CAPÍTULO 24
Luke estaba pletórico, su aroma lo envolvía, encendiéndolo y volviéndolo loco. El consumidor deseo lo hacía jadear, salivaba ante la posibilidad de disfrutar de ella, de su hembra, de la mujer que le pertenecía. No la dejaría huir, se había acabado el juego, iba a tenerla y sería ahora.
La devoró, poseyó su boca y despertó la fiebre, que ya lo consumía a él, en ella. La quería necesitada y furiosa, que igualase su necesidad y se entregase a este ilógico regalo que les hacía el destino.
A medida que la despojaba de su ropa se recreó en la suavidad de su piel, el dulce aroma que la envolvía y resiguió esos sexy tatuajes con los dedos. Disfrutó con su sabor, comprobó lo bien que se amoldaban sus manos a cada curva de su cuerpo, le acarició los pechos, probó sus pezones y sintió cómo su propio sexo respondía endureciéndose aún más; como si no hubiese estado ya erecto hasta el momento, pensó con absoluta ironía. Quería penetrarla, introducirse entre sus piernas y deleitarse con su cuerpo. Quería morderla, marcarla e impedirle volver a huir de él.
Poseyó una vez más su boca en un húmedo y profundo beso dejándola jadeando y tan necesitada como lo estaba él. Su sabor era adictivo, su olfato no le había engañado, ella sabía a nata y a fruta, con un pequeño toque de azúcar que le gustó más de lo que creyó posible. Su respuesta hacía tiempo que dejó de ser precavida, él no tenía intención de hacer prisioneros, quería su rendición y la quería por completo, deseaba su respuesta casi tanto como respirar.
La ropa voló antes de que tuviesen tiempo a echarla de menos, deslizó las manos sobre la suave piel, arrancó los tirantes del sujetador y tiró de la tela hasta que los redondo y bonitos pechos quedaron expuestos para su disfrute. La acarició aprendiéndose su cuerpo, sus largos dedos encontraron la tierna carne de sus pezones y gimió de placer antes de llevar esas pequeñas perlas al interior de su boca para prodigarles sus cuidados.
El probarla no hacía más que aumentar su necesidad de más, con cada pedazo de piel que descubría deseaba descubrir mucho más, quería grabarse su sabor, poder reconocerlo incluso cuando no estuviese cerca de ella, poder cerrar los ojos y revivir ese momento con tan solo el pensamiento.
Abandonó el delicioso saqueo de sus pechos y ascendió de nuevo por los suaves montículos, besándole la suave curva de la clavícula antes de deleitarse en su parte favorita, ese delicado cuello que lo hacía salivar.
—Estoy hambriento —murmuró contra su piel—, tu aroma, tu sabor, toda tú contribuyes tanto a aumentar mi hambre como a saciarla.
El suave y tierno cuerpo femenino tembló entre sus brazos, buscó su mirada y la sostuvo, bebió de esos bonitos ojos verdes llenos de confusión y deseo y probó una vez más sus labios, alternando los besos con palabras.
—Tu hambre es pareja a la mía —le lamió los labios—, lo sabes, has sentido cómo el deseo crece sin control cuando estamos cerca, cómo tu cuerpo reacciona al mío y deseas lo mismo que yo.
Volvió a besarla, arrancando su respuesta, obligándola a darle aquello que quería y que ella misma estaba necesitada de darle.
—No lo entiendo —se las ingenió para musitar ella, las primeras palabras en mucho tiempo—, esto… no… no es normal… yo no…
—Lo es entre nosotros —la interrumpió arrancándole un gemido con un nuevo beso, acariciando su cuerpo desnudo con las manos—, siempre será así e incluso más intenso.
Volvió a besarla, mordiéndole los labios, jugando con ella, provocándola.
—Quiero devorarte, Shane —declaró, sus ojos se encontraron con los de ella mientras sus manos le amasaban los pechos—, pienso deslizar mi boca sobre cada centímetro de tu piel, recalar en cada pequeño pliegue y delinearlo con mi lengua, me sumergiré entre tus piernas y me daré un verdadero festín con ese delicioso y húmedo coñito… voy a saciarme en tu cuerpo, poseer tu alma y reclamarte como ningún otro hombre ha hecho hasta el momento porque estás hecha para mí y solo para mí.
