ÆTAT. 62
1771: ÆTAT. 62.] En 1771 publico otro panfleto político titulado Pensamientos en torno a las recientes transacciones tocantes a las islas Malvinas, en el cual, a partir de documentos que le fueron proporcionados por el gobierno, y sobre asuntos de carácter general que abordó y amplió con su profuso estilo, se esforzó con éxito en persuadir a la nación de que era sabio y laudatorio dejar aún sin decidir la cuestión de derecho, en vez de precipitar al país a una nueva guerra. Algunos han dado en entender, y me abstengo de determinar con qué grado de veracidad, que tenía en muy baja consideración la importancia de dichas islas para Gran Bretaña. Sea como fuere, todo el que posea una sensibilidad humanitaria convendrá de seguro en aplaudir la fervorosa gravedad que puso en evitar la calamidad de la guerra, una calamidad tan espantosa que no puede uno menos que asombrarse de cuántas naciones civilizadas, naciones incluso cristianas, son capaces de desencadenarla adrede una y otra vez. También en esta ocasión hallamos a Johnson oponiéndose a su mera posibilidad con severidad sin límite, y sacando el máximo partido del instrumento argumentativo más eficaz a su juicio, el desprecio. Su retrato del paladín muy capaz y misterioso de la causa ecuménica, Junius, está ejecutado con toda la fuerza de su genio inimitable, y resuelto con el máximo esmero. Diríase que llega a sentirse exultante al enzarzarse en un combate cuerpo a cuerpo contra el héroe formidable, quien lanza su desafío «a todos los principados y potencias, a los que rigen los destinos de este mundo».[c133]
Es de ver que este panfleto quedó un tanto morigerado en un particular tras la primera edición, ya que la valoración de la figura de George Grenville quedaba de este modo: «Sin embargo, que no sea ya en su tumba objeto de desprecio. Tuvo cierta capacidad que no se posee de manera universal; pudo haber forzado el pago del rescate de Manila, pudo haberlo contado».[c134] Lo cual, en vez de conservar su astucia y su agudeza, queda reducido a una expresión llana y carente de sentido o, si se me permite utilizar el vocablo, a una perogrullada: «Tuvo cierta capacidad que no se posee de manera universal; si se equivocó en algunas ocasiones, del mismo modo a veces acertó».
A Bennet Langton
20 de marzo de 1771
Estimado señor,
tras muchos titubeos por mi parte y no pocas vacilaciones por parte del gobierno, por fin he puesto en circulación mi panfleto en torno al asunto de las islas Malvinas. Sin embargo, aún no han terminado los retrasos. Apenas se habían distribuido algunos ejemplares cuando lord North ordenó que se suspendiera la venta. Sus razones no me son conocidas con demasiada precisión. Tal vez quiera tratar de hallarlas en un detenido examen.[42] Antes de recibir su orden, se distribuyó una cantidad suficiente para causar toda clase de daños, aunque quizá no tantos como para dar lugar a todo el jaleo que cabría esperar.
Poco después de su partida, tuve el placer de comprobar que había pasado el peligro que amenazaba su navegación. Confío que nada haya encontrado a su regreso que pueda aminorar su satisfacción; espero que lady Rothes y la señora Langton y las señoritas se encuentren todas bien.
Anoche estuve en el club. El doctor Percy ha escrito una muy larga balada, aunque con muchos arranques e interrupciones. Está bastante bien. La ha dado a la imprenta, así que pronto se distribuirá. Goldsmith se encuentra en Bath con lord Clare. Aquí en casa del señor Thrale, desde donde le escribo, todo está en orden. Soy, mi querido señor, su más humilde servidor,
SAM. JOHNSON
El señor Strahan, el impresor, que había mantenido una larga e íntima amistad con Johnson en el transcurso de sus muchos trabajos literarios, y que fue al mismo tiempo su amistoso agente en la recepción de la pensión concedida en su nombre, así como su banquero, pues le proporcionó el dinero que necesitaba, amén de ser ahora parlamentario y tener mucho gusto en dedicarse a las negociaciones políticas, entendió que estaba en su mano el prestar un servicio eminente tanto al gobierno como a Johnson con sólo convertirse en el medio para que éste tuviera acceso a un escaño en la Cámara de los Comunes. Con tal finalidad, escribió una carta a uno de los secretarios del Tesoro, de la cual me dio una copia de su puño y letra, que reza como sigue:
New Street,
30 de marzo de 1771
Señor,
no le será difícil recordar que, cuando hace ya algún tiempo tuve el gratísimo honor de visitarle, me tomé la libertad de comentarle que el doctor Johnson constituiría una presencia excelente en la Cámara de los Comunes, así como de comunicarle que de todo corazón deseo que tenga un escaño. Mis razones, sucintamente, son las que siguen:
Sé que su gran afecto por Su Majestad, y por su gobierno, raya en la perfección, y estoy seguro de que es su deseo prestar apoyo al gobierno por todos los medios que tenga a su alcance.
