SEGUNDA PARTE.

MIEDO Y RECELO.

Hacia mediados de la segunda mitad del siglo XX, los ideales de los científicos sociales de la primera mitad disfrutaban de una victoria bien merecida. La eugenesia, el darvinismo social, la conquista colonial, las políticas infantiles dickensianas, las manifestaciones abiertas de racismo y sexismo entre la gente con estudios y la discriminación oficial de las mujeres y las minorías se habían erradicado de la vida occidental, o al menos se estaban desvaneciendo con rapidez.

Al mismo tiempo, la doctrina de la Tabla Rasa, que había quedado difuminada con los ideales de igualdad y progreso durante gran parte del siglo, empezaba a mostrar fisuras. A medida que empezaban a florecer las nuevas ciencias de la naturaleza humana, se iba poniendo de manifiesto que pensar es un proceso físico, que las personas no son clones psicológicos, que los sexos se diferencian por igual del cuello hacia arriba que del cuello hacia abajo, que el cerebro no está exento del proceso de evolución y que las gentes de todas las culturas comparten unos rasgos mentales que las nuevas ideas de la biología evolutiva pueden iluminar.

Estos avances presentaban a los intelectuales una disyuntiva. Los de mente más fría podrían haber explicado que los descubrimientos eran irrelevantes para los ideales políticos de la igualdad de oportunidades y de derechos, que son doctrinas morales sobre cómo hay que tratar a las personas, y no hipótesis científicas sobre cómo son las personas. No hay duda de que es un error esclavizar, oprimir, discriminar o matar a las personas, con independencia de cualquier dato o teoría previsibles que un científico en su sano juicio pudiera ofrecer.

Pero no estaban los tiempos para frivolidades. En vez de separar las doctrinas morales de las científicas, lo cual habría asegurado que el reloj no diera marcha atrás fuera lo que fuese lo que se obtuviera en los laboratorios y en los trabajos de campo, muchos intelectuales, incluidos algunos de los científicos más famosos del mundo, pusieron todo su empeño en vincular ambas doctrinas. Los descubrimientos sobre la naturaleza humana se recibían con miedo y recelo porque se pensaba que constituían una amenaza para los ideales progresistas. Todo esto se podría relegar a los libros de historia si no fuera por el hecho de que esos intelectuales, que otrora se habían llamado «radicales», son hoy la clase dirigente, y el terror que mostraron ante la naturaleza humana ha echado raíces en la vida intelectual moderna.

Esta parte de libro trata de las reacciones de motivación política ante las nuevas ciencias de la naturaleza humana. Aunque originariamente la oposición fue una creación de la izquierda, se está haciendo habitual entre la derecha, cuyos portavoces se entusiasman con algunas de las mismas objeciones morales. En el capítulo 6 expongo todas las diabluras que proliferaron como reacción a las nuevas ideas sobre la naturaleza humana. En el capítulo 7 demuestro que estas reacciones procedían de un imperativo moral que quiere conservar la Tabla Rasa, el Buen Salvaje y el Fantasma en la Máquina.