ÆTAT. 29
1738: ÆTAT. 29] A su regreso a Lichfield en esta ocasión, Johnson sólo residió allí por espacio de tres meses; toda vez que sólo había visto una pequeña porción de las maravillas que encierra la metrópolis, poco pudo contar a sus conciudadanos. Me relató como sigue una minuciosa anécdota correspondiente a este periodo: «En época anterior, cuando mi madre vivía en Londres, había dos tipos de personas: los que cedían el paso más pegado al muro y los que no, esto es, los pacíficos y los pendencieros. A mi regreso a Lichfield, luego de haber estado en Londres, mi madre me preguntó si era yo de los que cedían el paso pegado al muro o de los que lo aprovechaban a toda costa. Ahora está establecido que cada peatón guarde su derecha, o que si uno toma el lado del muro el que viene de frente lo ceda, de modo que no haya disputas»[45].
Marchó a Londres con la señora Johnson; la hija de ésta, que había vivido con ellos en Edial, se quedó con sus parientes en el campo. Se alojó por un tiempo en Woodstock Street, cerca de Hanover Square, y después en Castle Street, cerca de Cavendish Square. Como seguir los pasos de tan gran hombre por sus sucesivos domicilios es algo que para muchos resulta placentero, a la par que interesante, antes de concluir esta obra presentaré a mis lectores una lista exacta de sus alojamientos y sus casas, por orden cronológico, tal como con plácida condescendencia a mi respetuosa curiosidad me dictó él mismo una noche, aunque sin especificar el tiempo que residió en cada una de ellas[46]. A medida que progrese su vida tendré ocasión de mencionar algunas, relacionadas como están con incidentes concretos o con la escritura de alguna de sus obras en particular. A unos, esta atención minuciosa se les antojará banal; si consideramos en cambio la puntillosa exactitud con la que han rastreado las diferentes casas en que habitó Milton los autores de su biografía, un entusiasmo semejante sin duda se podrá perdonar al biógrafo de Johnson.
Como estuviera por entonces su tragedia, según pensaba, completamente terminada y lista para la escena, se encontraba muy deseoso de que pudiera estrenarse con la mayor celeridad. Peter Garrick me dijo que Johnson y él fueron juntos a la Taberna de la Fuente, que la leyeron y que él después solicitó al señor Fleetwood, titular entonces del Teatro de Drury Lane, que se representara en su teatro, aunque Fleetwood no quiso aceptarla, seguramente por no contar con el patrocinio de un notable, y así no se representó hasta 1749, cuando su amigo David Garrick era director de ese mismo teatro.
La Gentleman’s Magazine, publicación periódica que puso en marcha el señor Edward Cave, quien aparecía con el seudónimo de Sylvanus Urban, había suscitado la atención y merecido la estima de Johnson en altísima medida, antes incluso de viajar a Londres como aventurero de la literatura. Me dijo que la primera vez que vio St. John’s Gate, lugar donde originalmente se imprimía esa miscelánea que gozaba de una gran popularidad por méritos propios, «la contempló con reverencia». Supongo, qué duda cabe, que todo escritor joven ha tenido ese mismo sentimiento por la publicación periódica que por vez primera le entretuvo y en la que por primera vez encuentra una oportunidad de verse publicado sin el riesgo de exponer su nombre. Yo por ejemplo guardo esas mismas impresiones de The Scots Magazine, que comenzó su andadura en Edimburgo en el año 1739, y que desde entonces ha circulado con buen criterio, exactitud y propiedad. De ningún modo puedo dejar de pensar en ella con afecto y respeto. Johnson ha dotado de dignidad a la Gentleman’s Magazine por medio de la importancia de que inviste la vida de Cave, pero aún le ha dado más lustre por medio de los admirables y variados ensayos que publicó en ella.
