CAPÍTULO 9

Empezaban a dolerle los pies. Shane echó un vistazo a su alrededor pero no vio a su acompañante. Adam y Bryony la habían interceptado cuando atravesaba la sala liberándola al instante de las tres lobas que parecían más que dispuestas a cercarla y ponerla al corriente de cualquier estúpida regla no escrita dentro de aquella sociedad. Había conocido a la pareja al principio de la noche cuando Luke los recibió, pero ahora, después de tanto ir y venir, teniendo además sobre sus espaldas una larga jornada de trabajo en el bar, todo lo que deseaba era irse a casa y descansar.

Giró sobre sus talones y aprovechó para salir a la terraza, los invitados entraban y salían pero, con todo, el lugar ofrecía cierta intimidad de la que carecía la sala principal. Dejó algunas parejas atrás entre sonrisas y asentimientos y se dejó caer en una de los bancos más alejados. Recibió el frío de la noche con gusto, una forma de refrescarla y espabilarla.

—Quiero irme a casa —gimoteó al tiempo que se sacaba los zapatos y empezaba a masajearse los tobillos.

Sí, quería volver a su casa, darse un largo baño y dormir. Dormir hasta que todo esto no fuese más que una rocambolesca pesadilla.

Hizo una mueca al pensar en su prima, abrió el teléfono que había apagado para que no quedarse totalmente sin batería y lo encendió. Al instante un continuo pitido producido por las alarmas le avisó de que tenía seis llamadas perdidas y un mensaje.

—Carly —jadeó al reconocer el número de la casa de su prima. Las seis llamadas perdidas eran suyas al igual que el mensaje de texto—. Vamos, vamos… por favor, dime que estás en casa. Dime que estás bien y no tirada en una cuneta o peor aún, en una celda de comisaría.

Shane, ¿dónde estás? No consigo contactar contigo. Estoy preocupada, por favor, llámame.

PD: Ya estoy en casa. Ha sido una noche de locura. Llámame o ven a verme. Tenemos que hablar.

El aire entró lentamente en sus pulmones devolviéndole la respiración. Su prima estaba bien. Estaba en casa.

—Gracias —musitó apretando el teléfono con un aliviado suspiro.

Al menos esa noche tendría una preocupación menos de la que ocuparse. Tendría que ir a verla, lo que había ocurrido gracias a su inesperada petición de socorro había sido una carrera infernal en la que todavía estaba metida.

Dejó el teléfono a un lado sobre el exiguo bolsito y estiró los pies, moviéndolos en círculos para intentar aliviar la presión de los tacones que hacía tiempo no utilizaba. Los zapatos era preciosos, pero matadores.

—¿Quién eres tú y por qué estás con mi hombre?

La inesperada voz femenina la hizo dar un respingo. Levantó la cabeza y se encontró con la mujer que la había fulminado con la mirada durante buena parte de la noche. Era una auténtica belleza, como todas las que se daban cita hoy allí, unos ojos pardos, largo y ondulado cabello rubio y un vestido tan ceñido a su cuerpo que estaba claro que no llevaba ninguna clase de ropa interior debajo.

—¿Disculpa?

La vio alzar la cabeza con petulancia y si no creyera que era imposible, incluso le pareció que oteaba el aire.

—Pero si solo eres una insulsa humana —musitó la recién llegada con lo que parecía asombro. Sus ojos se entrecerraron y Shane cambió de opinión sobre su atractivo, el gesto actual en su rostro hablaba de malicia y un inusitado rencor que no sabía ni de dónde había salido—. No eres comparable a mí.

Parpadeó y no pudo menos que dejar escapar una risita.

—¿Disculpa? —se rio y miró a su alrededor—. ¿Has perdido la caja de tuercas o algo, bonita?