Le mordió una vez más el labio inferior, tiró de él con suavidad y lo dejó escapar solo para succionar su lengua y clavarla con su peso sobre la cama. La devoró tal y cómo había prometido, deslizó la lengua por su piel lamiendo cada centímetro y la introdujo en cada pequeño pliegue que encontró a su paso.
—No vuelvas a huir de mí, Shane —murmuró mordiendo la suave carne de su pecho—, no te escondas detrás de esa fiera ironía, muchacha deslenguada, no me obligues a darte caza…
Ella arqueó la espalda deseando acercarse más a él pero no habló, no había dicho más que un par de frases desde que la había arrastrado hasta su cama, calló cada uno de sus argumentos con besos, desde ese momento todo lo que había hecho era gemir, un lenguaje que sin duda prefería.
—Porque te cazaré, Shane —le gustaba pronunciar su nombre—, te conseguiré cueste lo que cueste y una vez te tenga, no te quedará ni una sola duda de a quién perteneces.
Deslizó su boca sobre el henchido pezón una vez más y succionó la prieta carne en su boca, la humedeció con su lengua y arrancó un pequeño quejido de sus renuentes labios al tiempo que sentía su cuerpo presionándose una vez más contra el propio.
Su cuerpo reaccionaba por sí solo, Shane no era dueña de sus actos ni de sus emociones, toda ella era una masa de nervioso deseo necesitado de liberación. La fiera y posesiva boca sobre su pecho la dejó sin aliento, cada pequeña succión enviaba pequeños relámpagos de placer que recalaban en su hinchado y húmedo sexo. Todavía conservaba sus bragas, lo único que no le había arrancado del cuerpo en un arrogante y efectivo movimiento que la privó de cualquier tipo de cobertura. Se había entretenido lamiéndole los tatuajes, repasando cada pequeño detalle con la lengua hasta volverla completamente loca. Y tenía que estarlo. Tenía que estar totalmente loca para permitir que un virtual desconocido le estuviese haciendo todo aquello, pero era tan difícil oponerse cuando se sentía tan bien entre sus brazos.
Apretó los muslos, la delgada tela de las braguitas empezaba a incomodarla, estaba tan mojada que sentía que su propia humedad resbalaba por sus muslos. Arqueó las caderas, la dura erección que no había disimulado ni un solo instante se frotaba contra su estómago a través del confinamiento del pantalón que todavía llevaba puesto.
Le quería desnudo, quería esa dura protuberancia entre sus piernas, abriéndose paso en su hambriento sexo y aliviando el sordo dolor que empezaba a resultar enloquecedor. Estaba ardiendo de deseo, su cuerpo nunca había estado tan caliente, ella nunca se había sentido tan cachonda y desatada, le dolían hasta los dientes por la rabiosa necesidad, pero moriría antes de poner todo eso en palabras, antes que suplicarle que le diese aquello que solo él parecía poder darle.
—Estás caliente, ¿eh? —le escuchó reír. Casi al mismo tiempo sintió una de sus manos entre las piernas, apretándole el sexo por encima de la tela un instante antes de arrancársela de las caderas y hacerla a un lado. Sus dedos desnudos cayeron entonces sobre sus pliegues volviéndola loca, los lubricó con sus propios jugos antes de notar cómo la punta de uno de ellos empujaba contra su entrada—. Sí, lo estás, pequeña loba. Caliente y muy necesitada. Pero todavía te quiero mucho más, lo suficiente rabiosa como para desear que te muerda.
La penetró poco a poco, hundiendo la falange hasta el nudillo para finalmente moverla en su interior. La sensación fue fulminante, sus labios se separaron por si solos y gimió en voz alta.
—Eres puro pecado —declaró y, bajo su atenta mirada, retiró el dedo y se lo llevó a la boca para saborearlo. Ese simple movimiento envió un nuevo escalofrío de placer a través de su cuerpo, ¿por qué tenía que ser ese hombre tan jodidamente sexy?—. Pero quiero más, mucho más de ti. Estás caliente, goteas tu placer, pero todavía no es suficiente, quiero más, Shane y tú vas a darme cada una de las cosas que quiero. Me rogarás que te dé más.
