ÆTAT. 28
1737: ÆTAT. 28] No se sabe bien a qué empleos se dedicó tras llegar a Londres[43]. Nunca he tenido noticia de que hallase la menor protección o estímulo, por medio del señor Colson, a cuya academia fue David Garrick. Lucy Porter me comunicó que el señor Walmsley le dio una carta de presentación para Lintot, su librero, y que Johnson escribió algunas composiciones para éste, pero supongo que se trata de un error, porque no he descubierto ni rastro de tales piezas, y tengo la certeza de que me dijo que el señor Cave fue el primer editor para quien puso a trabajar su pluma estando ya en Londres.
Poco dinero tenía cuando llegó a la ciudad, y sabía de qué manera vivir sin gastar apenas nada. Tuvo su primer alojamiento en casa del señor Norris, un corsetero, en Exeter Street, donde ésta confluye con Catharine Street, cerca del Strand. «Comía muy bien —dijo— por ocho peniques, en muy buena compañía, en la Taberna de la Piña, en New Street, que estaba allí cerca. Varios de los comensales eran hombres viajados. Daban por hecho que allí se encontrarían a diario, aunque no se conocían por sus nombres de pila. Los demás gastaban un chelín, pues comían con vino; yo me tomaba una buena tajada de carne por seis peniques, y un trozo de pan por uno, aunque daba otro penique al camarero que me atendía, de modo que estaba bien servido; qué digo: mejor que los demás, ya que nada daban al camarero». En esta época, tengo entendido, se abstuvo por completo de consumir licores fermentados, práctica a la que continuó conformándose escrupulosamente muchos años después, en distintos periodos de su vida.
Fue su Ofellus en el Arte de vivir en Londres[c23] según le he oído relatar, un pintor irlandés[c24] al que había conocido en Birmingham, y que había puesto en práctica sus propios preceptos de economía durante varios años de estancia en la capital británica. Aseguró a Johnson, quien supongo que por entonces sopesaba la idea de probar suerte en Londres, aunque con la aprensión que le causaba el gasto, «que treinta libras al año eran suficientes para que un hombre allí llevase una vida no del todo despreciable. Destinaba diez libras a ropa de vestir y ropa doméstica. Dijo que un hombre podría vivir en una guardilla por dieciocho peniques a la semana, pues pocas personas habían de preguntarle dónde se alojaba, y si lo hicieran siempre era fácil responder: “Señor, se me encuentra en tal lugar”. Gastando no más de tres peniques en un buen café, puede pasar a diario varias horas en muy buena compañía; puede comer por seis peniques, desayunar con pan y leche por uno y apañárselas sin cenar. El día en que viste camisa recién lavada, sale y hace visitas de cortesía». En más de una ocasión le oí hablar de ese frugal amigo suyo, al cual recordaba con gran afecto y estima, y no le agradaba que nadie se sonriera con su perorata. «Este hombre —decía con toda seriedad— era muy sensato, un hombre que entendía a la perfección los asuntos corrientes; un hombre con un gran conocimiento del mundo, adquirido de primera mano, y no escurrido de los libros. En Birmingham pidió prestadas diez libras y un caballo. Viéndose dueño de tanto dinero emprendió viaje a West Chester, con el fin de continuar hasta Irlanda. Devolvió el caballo, y es muy probable que también devolviera las diez libras, después de llegar a su casa».
Considerando las estrecheces en que vivió Johnson durante la época más temprana de su vida, y en particular la interesante etapa inicial en que se hizo a la mar por el proceloso océano de Londres, no es de extrañar que le llamara profundamente la atención un ejemplo real, demostrado por la experiencia, de la posibilidad de disfrutar de los lujos intelectuales de la vida social contando con un presupuesto muy reducido, como tampoco lo es que siempre lo recordase como una circunstancia muy importante en su vida. Recuerdo que se divertía en echar las cuentas de los gastos infinitamente mayores con los que era necesario correr para vivir a la misma escala que refería su amigo, una vez que el valor del dinero menguó tanto debido a los progresos del comercio. Bien puede calcularse que hoy en día el doble de esa cantidad con dificultad sería suficiente.
