CAPÍTULO 2

Maldita alergia.

Luke echó un nuevo vistazo a su alrededor y desnudó los dientes dejando que su naturaleza lupina emergiese. No podía oler nada, ni siquiera el centro de flores que ya descansaba sobre la mesa auxiliar de madera maciza cuando entró, la misma que llenaba el hueco entre los sofás situados en el área de esparcimiento del dormitorio y que había amenazado con lanzar por la ventana. Estaba tan congestionado que ni siquiera le molestaba ya el penetrante perfume de su deliciosa e inesperada invitada.

Mirabella se había presentado por sorpresa a la hora de la comida en su restaurante favorito. La loba era una de sus asiduas acompañantes así como también una de sus amantes. O lo había sido hasta hoy. Su presencia, tal y como acababa de comprobar tras este último interludio, le molestaba más que le distraía y la culpa de ello era sin duda su palpable interés en darle «caza».

A estas alturas de su relación cabría pensar que la hembra habría comprendido que su primera y única regla no dejaba lugar a excepciones. Él era el que elegía con quién, el momento y el lugar, así como cuándo llegaba el instante de dar por zanjada cualquier clase de relación. Y cualquier clase de relación que hubiese tenido con ella había llegado a su fin.

La loba había traspasado la línea de confort que se había autoimpuesto lo que derivó en el inmediato finiquito de cualquier tipo de transacción; prueba de ello era que acababa de darle la patada después de follársela.

El incesante parloteo femenino no era más que un murmullo lejano en sus oídos, su esbelta figura se había paseado completamente desnuda por delante de sus narices mientras recogía las prendas esparcidas por la habitación sin que ello trajese consigo nada más que un aburrido bostezo. Había perdido por completo el interés en ella.

Gruñó, el sonido reverberó en el dormitorio trayendo consigo la inmediata obediencia de un lobo inferior ante un alfa. El bendito silencio ocupó entonces el espacio de su parloteo y lo hizo incluso más consciente de su incapacidad olfativa.

—Sería conveniente que te marchases —declaró y se levantó de la silla que había ocupado tras el sencillo escritorio ubicado junto a la ventana—. Tendrás que arreglarte para la reunión de los clanes. Arik no estará demasiado feliz si llegas tarde a la ceremonia de apertura, especialmente cuando el príncipe ha accedido a mover el culo desde Rumanía solo para la ocasión. Aunque puedes echarme la culpa a mí, eso sin duda lo joderá aún más.

Y aquello era sin duda otro de los motivos que lo tenían tan irascible. Como jefe de la región del medio atlántico, era el actual anfitrión del cónclave anual que reunía a los alfas de las concesiones en las que estaba dividido el territorio americano; un honor que había declinado con absoluto placer si ello no hubiese traído más problemas que soluciones.

—Este mediodía estabas más que dispuesto a elegirme como acompañante para esta importante velada sin importarte lo que dijese Arik.

Posó la mirada en ella con total intención y la vio actuar en consecuencia. Era tan predecible. Una perra con el rabo entre las piernas cuando un macho de rango superior la intimidaba. La sumisión en su cuerpo fue inmediata, no pasó así en sus ojos, los cuales brillaban con femenina irritación.

El hecho de que mencionase a ese grano en el culo del Ejecutor, no hacía las cosas mucho mejores para ella. En realidad, parte de su interés en la mujer había venido motivado precisamente por el hecho de que esa cosita trabajaba también para su competidor en los negocios; Arik Vinci, el Ejecutor de su raza.

—Y ahora estoy más que dispuesto a hacer que muevas ese bonito culito y salgas por esa puerta —aseguró indicándole cada paso a seguir—. Prerrogativa de ser el alfa en la habitación, encanto. Yo ordeno, tú obedeces.

Si fuese una gata, se le habría erizado hasta la cola. Si bien su olfato no podía darle una sola pista de las intenciones de la mujer, su lenguaje corporal hablaba por sí solo. Podía no contar con el beneficio de oler sus mentiras, pero tampoco era que le hiciese falta con ella.

—Ha sido una tarde agradable, Mirabella, así que procura no estropearla con una escena —pidió al tiempo que cruzaba la habitación en dirección al baño. Quizá una ducha de agua caliente y el vapor hiciesen algo a favor de su congestión. A un nivel muy primitivo se sentía indefenso, el olfato era uno de los sentidos primordiales de un lobo y con él atrofiado, su voluble naturaleza empezaba a írsele de las manos—. Ya sabes dónde está la salida.

