CAPÍTULO 42
—¿Has sobrevivido al interrogatorio?
Luke giró hacia el lado más ancho del porche y la vio sentada en el balancín.
—Ahora ya sé a quién has salido.
Ella puso los ojos en blanco y siguió meciéndose, el sonido del columpio avisaba que ya era hora de ser lubricado.
—Debí advertirte, pero no me dieron opción —comentó mirándole—. Espero que mi padre no haya sido demasiado duro.
—Solo lo justo —asintió—. De estar en su situación, habría hecho lo mismo. Es un hombre… interesante y perspicaz.
Lo suficiente para deducir en poco más de veinte minutos quién y qué era él. Sorprendentemente, Héctor Pears no era ajeno a su existencia y la de su raza, en realidad había trabajado incluso con algunos de sus conocidos. El hombre no perdió el tiempo. Fue sincero y directo. Aprobaba su presencia si era buena para su hija y pareció ganar algunos puntos cuando aceptó que se había emparejado con ella y que Shane sabía que él era un lobo.
No hizo mención a la herida de su hija pero estaba claro que desconfiaba de la excusa facilitada.
Durante el tiempo que hablaron disfrutó de la conversación, del choque de voluntades de dos hombres acostumbrados a llevar el peso de las cosas y a hablar con franqueza.
Sí, Héctor Pears le gustaba y su hija se le parecía en algo más que el color y la forma de los ojos.
—Lo que quiere decir que ha amenazado con meter tu culo en prisión si no te portas bien conmigo, ¿me equivoco? —continuó ella deteniendo el balanceo con las piernas—. Me temo que no están acostumbrados a que me presente en compañía masculina. Que yo recuerde, esta es la primera vez que mi madre no me presenta a algún posible candidato nada más cruzar el umbral de la puerta.
—No hay más candidatos para ti —gruñó en voz baja—, ahora estás atada a mí y sería algo violento tener que poner de patitas en la calle a cualquier idiota que ose siquiera babear sobre ti.
Se rio al tiempo que utilizaba un último impulso del columpio para ponerse en pie.
—No lo sé. Podría ser todo un espectáculo, especialmente si le enseñas los dientes y le gruñes al capullo de mi vecino de la infancia —aseguró como si pensase en la idea—. Sería fantástico verlo mearse en los pantalones del susto.
—Eres vengativa, cariño —correspondió a su sonrisa—. Imagino que no fue un buen compañero de juegos.
—Era y es un capullo, lisa y llanamente —se encogió de hombros y el gesto le provocó una mueca.
—¿Te has tomado algún analgésico?
Asintió al tiempo que se movía en su dirección.
—Sí y necesito moverme o me quedaré frita en ese columpio.
—Deberías echarte un rato.
Sacudió la cabeza.
—No. Nada de dormir —extendió la mano y señaló la extensión del rancho—. Voy a ejercer de buena anfitriona, antes de que mi madre salga dispuesta a que lo haga a base de escobazos y te enseñaré el rancho.
—Me parece bien, hace tiempo que no tengo oportunidad de correr —aceptó mirando alrededor—. Manhattan no ofrece demasiado espacio para dar libertad a las patas de un lobo.
Lo miró de medio lado.
—¿Correr? ¿En serio quieres correr?
Su sonrisa aumentó.
—Todavía no conoces bien a mi lobo, así que pongámosle remedio.
—Ah, no. Ni lo sueñes. Yo no voy a correr —se negó al tiempo que señalaba su brazo herido—. Y mucho menos con esto.
—No me he explicado bien —le dijo atrayéndola con cuidado a sus brazos. Le sujetó la barbilla entre los dedos y le acarició la piel de la garganta con el dedo libre—. El que va a correr soy yo. Tú… estarás cerca para que pueda volver a ti y hundas esas bonitas manos en mi pelaje. Incluso dejaré que me frotes la tripa.