En medio de tanta y tan fría oscuridad, hubo una luminosa circunstancia que le caldeó el ánimo: gozaba de muy buena relación con el señor Henry Hervey[44], de una de las ramas de tan noble familia, que estuvo acuartelado en Lichfield cuando era oficial del ejército, y disponía por entonces de casa en Londres, en la que Johnson fue con frecuencia motivo de grandes agasajos y halló ocasión de relacionarse con muy gentil compañía. Me lo comentó no mucho antes de fallecer, junto con otros particulares de su vida de los que tuvo la amabilidad de ponerme al corriente, y de este modo describió a su amigo «Harry Hervey»: «Era un hombre depravado, aunque conmigo muy amable. Si llamara usted Hervey a un perro, yo le tendría gran cariño».
Me dijo que por entonces llevaba escritos sólo tres actos de Irene, y que por un tiempo se retiró a un alojamiento que encontró en Greenwich, donde pudo avanzar algo más en la composición de su tragedia; añadió que la componía paseando por los prados y bosques cercanos, pero que no se quedó allí el tiempo suficiente para rematarla.
En esta época de su vida hallamos la siguiente carta, que remitió al señor Edward Cave y que aquí es pertinente insertar como un eslabón más en la cadena de su personal historia literaria.
Al señor Cave
Greenwich, puerta contigua al Corazón de Oro,
Church St., 12 de julio de 1737
Señor,
habiendo hallado en sus escritos muy poco corrientes muestras de ánimo dedicadas a los hombres de letras, y siendo un completo desconocido en Londres, he optado por comunicarle el siguiente proyecto que, tengo esperanzas, si tomara usted parte en él sería de gran provecho para ambos.
Teniendo en cuenta que recientemente se ha traducido al francés La historia del Concilio de Trento, publicada con un gran aparato de notas del doctor Le Courayer, tanto se ha incrementado en Inglaterra la fama de ese libro que, es de suponer, una nueva traducción directa del italiano, acompañada por las notas de Le Courayer, tomadas de la edición francesa, encontraría a buen seguro una recepción muy favorable.[c25]
Si a esta propuesta se me respondiera que la Historia ya existe en lengua inglesa, habrá que recordar que ese mismo reparo se le puso a la empresa de Le Courayer, con la desventaja añadida de que los franceses disponían de una versión firmada por uno de sus mejores traductores, mientras que no se pueden leer tres páginas de la Historia en inglés sin descubrir que el estilo es susceptible de mejoras sustanciales; ahora bien, si cabe esperar esas mejoras del empeño, eso tendrá que juzgarlo usted a tenor de la muestra que, a modo de prueba, si da por aceptable mi propuesta someteré de buen grado a su examen.
Suponiendo que el mérito de ambas versiones fuera parejo, podemos albergar la esperanza de que la adición de las notas incline la balanza a nuestro favor, máxime si se piensa en la reputación del anotador.
Complázcase en hacerme el favor de darme pronta respuesta si no está deseoso de participar en el proyecto, o bien convóqueme para que un día le visite si es que lo está. Soy, señor, su humilde servidor
SAM. JOHNSON
A juzgar por lo dicho en esta carta, si bien suscrita con su propio nombre, parece ser que todavía no había sido presentado al señor Cave. Más adelante veremos qué fue de la propuesta que contenía.
En el transcurso del verano regresó a Lichfield, donde había dejado a la señora Johnson, y allí por fin puso punto final a su tragedia, que no escribió con la rapidez de composición propia de otras ocasiones, sino que le resultó lenta y dolorosa de elaborar. Pocos días antes de morir, mientras daba al fuego una gran masa de papeles, encontró entre ellos el esbozo original de la pieza, todavía sin desarrollar, de su puño y letra, y lo entregó al señor Langton, gracias a cuyo favor obra ahora en mi poder una copia del mismo. Contiene fragmentos de la trama y parlamentos de algunos de los personajes, parte en una versión en prosa, todavía en crudo, parte ya remodelados en verso; contiene asimismo una amplia gama de notas e ilustraciones tomadas de los griegos, los latinos y los autores modernos. La caligrafía es sumamente difícil de descifrar, incluso para quienes están versados en desentrañar la letra de Johnson, que en toda ocasión era sumamente particular. Como el Rey tuvo la gracia de aceptar ese manuscrito a modo de curiosidad literaria, el señor Langton hizo una copia en limpio, que ordenó se encuadernase junto con el original y la tragedia impresa; el volumen se ha depositado en la Biblioteca Real. Su Majestad tuvo la deferencia de permitir al señor Langton que obtuviera una copia para sus propios fines.