Aunque a Johnson le solicitaron a menudo sus amistades que confeccionase un listado completo de sus escritos, y aunque más de una vez habló de hacerlo, creo que con la seria intención de que todos ellos fueran recopilados y publicados con su nombre, lo postergó de un año para otro y al final falleció sin haberlo hecho a plena satisfacción. Dispongo de un listado de su puño y letra, que contiene cierto número de obras; dudo desde luego que pudiera recordarlas todas, pues eran numerosísimas, muy variadas, y estaban diseminadas en infinidad de publicaciones que no tenían relación entre sí, por no añadir las muy diversas que publicó con el nombre de otras personas, a las que generosamente regaló aportaciones de su prolífico intelecto. Debemos por lo tanto contentarnos con descubrirlas en parte por la ocasional información que pudo transmitir a sus amistades, y en parte por el examen de las propias pruebas internas[47].
Su primera intervención en la Gentleman’s Magazine, que durante muchos años fue su principal fuente de trabajo y de ingresos, son unos versos latinos, que vieron la luz en marzo de 1738, dirigidos al director de la publicación con el feliz estilo de un cumplido, tal que Cave habría pecado de paupérrimo gusto y sensibilidad nula de no haberse dado por agradecido receptor de la ofrenda.
AD URBANUM*
URBANE, nullis fesse laboribus,
URBANE, nullis viete calumniis
Cui fronte sertum in erudita
Perpetuo viret et virebit;
Quid moliatur gens imitantium
Quid et minetur; solicitus parum,
Vacare solis perge Musis,
Juxta animo studiisque felix.
Linguae procacis plumbea spicula,
Fidens, superbo frange silentio;
Victrix per obstantes catervas
Sedulitas animosa tendet.
Intende nervos, fortis inanibus
Risurus olim nisibus aemuli;
Intende jam nervos, habebis
Participes operae Camœnas.
Non ulla Musis pagina gratior
Quam quae severis ludicra jungere
Novit, fatigatamque nugis
Utilibus recreare mentem.
Texente Nymphis serta Lycoride
Rosae ruborem sic viola adjuvat
Immista, sic Iris refulgent
Æthereis variata fucis[48].
S. J.
Parece ser que Cave apalabró sus colaboraciones regulares en la revista, medio por el cual seguramente encontró Johnson una manera tolerable de ganarse el sustento. Desconozco en qué momento y de qué manera adquirió conocimiento competente del francés y del italiano, pero su dominio de ambas lenguas era tal que gozaba de cualificación suficiente para ser traductor. La parte de su trabajo consistente en enmendar y mejorar los escritos de otros colaboradores, al igual que la dedicada a allanar irregularidades, sólo podrán apreciarla quienes hayan tenido ocasión de cotejar los originales con la versión retocada. Con toda seguridad sabemos que trabajó de este modo en la información sobre los debates de ambas cámaras del Parlamento bajo el epígrafe de «El senado de Liliput Magna», unas veces atribuyendo nombres ficticios a los oradores implicados, otras dándoles apelativos formados sobre una combinación distinta de las letras de sus verdaderos nombres, al modo de lo que se llama anagrama, para que pudieran descifrarse con toda facilidad. El Parlamento en aquel entonces mantenía a la prensa en una suerte de misteriosa intimidación, por lo cual se hacía necesario recurrir a tales artificios. En nuestra época se ha logrado una libertad sin cortapisas, tal que los habitantes de todas las regiones del reino gozan de una información justa, abierta y exacta sobre la realidad de las reuniones de sus representantes y legisladores, como en nuestra constitución se tiene en altísima estima, aunque sin lugar a dudas últimamente han menudeado las razones para quejarse de la alambicada petulancia con que opacos pendolistas se atreven a tratar a hombres de carácter y posición sumamente respetables.