Se lamió los labios encontrándolos repentinamente secos, su sexo se humedeció incluso más y supo que sus neuronas se habían derretido por completo. ¿Cómo explicar sino que siguiese allí, tumbada sobre la cama totalmente desnuda y dejando que ese imponente, acosador y sensual hombre estuviese haciendo lo que quería con su cuerpo?
—No lo haré —las palabras salieron solas de su cuerpo. El desafío le quemaba en los labios y para su propia consternación, ella misma se excitó todavía más cuando lo vio sonreír.
—¿Me estás desafiando, pequeña? —ronroneó inclinándose sobre ella, manteniéndola inmóvil con ese enorme y fabuloso cuerpo.
—Yo no ruego.
Su sonrisa se amplió. No cabía duda que era absolutamente suicida.
—A mí me rogarás, lobita —aseguró frotando su erección contra su monte de Venus, el roce de la tela del pantalón la hizo rechinar los dientes—, cuando esté muy dentro de tu cuerpo, poseyéndote en cada forma posible, me rogarás.
Frunció el ceño y dijo la primera estupidez conjuró su cerebro.
—Esa maldita tela rasca.
La expresión de sorpresa en su rostro fue precedida por una sonora carcajada.
—Mil disculpas, pequeña —se rio entre dientes al tiempo que se levantaba sobre la cama, con sus piernas a ambos lados de su cuerpo y, se desabrochó el pantalón dispuesto a deshacerse de la última prenda—. Ha sido terriblemente desconsiderado de mi parte someterte a tal tortura.
Shane se quedó sin palabras, la dura erección que había sentido a través de la tela saltó libre y totalmente erecta atrayendo su atención. Ese imponente miembro se contoneó delante de sus narices con cada movimiento que hacía su propietario para liberarse de la prenda y, maldito fuera, porque su hambre aumentó así como la sequedad de su garganta.
¿Era legal que la tuviese tan grande?
El absurdo pensamiento trajo un inmediato rubor a sus mejillas y una ancha y satisfecha sonrisa al rostro masculino.
—Puedes mirar, Shane, por ahora, no muerde.
Su sonrojo aumentó todavía más pero cualquier réplica que pudiese surgir de sus labios quedó pronto sofocada por la hambrienta boca de Luke. Ese hombre era insaciable, la besaba como si quisiera bebérsela, como si nunca tuviese suficiente de ella y maldito fuera, porque ella parecía tener el mismo problema con él.
—Me gusta cómo me miras —declaró rompiendo el beso con un jadeo—, con ese hambre desnuda y palpable, un hambre capaz de igualar la mía.
No respondió, tampoco es que supiese qué decir.
—¿Mejor ahora? —ronroneó él, frotando su desnuda erección una vez más sobre su monte de venus.
Gimió, la sensación de su virilidad tan cerca de su propio sexo la hizo humedecerse aún más.
—Deja de torturarme —acabó gimoteando.
—Tú no tuviste piedad de mí —le dijo al tiempo que deslizaba ambas manos por debajo de sus rodillas y le separaba las piernas por completo, acercándola a él—, ¿por qué habría de tenerla yo?
Sintió el duro sexo rozándose contra el suyo, el largo falo se deslizó a lo largo de su sexo sin penetrarla, limitándose a resbalar sobre sus sensibles e hinchados pliegues aumentando su deseo y frustración.
—Sí… interesante mirada —murmuró él sin dejar de mecerse contra ella—, sigue mirándome de esa manera, pequeña, y puede que consigas salirte con la tuya.
Luke gimió interiormente, con las manos fuertemente cerradas bajo las rodillas mantenía el cuerpo de su compañera abierto y dispuesto a su placer. La humedad y calidez de su sexo lo estaban volviendo loco, cada roce enviaba un estremecimiento de placer a través de su columna haciendo que quisiera aullar de placer, pero eran sin duda los agónicos gemidos que escapaban de los labios de Shane los que conseguían que su erección engrosase aún más ante la promesa de introducirse en su interior.
—Luke…
Sonrió al escucharle gemir su nombre.
—¿Lista para suplicar?
Siempre obstinada, lo fulminó con la mirada y apretó los labios.
