Capítulo 38

La cena

Aquella misma noche, y por sorpresa, tanto Lía como Papilión fueron invitadas a cenar por la dueña de la casa. En realidad, ninguna de las dos tenía ganas de asistir al evento; pero como vivían bajo el mismo techo les fue imposible encontrar una excusa creíble que les impidiera acudir a la impensable cita, algo que hubiese supuesto una descortesía. A pesar de todo no iban a alterar sus planes, dado que la entrevista con el teniente se llevaría a cabo cuando cerrasen las puertas del prostíbulo. Ya encontrarían, finalizados los postres, un pretexto razonable para retirarse a dormir sin levantar sospechas.

Sentadas frente a la mesa del salón privado de la Gautier, tres mujeres degustaban distintos platos tras haber calentado el estómago con un caldo ligero a la alemana, al tiempo que daban buena cuenta de vinos blancos afrutados del Rin que concedían cierta elegancia al tallado de sus copas. La conversación giraba en torno a lo desamparada que quedaba la mujer cuando un hombre decidía abandonarla a su suerte. Por desgracia, un tema bastante frecuente en la sociedad europea de aquellos años hoy tan pretéritos.

—Por ejemplo, tu caso… —aseguró la alcahueta al dirigirse a Papilión, sosteniendo hacia arriba el tenedor y el cuchillo—. Me imagino cómo te sientes después de todo este tiempo sin tener noticias de tu mentor. Debe de ser angustioso estar siempre a la espera.

Dicho esto, volvió a cortar la carne de su plato en trozos pequeños para que pudiesen triturarla las escasas muelas que aún le quedaban sanas en la boca.

—Si no ha venido es porque algo se lo impide —fue la fría respuesta de la joven—. Pero sé que antes o después volveré a verlo.

—Según mi opinión, creo que ese príncipe esconde algún secreto —insistió la dueña del lupanar—. Su mirada es demasiado oscura y enigmática… ¡Sí, eso es! Es como la de un delincuente. Para mí que si no ha regresado a buscarte es porque debe andar preso en alguna mazmorra, o escondiéndose de la Justicia. De los hombres no se puede una fiar nunca, a pesar de los títulos y apellidos.

—¡Y sin embargo tan necesarios! —suspiró Charles, haciéndose eco del generalizado pensamiento femenino—. Y si no, deteneos un instante, y pensad seriamente qué sería de vuestro negocio sin ellos.

No le gustó el comentario a la Madame de la casa, aunque tuvo que reconocer que llevaba toda la razón. Tratando de ser sincera consigo misma, creyó que lo mejor sería no andarse por las ramas.

—Hace una semana encontraron muerto al bueno de André en la catedral de Nôtre-Dame, y poco antes al emperejilado de Asmodeus… ¿No te parece extraño?

Charles quiso salir en su defensa, pero hubiera resultado sospechoso. Decidió esperar a ver cómo se desarrollaban los acontecimientos.

—Sí… ciertamente —Papilión fue concisa en la respuesta.

—Por otro lado, he oído decir a mi sobrina que Lucette vio a un individuo merodear por los exteriores de la casa, siniestro sujeto que trató de entrar por la fuerza en el jardín —porfió de nuevo—. Y yo me pregunto… ¿tendrá algo que ver con los asesinatos de tus amantes?

—Desconozco la identidad de dicho personaje, madre abadesa, y apenas conocía a Asmodeus y al noble caballero que vos dejabais entrar en mi cuarto sin el consentimiento de mi tutor. —Papilión se tomó la licencia de ser impertinente con su anfitriona; al fin y al cabo, sus días en la casa estaban contados—. Pero estoy segura de que la Policía encontrará al culpable, y le hará pagar pronto por sus delitos.

—¡En efecto! La Policía es quien debe preocuparse, y no nosotras —intervino Charles con mucho énfasis, llenando luego su copa de hipocrás—. A mí, todas estas historias horripilantes me hielan la sangre.

—Estaré tranquila mientras ninguna de mis niñas tenga algo que ver con los crímenes. En caso contrario, si una de estas rameras es cómplice de un delito, me arrastra consigo a la horca. Fijaos bien si puede llegar a inquietarme todo lo que tenga relación con ellas y mis clientes.

En eso estuvo de acuerdo Charles, pues no en vano había estudiado Derecho Civil y Canónigo en los mejores colegios de París.

—Papilión va a dejar de ser una carga para vos. Mañana mismo regreso a mi domicilio… y ella viene conmigo… —Charles aprovechó el cariz de la conversación para adelantarle la noticia—. Por supuesto retendréis el oro entregado a cuenta por las molestias, y algo más cuando nos vayamos. Creo que de este modo os privo de una responsabilidad que no aporta ningún beneficio, y sí demasiados problemas.

Aquello no se lo esperaba la alcahueta. Fue como haber caído en su propia trampa. Pese a todo aceptó su derrota porque en el fondo le beneficiaba tener lejos a Papilión. Su presencia en la casa, además de su supuesta relación con el criminal, podría ser el fin de su boyante carrera con las furcias.

—El príncipe Rákóczy en persona la dejó bajo mi tutela con el encargo de permitir que un joven, llamado Asmodeus, viniera a verla cada vez que este lo creyera necesario —le explicó Sophie Bertrand, ahora con la solemnidad propia de una institutriz—. No regresó tras la desdichada muerte del cortesano, y ahora soy yo quien corre con los gastos de su protegida. El pacto se ha roto, así que puede marcharse cuando quiera si ese es su deseo.

—Celebro que seáis de mi misma opinión… —añadió Charles, que esbozó una sonrisa—. A partir de ahora, Papilión será mi dama de compañía. En caso de que alguna vez la reclamen, os daré mis señas para que vengan a buscarla. Ya trataré de persuadir al caballero, y hacerle ver que ha perdido sus privilegios sobre esta encantadora joven.

—¿Estás de acuerdo en todo? —La pregunta de la propietaria del lupanar iba dirigida a la interesada.

La joven asintió en silencio con una sencillez que daba lástima.

Madame Bertrand, a pesar de su curiosidad, tuvo que desistir en su empeño, y prefirió no hablar el tiempo que les quedaba hasta el final de la cena, rematada con confitura de nueces. Se quedó con ganas de saber si realmente existía una relación entre el sujeto que rondaba la casa, el asesino de su añorado amigo André Saint-Clair y la joven que se afanaba en devorar frente a ella el faisán a la crême du asperge que les preparara Charity para cenar. Pero eso era algo que aprendería a superar una vez que se fuera de aquella casa de citas.

Estaba segura que a partir de entonces todo volvería a ser como antes.