Este artículo sobre cuestiones parlamentarias, que tenía mucho peso en la Gentleman’s Magazine, lo había cubierto durante muchos años el señor William Guthrie, hombre que merece un lugar de respeto en los anales literarios de su país. Descendía de una familia escocesa de rancio abolengo, pero por ser reducido su patrimonio, amén de partidaria de la infortunada dinastía de los Estuardo, no pudo aceptar ninguna comisión a cargo del Estado; por consiguiente, viajó a Londres y dedicó su talento y su erudición a la profesión de escritor. Sus escritos de Historia y Política tenían considerable mérito.[49] Fue el primer historiador inglés que recurrió a una fuente de información tan genuina como son las actas parlamentarias, y tal llegó a ser el poderío de su pluma en materia de Política que en época muy temprana el gobierno pensó incluso que valdría la pena hacerle callar por medio de una pensión, de la cual disfrutó hasta su muerte. Johnson lo tenía en tanta estima que expresó su deseo de que alguien escribiera su biografía. Los debates parlamentarios que Guthrie se llevaba a su casa y compendiaba para la Gentleman’s Magazine, dotado como estaba de una memoria seguramente superada por otros que han seguido sus pasos en idéntico cometido, si bien presta y tenaz, se los enviaba después Cave a Johnson para que los revisara a fondo y diera forma a sus crónicas; al cabo de algún tiempo, cuando Guthrie dispuso de una mayor variedad de encargos, y los discursos parlamentarios resultaban cada vez más enriquecidos por el genio de Johnson, se resolvió que éste se hiciera responsable de todo el trabajo a partir de las exiguas notas que le proporcionaban varias personas contratadas para asistir a las sesiones de ambas cámaras del Parlamento. Sin embargo, según me dijo, a veces sólo se le comunicaban los nombres de los oradores que hubieran intervenido, así como el papel que hubieran asumido en el debate.
Éste fue el empleo de Johnson durante algunos de los mejores años de su vida: mero asalariado de la literatura «por la ganancia, que no por la gloria»,[c26] exclusivamente por tener un modo honrado de subsistir. Se permitió no obstante alguna que otra agudeza, eso que tan feliz y atinadamente se llama en francés jeux d’esprit, que comentaré en su momento, a medida que avance esta obra.
Sin embargo, donde por vez primera desplegó todo su poder de trascendencia y «dio al mundo certificado de su valía como hombre»,[c27] fue en su Londres, un poema a imitación de la tercera sátira de Juvenal, que apareció en mayo del mismo año y estalló en todo su esplendor, y cuyos rayos luminosos por siempre han de rodear su nombre. Boileau había imitado la misma sátira con muy notable éxito, aplicándola a París, aunque una atenta comparación satisfará a cualquier lector en el sentido de que sobresale de largo el Juvenal inglés sobre su par. También lo había imitado Oldham, aplicándolo a Londres, y todas estas versiones concurren en la demostración de que las grandes ciudades, en cualquier época de la historia, han de suministrar similar asunto para la sátira[50]. Desconozco si Johnson había leído con anterioridad la imitación de Oldham, pero no es baladí que sean poquísimas las coincidencias entre ambas interpretaciones, por más que versen sobre el mismo asunto. Los únicos ejemplos aparecen en la descripción de Londres como vertedero de la indignidad extranjera:
… la común ribera
donde Francia vierte todos sus desechos y basura.
OLDHAM
La común ribera en que desaguan París y Roma.
JOHNSON
No falta vocación ni profesión de fuste:
cualquier menesteroso monsieur puede ser lo que guste.
OLDHAM
Todas las ciencias conoce un monsieur que ayuna.
JOHNSON
Los particulares que Oldham recopila para exponer tanto los horrores de Londres como los de su época, por contraste con otros tiempos mejores, son distintos de los que aduce Johnson, por lo común bien escogidos y mejor enunciados[51].
Hay en la imitación de Oldham muchos versos prosaicos, muchas rimas defectuosas, y su poema arranca incluso con una pifia tan extraña como inadvertida:
Si bien muy preocupado por abandonar
a mi querido y viejo amigo,
es mi deber, sin embargo, su decisión alabar
de establecerse en la campiña…
Es evidente que no iba a abandonar a su amigo, sino que su amigo iba a abandonarlo a él cuando marchara. Una joven señora lo corrigió una vez con gran sagacidad crítica:
Demasiado preocupado por perder
a mi querido y viejo amigo…
Hay un pasaje en el original que trasfunde Oldham mejor que Johnson:
Nil habet infelix paupertas durius in se,
Quam quod ridiculos homines facit,
que es un exquisito comentario sobre la mortificante mezquindad y el desprecio que acompañan a la pobreza. La imitación de Johnson dice:
De todos los pesares que al necesitado acosan
sin duda el más amargo es la mofa desdeñosa.
Oldham, aunque con menor elegancia, es más exacto:
Nada en la pobreza es tan duro de soportar con pena
como que nos exponga al escarnio de la risa ajena.