Posee una elocuencia enorme, viril, siempre dispuesta, con nervio; es muy veloz en discernir los puntos fuertes y débiles de cualquier argumento, sabe expresarse con claridad y precisión, no teme verse cara a cara con ningún hombre vivo.
Su reconocido carácter y su reputación de hombre de extraordinaria sensatez y de virtud intachable serían sobradas garantías para que gozase de la atención de la Cámara, donde no dejaría de tener un gran peso específico.
Es capaz de aplicarse en extremo, y puede someterse a los trabajos más arduos cuando los considera necesarios, sobre todo si entiende que su ánimo y su intelecto han de comprometerse al máximo. Los ministros de Su Majestad, por consiguiente, podrían contar con su dedicación en la ocasión que lo estimaran oportuno, y dar por hecho que se comprometería en grado sumo. Lo hallarían listo para vindicar todas aquellas medidas que tendieran a promover la estabilidad del gobierno, así como firme y resuelto para llevarlas a su ejecución. Nada hay que temer de su presunto ímpetu, de su carácter temperamental, pues con los amigos del Rey será un cordero, y con sus enemigos un león.
Por todas estas razones, humildemente deduzco que sería un parlamentario muy útil y muy capaz. Y me aventuraría a decir que ese empleo no le resultaría ingrato; conocedor como soy de su inmenso afecto por el Rey, de su capacidad para servirle en su función natural y del extremo ardor que sin lugar a dudas pondría en prestar tales servicios, debo repetir que deseo de todo corazón que su presencia en la Cámara sea una realidad.
Si estima que todo esto fuera digno de su atención, tenga la bondad de hallar una ocasión oportuna para comentárselo a lord North. Si Su Señoría diera felizmente su visto bueno, tendré la gran satisfacción de haber sido al menos en cierto grado el humilde instrumento que preste a mi país, a mi juicio, un servicio primordial. Sé de su buen natural y del celo con que mira usted por el bienestar público, de modo que admita mis disculpas por haberle importunado de este modo. Soy, señor, con el mayor de los respetos, su más obediente y humilde servidor,
WILLIAM STRAHAN
Como bien sabemos, esta carta de recomendación no surtió el efecto apetecido, aunque sólo cabe hacer conjeturas sobre el cómo y el porqué de que así fuera. No es de suponer que Strahan llevara a cabo la solicitud sin contar con la aprobación de Johnson. A él nunca le oí comentar la cuestión, aunque en una época más avanzada de su vida, cuando sir Joshua Reynolds le dijo que Edmund Burke le había recalcado que si Johnson hubiera sido miembro del Parlamento a una edad más temprana sin lugar a dudas habría llegado a ser el orador más grande que jamás tomara la palabra en la cámara, Johnson contestó diciendo que «me gustaría probar suerte aunque fuera ahora».