Ella jadeó, un gesto que evidenciaba el ultraje al que parecía sentirse sometida. Mujeres, siempre masificando sus reacciones y sacándolas de contexto.

—No has escuchado ni una sola palabra de lo que he dicho, ¿no es así?

Se encogió de hombros y se giró únicamente en el momento en que alcanzó el umbral de la puerta del cuarto de baño.

—Lo que debería haber dejado claro mi total falta de interés ante tanta cháchara.

Se tensó, sus ojos se entrecerraron y brillaron con ese tono tan característico de una hembra cabreada. Si lo hubiese dejado ahí se habría limitado a darle la espalda y dejar que se cociera en su propia rabia pero la muy estúpida hizo lo último que debería hacer cualquier lobo cuerdo ante un alfa irritado; gruñó.

—Ya veo que la falta de inteligencia es algo común en todas las hembras de nuestra especie —soltó insultándola abiertamente y dándole al mismo tiempo una rápida salida para el entuerto en el que acababa de meterse. Nadie en su sano juicio desafiaba a un alfa, no a menos que fueses un lobo dispuesto a arrebatarle el puesto o su compañera vinculada, quien se sabría a salvo de su pareja.

—Eres un cabrón hijo de puta —declaró ella. Sus mejillas totalmente rojas por la humillación y la rabia apenas contenida. A pesar de todo tuvo el acierto de retroceder, dejando clara su postura de sumisión frente a él. Se sentó en el taburete tapizado a los pies de la cama y se calzó de inmediato los zapatos con los que había entrado taconeando horas antes.

Estás muy, pero que muy jodido, Luke. Se dijo a sí mismo al ver esos cremosos senos que había degustado previamente bamboleándose entre el pronunciado escote del vestido. En circunstancias normales, la sola visión de ese par de joyas gemelas, habría sido suficiente para hacerle olvidar hasta su nombre y arrastrarla de nuevo a la cama pero ahora ese delicioso y esbelto cuerpo, las largas e interminables piernas que se habían envuelto alrededor de su cintura y el vibrante pelo dorado no despertaban en él más que el tedio.

—Eso es algo de dominio público, encanto —dio respuesta a su previa afirmación—, si creías lo contrario, es que eres una perra ilusa.

Y ahí estaba, un nuevo insulto gratuito. Por regla general era educado y respetuoso con las mujeres, ya fuesen de su raza o humanas, pero esta estaba sacando lo peor de él con cada nuevo minuto que pasaba a su lado.

La furia en sus ojos atrajo al lobo, al alfa que corría por sus venas. Una inmediata necesidad de alzarse sobre ella y someterla empezaba a hacer que le picase la piel y se le curvasen los dedos.

—No te mereces un solo minuto más de mi tiempo —siseó ella levantándose y enderezándose cual reina ante la presencia de sus súbditos.

Se inclinó en una estudiada reverencia ante ella.

—Una respuesta de lo más sabia, querida —aseguró al tiempo que volvía a enderezarse y clavaba sus ojos en los de ella—. No permitas que mi ausencia de interés hacia ti te haga perder más de ese valioso tiempo. Te ofrezco una salida digna, sé una buena chica y aférrate a ella. Coge ese lindo culito y sácalo de mi propiedad… ahora mismo.

Los ojos marrones brillaron con incredulidad y rabia contenida, emociones que se reflejaron también en su cuerpo y en su voz.

—No te atrevas a hablarme como si fuese una de tus perras, Luke Evans —siseó entre dientes—. No te atrevas a compararme siquiera con una de esas mestizas a las que te tiras…

Chasqueó la lengua y se flageló mentalmente por su falta de previsión e inteligencia a la hora de involucrarse con una mujer como ella.

—Suelo tratar a cada uno como lo que es o como lo que muestra ser y…

El rápido ardor que le atravesó la mejilla añadió más combustible a su ya inestable humor. Se limitó a mirarla a los ojos, a sostenerle la mirada y ver cómo palidecía gradualmente mientras apretaba la mano con la que acababa de abofetearle contra la cadera.

—No soy una de las putitas con las que te sacudes la polla, Evans —murmuró con voz quebrada y rabiosa—, harías bien en recordarlo.

Se acarició la mejilla con el dedo anular.