Lamento haber descuidado mi deber de averiguar con precisión, de la propia autoridad de Johnson, dónde y de qué modo compuso el poema. En su ejemplar corregido de la primera edición ha señalado tan sólo «escrito en 1738», y como se publicó en mayo de ese año es evidente que no dedicó mucho tiempo a prepararlo para la imprenta. La historia de su publicación sí puedo relatarla de un modo satisfactorio, y fiándome de mi criterio, así como del juicio de muchos amigos míos, confío en que no carezca de interés para mis lectores.
Podemos tener total certeza, aunque no se nombre expresamente en las cartas que siguen, escritas al señor Cave en 1738, que todas ellas guardan relación con el poema:
Al señor Cave
Castle Street, miércoles por la mañana
[s. f., 1738]
Señor,
cuando me tomé la libertad de escribirle hace sólo unos cuantos días, no esperaba una tan pronta repetición del mismo placer, pues siempre habré de tener por gran placer el conversar en persona o por escrito con un hombre tan ingenioso y tan sincero; ahora bien, como obrase en mi poder el poema adjunto, del que en mi mano estaba el disponer si fuese a beneficio del autor (de cuya destreza nada diré, ya que le envío muestra de su trabajo), creí que de ninguna otra persona podría procurarme términos más ventajosos que de usted, no en vano tanto se ha distinguido por su generoso fomento de la poesía, amén de que su criterio en el juicio de este arte, de acuerdo con los halagos que ha hecho de mi bagatela[52], no me dan la menor ocasión de ponerlo en duda. Cuento con que de cierto haya de observar este poema con otros ojos, y darle recompensa de muy distinta forma, por diferencia con el librero mercenario, quien hace recuento de los versos que va a comprar y sólo tiene en cuenta el bulto a la hora de pagarlos. Tampoco puedo pasar por alto que, dejando a un lado las esperanzas que pueda albergar en virtud de su talento, el autor tiene otra instancia que someter a su consideración, pues en este momento subsiste como puede a despecho de las muy desventajosas circunstancias que la fortuna ha puesto en su camino. Le ruego, por tanto, que me haga el favor de contestarme por carta mañana mismo, de manera que pueda yo saber si puede usted permitirse que bien se despida del poema, dejándolo en sus manos, o bien halle (cosa con que no cuento) otra forma de darle salida, que sea más de su satisfacción.
Sólo me resta añadir que como soy muy consciente de haberlo puesto en limpio de manera muy tosca, tal como luego de haberlo retocado me vi en la obligación de hacer, de buena gana me ocuparé de corregirlo si tiene a bien mandarme las galeradas de imprenta, amén de tomarme el trabajo de alterar cualquier pincelada satírica que pudiera desagradarle.
Al hacer gala esta vez de su habitual generosidad, no sólo estimula usted el saber y da alivio a la penuria, sino que también, aunque en comparación con los otros éste sea un motivo menos importante, me obliga con suma sensibilidad, señor, a ser su más humilde servidor,
SAM. JOHNSON
Al señor Cave
Lunes, Castle Street, n.º 6
Señor,
debo darle las gracias por el obsequio que tuvo la bondad de enviarme, y encarecerle que se permita informarme a vuelta de correo y con carácter urgente si ha resuelto dar a la imprenta el poema. Si tuviera la amabilidad de enviármelo por correo, junto con una nota para Dodsley, iría al punto a leerle los versos, con el fin de que pueda en rigor dar conformidad a que su nombre aparezca en la página de créditos. En cuanto a la impresión, si pudieran componerse los tipos de inmediato seré tan amigo del autor que no me contentaré con hacer meras solicitudes en su favor. Si mis cálculos se aproximan a la verdad, me propongo comprometerme por el reembolso de todo cuanto pueda perder con una tirada de quinientos ejemplares, siempre y cuando, tal como con gran generosidad propone, generase algún beneficio que quedara apartado para el autor, descontado el regalo que le hace, y que, si saliera beneficiado, estima justo devolver. Le ruego indique a uno de sus criados que tome nota con toda exactitud de los gastos ocasionados por tal tirada, y que la envíe junto con el poema, con la finalidad de que yo sepa bien a cuánto me comprometo. Tengo plena conciencia, por su generosidad en esta ocasión, de la importancia que concede a la cultura y el saber, incluso en su estado de máxima desdicha; no puedo menos que pensar que tal actitud merece el agradecimiento de quienes tan a menudo padecen una disposición adversa. Soy, señor, su más humilde servidor,
SAM. JOHNSON
Al señor Cave
[s. f.]
