Aviso a la segunda edición

AVISO A LA SEGUNDA EDICIÓN

No es mi deseo ocultar mi ansiedad por el éxito de una obra en la que había empleado muchísimo tiempo y trabajo, pero cualesquiera dudas que en algún momento haya podido albergar han quedado por entero disipadas gracias a la muy favorable recepción con que se le ha honrado[19]. Esa recepción ha suscitado mis mejores empeños por dar aún mayor perfección a mi libro, y en esta empresa he contado no sólo con la ayuda de algunos amigos particulares, sino también de muchos otros hombres de erudición e ingenio, gracias a los cuales me ha sido dado rectificar algunos errores y enriquecer la obra con muchas añadiduras de gran valor. He ordenado una impresión por separado de las mismas, en cuarto, para acomodarlas a los intereses de los compradores de la primera edición[20]. Permítaseme decir que la tipografía de ambas ediciones honra la imprenta del señor Henry Baldwin, hoy presidente de la distinguida Compañía de Libreros, al cual conozco desde antaño y tengo por valioso amigo.

En las escenas extrañamente mixtas de la existencia humana, nuestros sentimientos a menudo resultan simultáneamente placenteros y dolorosos. De esta verdad, la mejora de la presente obra proporciona un ejemplo pasmoso. Me fue sumamente gratificante que mi querido amigo, sir Joshua Reynolds, al cual queda dedicada, viviera el tiempo suficiente para examinarla, y que prestase el más recio testimonio de su fidelidad, aunque antes de que diera por terminada esta segunda edición, en cuya mejora contribuyó, el mundo se haya visto privado del concurso de este hombre valiosísimo, pérdida causante de un pesar que será hondo, y duradero, y extenso, en proporción a la felicidad que supo difundir entre un amplio círculo de amigos y admiradores.

Al reflexionar sobre el hecho de que el ilustre hombre al que se dedica esta obra, al ser hoy más amplia e íntimamente conocido, por más que con anterioridad se le enalteciera, ha ascendido más si cabe en la veneración de la humanidad, me invade una satisfacción muy superior a la que proporciona la fama. No podemos evidentemente admirar ni demasiado ni con excesiva frecuencia el maravilloso poderío de su intelecto cuando nos paramos a considerar que la principal reserva de ingenio y sabiduría que contiene esta obra no es fruto de una selección particular de sus conversaciones en general, sino que proviene de sus charlas de ocasión en los momentos en que tuve la fortuna de hallarme en compañía de él, y no cabe duda de que si sus discursos en otras ocasiones se hubieran preservado con la misma atención, todo el tenor de lo que dijo habría resultado de idéntica excelencia.

Su claro y vigoroso cumplimiento de los preceptos religiosos, de la moralidad, la lealtad y la subordinación, al tiempo que deleita y sirve de acicate en el pulimiento y mejora de los sabios y bondadosos también será, espero, un poderoso antídoto contra esa sofistería detestable que de un tiempo a esta parte se ha importado de Francia bajo el falso nombre de filosofía, y que con industria maliciosa se ha empleado en contra de la paz, el buen orden y la felicidad del conjunto de la sociedad en nuestra próspera y libre nación. Gracias sean dadas a Dios, no ha sembrado los efectos perniciosos que contaban lograr quienes la propagaron. En algunos momentos de complacencia en mis obras se me antoja que esta voluminosa obra biográfica, por inferior que sea por su propia naturaleza, podría al menos en un sentido asemejarse a la Odisea. En medio de sus centenares de episodios entretenidos e instructivos, el héroe nunca deja de estar en primer plano del cuadro, pues todos los episodios se hallan en mayor o menor medida relacionados con él, y él, en todo el transcurso de la historia, queda expuesto por el autor a mayor beneficio de sus lectores.

… quid virtus et quid sapientia possit,

Utile proposuit nobis exemplar Ulyxen[21].

Caso de que hubiera algún mortal de sangre fría, cicatero por demás, que realmente tuviera desagrado ante este libro, le podría proporcionar un cuento para que se lo aplicara. Cuando el gran Duque de Marlborough, acompañado de lord Cadogan, fue un día a reconocer las tropas acantonadas en Flandes, comenzó a llover a mares, y ambos requirieron sus capotes. El criado de lord Cadogan, un mozo despierto y de buen natural, llevó el suyo a Su Señoría en menos de un minuto. El criado del Duque, un perro perezoso y malhumorado, remoloneó tanto que Su Excelencia comenzó a calarse hasta los huesos, de modo que se lo echó en cara y recibió por toda respuesta: «He venido en cuanto pude», a lo cual dijo el Duque con aplomo: «Cadogan, le aseguro que ni por un millar de libras querría yo tener el temperamento de este individuo».

Hay algunos hombres, creo yo, que tienen o más bien creen tener una mínima vanidad. Podrán a buen seguro hablar de su fama en la literatura con un estilo decoroso y con plena seguridad de sí mismos. Yo confieso que es tal mi conformación, por mi propia naturaleza y por el hábito, que contener la efusiva expresión de mi deleite, al haberme granjeado tal fama, me resultaría verdaderamente lesivo. Así pues, ¿por qué iba a callar a este respecto? ¿Por qué no habría de explayarme «con la abundancia que el corazón desborda[22]»? Así las cosas, permítaseme comentar con el ánimo caldeado, aunque sin incurrir en exultación insolente, que me han obsequiado espontáneos elogios de mi obra muchas y muy variadas personalidades de rango, talento y excelencia eminentes, muchos de los cuales conservo de puño y letra de todos ellos con el fin de que se depositen en mis archivos de Auchinleck. Un honorable y reverenciado amigo, refiriéndose a la favorable acogida de mis volúmenes incluso en los círculos de la moda y la elegancia me llegó a decir así: «Ha logrado usted que todos hablen de Johnson». En efecto, y aún podría añadir que he johnsonizado la Tierra, y que espero y deseo que no sólo hablen de él, sino que piensen en Johnson.

Enumerar a todos los que de este modo me hacen deudor de su generosidad sería tediosa ostentación. No puedo sin embargo dejar de señalar a uno cuyo elogio es realmente valioso, y no sólo por su vasto saber y demostrada capacidad, sino también por la magnífica y arriesgada misión diplomática en que ahora está inmerso[23], dado lo cual cuanto con él se relaciona es de un especial interés. Lord Macartney tuvo a bien proporcionarme su propio ejemplar de mi libro con buen número de anotaciones suyas, de las cuales me he servido. En la primera hoja encuentro de puño y letra de Su Señoría una dedicatoria en la que tanto me ensalza que ni siquiera yo, siendo vanidoso como soy, puedo animarme a publicar.

1 de julio de 1793