Mucho se ha debatido entre sus amistades y otras personas no tan allegadas si hubiera llegado a ser, en efecto, un poderoso orador en el Parlamento en caso de haber ingresado en la cámara a una edad ya bastante avanzada. Me inclino a pensar que por sus amplísimos conocimientos, su prontitud de respuesta y su fuerza intelectual, por su viveza y riqueza de expresión, su ingenio y su sentido del humor, y, sobre todo, por su sarcasmo, tan punzante como conmovedor, habría tenido un gran predicamento en una asamblea popular; la magnitud de su figura, las pasmosas peculiaridades de su talante habrían resaltado en extremo tal efecto. Pero también recuerdo que, según observación del señor Flood, al estar Johnson desde antaño acostumbrado a la brevedad sentenciosa y al corto alcance y las pausas de la conversación, tal vez se hubiera apocado y no hubiera dado la talla en una argumentación dilatada, lo cual es requisito indispensable en la afirmación de cuestiones complejas al tomar la palabra en público, y como prueba de ello adujo los presuntos discursos parlamentarios que escribió para una publicación periódica, ninguno de los cuales, a su juicio, se parecían en nada a los verdaderos debates de la cámara. Preciso es reconocer un gran peso a la opinión de quien fuera orador tan eminente, no en vano halló confirmación en sir William Scott, quien aseveró que Johnson le había comentado que en varias ocasiones intentó hablar en un pleno de la Sociedad de Artesanías y Manufacturas, si bien «descubrió que no era capaz de continuar tras el arranque».[43] Por medio de William Gerard Hamilton he tenido conocimiento de que Johnson, cuando se le comentó que era prudente y aconsejable que un hombre no habituado a tomar la palabra en público diera inicio a su discurso de la manera más llana que le fuera posible, reconoció que en dicha sociedad había subido al estrado para pronunciar un discurso que llevaba preparado, pero que «todas mis flores de la oratoria me abandonaron en el acto». A pesar de los pesares, no puedo menos que desear que hubiera «probado suerte» en el Parlamento, y me extraña aún que el gobierno se abstuviera de promover el experimento.
A la larga renové con él una correspondencia que llevaba demasiado tiempo interrumpida.
Al doctor Johnson
Edimburgo,
18 de abril de 1771
Mi querido señor,
ahora entiendo plenamente los lapsos de silencio que hubo en su correspondencia conmigo, pues si bien soy consciente de mi veneración y afecto por el doctor Johnson, y sé a ciencia cierta que jamás han menguado siquiera un ápice, he pospuesto durante casi un año y medio el momento de empuñar la pluma para escribirle…
En el resto de esta carta le hice una cumplida relación de mi cómoda vida de casado[c135] y de mi ejercicio de la abogacía en Escocia; le invité a viajar a Escocia y le prometí acompañarle a las Tierras Altas y a las Hébridas.
A James Boswell
Londres,
20 de junio de 1771
Querido señor,
si ahora ha sido usted capaz de comprender que bien puedo yo dejar de escribirle sin que disminuya mi afecto, igualmente me ha dado usted una lección sobre lo difícil que es encajar esa posible desatención sin resentimiento. Durante mucho tiempo he deseado recibir carta suya, y cuando por fin llegó compensó con creces el largo retraso. Nunca me ha complacido tanto como ahora la relación que me hace de sus asuntos, y con toda sinceridad deseo que entre los asuntos públicos, el cultivo de sus estudios y los placeres domésticos, ni la melancolía ni el capricho hallen hueco para colarse de rondón. Al margen de lo que la Filosofía pueda determinar sobre la naturaleza material, es inequívocamente cierto que la naturaleza intelectual aborrece el vacío. No puede nuestro intelecto estar desocupado, pues el mal entrará en él si previamente no se ocupa con el bien. Mi querido señor, cuide sus estudios, atienda sus asuntos, haga feliz a su señora esposa y sea buen cristiano. Tras esto,
Si cumplimos nuestros deberes, estaremos sanos y salvos. «Sive per» etc.,[c137] tanto si subimos a las Tierras Altas como si nos zarandea el mar entre las Hébridas, y de veras espero que llegue la hora en que podamos poner a prueba nuestra capacidad tanto en los montes como en el mar. Apenas veo a lord Elibank, y no sé por qué; tal vez sea culpa mía. Hoy marcho al condado de Stafford y luego al condado de Derby, a pasar seis semanas. Soy, querido señor, su más afectuoso y más humilde servidor,
SAM. JOHNSON
A sir Joshua Reynolds, en Leicester Fields
Ashbourne, condado de Derby,
17 de julio de 1771
Estimado señor,
a mi llegada a Lichfield descubrí que mi retrato lo habían visitado y admirado muchas personas. Todos los hombres tienen el deseo latente de ganar notoriedad en el lugar que les vio nacer; a mí me ha complacido la dignidad que me confiere tal testimonio de su atenta consideración.
