Capítulo 3

LOS OTROS

 

A veces pienso, Cris —y debe ser cierto—, que eres un privilegiado pese a todo. Y esa idea, que acepto, me llena de estupor y de rabia. No sé si de odio porque según pasan los años me hago más radical pero a la vez más tolerante. En casi la vejez ya no hay razones para engañarse, para asomarse a un espejo y negar la realidad de este hombre cansado y final que te mira de frente y que no quiere ya seguir mintiéndose.

Es un disparate pensar en ti como un privilegiado y, sin embargo, debe ser cierto.

Lo es.

Si de verdad tuviera que explicarte el mundo, todo podría reducirse a una palabra: infamia («Descrédito, deshonra. Maldad o vileza en cualquier línea»). Y, pese a todo, me has visto sonreír, buscar la paz, vivir como si todo, incluida la intervención del hombre en el mundo, resultara gratificante y tranquilizadora. Y no te he engañado. Lo malo es la distancia, la Historia con mayúscula; el desastre comienza cuando te alejas un poco de tu entorno de confort y tomas conciencia de todas las barbaries, del silencio de los pobres y la impunidad de los poderosos. Vivimos en un mundo infame, inaceptable aunque lo admitamos, radicalmente injusto. Todo esto tendría que explicártelo más profundamente, ahondar en esta visión y mis razones, pero esto no pretende ser un ensayo, sino solo una carta sencilla, el diario sentimental de las vidas que crecen a tu alrededor y que sufren, aman, ríen, sueñan y se contradicen cada minuto y se asombran aún de este absurdo general que es la vida. Y vuelvo a ti, elegido entre los elegidos, cara y cruz de este mundo dual.

Porque lo que parece un disparate —y realmente lo es— se hace verdad doliente e injusta: pese a todo, hijo, eres un privilegiado si te comparas con millones de hijos, tan hijos de otros como tú lo eres mío, y que sufren hasta lo increíble, hasta límites que nos deberían llenar de horror y de vergüenza mientras yo reclamo para ti derechos, medicinas, cuidados que aminoren cualquier sombra de dolor. Pero están ellos, tan inocentes como tú, careciendo de todo. Mueren de hambre, de sed, de olvido, de guerras.

Hay tanto horror en sus ojos sin odio, hay tanto vacío de esperanza, da igual. Tienes derecho y toda la atención que te mereces es justa y necesaria.

 

(Pero también lo es la de los otros).