No la dejó hablar. Bajó sobre su boca y la besó con lentitud, saboreándola y despertando en ella el deseo que ya corría por sus venas y lo mantenía duro.
—¿Alguna vez te han hecho el amor en medio de la hierba, Shane?
Ella jadeó en busca de aire, su cuerpo reaccionó al suyo y ronroneó a un nivel que él comprendía muy bien.
—No soy partidaria de retozar en el campo.
—Eso es porque todavía no has retozado conmigo.
Se apartó y comprobó que su brazo estaba bien.
—¿Me enseñarás ahora el rancho, amor?
Una hora después, Shane seguía dándole vueltas a la manera en que la había convencido. Habían paseado por las inmediaciones, visitado los establos y el huerto de su madre. Recorrieron las empalizadas y disfrutaron de la brisa de la tarde mientras el sol descendía poco a poco en su camino hacia el horizonte. Decidieron seguir por el sendero que llevaba a la colina dónde el viejo roble empezaba a mudar ya las hojas, la caminata y la abierta excitación que sus palabras y su presencia tenían sobre ella, la habían espabilado por completo al punto de hacerle olvidar el dolor del brazo y concentrarse en lo caliente que estaba. Notaba los pezones duros debajo de la camisa de franela por la que se había decantado después de asearse. Empezaba a ser una maldita tortura el caminar con esos jodidos vaqueros. Por suerte, tenía una distracción justo delante, una que parecía disfrutar de aquella escapada de la ciudad.
—Este es un buen lugar —proclamó deteniéndose a corta distancia del roble.
Siguió su mirada abarcando el horizonte. Lo vio levantar la cabeza y olfatear el aire.
—¿Hay un río o charca cerca de aquí? —preguntó girándose hacia ella.
Adiós zahoríes, hola lobos con agudo olfato.
—Un riachuelo que se va ensanchando hacia el este y que alimenta en parte a una amplia charca —le informó señalando la dirección en la que estaba—. No estoy segura de sí el señor Billy todavía tiene ganado, pero su rancho está en aquella dirección.
—Ajá —murmuró al tiempo que se quitaba la chaqueta y se la entregaba—. Guárdame esto, por favor.
Cogió la chaqueta con el brazo bueno y tuvo que obligarse a tragar y a no babear cuando se quitó también la camisa uniéndola a la primera prenda. Bien, no hacía frío, de hecho, la tarde estaba resultando verdaderamente agradable y cálida pero no tanto como para quedarse en bolas, lo cual parecía ser su intención.
—Luke, ¿qué estás…?
Se le secó la boca al verlo doblarse. Todos esos músculos trabajando al unísono, esa suave y satinada piel que ya había acariciado con los dedos y un fabuloso culo enmarcado por los vaqueros.
—Deja los zapatos aquí, ya los recogeré después —le pidió al tiempo que se libraba ahora de los pantalones y tras sacudirlos y doblarlos los depositó con cuidado sobre su brazo bueno—. Cierra la boca, Shane, o te entrará algún insecto.
La cerró al momento y notó como sus mejillas empezaban a ganar color.
—Puedes esperarme al pie del árbol. Voy a estirar un poco las patas y volveré a ti, ¿de acuerdo? —le acarició ahora la nariz con gesto travieso—. Deja la mente abierta para mí y te hablaré para que sepas que ando cerca.
No esperó escuchar respuesta alguna de su parte. Le guiñó el ojo, se apartó un par de pasos y arrancó a correr sobre dos piernas. Lo siguió con la mirada, pero cuando volvió a parpadear sus calzoncillos caían al suelo mientras un enorme borrón de pelo negro y gris ocupaba el lugar del hombre y cruzaba por delante de ella sobre cuatro poderosas patas.
«Nos vemos en un rato, lobita».
Su voz, profunda y más gruesa, pero todavía Luke, se filtró en su mente cuando las piernas empezaron a temblarle.
—Vale. De acuerdo. Tu chico es un lobo —se dijo a sí misma en voz alta—. Acaba de transformarse delante de tus narices. Sí. Normal. Absoluta y jodidamente normal.
