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En el frigorífico de casa encontré una nota que decía: «Te propongo cenar aquí. Fui a por provisiones con el chucho. Regreso a las seis».

A las cinco y media llamó Milo. Yo saqué las notas y me dispuse a hacerle un informe de mis entrevistas del día, pero él me interrumpió:

—Recibí una respuesta al teletipo que envié. El Departamento de Homicidios de Las Vegas tiene un caso no resuelto que encaja con el nuestro: una prostituta de lujo de veintitrés años fue hallada muerta en un oscuro callejón cerca de su apartamento. Acuchillada en el corazón, la ingle y la espalda, por ese orden. Debajo de un árbol, nada menos. Ocurrió un mes antes que lo de Hope. Creen que se trata de un crimen sexual. En esa ciudad las chicas de vida airada caen como moscas. Esta, además de prostituta, era bailarina y el año pasado actuó en un espectáculo topless en el casino Palm Princess. Pero últimamente se dedicaba a hacer la carrera por libre. Doscientos, trescientos dólares el polvo.

—¿Y cómo es que la encontraron en la calle?

—La teoría oficial es que se tropezó con un mal cliente y que el tipo la mató, o yendo hacia la casa de ella, o regresando. Quizá ella lo acompañó a su coche y él la sorprendió con el cuchillo. O quizá el hombre no quedó contento, o no se pusieron de acuerdo en el precio y él se cabreó.

—¿Alguna semejanza física con Hope?

—Por la foto que me enviaron por fax, no parece. Lo único, que ambas eran atractivas. La verdad es que esa chica, se llamaba Mandy Wright, era una auténtica belleza. Pero era morena y tenía veintitrés años. Mucho más joven que Hope. Evidentemente, no era profesora. Pero, dada la distribución de las heridas, podemos encontramos frente a un psicópata viajero, así que pienso que lo mejor es que me concentre en averiguar si ha habido en el país otros homicidios que encajen en la misma pauta. Pese a todas las polémicas que suscitó, quizá la querida profesora fuera víctima de un chiflado anónimo. Esta noche pienso ir a Las Vegas, a jugar con la policía de allí a «tú me enseñas lo tuyo y yo te enseño lo mío». —Carraspeó—. Bueno, ¿qué estabas diciendo?

Antes de que yo pudiera contestar, en la puerta apareció Robin, con una bolsa de compras y la correa de Spike. Llegaba acalorada y sonriente. Dejó la bolsa y me besó.

Yo formé con los labios la palabra «Milo».

—Un beso de mi parte. —Robin salió de la cocina para cambiarse de ropa.

Transmití el beso a mi amigo y luego se lo conté todo: mis conversaciones con Julia Steinberger y Casey Locking, el pánico de Tessa Bowlby, la ira y la supuesta coartada de Patrick Huang, y la noticia de que Reed Muscadine había conseguido trabajo y abandonado la universidad.

—En resumidas cuentas: Hope dejó una honda huella en todos —finalicé—. Aunque, si nos enfrentamos a un asesino en serie viajero, eso ya no tiene la más mínima importancia.

—¿La chica Bowlby parecía realmente asustada?

—Petrificada. Además, estaba pálida, flaca y macilenta, así que tal vez la prueba del sida de Muscadine haya dado positiva, y quizá él dejó la universidad porque está enfermo. O tal vez fuera simplemente porque consiguió trabajo como actor. Pero ¿qué importa ya eso?

—No arrojes todavía la toalla. Quizá lo de Mandy Wright cambie las cosas, pero, de momento, aún no descarto nada ni a nadie. El hecho de que el asesino parezca un psicópata no significa que fuera un desconocido. Quizá Hope y Mandy se tropezaron con el mismo psicópata.

—¿Una puta de lujo y una profesora?

—Se trata de una profesora bastante fuera de lo común —dijo Milo—. Sigo queriendo hablar con Kenny Storm y voy a verificar la coartada del chico Huang. Y, si no tienes inconveniente, te agradecería que hablaras con las otras dos chicas. Otra cosa: antes de recibir la llamada de Las Vegas estuve estudiando los casos más recientes del abogado Barone, y el nombre de Hope no aparece en ninguno de ellos. Entonces, ¿por qué le pagó ese dineral?

—¿Por algo que Barone no quería que se hiciera público?

—Esa es la única respuesta que se me ocurre. Ahora bien: Barone defiende a muchos pornógrafos, a la mayoría desde su bufete de San Francisco, y la pornografía es algo en lo que una prostituta de lujo como Mandy pudo haberse metido. Lo que no imagino es qué puede pintar Hope en ese contexto.

—Quizá Barone la utilizó para alguno de los casos que defendía. Tal vez pensó que su cliente se beneficiaría del dictamen de una profesora universitaria o de una feminista.

—Pero ¿por qué no queda la más mínima constancia de ello?

—Tal vez Barone la contrató para que hiciera un informe y luego no quedó satisfecho con el resultado. Es algo que a mí me ha ocurrido a veces.