La mujer ignoró su comentario y acortó la distancia entre ellas obligándola a levantarse para no sentirse en inferioridad de condiciones. La chica era realmente alta, posiblemente gracias a los vertiginosos tacones que llevaba puestos mientras que ella permanecía descalza.

—Mantente alejada de mi hombre, zorra estúpida —escupió sin más—. Si vuelvo a verte de nuevo cerca de Luke, te arrancaré la garganta de un mordisco.

Ladeó la cabeza y frunció el ceño.

—¿Dónde has dejado la medicación, bonita? —le soltó sin más. No estaba dispuesta a ser insultada más de lo que ya lo había sido esa noche—. Deberías volver a la fiesta y buscarla antes de que te salgan colmillos y empieces a ladrar como una perra.

No lo vio venir, los largos dedos ya se habían cerrado alrededor de su garganta y la empujaban contra el banco cuando comprendió que aquella pirada estaba dispuesta a estrangularla sin mediar palabra.

—Aléjate de mí hombre —siseó, sus ojos adquirieron un brillo que la asustó—. Si quieres seguir con vida, márchate ahora mismo y no vuelvas a acercarte a él.

Sus propios dedos parecían ser una fuerza inútil contra la brutal presa que le impedía el paso del aire, empezó a jadear y clavó las uñas en un intento de defenderse.

—Suéltala ahora mismo, Mirabella.

La presa se aflojó sobre su garganta y el aire pudo entrar nuevamente en sus pulmones. Se dobló, tosiendo mientras por el rabillo del ojo veía a esa perra palidecer ante el recién llegado. La rabia se alzó sola en su interior y antes de que pudiese pensar en lo que estaba haciendo, echó la mano hacia atrás y golpeó. La bofetada resonó en la silenciosa terraza mientras los ojos de la mujer se volvían hacia ella ahora con abierta sorpresa.

—¡Has intentado estrangularme, zorra estúpida! —siseó con la voz todavía afectada por la compresión en su garganta—. ¿De qué psiquiátrico has salido? ¿Estás loca o qué?

—Luke es mío —la escuchó sisear.

Ahora fue su turno de jadear.

—Joder, pues quédatelo —exclamó abriendo los brazos en un gesto de incredulidad—. Estás como una puta cabra. Estás desquiciada. Tía, tienes que hacer que te revisen el cerebro, lo tuyo no es normal.

La misma presencia masculina que había evitado que esa psicótica la estrangulara habló ahora en un idioma que no comprendió, lo que extrajo una queja de la mujer en ese mismo idioma y una furiosa retirada.

—Me disculpo por la irregular conducta de mi protegida —le dijo antes de inclinarse ante ella y dar media vuelta para perderse de nuevo entre los asistentes a la recepción.

Shane se dejó caer sentada sobre el banco, se llevó la mano al cuello e hizo una mueca al sentir una ligera molestia.

—¿En qué loco infierno he ido a caer? —murmuró para sí misma—. No, se acabó. Tengo que largarme de aquí.

Se giró el bolso y rescató su teléfono.

—Carly Cassandra Pears, en cuanto te ponga las manos encima voy a retorcer ese bonito cuello que tienes —masculló—. Todo esto ha sido culpa tuya.

—Y ante esa colorida amenaza debo suponer que tú eres Shane.

El teléfono se le escapó de las manos y terminó cayendo al suelo mientras pegaba un brinco sobre el asiento. Alzó una vez más la mirada ante la nueva interrupción y se quedó muda al ver al hombre vestido de traje y corbata a pocos metros de distancia.

Se llevó la mano al pecho y se obligó a respirar pausadamente, el corazón amenazando con salirle del sitio.

—Juro que esta noche vais a matarme a disgustos —masculló. Bajó los pies al suelo y se puso rápidamente los zapatos. Recogió el móvil que había dejado caer, lo metió en el bolsito y se levantó dispuesta a marcharse—. No pienso quedarme aquí ni un segundo más para que sigan agrediéndome.