Sonrió, su pequeña compañera era un delicioso rompecabezas, pero ya tendría tiempo más adelante para interesarse por esas menudencias de su carácter, ahora, lo que necesitaba era notar su olor, sentir su cuerpo estremeciéndose cuando la hiciese alcanzar el orgasmo y finalmente poseerla hasta que todo lo que existiese en su mundo fuese él.
Apretó los dientes consciente de que esto iba a ser una tortura para él, pero necesitaba someterla, su naturaleza lupina exigía que la sometiese, que la reclamase y conquistase, su condición de alfa no hacía sino esa necesidad incluso más imperiosa. Aumentó el ritmo de sus caderas y alternó las íntimas caricias con el frotamiento del pulgar sobre el ya hinchado clítoris. El cambio en su respiración fue instantáneo, pudo ver en esos bonitos ojos verdes como perdía la batalla y no tardó en escuchar el agónico gemido de placer que escapó de entre sus labios cuando el orgasmo recorrió su cuerpo dejándola temblorosa y totalmente desarmada.
—Oh dios mío —escuchó su murmullo entre estertores.
Ocultó una satisfecha sonrisa y se deleitó en la manera en que ese delicioso cuerpo cedió por fin las riendas, se cernió sobre ella y le besó los labios al tiempo que introducía su dura y gruesa polla en el húmedo y todavía tembloroso sexo.
—Luke —jadeó su nombre, arqueándose contra él, removiéndose inquieta ante la inesperada intrusión.
Estaba muy mojada lo que facilitaba su entrada, las calientes y cálidas paredes lo acogían con firmeza, cerrándose a su alrededor con una férrea presa.
—Oh señor…
Deslizó una de sus manos por su costado acariciándola mientras apoyaba su peso en el otro.
—Vamos, lobita, puedes hacerlo, puedes tomarme —susurró con tono suave y profundo, encontró el duro e hinchado pezón y comenzó a jugar con él—, solo relájate, estás hecha para mí…
—Por qué tiene que ser todo tan jodidamente difícil y grande contigo, ¿eh?
El repentino exabrupto lo hizo reír, el involuntario movimiento lo impulsó más adentro alojándolo por completo en aquel apretado canal.
—Luke, Luke, Luke, no, no, no… espera… es demasiado… no puedo…
Siguió acariciándola, descendió sobre sus labios y reclamó de nuevo su boca mientras permanecía todavía inmóvil en su interior. Enlazó su lengua con la de ella, la sedujo, buscó una pronta reacción que no tardó en llegar mientras su cuerpo iba cediendo y acostumbrándose a su grosor. Su excitación aumentó trayendo consigo más lubricación que contribuyó a facilitar su unión.
—Eres perfecta —le susurró. Le besó los ojos, la nariz, los pómulos y terminó en sus labios—, tan ceñida, tan mojada… me vuelves loco.
Ella se limitó a gemir, su cuerpo se relajó acostumbrándose a él.
—Voy a moverme… necesito poseerte…
Se lamió los labios, sus ojos se encontraron y vio el deseo palpable en sus ojos.
—Solo… un momento más…
Sonrió y se inclinó sobre sus labios.
—No.
Secuestró una vez más su boca, la violó con la lengua y se retiró solo para impulsarse de nuevo en su interior. La sensación era indescriptible, todo su cuerpo se calentó, su sangre hirvió y sintió cómo el vínculo que lo unía a ella se asentaba entre ellos haciéndose cada vez más firme y palpable.
Su hambre aumentó, la bestia acarició su propia piel deseosa de reclamar a su compañera, podía sentir el aullido en el fondo de su garganta, el dolor en los dientes que traía consigo la necesidad de morderla y reclamarla. Los suaves gemidos femeninos, el sonido de sus cuerpos al unirse, su propia respiración y el insaciable deseo que habitaba en su interior lo empujaron a tomarla con fuerza, a montarla sin piedad.
—Eres mía —gruñó, su voz más animal que humana—, solo mía.
Ella gimió, creyó oírla murmurar su nombre mientras sus propias manos se deslizaban por su espalda y lo marcaban con las uñas. Se impulsó con más fuerza, disfrutando de sus gemidos, gruñendo su propia pasión al unísono y cabalgando la necesidad en busca de una nueva victoria, de una nueva conquista que dejase clara su supremacía.
