acariciando el vientre de su esposa—. No hay muchas oportunidades de reunir a toda la tropa en un solo lugar.

—Una vez al año es más que suficiente —aseguró él y estrechó la mano de su compañero, para luego llevarse a los labios la de la mujer.

Con una sincera sonrisa, se despidió de la pareja y deslizó una vez más la mirada a lo largo de la sala viendo como todo el mundo parecía conocerse entre sí.

—Um, interesante criatura, Evans.

Shane casi dio un salto cuando sintió unas manos extrañas ciñéndola ahora de la cintura desde atrás. Se apartó de inmediato chocando ahora con el cuerpo de Luke un instante antes de que este la atrajese con suavidad contra su costado y pudiese enfrentar así al rubio de intensos ojos verdes que la recorría con una divertida mirada.

—Las manos quietas, Odin —rumió su acompañante, fulminando al recién llegado con la mirada y apretándola incluso más contra él.

Para ella aquello no tenía sentido. Por norma general solía ponerse tensa cuando la tocaba un desconocido, más aún si la tomaban por sorpresa, pero cuando eran las manos de Luke o su cuerpo el que estaban sobre ella su malestar se convertía rápidamente en aceptación e incluso deseo.

—Esta noche es única y exclusivamente mía —concluyó él con un tono un tanto posesivo.

El recién llegado se limitó a alzar las manos y luego llevárselas a los bolsillos del pantalón de vestir que llevaba. Al contrario que muchos de los presentes no llevaba corbata y vestía de forma más informal.

—Shanelle, cariño, ¿por qué no consigues un par de copas para los dos?

Sus ojos se encontraron y había un claro mensaje en los de él. Le estaba dando la oportunidad de escabullirse unos momentos.

—Un par de copas —repitió sin dejar de mirarle—. No sé si podré encontrar cianuro en una fiesta tan elegante.

Los dedos masculinos que todavía seguían sobre su piel se clavaron en su costado en una silenciosa advertencia.

—Ve —le cogió la barbilla con los dedos y la obligó a enfrentar su mirada—. Ahora.

Se lamió los labios y saboreó su primera y pequeña victoria de la noche. Acababa de sacarlo de quicio. ¡Punto para Shane!

—¿Estás seguro de que no quieres que siga haciendo de guardaespaldas? —sugirió en tono meloso. ¿Qué diablos estaba haciendo? Cavándose su propia tumba, más que claro.

—Estás jugando con fuego, muchachita.

Sonrió y le dedicó la más sensual y estudiada de las miradas mientras se soltaba de su sujeción.

—Vino blanco —recordó y se giró hacia el recién llegado—. ¿Le apetece alguna cosa? ¿Cianuro, quizá?

El hombre se echó a reír, una sonora carcajada que atrajo la mirada de unos cuantos presentes.

—Creo que declinaré tan interesante oferta, encanto —aseguró con un acento bastante marcado—. Es demasiado temprano para que este lobo empiece a beber ciertas cosas.

—Shane. Dos copas. Ahora —el gruñido en la voz masculina la cogió por sorpresa. No discutió, el brillo que había ahora en sus ojos la privó de cualquier respuesta ingeniosa. Estaba enfadado o no… no estaba muy segura de qué significaba esa mirada.

—De acuerdo, dejemos entonces que sea Sir Lancelote quién se emborrache.

Una nueva carcajada sonó a sus espaldas mientras se retiraba a por un par de bebidas.