—Y una vez más, te doy la razón —declaró con malicia—, a ellas las dejas a la altura del betún.

La segunda bofetada no llegó a impactar en su rostro, cerró los dedos alrededor de la mano y apretó lentamente al tiempo que se la llevaba a los labios y se los besaba.

—¿Eugene?

—¿Sí, querido?

Ella se giró hacia el recién llegado pero él no necesitaba de una confirmación visual para saber que su beta y asistente había hecho acto de presencia.

—Acompaña a la señorita a la puerta —pidió sin dejar de mirarla a los ojos—, y asegúrate de que no se deja nada que la haga tener que volver a hacernos una visita.

Ella se soltó de su agarre, apretó los labios y finalmente alzó la barbilla con gesto desafiante.

—Acabarás arrepintiéndote de alejarme, que no te quepa la menor duda —siseó. Entonces dio media vuelta, apartó al otro hombre con un gesto de la mano y salió como una exhalación del dormitorio dejando tras de sí el sonoro golpe de la puerta principal al cerrarse.

—Y a eso le llamo yo una salida estelar —barruntó su compañero girándose ahora hacia él—. Has tardado un poquito más de la cuenta en darle la patada. ¿A qué estabas esperando? ¿Quieres una medalla a la paciencia?

El hombre era el vivo retrato de la elegancia y la sensualidad del viejo mundo, un lobo con ascendencia europea que había acabado en su clan y como su mano derecha desde el mismo instante en que supo que sería el nuevo alfa de los lobos de Manhattan. El suyo era uno de los pocos clanes no generacionales, su subida al poder no era hereditaria sino un desastroso cúmulo de acontecimientos y asesinatos que lo dejó como líder de numerosas familias con tan solo diecisiete años. Como el único alfa puro en el territorio y ante la falta de opositores, el Consejo decidió por unanimidad que él sería el nuevo jefe.

Eugene había estado a su lado desde entonces, ayudándole y guiándole, señalándole incluso los errores que no deseaba siquiera recordar. Y era el lobo más gay que había conocido en toda su vida. El suyo era un pueblo libre y el destino un cabrón hijo de puta que podía emparejarte con quien le diese la gana, incluso con más de una pareja, si así estaba escrito.

Una compañera. La sola idea lo hacía estremecer. No quería esa responsabilidad sobre sus hombros, tenía suficiente con la del clan. Cuando se emparejase lo haría con quien él eligiese, una mujer que se plegase a sus deseos y se mantuviese en su lugar, alguien que no interviniese en su libertad y le diese descendencia. El amor era demasiado peligroso, era capaz de destrozarte y destrozar todo aquello por lo que habías luchado, te hacía ciego a todo lo que tenías ante tus ojos. No, él sería el que eligiese. Solo él.

—Déjame adivinar —continuó él ajeno a sus pensamientos—. Sigues congestionado y no eres capaz de oler ni una diminuta florecilla.

Enarcó una ceja a modo de respuesta a lo que él se encogió de hombros y lanzó el pulgar por encima del hombro.

—El centro de flores del que te quejaste sigue aquí y has tardado mil años en darle la patada a esa zorrita —le recordó con ese gesto irreverente que lo caracterizaba—. Esta habitación apesta a celos y desdén… ah, estúpidas hembras.

—Entre las sábanas eso no importa demasiado.

—Y ya volvemos a pensar únicamente con la polla —chasqueó la lengua y arrugó la nariz—. Hay que ventilar todo esto. Dios… su perfume es horrible y además barato.

—Abre las ventanas, yo voy a ver si me meto bajo la ducha y consigo… algo —rezongó girando sobre los talones—. ¿Velkan no ha llegado todavía?

—Si su real y jodida alteza hubiera puesto sus patitas en territorio americano, lo sabríamos —murmuró moviéndose por la estancia—. Aunque, conociendo a nuestro principito, es capaz de estar cenando en el restaurante de aquí al lado sin que nadie se haya dado cuenta. ¿Tienes idea de lo irritante que es eso? Por favor, es nuestro líder, el único lobo rumano de sangre pura que queda y se comporta como un adolescente en vez de un hombre de casi treinta y cinco.

Reprimió una sonrisa y entró en el baño. No podía culpar al Voda por querer vivir unas horas lejos de todo el peso que traía consigo ser el cabeza de toda la raza lupina, solo dos años menos que él mismo, Velkan Voda, era responsable de innumerables vidas, su ley y su posesión más preciada; cada lobo existente daría la vida por él.