—La señorita Cassandra Pears está sana y salva en su casa —le dijo cuando estaba a punto de sobrepasarle. Sus palabras la detuvieron en seco e hizo que se giraba a mirarle. De pie, uno al lado del otro, parecía incluso mucho más alto de lo que pensó en un principio.

¿Qué pasaba con aquellos hombres? ¿Es que tenían que ser todos gigantes?

Sus ojos cayeron sobre su garganta y el gesto afable que tenía en el rostro mudó momentáneamente. Se cubrió con la mano, casi avergonzada de lo que pudiese ver.

Acest lup este pedepsit, mici[2] —murmuró, al tiempo que le acariciaba la garganta con las yemas de los dedos—. Jur[3].

Fue incapaz de moverse, algo en él la dejó paralizada durante unos instantes. Cuando consiguió que su cerebro cooperara, se dio cuenta de que no había entendido ni una sola palabra de lo que acababa de decirle.

—¿Disculpe?

Él le sonrió y dejó caer la mano. Curiosamente, el dolor que tenía en la garganta se había ido como por arte de magia.

—¿Quién es usted?

—La señorita Pears ha intentado llamarte varias veces, pero tu teléfono salía desconectado —continuó, señalando su bolso con un gesto de la barbilla—. Deberías llamarla y decirle que estás de una pieza. Tenía miedo de que alguien te hubiese hecho daño.

Abrió la boca pero no supo qué decir. Él le sonrió y un inmediato sonrojo le cubrió las mejillas. El hombre era realmente atractivo y poseía ese aire de pilluelo que lo hacía parecer mucho más joven de lo que supuso al escuchar su voz.

—Parece que ambas habéis tenido una intensa aventura esta noche —comentó y le tendió la mano—. Mi nombre es Velkan, Velkan Voda.

¿Voda? Un momento, ¿no era ese el apellido del hombre al que había estado esperando Luke? ¿El mismo al que habían visto salir de la suite con una mujer?

Sacudió la cabeza y se concentró en sus palabras.

—Carly —preguntó—. ¿Está bien?

Él asintió.

—Estaba perfectamente cuando la dejé en su puerta —aseguró con calidez—, aunque preocupada por tu ausencia. Según tengo entendido, la llamaste al entrar en el hotel, pero después no llegasteis a reuniros… Entiendo que hubo alguna complicación y malos entendidos por el medio.

Ella abrió la boca y él negó con la cabeza.

—Eugene me ha puesto al tanto de la situación —abrevió—. Todo está solucionado.

Se lamió los labios y asintió.

—Gracias —murmuró sin estar muy segura de qué decir—. Ella… ella suele meterse en problemas, pero no… esta vez no fue culpa suya. No es una mala chica.

Los ojos dorados del hombre se deslizaron por su cuerpo e incluso juraría que hubo un momento en el que pareció otear el aire.

—Hueles a él —murmuró—. Ya veo que no te ha perdido de vista.

Parpadeó sin comprender.

—¿Perdón?

Negó con la cabeza y le tendió la mano.

—¿Quieres terminar ya con esta equivocación o le darás a mi alfa una última oportunidad? Le vendría bien alguien como tú, alguien que lo mantenga alerta.

—¿Alfa? No…

—¡Velkan Voda! —La potente voz masculina que llegó desde la puerta de la sala la hizo saltar y retirar de inmediato la mano que estaba a punto de posar sobre la del chico—. Si no fueses… tú… te mataría.

Ambos se giraron para ver aparecer a Luke acompañado de Eugene, quien le guiñó el ojo nada más verla.

—Buenas noches, palomita —la saludó de buen humor—, me alegra comprobar que todavía no has volado.

Ante tal comentario solo pudo poner los ojos en blanco.

—Estaba a punto de hacerlo cuando me han interrumpido.

El aludido continuó caminando hasta terminar interponiéndose entre el recién llegado y ella.