Señor,
aguardé a que llevase el original a Dodsley: según recuerdo, el número total de versos que contiene excede, aunque no en mucho, el de Eugenio[53], contando las citas que han de figurar a pie de página; parte de la belleza de su factura, si es que alguna belleza posee, consiste en la adaptación de los sentimientos que expresa Juvenal a personas y hechos de hoy en día. Con todas esas adiciones, el poema oportunamente abarcará cinco pliegos. Y como no ha de aumentar el gasto, lo asumo con gran contento, como ya señalaba en mi carta anterior. Si aún no se hubiera remitido a Dodsley, ruego me sea enviado con carácter urgente para que obre en mi poder a última hora de la tarde. He compuesto un epigrama a la griega para Eliza[54], a quien creo que se debe rendir homenaje en tantas lenguas distintas como a Luis el Grande. Le ruego me mande aviso de cuándo tiene previsto comenzar con el poema, pues el camino es largo de recorrer a pie. Le daría a leer de buena gana mi epigrama, pero no me queda luz diurna con que transcribirlo. Soy, señor, su humilde, etc.
SAM. JOHNSON
Al señor Cave
[s. f.]
Señor,
quedo sumamente agradecido por su amable carta, y no dejaré de cumplir su petición, enviándole mañana sin falta Irene, que ya le mira como a uno de sus mejores amigos.
Hoy estuve con el señor Dodsley, quien se declara absolutamente a favor del papel que le hizo usted llegar, y en el cual desea tomar parte, pues se trata, según dice, de algo en lo que vale la pena implicarse. No supe qué respuesta darle mientras no consultara con usted, ni qué demandar por parte del autor, pero estoy muy deseoso, si le place, de que tome parte en la empresa, ya que así sin duda alguna será más diligente en difundirla y promocionarla. Si mañana mismo pudiera indicarme qué debo decirle, zanjaré la cuestión y llevaré en persona el poema a la imprenta, con la que, ahora que la ciudad quedará desierta, nunca será demasiada la prisa que nos demos. Soy, señor, su humilde etc.
SAM. JOHNSON
Para quienes conocemos desde antaño la fuerza viril, el espíritu arrojado, la magistral versificación de este poema, es motivo de curiosidad observar la falta de seguridad e incluso el retraimiento con que el autor lo puso al alcance del público, al tiempo que obra con tal cautela que ni siquiera garantiza que sea obra suya; es de ver con qué humildad se ofrece a tomarse «el trabajo de alterar cualquier pincelada satírica que pudiera desagradarle». Desconocemos si se introdujeron o no tales alteraciones. De ser así, nos embargaría un indignado pesar. Ahora bien, qué doloroso resulta ver que un escritor de tan enorme poder intelectual llegara a verse en tal penuria que el magro beneficio que un poema tan breve, por excelso que fuera, pudiera depararle, lo anhelase como «alivio».
Por lo general se ha dicho, desconozco con qué grado de arreglo a la verdad, que Johnson ofreció su Londres a varios libreros, ninguno de los cuales se lo quiso comprar. A esta circunstancia alude Derrick en los siguientes versos de su Fortuna, una rapsodia:
¿No hay patrón amable
que a Johnson quiera pagar?
¿Debe Johnson sin amigos
por toda la ciudad vagar?
¿Y así todo editor rehúsa
la progenie de su feliz musa?
Y sin embargo hemos visto que el valioso, modesto e ingenioso Robert Dodsley tuvo el gusto suficiente para percibir su poco corriente mérito, y entendió que era digno de toda credibilidad implicarse en la empresa. Lo cierto es que en una conversación posterior hizo una oferta para quedarse con toda la propiedad de la obra, por la cual pagó a Johnson diez guineas;[c28] éste me dijo: «Quizá me habría conformado con menos, de no ser porque Paul Whitehead poco antes había obtenido diez guineas por un poema, y no iba yo a ser menos que Paul Whitehead».