—Cuando esté listo, nos lo hará saber —declaró. Abrió el grifo del agua caliente y se estremeció de manera involuntaria.

—Eso espero o a alguien que yo me sé le dará vueltas la cabeza —comentó señalándose a sí mismo en el proceso—. Pero ahora tenemos otro asunto importante del que ocuparnos. ¿A quién convoco?

Salió del baño cerrando la puerta tras de sí para atrapar el vapor en el interior de la estancia y lo miró.

—¿Cómo que a quién convocas?

Señaló la puerta principal.

—Aunque es una auténtica zorra, te habría venido bien durante la celebración que dará comienzo en… —miró el reloj—, menos de dos horas. No puedes oler una maldita cosa, detestas las aglomeraciones y acabarás con síndrome premenstrual en cuanto alguna loba solitaria empiece a restregar las tetas o todo su cuerpo sobre ti. Necesitas un adorno para llevar del brazo y que mantenga alejadas a las perras en potencia.

Frunció el ceño. Odiaba tener que darle la razón.

—¿Shana? —sugirió echando mano de los nombres que podía recordar y asociar con un rostro. Su lista de amantes había ido ascendiendo y descendiendo en los últimos meses al punto de que ya no sabía a quién había dejado dentro y a quién fuera.

—Se ha emparejado.

Su ceño se profundizó mientras repasaba mentalmente la lista.

—¿Amanda?

—¿La perra que amenazó con cortarte los huevos y dárselos de comer a su alfa si volvías a acercarte a ella?

—Julianne Lean. —Puso los ojos en blanco al recordar la naturaleza de tal amenaza—. Juli es una buena candidata. Habla poco, se comporta con elegancia y… oh, no… espera… no fue ella la que…

—Sí, la que pillaste en tu propia cama con la muchacha de la limpieza —aseguró frotándose una ceja—. La misma que te invitó a unirte al trío. Fue una pena que le dijeses que no, habría sido memorable.

—¿Quemaste esa cama?

—Quemé la habitación entera y luego la remodelé —aseguró con una amplia sonrisa.

Sacudió la cabeza y se encogió de hombros.

—Pues consígueme una mascota —pidió al tiempo que se volvía de nuevo hacia el baño—. Que hable poco, sepa comportarse en sociedad y no salga gritando si de repente alguno de nuestros invitados decide dejar salir a su lobo.

Eugene dejó escapar una sonora carcajada.

—Luke, querido, son las diez y media… la recepción comienza a las doce en punto, ¿dónde esperas que consiga a alguien en menos de dos horas?

Abrió la puerta del baño y entrecerró los ojos al notar ya el vapor.

—Eres tú el que dice que necesito compañía para alejar a las perras potenciales, ¿no?

Su compañero se llevó las manos a las caderas en una pose muy femenina.

—Emparéjate de una jodida vez y no tendremos estos problemas, ricura —le respondió con hastío—. Te lo juro, me saldrán canas antes de que te decidas a darme una alegría. ¡Quiero Lukitos que mimar!

Lo miró con cierta ironía.

—Adóptalos, tendrás más probabilidades de conseguirlos así que si esperas a que tú y yo procreemos.

—Ja-Ja. Mira cómo me río —rezongó. Se arregló la perenne corbata y lo recorrió de los pies a la cabeza—. Métete en la ducha y quítate ese olor a zorra americana mientras obro un milagro.

Sacudió la cabeza.

—No sé para qué rezongas tanto, Eugene, al final siempre tienes soluciones para todo tipo de problemas.

—Divina trinidad, dame paciencia —resopló y se giró hacia él en el mismo instante en que cerraba ya la puerta del baño—. Solo por hacerte el listo contactaré con esa agencia de acompañantes que te recomendó Aksel.

No se le escapó la ironía tras las palabras de su beta. Aksel Korss, el alfa de la región Atlántico Sur afincado en Florida, había conocido a su compañera a través de dicha agencia.

—Asegúrate de conseguirme solo un «adorno», Eugene —le dijo cerrando ya la puerta—, no algo permanente.

—Si por mí fuese, sería permanente y con churumbeles.

Luke no respondió, reprimió una sonrisa y respiró profundamente. Esperaba que el vapor del agua consiguiese despejarlo lo suficiente para recuperar el olfato.