Adivinación, astrología y magia
Adivinación
Bajo los Antoninos, las formas tradicionales de la adivinación siguieron perdiendo buena parte de su popularidad. Incluso muchos de los grandes oráculos del pasado vieron decrecer rápidamente su clientela. Dicha decadencia se explica en parte por el auge de nuevas creencias y prácticas adivinatorias, como la astrología, la magia o la teurgia, venidas de Oriente, que no cesaron de aumentar su prestigio. Sin embargo, sería equivocado creer que la divinatio tradicional romana, de raíces itálicas y etruscas, llegara a desaparecer. Augusto, fundador del Imperio, se presentó como el restaurador de la religión nacional, y Adriano, en esa línea, fue extraordinariamente sensible a los avisos que, según los ritos tradicionales, prodigaban los dioses a través de los auspicios, los presagios o los prodigios.
La religión romana tradicional ofrecía, sin embargo, pocas posibilidades de entrar en contacto directo con la divinidad. Una de ellas era, sin duda, la auspicatio, la observación del vuelo y canto de las aves, pero también del rayo y el trueno, a través de la cual era posible conocer la aprobación o desaprobación de Júpiter a una determinada iniciativa de los hombres. En este sentido, Adriano, en consonancia con Augusto, cuidó el prestigio del colegio de los augures, restaurando en el año 136 un Auguratorium cuya localización se identifica con el lugar donde, según la tradición, Rómulo vio los doce buitres que le designaban como fundador de la ciudad. Algunos años antes, hacia 121, hizo renovar, siempre con la ayuda del colegio augural, algunos cipos que marcaban el pomerium. Dicho límite sagrado de Roma había sido ampliado por última vez por el emperador Vespasiano de forma que muchos de los cipos debían hallarse en muy mal estado.
A lo largo del Imperio, los emperadores recurrieron a los arúspices, bien para expiar prodigios amenazadores, bien, sobre todo, para la exégesis de omina o de prodiga relativos a su destino o al de sus rivales políticos o, en fin, para averiguar la voluntad del dios mediante el examen de las víctimas. Todo apunta a que Adriano no mantuvo relaciones especialmente buenas con estos adivinos de origen etrusco, cuya influencia durante el reinado de Trajano (recordemos el célebre relieve del Louvre) fue seguramente sustituida en la corte de Adriano por la de los astrólogos. Ninguna noticia alude a la expiación de prodigios públicos o a las consultas aruspicinales por parte del emperador. No obstante, ello no quiere decir que el emperador no mostrase interés por la cultura etrusca, como se desprende, por ejemplo, de la asunción del título de praetor Etruriae y de sus buenas relaciones con la aristocracia etrusca; recordemos, en este sentido, que L. Aelius Caesar, al que adoptó, era un Ceionius, familia que provenía de Etruria, y que en el año 127 no tuvo inconveniente en nombrar como cónsules a Tulio Varrón y Junio Peto, ambos de origen tarquiniense.
La interpretación de presagios y prodigios, generalmente en manos de arúspices, interesó mucho a Adriano. Amiano Marcelino dice que el emperador Juliano (361-363 d.C.) era tan aficionado a tener en cuenta los presagios que, en esta actitud, «parecía igualar al príncipe Adriano, supersticioso más que auténtico defensor de la religión (superstitiosus magis quam sacrorum legitimus observator)».
Prueba de ello es, a nuestro juicio, que, según el biógrafo de la Historia Augusta, Adriano mantuvo en el más absoluto desprecio a Pedanio Fusco (abuelo de Serviano, en el que había pensado como sucesor) «porque, instigado por los presagios y prodigios (praesagiis et ostentis), había concebido la esperanza de alcanzar el imperio».
Los oráculos de la pars orientis del Imperio no sólo vieron asegurada bajo el reinado de Adriano su continuidad, sino que muchos de ellos incrementaron su importancia, siendo algunos visitados personalmente a lo largo de sus viajes. Así, se considera hoy que fue Adriano quien dio el espaldarazo al auge del Asclepio de Pérgamo, convirtiéndolo en el más importante de todos los asklepieia, a un tiempo santuarios y establecimientos curativos a través de los sueños recibidos del dios.
Adriano, como otros emperadores anteriores a él, parece haberse servido de las respuestas oraculares, sobre todo de cara a su acceso al poder y a la búsqueda de su legitimidad, ya que Trajano no había nombrado un sucesor —al menos hasta su lecho de muerte— y en las últimas décadas de su gobierno varios de sus generales le eclipsaban en la sucesión. Una vez en el poder, Adriano se manifestó preocupado por el uso político que de los mismos pudieran hacer ciertos particulares a través de las consultas. Sozomeno y Amiano Marcelino cuentan que antes de llegar al poder, probablemente durante la guerra pártica de Trajano, consultó el oráculo de Dafne (Antioquía) sobre su destino: tras mojar una hoja de laurel en la fuente Castalia, la retiró cubierta de escritura; era la respuesta del oráculo anunciándole que algún día «se haría cargo del Estado». Una vez elegido emperador, Adriano consideró prudente evitar este tipo de consultas y ordenó obstruir la fuente con una enorme barrera de piedras para que nadie interrogase sobre el futuro político, permaneciendo en ese estado hasta la época del emperador Juliano. La noticia parece contener algunos elementos poco verosímiles, pero pone de manifiesto la preocupación del emperador por la manipulación política de los oráculos.