—Dame lo que quiero, Shane —le murmuró al oído—, déjame oír esa preciosa y sucia boquita suplicando por más, pronunciando mi nombre.
Ella no se hizo de rogar.
—Tú, capullo hijo de puta… oh, dios…
Rio entre dientes.
—Prefería que me llamases Luke, lobita…
Sacudió la cabeza pero fue incapaz de permanecer callada mucho tiempo más, todo su cuerpo se plegó al suyo, respondiendo a sus demandas aun cuando su boca no deseaba hacerlo.
—Eres sin duda una digna contrincante, compañera —gruñó, maniobrando su cuerpo para tenerla a su completa disposición, aumentando la profundidad y la intimidad que compartían—, eres digna compañera de un alfa.
Ella gimió, sus bonitos ojos ahora cerrados y luchando con unas inesperadas lágrimas provocadas por la intensidad de su unión.
—Luke —la escuchó gimotear—, por favor, no puedo más…
Le acarició el cuello con la nariz, le mordisqueó ese delicioso punto y poseyó su boca haciendo ahora que sus embates fuesen más suaves y lentos, aumentando el placer al tiempo que lo dilataba.
—¡No! —gimió ella retorciéndose contra él y alzando las caderas—. ¡No pares!
Gruñó en voz baja, dejó que el lobo acariciase sus palabras y se inclinó una vez más sobre ella.
—Eres mía, Shane —le dijo acariciándole la oreja con la lengua—, y no voy a dejar que lo olvides.
Se retiró por completo saliendo de ella, su cuerpo hablaba por sí solo, casi más alto y claro que su propia boca, incluso él quiso aullar por el abandono pero no tardó mucho en encontrar de nuevo esa acogedora funda, entrando en ella ahora desde atrás.
—Toda mía —gimió penetrándola una vez más y guiando su cuerpo en esa nueva posición.
—¿Luke?
El temblor en su cuerpo, la incertidumbre en su voz, todo ello se unía ahora a la rabiosa necesidad que todavía dominaba su cuerpo, a la frustración que traía consigo la interrupción del placer.
—Está bien, Shane —le susurró al oído mientras le cubría la espalda con el pecho—, lo vas a disfrutar, lo prometo.
Con las manos firmemente ancladas en las caderas, su compañera apoyada ahora sobre sus rodillas, guio sus manos hacia el cabecero de la cama y le lamió una vez más el arco de la oreja.
—No te sueltes, pequeña —le susurró con un bajo y animal gruñido—, y disfruta del viaje.
Se deslizó fuera de ella solo para volver a empujar una vez más, en aquella posición la penetración era incluso más profunda, las sensaciones más intensas. Acarició sus pechos, jugó con sus pezones y aumentó el placer de su compañera arrastrándola en una espiral de pasión de la que ni él mismo podía liberarse ya. Su cuerpo actuó por instinto, la poseyó con violencia animal, deseando marcar su territorio y reclamar a su hembra. Los dientes le dolían, su lobo le acariciaba la piel tan necesitado como él de sentar el reclamo final y ya no luchó más contra ello, dejó que la fiebre del emparejamiento lo consumiera, permitió que sus dientes se alargasen y con un bajo gruñido animal se cernió sobre ella mordiéndola en el hombro. La oyó gritar, su cuerpo se estremeció y convulsionó prisionero de un nuevo orgasmo que no tardó en desencadenar el propio. Se corrió con un aullido que quedó ahogado en el hombro femenino cuando sus dientes se retraían ya, tembló derramándose en su interior y dejando que sus propios temblores lo vaciasen por completo antes de dejarse ir sobre el colchón con ella todavía pegada a su cuerpo y jadeando en busca de aire.
Ya no había vuelta atrás, pensó acurrucándose detrás de ella mientras la envolvía con su cuerpo de manera protectora, el vínculo de emparejamiento estaba en su sitio, su compañera debidamente reclamada y el descontrol en el que se había visto sumido los últimos días iría desapareciendo poco a poco hasta llegar a una completa normalidad.
Ahora, solo tenía que convencer a esa pequeña humana que jadeaba entre sus brazos que debía quedarse al lado de su lobo.