Volvió a mirar la ropa interior tirada en el suelo y gimió.
Señor, eso había sido… increíble.
—Necesito sentarme.
Giró sobre sus inestables piernas y aferrando todavía la ropa, consciente de su olor y colonia, caminó hasta el roble dónde se sentó en el suelo como buenamente pudo al carecer del apoyo de su brazo herido.
—Oh mierda, joder… eso duele… —se dobló y levantó las rodillas intentando contener el momentáneo dolor.
«¿Shane? Siento tu dolor. ¿Qué ocurre?».
La inesperada voz en su cabeza la sobresaltó, miró a su alrededor esperando ver a su amante pero estaba sola.
«¿Shane? Respóndeme, compañera, puedo oírte incluso en la distancia».
Se lamió los labios.
—Ha sido una mala idea sentarse en el suelo con la ayuda de un único brazo —dijo en voz alta. No estaba segura de que fuese a escucharla—. No es nada… estoy bien.
«¿Seguro?».
Cerró los ojos y respiró profundamente a través del dolor permitiendo que este se diluyese.
«Sí, estoy bien».
Escuchó la voz de Luke con mayor claridad ahora, su risa y sintió… ¿libertad? Pero esa emoción no era suya, venía de él.
«Aprendes deprisa, Shane. Acabas de comunicarte conmigo a través de nuestro vínculo. Gracias por eso».
—¿Qué hice qué?
Abrió los ojos y parpadeó al darse cuenta de que seguía sola. Bajó la mirada a su ropa y se las arregló para doblarla con un solo brazo. Cuando acarició su camisa sintió la necesidad de aspirar su aroma, de repente, necesitaba de su compañía, tenerlo a su lado.
«Estoy llegando a la charca, la rodeo y vuelvo a ti».
Sus palabras la aliviaron y esa sensación la confundió aún más.
—Es culpa de los calmantes —se dijo—, tienes las defensas por el suelo y los nervios a flor de piel.
Dejó la camisa a un lado y se irguió hasta apoyar la espalda en el tronco del árbol. El sol incidía sobre ella derramando sobre ella el calor de un día que ya terminaba.
Cerró los ojos y disfrutó del momento.
«¿Shane?».
«Estoy bien. Sigue corriendo o lo que sea que hagas».
Hablarle de aquella manera parecía tan natural. Suspiró y dejó que el calor la adormilara.
«Duerme, amor. Te despertaré cuando vuelva a ti».
Amor. Él decía aquella palabra con tanta facilidad, con tanta suavidad y ternura que se sentía así, amada, querida y al mismo tiempo avergonzada de recibir tal atención de un hombre como él. Amor. Una palabra demasiado grande y sin embargo… era innegable que lo que se revolvía en su interior tenía mucho que ver también con ello.
«Te quiero».
La declaración surgió por sí sola de su mente, una verdad y hecho inconfundible que la hizo abrir los ojos de golpe y mirar el horizonte sin ver realmente nada.
—Que estúpida —musitó para sí al darse cuenta que no había marcha atrás. En realidad, nunca existió tal escapatoria—. Fantástico, ahora su ego se hinchara aún más.
Lo quería. Estaba enamorada de él, quizá desde el mismo instante en que sus caminos se cruzaron, quizá en algún punto después, pero la realidad era aquella por mucho que intentase evitar que ocurriese.
—Estoy enamorada de un lobo —repitió en voz alta en un intento por admitir para sí misma esa asombrosa realidad—. La que he liado. Mi vida no era lo suficiente complicada, tenía que joderse mucho más… tenía que enamorarme de ti. ¿Por qué demonios dejaste que ocurriera? ¡Esto es todo culpa tuya, Luke Evans!
«No me importa ser el culpable de tu amor, pequeña, me preocuparía serlo de tu odio».
—Deja de hablarme —protestó en voz alta—. Esta es una conversación privada entre yo… y yo.