Según el autor de la Historia Augusta, Adriano, preocupado por la opinión que el entonces emperador reinante Trajano pudiera tener de él, decide consultar las «suertes virgilianas», donde recibe como respuesta unos versos del libro VI de la Eneida en los que se le promete el poder supremo. Según el autor, algunos habrían atribuido la respuesta a los versos sibilinos, como se los llama en el texto:
«Por aquel tiempo, por cierto, cuando consultaba las suertes virgilianas por hallarse inquieto ante el juicio que el emperador tenía sobre él, le salió la siguiente profecía que, según la versión de otros escritores, le sobrevino de unos versos sibilinos: «¿Quién es aquel que allá lejos, coronado con ramas de oliva, /lleva las ofrendas sagradas? Reconozco los cabellos y la barba blanca/del rey de Roma, que cimentará por primera vez una ciudad con leyes/y que, desde su humilde Cures y su pobre tierra, /será enviado a regir un gran imperio, al cual sucederá después...»
De nuevo, el problema fundamental que se plantea es el de la autenticidad de la noticia; para Syme, por ejemplo, se trata de una «fictional history»; otros, sin embargo, como Zoepffel, discrepan de dicha opinión. Tanto el autor de la vita como Amiano suelen presentar la obra de Virgilio como un libro profético de consulta personal (las primeras palabras que se leían al abrir el libro se interpretaban como si se tratara de un oráculo), de modo que hay varios oráculos que, como en el caso presente, no son otra cosa que citas virgilianas. La noticia es, no obstante, confusa, pues, como vemos, algunos consideraron este oráculo como sibilino. Caerols considera que difícilmente puede tratarse de los Libros Sibilinos, sometidos a estrecha vigilancia por el poder imperial, inclinándose por la sibilística judeocristiana junto a las estrechas relaciones que ya en estos momentos se establecen entre Virgilio y la Sibila, especialmente en el libro VI de la Eneida, que recoge una extensa profecía sibilina relativa al glorioso destino de Roma y el gobernante que le dará cumplimiento.
La propia Historia Augusta señala que —poco antes del año 117— Adriano tuvo la premonición de que llegaría a ser emperador gracias a una respuesta procedente del oráculo de Zeus Keraunios Niképhoros, en Seleucia de Siria, que un filósofo platónico, Apolonio Siró, incluyó en sus libros. En este personaje podemos ver el papel de un «court favorite», en opinión de David Potter, que filtra una interesada información profética al mundo.
Por último, no debemos olvidar la relación de Adriano con el oráculo de Zeus en el Monte Casio conocido desde los tiempos, al menos, de Seleuco Nicátor. Antes de partir en expedición contra los partos, Trajano dedicó al dios dos copas de plata y un cuerno de uro con incrustaciones de oro. Adriano, que le acompañaba, compuso para la ocasión una composición en verso: «A Zeus Casio Trajano, descendiente de Eneas, dedicó estos ornamentos, el rey de los hombres, al rey de los dioses: dos copas...».
La propaganda política favorable a Adriano asocia un prodigio a una segunda visita efectuada al santuario hacia el año 129 o 130. Según el biógrafo de la Historia Augusta, subió hasta la cima del monte Casio para ver amanecer, desencadenándose, en el momento en que el emperador hacía un sacrificio al dios, una violenta tormenta: un rayo fulminó a la víctima y al victimario. En opinión de algunos estudiosos modernos, el prodigio debió de tener lugar el 6 o el 8 de agosto de 117, la víspera del día en que la carta de adopción fue enviada desde Selinunte o la fecha en que la misiva llegó a manos del nuevo emperador. Adriano tenía necesidad de que el cielo confirmase su designación al frente del Imperio, y es Júpiter, garante de la autoridad imperial y protector de su padre adoptivo, el dios al que juntos había sacrificado sobre el monte vecino, quien intervenía en estas difíciles circunstancias. El nombre de Kasios deriva de una raíz semítica conectada con la idea del rayo y del cielo luminoso, y por tanto en época helenística pasó a ser una epíclesis del Zeus.