En este punto debo comentar que me pareció que Johnson subestimaba a Paul Whitehead en todas las ocasiones en que se hablaba de él, y que, en mi opinión, no le hacía justicia; ahora bien, si se tiene en cuenta que Paul Whitehead era miembro de un club levantisco y profano, tal vez se expliquen los prejuicios que pudiera esgrimir Johnson en su contra. De hecho, Paul Whitehead tuvo la desgracia de ganarse no sólo el desdén de Johnson, sino los violentos ataques de Churchill, quien lanzó la siguiente imprecación:
¿Puede mayor desgracia caer sobre el género humano
que nacer siendo un Whitehead y Paul ser bautizado?
A pesar de todo lo cual nunca me he dejado persuadir para pensar mal del autor de una sátira tan brillante y aguda como Costumbres.
Londres, de Johnson, se publicó en mayo de 1738[55], y es digno de nota que saliera de la imprenta la misma mañana en que se publicó 1738, la sátira dialogada de Pope, de modo que Inglaterra tuvo a la par a su Juvenal y a su Horacio como mentores en materia de poesía. El reverendo doctor Douglas, en la actualidad Obispo de Salisbury, con el cual estoy en deuda por algunos amables comunicados, era por entonces estudiante en Oxford, y recuerda muy bien el efecto que tuvo Londres. Todo el mundo estaba embelesado; como no llevaba nombre de autor ninguno, el primer rumor que corrió por los cenáculos literarios fue: «He aquí un poeta desconocido más grande aún que Pope». Y queda registrado en la Gentleman’s Magazine de aquel año que «llegó a su segunda edición en el transcurso de una semana».
Uno de los más calurosos benefactores del poema, nada más publicarse, fue el general Oglethorpe, cuya «profusa benevolencia de alma» fue siempre muy notable en el transcurso de una muy larga vida, si bien duele pensar que le sobraron razones para tornarse frío y encallecido, descontento del mundo, debido al ninguneo que sufrió su pública y privada valía, precisamente por parte de aquellos que en su poder tuvieron la debida gratificación de tan gallardo veterano por medio de las distinciones que merecía con creces. Esta persona extraordinaria destacaba por su cultura y buen gusto, al igual que por otras eminentes cualidades, y no hubo nadie más presto, activo y generoso en el fomento del mérito ajeno. He oído a Johnson reconocer con gratitud estando el general presente el amable y eficaz respaldo que éste prestó a su Londres, pese a no conocer al autor.
Cabe razonablemente suponer que Pope, quien entonces ocupaba el trono de la poesía sin rival que le hiciera sombra, debió quedar particularmente perplejo ante la súbita irrupción de un poeta semejante; es de ley recordar en su honor que sus sentimientos y comportamiento en la ocasión fueron sinceros y generosos. Solicitó al señor Richardson, hijo del pintor, que se esforzara por averiguar quién era ese autor nuevo. Richardson, luego de las pertinentes indagaciones, sólo pudo informarle de que se llamaba Johnson; al saber que era un completo desconocido, Pope dictaminó: «pronto será déterré[56]». Oportunamente veremos, de acuerdo con una nota escrita por Pope, que él mismo tuvo después mayor éxito que su amigo en sus pesquisas.
Es innegable que en este poema, justamente célebre, se encuentran algunas rimas que la precisión crítica de la prosodia inglesa de la época por fuerza tenía que desestimar;[c29] salvando esas mínimas imperfecciones, que en medio del resplandor general de su excelencia apenas se perciben, a menos que se lea con fría atención, se trata sin lugar a dudas de una de las más nobles obras literarias que se han escrito en nuestra lengua, tanto en lo que se refiere al sentimiento como por lo que atañe a la expresión. La nación se encontraba entonces en pleno fermento contra la corte y el Primer Ministro, ebullición que pocos años después dio por resultado la caída de sir Robert Walpole; como se ha dicho ya, los tories son whigs cuando están fuera de sitio, y los whigs son tories[c30] cuando están en su sitio, de modo que cuando una administración whig gobernaba con toda la fuerza posible, la oposición tory disponía de toda la pujanza y la elocuencia que son propias de la resistencia al poder, ¡pero coadyuvada entonces con los comunes tópicos del patriotismo, la libertad y la independencia! En consonancia con esta situación, hallamos en el Londres de Johnson las más vehementes invectivas contra la tiranía y la opresión, la más fogosa predilección por la patria, el amor purísimo a la virtud, entreverado todo ello con rasgos tomados de su propio carácter y situación, sin omitir los prejuicios del «inglés de pura cepa[57]», no sólo contra las naciones extranjeras, sino también contra Irlanda y Escocia. Citaré algunos pasajes referentes a estos asuntos:
Ven los felices favoritos de la nación engañada,
atentos a quienes los grandes miman,
mientras a mí me tuercen el gesto.
