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El amanecer se deslizaba envuelto por la bruma que emanaba del río. El cielo, aún oscuro en su mayor parte, se iba tiñendo de una turbia claridad anaranjada. Habían abandonado el embarcadero y navegaban rodeados de centenares de barcazas silenciosas y oscuras. Naves de todos los tipos y tamaños se entrecruzaban y se esquivaban frente a ellos y por sus costados, en un nervioso e incesante movimiento, impulsados por sus velas o agitando el agua con los remos. Era difícil imaginar un lugar más concurrido que el río Tigris a primera hora de la mañana.

El Viajero desplegó velas y Bagdad fue desdibujándose entre la bruma.

Habían encontrado la nave atracada en el muelle de la Puerta de Basora. Estaba sin vigilancia, con las bodegas vacías. Habían robado todas las mercancías que transportaban y que habían reunido con tanto esfuerzo durante los meses en el mar. Incluso las muestras que Yahiz estaba clasificando en su camarote habían desaparecido misteriosamente.

Al avanzar el día, el cielo se fue despejando y el sol se reflejó sobre la superficie líquida, mientras el dhow se deslizaba con suavidad por la corriente a favor. La brisa saturaba la atmósfera con el olor de la hierba. Las riberas más cercanas del río se veían salpicadas de embarcaciones de pesca atracadas. Algunos saludaban con amplios ademanes a los navegantes.

La tripulación del dhow había quedado reducida a la mitad, y era insuficiente para manejar la nave. Los pocos marineros disponibles tenían que multiplicar sus esfuerzos.

Sindbad iba al timón, atento a cualquier movimiento detrás de ellos. Pero nadie los seguía.

—¿Dónde está Yahiz, capitán? —preguntó Gafar—. Aquí necesitamos ayuda y ese hombre suele encerrarse en su camarote siempre que hay que arrimar el hombro.

—No lo culpo. Se puso muy triste cuando vio que le habían robado las cajas de insectos, las plantas desecadas y los animalillos que había ido recogiendo durante los seis meses de viaje. Y la verdad es que aún no puedo entender qué utilidad tendrían todas esas cosas para nadie.

—También ha desaparecido toda nuestra carga, capitán, pero hay que seguir adelante.

—Tienes razón —suspiró—. Iré y lo traeré a cubierta aunque no quiera.

—Aunque sólo sea para que suba a la cofa y vigile el río durante un rato.

—Ocúpate tú del timón, Gafar.

* * *

Sindbad se dirigió al camarote de Yahiz. La puerta estaba entornada. Llamó con los nudillos y la abrió sin esperar la respuesta.

—Yahiz… —empezó a decir Sindbad.

El erudito se volvió. Sonreía y parecía dominado por la excitación.

—¡Capitán! —exclamó—. No te oí llegar. Estaba concentrado en mi trabajo.

—Pareces feliz —dijo Sindbad.

—Lo estoy, capitán. Creo que he descifrado una parte importante de este misterio.

Sobre el tablero de la mesa vio varios trozos de papel, en ellos había anotado los fragmentos que iba traduciendo del libro de Radi.

—¿Estás seguro?

El erudito cogió el libro y dijo:

—Como sabes, capitán, este libro recoge la transcripción, palabra por palabra, que hizo Qaïd de los textos grabados en la tabla de la mesa de la casa de Aisha, de la que me hablaste… ¿Es verdad que resultó destruida al caerle encima ese eunuco gigantesco?

—Hecha astillas.

—Una verdadera pena, porque sin duda era algo muy valioso. Bueno, a lo que vamos, el padre de Radi usó ciertas indicaciones contenidas en este libro para fabricar el talismán, pero contiene mucha más información, y muy interesante como comprobarás. Mira, lee…

Señaló una línea del texto original. Sindbad se acercó y vio los conocidos caracteres angulosos.

—Sabes perfectamente que no puedo entenderlo —suspiró.

—Ah, capitán, discúlpame. Olvidé que no sabes leer el hebreo antiguo.

—No sé leerlo, no. En realidad eres la única persona que conozco que sabe hacerlo.

—Bueno, aquí dice… Te lo traduzco: «Salomón, hijo de David».

—Sigo sin entender adónde nos lleva eso.

—Salomón, el rey Salomón… La forma del pentágono fue la clave para descifrarlo, pues ese era su símbolo, un pentágono regular estrellado. Dispuesto con el vértice superior vertical representa una figura humana: cabeza, dos brazos y dos piernas abiertas… La relación del Hombre con todas las cosas del Universo…

Al ver la mirada de incomprensión de Sindbad, Yahiz se impacientó. Cogió uno de los papeles de la mesa y leyó:

—«Que el hombre altivo sepa que nadie es eterno. Pero si alguien hubiera merecido la eternidad, ese sería Salomón, sabio entre los sabios. Salomón ordenó a los djinns: construid una ciudad que perdure en el tiempo, hasta el día de la Resurrección. Los djinns fabricaron planchas de cobre y las dispusieron formando un anillo, y sobre esta muralla colocaron un techo que se volvió más firme que la roca más dura»… Y ahora, capitán, viene lo interesante: «Antes de morir, Salomón encerró en su ciudad los grandes tesoros que había recogido por todo el mundo. Porque como rey alcanzó la grandeza, pero como todo hombre un día fue llevado al seno de una fosa. Porque el poder es efímero, excepto para Alá, al que hay que temer y que es generoso».

—¡Los tesoros del rey Salomón! —exclamó Sindbad.

—Sí, capitán. Según se afirma en el Talmud, Salomón, Alá lo bendiga y le otorgue la paz, reunió a los djinns y a los hombres y les ordenó que construyeran con cobre fundido una ciudad que permaneciese hasta el día del Juicio Final. Una ciudad en la que pudiera guardar todos sus tesoros y todos sus libros. Tal ciudad se levantó allí donde no había llegado hombre alguno, excepto Salomón y Du al-Qarnayn, su arquitecto.

—Ya veo el interés del gran visir de Bagdad en todo esto. Cegado por el mayor tesoro de todos los tiempos, ha decidido arriesgarse e ir en persona hasta la tierra de los djinns.

—Es muy posible —dijo Yahiz, feliz de sí mismo.

—¿Y cómo vamos a encontrarlo nosotros? —preguntó Sindbad.

—¡Esto nos mostrará el camino! —exclamó el erudito, agitando el volumen negro en el aire—. En este libro está todo, transcrito por Qaïd desde la Mesa de Salomón que quedó hecha astillas. Afortunadamente, porque es un manual para fabricar con exactitud el talismán con el que Salomón dominó a los djinns, y también contiene las indicaciones para localizar ese remoto lugar en la Tierra. Nos da unas precisas coordenadas que utilizan las constelaciones y las estrellas del firmamento para determinar la posición de esa «Ciudad de Cobre». Será tan fácil como seguir un rastro de piedras. ¡Así es como Qaïd encontró la tierra de los djinns!


El Dhow