Tenga, así pues, la amabilidad, señor, de aceptar la gratitud de su más deudo y más humilde servidor,
SAM. JOHNSON
Al doctor Johnson
Edimburgo,
27 de julio de 1771
Mi querido señor,
el portador de la presente, el señor Beattie, profesor de Filosofía moral en Aberdeen, se halla deseoso de serle presentado a usted. Su genio y su erudición, y sus trabajos al servicio de la religión y la virtud, lo hacen muy digno de tener conocimiento de usted; tiene asimismo en altísima estima su carácter. Confío en que le preste una favorable acogida.
Soy como siempre, etc.,
JAMES BOSWELL
A Bennet Langton, en Langton, cerca de Spilsby, condado de Lincoln
29 de agosto de 1771
Querido señor,
acabo de regresar de mi viaje por Stafford y Derby. En su última carta hace mención de otras dos que me envió desde que recibiera mi panfleto, de las cuales sólo me llegó una, en la que comentaba su plan de viaje por Escocia, a raíz de lo cual apartó de mis pensamientos toda idea de visitar Langton. Mis vagabundeos de verano por este año han concluido; planeo dedicarme de lleno a una obra de gran magnitud, a saber, la revisión de mi Diccionario, de la cual por el momento no sé cómo desembarazarme.
Si hubiera usted observado o hubiera puesto alguien en su conocimiento algún error u omisión, me haría un gran favor haciéndomelo saber.
Entiendo que lady Rothes le ha decepcionado, llevándose ella también un desengaño. Son cosas de mujeres; las damas siempre tendrán cosas así. Tanto la Reina como la señora Thrale, ambas damas de contrastada experiencia, este verano dejaron sin saldar sus deudas con sus respectivos anfitriones.
Le ruego no deje de comunicar a lady Rothes en cuán alta estima tengo el honor que con su invitación me hace, a la cual tengo el firme propósito de obedecer tan pronto me libre de mis compromisos. Entretanto, no pierdo la esperanza de recibir noticias de Su Señoría tan a menudo como sea posible, así como es pero que cada día que pase mejores vengan, hasta tener conocimiento de que ustedes dos gozan de toda la felicidad que a ambos muy sinceramente les desea, señor, su más afectuoso y más humilde servidor,
SAM. JOHNSON
En octubre volví a escribirle para agradecerle su última carta y la atenta recepción que dio al señor Beattie, informándole también de que recientemente había estado en Alnwick y tenía buenas noticias de él gracias al doctor Percy.
En su memoria del año en materia de religión se observa que se encontró mejor que de costumbre, tanto corporal como espiritualmente, y bastante más satisfecho con la regularidad de sus costumbres. Sin embargo, todavía juzga su conducta de un modo excesivamente riguroso. Se acusa de no levantarse suficientemente pronto, y sin embargo señala lo que sin duda era excusa más que suficiente para ello, suponiendo que ése fuera un deber de cumplimiento ineludible, tal como durante toda su vida parece haberlo considerado. «Uno de los grandes estorbos es la falta de descanso; mis achaques nocturnos se tornan menos onerosos a medida que se acerca el alba, y por eso me tienta poner remedio a las carencias de la noche durmiendo hasta más tarde»[44]. Qué duro sería, pues, imputar esta indulgencia a un hombre enfermo cual si de un delito se tratare. En su examen retrospectivo por Pascua señala que «cuando repaso el año anterior, soy capaz de recordar haber hecho tan poca cosa que me sobrevienen la vergüenza y la pena, bien que tal vez con demasiada flaqueza». Si hubiera tenido que juzgar a cualquier otra persona en idénticas circunstancias, cuán claramente habría optado por ponerse de su parte. Qué difícil, por no decir que en mi opinión le era constitutivamente imposible, le resultaba levantarse temprano incluso recurriendo a las más firmes resoluciones, como se demuestra en un apunte que encuentro en uno de los pequeños cuadernos de notas (que contiene vocablos ordenados para su inclusión en el Diccionario), escrito calculo yo que en 1753: «No recuerdo que, desde que abandoné mis estudios en Oxford, llegara a madrugar nunca por decisión propia, con una o dos excepciones estando en Edial y dos o tres veces para terminar un número del Rambler». Entiendo que tenía elementos de juicio más que sobrados para haber aquietado sus aprensiones en lo que a estas cuestiones atañe, llegando a la conclusión de que era físicamente incapaz de lograr lo que en el mejor de los casos no era más que una norma de cumplimiento muy laxo.