Se rio, escuchó el sonido y lo que él experimentaba a través de su mente.
—O dejas de reírte o me largo con tu ropa —contraatacó con un siseo—. Y luego a ver cómo te las apañas para aparecer en casa en cueros.
La risa se incrementó.
«Arpía».
—Pulgoso.
Su risa continuó.
—Empiezas a irritarme, de verdad.
«Estoy iniciando el camino de vuelta. En unos minutos estoy ahí».
Sacudió la cabeza ante tan absurda conversación y entrecerró los ojos para protegerse de la luz del sol.
—No me hagas pelear, el esfuerzo hace que me duela el brazo —rezongó—. El esfuerzo de contenerme para no pegarte.
«Eres tú la que pelea. Yo solo estoy disfrutando de mi paseo».
Bufó.
—Un paseo a cuatro patas.
«El caminante de cuatro patas está a punto de pasarte por la derecha».
El aviso la tensó, se giró en la dirección indicada y no transcurrió mucho tiempo antes de que ese peludo borrón pasase a su lado, disminuyese la velocidad y desandase el camino a un ritmo mucho más lento que lo llevó a aproximarse a ella caminando.
El can era enorme, con un espeso y brillante pelo que sacudió de la cabeza a la cola. Una larga lengua rosa emergió de las fauces y se lamió la húmeda nariz al tiempo que bajaba la cabeza y se movía con mayor lentitud hasta detenerse a su lado. La peluda cola se balanceó de un lado a otro a modo de reconocimiento.
«¿Puedo echarme a tu lado?».
Parpadeó al escuchar su voz incluso con mayor intensidad en el interior de su mente.
—Solo si lo haces lejos de mi brazo lastimado —respondió sin dejar de mirarle—, y guardas los mordisquitos para ti.
El lobo se limitó a trotar hasta ella, se restregó contra su costado y se echó a su lado.
—Jesús, sí que eres grande —jadeó mirándole absorta. El corazón le latía a toda velocidad—. Haces dos del pequeño Collie. ¿No puedes avisar antes de hacer estas cosas?
Él ladeó la cabeza y se lamió el hocico.
«Te pregunté si podía echarme a tu lado, ¿qué más advertencia necesitabas?».
—Vas a conseguir que me dé un síncope.
Sacudió la cabeza y todo su cuerpo se movió contra ella como reacción al movimiento.
«No estás gritando, no tiemblas y tienes color. Para mí es un gran logro, si tenemos en cuenta que anoche casi me revientas los tímpanos».
Parpadeó, era incapaz de no mirarlo.
—¿Estás seguro de que fue anoche? ¿No ha pasado más tiempo? —gimió—. Han sucedido tantas cosas que parece que fue hace toda una vida.
La enorme cabeza lupina se restregó contra su pierna.
«¿Me acaricias? Por fi, por fi, por fi».
Un bajo gimoteo acompañó su infantil petición.
—Te estás comportando como un crío.
La enorme nariz empujó ahora su brazo, colándose debajo.
«Acaríciame, anda. Quiero tu olor sobre mí. Sé buena. Acaríciame. Me gusta que me rasquen detrás de las orejas y me froten la tripa».
—Estás loco si piensas que voy a frotarte alguna cosa.
La cabeza volvió a empujar contra ella, parecía un jodido perro, uno enorme, pero un perro a fin de cuentas.
«Acaríciame, Shane».
—Oh, por todos los santos —rezongó y plantó sin pensarlo la mano sobre la peluda cabeza. En el momento en que su mano acarició el suave y mullido pelo fue incapaz de no hundir los dedos en esa espesura y gemir de placer—. Oh, dios. Si eres un peluche.
Su respuesta fue un canino suspiro, cerró los ojos y permaneció en estado de éxtasis mientras ella le acariciaba.
—Es… muy suave… dan ganas de abrazarte —murmuró maravillada por su piel y sobrecogida por lo que estaba haciendo.