¿No ha reservado a los pobres el cielo piadoso
un erial ilocalizable, una orilla ignota?
¿Siquiera una isla secreta en el océano anchuroso?
¿Un desierto apacible que España aún no reclame?
Rápido, alcémonos; exploremos tierras felices,
no soportemos más la insolencia de la opresión.
Cuando litigantes como éstos contienden,
¿cómo esperar que Virtud cuente con amigos?
Esta doliente verdad es confesada por doquier,
Y APENAS MEDRA LA VALÍA SI LA POBREZA LA OPRIME.
Fácil es imaginar con qué sentimiento de desgarro debió de pronunciar este último verso del poema, que enfatiza con versalitas, un intelecto tan grande como el suyo, agarrotado y amargado por la estrechez de sus circunstancias. La totalidad del poema es de una notable excelencia, y contiene tales muestras de conocimiento del mundo, y tal madurez en su familiaridad con la vida misma, que no es posible contemplarlas sin maravillarse, si se tiene en cuenta que contaba sólo veintinueve años y apenas había frecuentado «las bulliciosas guaridas de los hombres».[c31]
Con todo, si bien admiramos la excelencia poética de la obra, la sinceridad nos obliga a reconocer que la llama del patriotismo y el celo de la resistencia popular con que está forjado no tenían una causa justa. En realidad, no existía «opresión»; la «nación» no era víctima de «trampas» ni «engaños». Sir Robert Walpole fue un ministro sabio y benévolo, que pensaba que la felicidad y la prosperidad de un país de vocación comercial como el nuestro hallan su mejor vehículo de promoción en la paz, que mantuvo en consonancia y con credibilidad durante un largo periodo. El propio Johnson reconoció más adelante con toda honradez los méritos de Walpole, a quien llamó «una estrella fija en el firmamento», mientras caracterizaba a Pitt, su adversario político, como «un meteoro». Ahora bien, el poema juvenil de Johnson se hallaba impregnado como es natural por el fuego de la oposición, y a juzgar por las diversas opiniones suscitadas fue motivo de admiración universal.
Si bien ensalzado de este modo, y aun elevado a la fama, siendo consciente de su capacidad poco común, no era dueño de una confianza efervescente, aunque quizá más bien deba decir que carecía de esa animada y apremiante ambición que cabría suponer le hubiera dado alas para esforzarse por prosperar en la vida. No obstante, era tan inflexible la dignidad de su carácter que no podría nunca rebajarse a cortejar a los potentados, yugo sin pasar por el cual nadie se ha abierto camino hacia una posición elevada. No podía contar con que escribiera muchas obras como su Londres, y ya le acuciaban las penurias de escribir para ganarse el pan; estaba por tanto dispuesto a retomar su antiguo oficio de maestro de escuela, a fin de contar con una fuente de ingresos segura de por vida, bien que fuese modesta; y en efecto se le ofreció la rectoría de una escuela[58], con la condición de que antes obtuviera el título de licenciado, motivo por el cual un común amigo apeló al doctor Adams con el fin de averiguar si cabía la posibilidad de que el título se lo concediera como una gracia la Universidad de Oxford. Ahora bien, aun cuando fuese una figura de primera magnitud en el mundo de las letras, aquél se consideraba entonces un favor excesivo para solicitarlo siquiera.
Sin tener más conocimiento de él que por su Londres, Pope lo recomendó al Conde de Gower, quien hizo cuanto pudo por procurarle un título expedido en Dublín mediante la siguiente carta, que envió a un amigo del deán Swift: