Capítulo 12
La conversación
—¿Te ha gustado? —inquirió una voz de hombre—. Su cuerpo es frío, como los demás —respondió la mujer.
—Debería bastarte… Tu alma no necesita de otra cosa.
—Sabes muy bien que sí. Aún ansío el momento de encontrarle. Solo entonces podré decir que estoy completa.
—¿Qué crees que le ocurrirá ahora a ese pobre hombre?
—Supongo que lo mismo que a todos. El Diablo de la Inocencia acabará con él… —suspiró, y añadió—: Siempre ha sido así.
—¿Te sientes orgullosa de sus actos?
—No… Ni siquiera sé por qué lo hace; pero tampoco siento lástima de las víctimas.
—Me asombra tu falta de sensibilidad.
—Y a mí tu hipocresía. Dices que me necesitas, y vienes a importunarme con tu crítica. Eres tan implacable como yo.
—Ese es nuestro destino.
Se oyeron unos pasos por el corredor de fuera, acercándose poco a poco a la habitación.
—Debes irte —le recordó la mujer.
—Sí, pero antes prométeme que te olvidarás de él.
—Imposible. Sé que vendrá… algún día.
—No puedo evitar el tenerte lástima. Me resulta patética tu seguridad.
Madame Gautier golpeó con los nudillos en la puerta. Aguardó breves segundos por cortesía, luego entró sin aguardar respuesta. La joven estaba frente al balcón, observando en silencio el tenue resplandor de la Luna llena en los cándidos muros del edificio de enfrente, donde la humedad era bien patente. El ventanuco estaba abierto. La brisa de la noche se iba adueñando de la estancia, llevándose consigo el desdeñable aroma varonil impregnado en las escaroladas sábanas del lecho. La escena le resultó estudiada desde un principio, como si se tratara del acto inicial de una obra de teatro.
—¿No tienes frío? —preguntó amablemente la madre abadesa, entornando poco a poco las hojas del ventanal.
—Sentí la necesidad de tomar un poco el aire.
—Ya… Deberías descansar. Dormir te hará bien.
La muchacha hizo un gesto afirmativo con la cabeza. Se dio la vuelta, subyugada por sus propios pensamientos, y fue directa hacia la cama buscando abrigo bajo las mantas.
—Le diré a Charity que te traiga un tazón de caldo. Te sentará bien algo caliente.
Sin nada más que decir, la alcahueta volvió a marcharse por donde había venido, apartando de sus pensamientos, por absurda, la impresión de haberla escuchado hablar con un hombre.