«Adelante, no te prives. Yo estoy encantado. Dios, esto sí que es bueno. Un poquito más a la derecha. Oh, sí, perfecto».
Se rio, fue incapaz de no hacerlo. Entonces se inclinó y le rascó detrás de las orejas consiguiendo un nuevo gemido del lobo.
«Oh, sí nena. Justo ahí. Dios, esto es casi tan bueno como el sexo cuando lo haces tú».
Se echó a reír abiertamente ante su delirio y se relajó. Estaba absolutamente maravillada de ser capaz de acariciar a una bestia salvaje como aquella, pero sobre todo que dicha bestia fuese suya. El hombre del que se había enamorado.
—¿Luke?
«¿Hum?».
Se inclinó sobre él y acercó los labios a la enorme oreja.
—Quiero hacerlo —susurró. Se lamió los labios y continuó—. Quiero retozar contigo entre la hierba.
El lobo ladeó la cabeza hasta mirarla con esos ojos dorados.
«Tú si sabes cómo mejorar el día de un lobo, Shane».
Le empujó el costado con la nariz y se levantó, sacudió el cuerpo una vez más y saltó hacia un lado, oteó el aire y se deslizó sigilosamente alrededor del ancho tronco del árbol para reaparecer desde el otro en forma humana, completamente desnudo y más que listo a hacer realidad sus deseos.
—Llevas demasiada ropa encima —le dijo al tiempo que se cernía sobre ella—, permite que me ocupe de solucionarlo.
Bajó la boca sobre la suya y la besó, hundió la lengua a través de sus entreabiertos labios y no pudo evitar sucumbir ante su sabor y la pasión impresa en ese acto.
Sí, esto era lo que quería. Él. Lo desea a él, lo quería, ahora… y quizá para siempre.
—He perdido la cabeza por completo —musitó cuando él se separó para ver por dónde iban sus manos.
Sus ojos se encontraron.
—¿Por qué?
—Me he enamorado de ti… de un lobo —declaró lo obvio—. Y es una locura. ¿Tú y yo? Pertenecemos a mundos distintos, ahora más que nunca…
La silenció posando un dedo sobre sus labios.
—Ahora más que nunca, tú mundo y el mío son uno —le aseguró—. Tu amor… lleve el tiempo que lleve, lo aceptes antes o después, lo sepas o lo ignores, es el mejor regalo que puede tener un lobo, el mejor regalo que puedes haberme hecho. Te quiero, Shane, lisa y llanamente. No me planteo nada más. Es lo que sé, lo que siento y si me dejas, pasaré el resto de mi vida demostrándotelo.
—Nunca imaginé que fueses del tipo romántico.
Él sonrió de medio lado.
—Yo tampoco —le acarició la nariz—, pero aquí estás y me siento inclinado a hacer toda clase de estupideces si con eso puedo hacerte feliz. Sé mi compañera, mi amiga, mi mujer, mi esposa… acéptame y me tendrás eternamente.
—No voy a irme a vivir contigo —declaró sin pensar.
Los dos se miraron durante unos instantes, entonces se echaron a reír.
—De acuerdo, pero sí te casarás conmigo conforme tus leyes —declaró con esa apabullante seguridad que lo hacía tan sexy—. Y no acepto un no por respuesta.
—No puedes decir que no aceptas un no por respuesta, tengo derecho a negarme.
Sacudió la cabeza.
—No. Todo a lo que tienes derecho en estos momentos es a ser amada —le aseguró deshaciéndose del último botón de la camisa de franela—, y eso es algo de lo que pienso encargarme personalmente. Cuando haya terminado contigo, no te quedará ninguna duda de que la respuesta tiene que ser sí.
—Eres imposible…
—Le dijo la sartén al cazo.
Suspiró, fue todo lo que le dejó hacer, especialmente cuando sus bocas volvieron a encontrarse y la pasión volvió a surgir entre ellos llevándolos a retozar entre la hierba.