—Es posible. Sea como sea, voy a llamar por décima vez a nuestro buen jurisconsulto. Y me gustaría saber más sobre el doctor Cruvic. El asunto de la consultoría, de todo ese montón de dólares, es interesante.

Robin regresó a la cocina y puso agua a calentar.

Yo dije:

—Hablando de Cruvic, puedo echarle un vistazo a ese Centro Femenino de Salud de Santa Mónica. ¿Tienes la dirección?

—Lo siento, pero no. Bueno, gracias, Alex. Salgo para el aeropuerto de Burbank.

—Buen viaje. Quizá tengas oportunidad de jugar en algún casino.

—¿En tiempo pagado por los contribuyentes? Tcht-tcht. Además, los juegos de azar no son lo mismo. Depender de la suerte me asusta.

Cuando colgué el teléfono, Robin estaba picando cebollas, tomates y apio, y en el fuego cocía una olla con espaguetis.

—¿Jugar en algún casino? —me preguntó.

—Milo se va a Las Vegas. Allí hubo un asesinato que encaja con el de Hope.

Le conté los detalles. El cuchillo dejó de picar.

—Si se trata de un chiflado, podría haber otros asesinatos —dijo ella.

—Milo está haciendo indagaciones en todo el país.

—Qué horror —murmuró Robin—. Respecto a ese Centro Femenino de Salud que has mencionado, creo recordar que Holly Bondurant colaboraba con un sitio de esos de Santa Mónica. Lo sé porque dio allí un recital benéfico hace unos años, y yo le preparé su guitarra de doce cuerdas. ¿Qué relación existe entre el centro y el asesinato?

—Probablemente ninguna, pero Milo se interesó en esa clínica porque Hope conoció allí a un ginecólogo de Beverly Hills llamado Cruvic y terminó haciendo de consultora para él, asesorando y aconsejando a los pacientes sometidos a tratamientos de fertilidad. Fuimos a ver a ese médico esta mañana y Milo sospechó que tal vez hubiera habido algo entre Cruvic y Hope.

—¿Por qué?

—Por la pasión con que el tipo habló de Hope. Y me da la sensación de que la profesora Devane no disfrutaba de demasiada pasión en su matrimonio, así que Milo sospechó lo evidente. Como es tan concienzudo, pese al asesinato de Las Vegas, quiere aclararlo bien todo.

Ella dejó el cuchillo, fue hasta el teléfono y marcó un número.

—¿Holly? Soy Robin Castagna. Hola. Sí, mucho. Estupendo, muy bien. ¿Y tú? ¿Qué tal Joaquín? Ya debe de tener… Catorce años, ¿dices? No puede ser… Escucha, Holly, no sé si podrás ayudarme, pero…

Una vez hubo colgado, dijo:

—Te espera mañana a las nueve de la mañana en el café Caimán.

—Gracias.

—Es lo menos que puedo hacer por ti.

Más tarde, durante la cena, Robin apenas tocó el contenido de su plato y ni siquiera probó el vino.

—¿Qué te ocurre? —quise saber.

—No lo sé. Ninguno de los otros casos en que te has visto implicado me había afectado tanto como este.

—Se trata de un asunto especialmente cruel. Una mujer tan brillante muerta de un modo tan absurdo…

—Quizá sea por eso. O tal vez, simplemente, estoy harta de ver que asesinan a mujeres, única y exclusivamente por el hecho de ser mujeres.

Tendió la mano a través de la mesa, agarró la mía y me la apretó con fuerza.

—Es un agobio muy grande, Alex. Me refiero a lo de que una tenga que andar mirando constantemente por encima del hombro, que te digan que es tu responsabilidad estar en todo momento alerta y vigilante. Ya sé que las víctimas más habituales de la violencia son los hombres, pero también son ellos casi siempre los agresores. Supongo que, hoy en día, no hay nadie que esté a salvo. La humanidad se está dividiendo en cazadores y presas… ¿Qué sucede? ¿Acaso hemos vuelto a la selva?

—No estoy muy seguro de que alguna vez saliéramos de ella —dije—. La verdad es que me preocupo mucho por ti. Sobre todo, cuando sales sola por la noche. No te digo nada porque comprendo que sabes cuidar de ti misma y no creo que te agrade que te recomiende prudencia.

Ella tomó su copa de vino, la estudió y bebió.

—No le conté a Holly en qué trabajas, sólo que eras mi novio, un psicólogo, que quería saber cosas sobre el centro. Ella es muy años sesenta, y quizá la palabra «policía» no le hubiera hecho gracia.

—Me las arreglaré con ella. —Le toqué la mano—. Me gusta ser tu novio.

—A mí también me gusta ser tu novia.

Dirigiendo una mirada a su intacto plato, dijo:

—Pondré esto en la nevera. Quizá por la noche te apetezca picar algo.

Yo comencé a recoger y ella me puso una mano en el hombro.

—¿Qué tal si vamos con Spike a dar una vuelta por el cañón? Aún hay luz de día.