En la línea del significado de aquel prodigio, Dión nos dice que el día en que murió Trajano, Adriano soñó en la ciudad de Antioquía ser rozado en la garganta por una señal divina que, sin embargo, no le causó herida ni le asustó. La fulguratio y la onirocrítica se mostraban de acuerdo en señalarle como candidato a la sucesión.
Adriano parece haber sentido una especial devoción por el oráculo de Delfos al que Trajano, en los años precedentes, ya había intentado sacar de su letargo confirmando los derechos tradicionales de la ciudad y construyendo varios edificios. El interés de Adriano por el dios de Delfos se refleja también en el epíteto de Pythios, que, en ocasiones, el emperador ha incluido en su titulatura, así como en el cargo de arconte de Delfos que aceptó en dos ocasiones; por otra parte, el hecho de que Apolo fuera el dios de las letras y de las artes y protector de la cultura helénica explica también la devoción del emperador.
Prueba de ese apoyo es que se abrió de nuevo el servicio de consultas públicas, y él mismo, como dice Bouché-Leclercq, quiso dar un modelo de las preguntas que podían formularse al dios sin atentar contra la tolerancia imperial en la materia, interrogándole sobre la patria y los padres de Homero. La sorprendente respuesta del dios no se ajustó con otro oráculo que había sido dictado al propio Homero y que había sido grabado en el santuario de Delfos ni tampoco con un oráculo del profeta Euclos: Homero había nacido en Itaca y era hijo de Telémaco (el hijo de Ulises) y Epicaste (hija de Néstor).
Plutarco, que, como sabemos, era sacerdote de Delfos en la época de Adriano, refleja en su obra la política protectora de Adriano hacia Delfos y quizá hacia otros oráculos griegos.
Mientras que en el De defectu insiste en la decadencia de todos los oráculos de Beocia y del declive de Delfos, sobre todo en comparación con la gloria alcanzada en el pasado, en el De Pythiae oraculis, escrito más tardíamente, cuando ya es sacerdote, deja entrever un mayor optimismo sobre el futuro del oráculo; la decadencia, como se desprende del título de este último tratado —«Sobre por qué la Pitia no profetiza ahora en verso»—, es ahora más literaria que religiosa o política. Así, podemos leer:
«Ciertamente estoy contento conmigo mismo por el celo y servicio que dediqué a estos asuntos junto con Polícrates y Pétreo; y estoy contento con el que fue nuestro guía en esta administración y planeó y dispuso la mayor parte de los hechos, el emperador Adriano César. Pero no es posible que un cambio de tal clase y tal magnitud pueda producirse en poco tiempo por la actividad humana, si un dios no estuviera presente aquí y prestase su divina inspiración al oráculo».
Otro oráculo visitado probablemente por Adriano fue el de Trofonio, en Lebadea (Beocia). Plutarco dedicó a dicho oráculo un tratado hoy perdido, pero sabemos que Apolonio de Tiana lo había consultado en dos ocasiones. M. Guarducci cree que Adriano, cuyo paso por Lebadea está atestiguado por una inscripción, debió de descender al antro del dios y entrar en contacto con él, como se hacía regularmente, pues la catábasis tenía como objeto una revelación y una epifanía.
Por último, una moneda acuñada en Alejandría hacia el año 132-133 nos muestra al dios Serapis, de pie, cubierto por el calathos, levantando su mano derecha hacia Adriano, que permanece también de pie, ante él. El emperador baja su mano derecha extendida para señalar una especie de rectángulo rematado por un triángulo con la inscripción ADR/IA/NON que separa los dos personajes. Este tipo iconográfico parece indicar que el dios grecoegipcio ha delegado su poder en el emperador. En cuanto a la construcción que separa a los dos personajes, el templo tetrástilo corintio, no cabe duda de que se trata de Serapieion de Alejandría, mientras que la estela inscrita se referiría, según S. Bakhoum, a la biblioteca principal del Serapieion construida para el almacenamiento de los archivos. El viejo santuario habría quedado seriamente dañado con la revuelta judía de Alejandría de 115-116, y su reconstrucción sería emprendida en los años siguientes por Adriano, que aprovecharía la ocasión para construir un anexo al templo principal, el Hadrianeion. Nada sabemos de supuestas consultas al oráculo, pero hay que suponer que su actividad oracular fue, lógicamente, favorable al emperador y su política provincial. Hace años, Le Glay sugirió que el favor prestado por Adriano a Asclepio y Serapis debemos entenderlo dentro de la política de exaltación de las divinidades olímpicas, es decir, en cuanto culto de Zeus-Asclepio y Zeus-Serapis.