La totalidad del texto es de gran riqueza en imágenes y conceptos, así como en atinadas y felices expresiones; de los disjecta membra esparcidos por todo él, un buen poeta dramático aún podría sacar un gran provecho. Daré a mis lectores algunas muestras de distintos tipos, distinguiéndolas en cursiva.
Ni pienses en decir que aquí me detendré,
que aquí he de fijar los límites de la transgresión,
ni tentar aún más la ira vengadora del cielo.
Si una culpa como ésta anida en el pecho,
los sagrados seres cuyo rumbo invisible
guía por el laberinto de la vida los pasos del hombre
huyen de las detestadas mansiones de la impiedad
y abandonan a quien tiene a su cuidado
a merced del horror y de la ruina.
De esta interesante admonición, en la versión definitiva sólo se conserva una pequeña parte, aunque con variaciones, entiendo yo, que no sirven para mejorarla:
En el alma mancillada por tan espantoso crimen
ya no ha de brillar el resplandor de la amistad;
los sagrados seres cuyo superior desvelo
guían a los mortales errantes por la senda de la virtud,
ante la afronta de una impiedad como la tuya
renuncian a atender a quien tenían a su cuidado
y lo abandonan a la vileza y a la ruina.
Noto la blanda infección
enrojecer mis mejillas y penetrar mis venas.
Enséñame el arte griego de la blanda persuasión.
Aunque ni cometas ni prodigios predijeran la ruina de Grecia, signos que el cielo por otro milagro debe hacernos capaces de entender, bien podrían preverse mediante señales no menos ciertas, mediante los vicios que siempre las propician.
Este último pasaje aparece en la propia tragedia de la manera que sigue:
LEONCIO
… Ese poder que amable extiende
las nubes, señal de lluvia inminente,
para avisar al pardillo errante que busque cobijo,
contempla, sin desvelo, cómo expira Grecia,
sin que un prodigio nos presagiara nuestro sino.
DEMETRIO
Mil prodigios de espanto lo presagiaron:
un gobierno enclenque, leyes vulneradas,
el populacho dividido, de los nobles el lujo
y todas las enfermedades de los estados en declive.
Cuando la pública villanía, demasiado fuerte para el justo,
muestra su cara de osadía, heraldo de la ruina,
¿puede el buen Leoncio pedir maravillas
que interpreten los tramposos y los bobos respeten?
Cuando la tela descuidada cede
bajo el peso de los años, batida por la tormenta,
¿debe el cielo despachar mensajeros de luz
o despertar a los muertos, para avisarnos de su desplome?
MAHOMA (a IRENE). Te he puesto a prueba, y me alboroza comprobar que mereces el amor de Mahoma, por tener un espíritu grande como el suyo. No cabe duda, eres un error de la Naturaleza, una excepción entre todas las de tu sexo, y eres inmortal; los sentimientos como los que profesas nunca se hunden al final en la nada. Pensé que todos los pensamientos de la exposición habían sido elegir las gracias del día, disponer los colores de las túnicas y la caída de las telas, afinar la voz, enfocar la vista, colocar la joya, elegir el atuendo, añadir nuevas rosas a la mejilla palidecida, pero… centellean.
En la tragedia:
Ilustre doncella, tus nuevas maravillas me traspasan;
tu alma completa de tu rostro los triunfos.
Pensé, disculpa mi exposición, que el fin más noble,
el mayor esfuerzo del alma femenina
era tan sólo escoger las gracias del día,
afinar la lengua, enseñar cómo mirar,
disponer los colores y la caída de la túnica,
añadir nuevas rosas a la mejilla que palidece.
Escogeré aún otro pasaje, en razón de la doctrina que ilustra. Es Irene quien observa
que el Ser Supremo aceptará la virtud, sean cuales fueren las circunstancias externas de que se acompañe, y se ha de deleitar con todas las variedades de la adoración, pero se responde: Esa variedad no puede afectar al Ser Supremo, que, infinitamente feliz como es en su propia perfección, no requiere gratificación externa de ninguna clase; tampoco puede la verdad infinita deleitarse con la falsedad; aun cuando pueda guiar a quienes deja en las tinieblas, y compadecerse de ellos, abandona a quienes cierran los ojos para guarecerse de los ratos luminosos del día.