—Shanelle, vuelve a dentro y espérame.

Enarcó una ceja ante su tono. Lo último que le apetecía ahora mismo era tener que enfrentarse también con su pomposo trasero.

—¿Es ahora cuando tengo que darte también la patita?

Eugene a duras penas contuvo una sonrisa.

—¿Ha sido así toda la noche?

—La mayor parte —siseó el aludido.

—Interesante.

—Tu invitada está agotada, Evans —intervino Velkan con ese tono tranquilo y relajado que contrastaba con el irritado del recién llegado. Su mano tomó la de ella y se la llevó a los labios—. Ha tenido una noche intensa. Es hora de que la lleven a casa.

La respuesta de su acompañante fue gruñir, un sonido tan profundo y vibrante que le recordó al de un perro.

Eugene dio entonces un paso adelante interponiéndose ahora entre los dos hombres, sus ojos se clavaron en los de su jefe y su semblante estaba más serio de lo que lo había visto jamás.

—Luke —lo llamó, su nombre susurrado como una muda advertencia—. Es el Voda

Velkan optó entonces por liberarse de ese inesperado parapeto y se detuvo delante de él, posó la mano sobre su hombro y lo miró a los ojos.

—Es una interesante elección que deberías conservar —le dijo con el mismo tono tranquilo—, pero ahora tienes que enviarla a casa. Ha tenido una noche difícil, está agotada y nosotros tenemos un cónclave que celebrar.

Shane se sentía un poco perdida, su mirada fue de uno a otro sin entender muy bien qué ocurría.

—Um… si alguien me da dinero para un taxi, me iré yo solita.

La mirada que le dedicó su acompañante de esa noche la hizo retroceder. Sus ojos habían adquirido un brillo más intenso y vibrante, casi sobrehumano. Pero aquello era imposible, tenía que tratarse de un efecto provocado por las luces.

—Eugene —clamó con voz baja y mucho más profunda de lo que la había escuchado en él hasta el momento—, que tengan el coche preparado para disposición de la señorita.

—Enseguida.

Con un último guiño, el hombre salió de la terraza dispuesto a cumplir con el encargo.

Velkan se limitó también a despedirse con un gesto de la cabeza, posó una última vez la mano sobre el hombro de su acompañante y volvió al interior de la sala, dónde los invitados empezaron a darle la bienvenida.

La terraza quedó vacía a excepción de ellos dos.

—¿Soy yo o te acaban de regañar como a un niño pequeño? —se burló, sin dejar de mirarle—. Así que no eres todo poderoso, después de todo.

Él entrecerró los ojos y la miró con una inusitada intensidad.

—Nunca vas a comportarte como una dama, ¿no es así? —murmuró, acercándose poco a poco a ella.

Alzó la barbilla dispuesta a defenderse de sus ataques verbales una última vez.

—Es un poco difícil ser civilizada y educada cuando hay un montón de perras a tu alrededor dispuestas a despellejarte o a estrangularte por el simple hecho de pisar territorio prohibido —le soltó. Entonces sacudió la cabeza—. Pero tú ya tienes tu propia opinión sobre mí, ¿no?

Chasqueó la lengua y ladeó la cabeza.

—A decir verdad no sé muy bien cuál es la opinión que tengo de ti —aceptó al tiempo que le acariciaba la mejilla con los dedos y le alzaba el mentón—, y no sé si quiero saberla.

Antes de que pudiese decir algo en respuesta, los cálidos y suaves labios descendieron sobre los suyos ahogando cualquier protesta y robándole el aliento en un breve pero intenso beso.

—Gracias por una noche interesante, Shane Shanelle —le dijo y se separó de ella—. En la entrada principal tienes un coche esperando a llevarte a casa. Solo dale la dirección al conductor.

No dijo nada más, con una última inclinación de cabeza dio media vuelta y se marchó.

Era hora de que Cenicienta volviese a casa.