En la Universidad de Constantinopla se conservaba, al menos hasta la conquista otomana, la copia de un antiguo texto: el Targum Neofiti, una traducción del arameo del Libro del Génesis realizada por targumistas, interpretadores de los textos bíblicos, de la comunidad judía de Egipto. Los estudiosos hebreos de Grecia confirmaron que procedía de una tradición anterior a la reforma del culto por el rey Josías, que expurgó los Textos Sagrados seis siglos antes de la venida de Nuestro Señor. El primer versículo del Génesis mostraba una sutil diferencia: «En el principio, con Sabiduría (el Espíritu que aletea sobre las aguas), el Señor creó y completó el cielo y la tierra».

Esta Sabiduría es hipostática, es decir, posee una naturaleza personal, es un ente propio, y en Proverbios dice: «Desde la eternidad fui constituida, desde el comienzo, antes del origen de la tierra… yo estaba a su lado como arquitecto».

Quien se describe junto a Dios es Sophia, la que se apareció a Boecio, y fue en Bizancio donde se erigió la mayor basílica bajo su advocación, asumida por la Madre de Dios.

Puede resultar turbadora la existencia de esta tradición, pero en definitiva confirma lo que la literatura rabínica judía, en la Tosefta, los midrasim agádicos y la obra cabalística del Zohar definen como la Sekiná, el fundamento femenino de la divinidad, llamada Melek (Princesa) o Matrona. La Creación es su obra y ella se ocupa como una madre de sus hijos: es la mediadora.

De esta manera, por Dios y Sekiná fuimos hechos a su imagen y semejanza.

Del mismo modo que los cabalistas aseguran que el pecado, el fanatismo y la ignorancia alejaron a la Sekiná del contacto con la humanidad, nosotras, las mujeres de este tiempo, sentimos que nada tenemos que ver ya con Ella ni con Sophia; nos parecen extraños conceptos intelectuales, incluso efluvios diabólicos. Pero no es así. Existió un vínculo entre Sabiduría y las sibilas, un hilo de Ariadna que debemos tomar y seguir con paciente estudio. Se vislumbra ya la sospecha de que hubo una ruptura entre lo que fuimos y lo que somos, como la expulsión del jardín del Edén. Las insidiosas preguntas son: ¿cuándo se quebró ese vínculo? ¿Por qué dejamos de ser sibilas, transmisoras y profetas para convertirnos en brujas?

En este momento debes abrir tu mente si quieres enfrentarte a tales misterios o huir despavorida para refugiarte en píos breviarios o en la plática de los predicadores, implorando perdón si crees que son cosas heréticas. Comprender la dimensión sagrada de tu esencia hará que, al igual que Christine de Pizán, reúnas el valor necesario para rechazar el concepto desdeñoso que los hombres tienen sobre ti, por muy letrados que parezcan y citen a grandes filósofos y teólogos, pues como te he demostrado no eres inferior a ellos en la dimensión trascendente.

Si las leyes, la historia, la educación, la religión y la costumbre te han reducido al ámbito doméstico y reside en tu alma la certeza de que eres una criatura indigna e inferior por naturaleza, deberás buscar la razón de tal aberración en otro lugar, ya que no es eso lo que el Creador estableció para ti y así lo he visto escrito con mis propios ojos.

La llama de la sabiduría
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