Capítulo 20

La segunda entrega

Charles regresó a su casa mediada la noche. Aún arrastraba consigo esa sensación de impotencia que sigue al fracaso, cuando su valet de pie se bajó del carruaje, y se adelantó de forma solícita para abrirle la puerta principal de entrada. Fue directamente a su habitación, cerrando tras de sí con llave. Lo único provechoso de su visita, reconoció mentalmente, fue la amable explicación del marqués de la Roche sobre el verdadero sentido de la Piedra Filosofal. Según el antiguo texto, leído años atrás por el aristócrata y del que recordaba vagamente parte de sus párrafos, se trataría de un largo proceso que conducía a la iluminación del alma, una serie de prodigiosas experiencias que abocarían en la regeneración del cuerpo; su glorificación y perfección. No se trataba, pues, de un fin material sino espiritual.

Dejó a un lado su interés por el documento. Estaba cansado y necesitaba dormir varias horas.

Fue hacia la cómoda y cogió el candelabro, con cuidado de no quemarse con la cera que se iba desprendiendo hacia abajo. Luego rodeó la amplitud de su lecho con el fin de dejarlo sobre la repisa de la chimenea. Y al hacerlo, algo llamó su atención: había un pergamino enrollado sobre los papeles de su despacho, un manuscrito similar al que llevaba guardado en su levita. Sintió como sus piernas flaqueaban a causa de la sorpresa.

¡Aquello no podía ser cierto, no en su casa! ¿Quién iba a ser capaz de entrar, si solo él tenía la llave del dormitorio y los ventanales estaban cerrados por dentro?

Lentamente se fue acercando a la mesa. Lo miró con una mezcla de asombro y desconfianza, creyendo estar frente a un espejismo nacido de la ofuscación y el delirio obsesivo. Tuvo que acariciarlo para cerciorarse de que era real. Parecía exactamente igual al que le entregaron días atrás, aunque tendría que desplegarlo para estar seguro del todo; pero antes mandó llamar a la servidumbre para exigir explicaciones.

Acudieron todos al requerimiento, un tanto inquietos al no saber muy bien qué era aquello tan importante que debía decirles el amo. Uno al lado del otro, criados, cocineros y doncellas, fueron interrogados con severidad tras observar de cerca el pergamino. Todos negaron haber visto antes nada parecido, al igual que estuvieron de acuerdo en que nadie había visitado la casa en su ausencia. Charles tuvo que aceptar la explicación de los siervos a pesar de lo incomprensible que era admitir la verdad. La franqueza con que se expresaron no dejaba un resquicio para la duda. Les permitió retirarse con el rostro contraído, haciéndoles prometer que no hablarían con nadie de aquel incidente.

Ya a solas, decidió no esperar más y rompió el lacre. Sus manos temblaron levemente al desenrollarlo.

Se trataba de la segunda entrega.