Los Oráculos Sibilinos judeocristianos, un conjunto de profecías originadas en la comunidad judía de Alejandría que forma parte de la literatura seudoepigráfica del Antiguo Testamento, no son del todo desfavorables a Adriano a pesar de la revuelta judaica del año 130 y del decreto dictado uno o dos años antes por el cual reconstruía en honor de Júpiter el templo de Jerusalén destruido por Tito y rebautizaba la ciudad como Aelia Capitolina. Se le cita en dos ocasiones:
«Mas cuando se sucedan en ti [Roma], acostumbrada a la molicie, tres veces cinco reyes que hayan esclavizado al mundo de Oriente a Occidente, existirá un caudillo de cabeza cana, de nombre cercano al del mar, que visitará el mundo con pie veloz, proporcionará dones, tendrá oro abundantísimo, reunirá aún más plata de sus enemigos y, tras despojarlos, emprenderá el regreso. Participará en todos los misterios de los mágicos recintos impenetrables, designará a su hijo dios, suprimirá todos los cultos, abrirá a todos desde el principio los misterios que conducen al error, entonces será ocasión de gritar élino con dolor, cuando el propio Elino perezca...»
«Tras él reinará otro hombre de plateada cabeza, que tendrá el nombre del mar y lo ostentará en la letra inicial, Ares tetrasílabo. Este dedicará templos en todas las ciudades mientras vaya observando el mundo con su pie, reunirá dones y proporcionará a muchos oro y ámbar abundante; entrará en posesión de todos los misterios de los magos, que sacará de los santuarios. En verdad que el rayo [...] dará a los hombres un soberano mucho mejor, y se producirá una larga paz cuando exista este rey; será un cantor de brillante voz, partícipe de los preceptos legales y justo admirador de la ley; pero él mismo sucumbirá cuando le llegue el descanso que le traerá su destino.»
El sibilista combina algunas cualidades del emperador con anécdotas aisladas y concretas; hace en dos ocasiones el mismo juego de palabras con Adriano y Adriático, insiste en la afición del emperador a los cultos mistéricos, la mántica y quizá las prácticas mágicas. Se le llama «Ares de cuatro silabas», lo cual quiere decir que no sólo los romanos sino también los provinciales veían en el emperador encamadas las virtudes de Marte, el dios de la guerra, antepasado mítico del pueblo romano. Otro juego de palabras existe entre el grito ai linos y el gentilicio Aelius (gr. Ailios), es decir, Adriano. La alusión, en el segundo de los pasajes, al rayo parece referirse al ya citado prodigio del Monte Casio, en el que Zeus/Júpiter le designa como sucesor.
Astrología
En la primera mitad del siglo II d.C., la astrología era considerada ya como una ciencia. Si bien es cierto que intelectualmente se la combate, en la vida diaria e incluso política, todos parecen someterse a sus dictados. La Historia Augusta narra con cierto detalle las prácticas astrológicas llevadas a cabo en la corte de Adriano y la influencia que astrología y astrólogos llegaron a alcanzar en la vida política de aquellos años. Así, estando el joven Adriano destinado en la Mesia inferior cuando el gobierno de Domiciano tocaba a su fin (hacia el año 96 d.C.), ya sabía por su tío paterno, Elio Adriano, «versado en la ciencia de la astrología», que algún día llegaría al poder, predicción confirmada entonces a mathematico quodam. Quizá influido por sus propios familiares y por aquellos astrólogos con los que mantenía summa familiaritate, se inició en la técnica astrológica hasta el punto —dice su biógrafo— de que el primer día del mes de enero, había escrito ya aquello que podría ocurrirle a lo largo del año; de hecho, dejó escrito para el año en que murió lo que iba a realizar hasta ese instante. De «perito en astrología» se le califica también en la Vida de Elio.
De Antígono de Nicea, astrólogo de la segunda mitad del siglo II,contemporáneo del también astrólogo Vettio Valente, se conservan tres horóscopos de relevantes figuras históricas de su tiempo. El más interesante es, sin duda, el horóscopo del emperador Adriano, incluido en una de las obras del astrólogo del siglo IVd.C. Hefestión de Tebas. Se trata de un documento de excepcional importancia, ya que es el único ejemplo conocido de los que los latinos llamaban genesis (o genitor a) imperatoria, es decir, de un horóscopo imperial aunque elaborado, evidentemente, a posteriori, decenios después de la muerte del emperador. Desde los tiempos de Augusto, la persona del emperador, poseedora del poder político y militar supremo, venía convirtiéndose en el centro de la vida religiosa y por eso mismo del mundo de la adivinación.
Adriano había nacido el 24 de enero del año 76 d.C. al levantarse el sol: Acuario era, pues, su signo solar y su signo ascendiente; en el zodíaco estaban la Luna y Júpiter en conjunción. El horóscopo explica que la vida del emperador quedase reducida a sesenta y dos años y seis meses:
«Había un hombre nacido cuando el sol estaba en el 8.° (o 20.°) grado de Acuario, la luna, Júpiter y el Punto horoscópico, los tres juntos en el primer grado del mismo signo de Acuario, Saturno en el 16.° (o 5.°) grado de Capricornio, Mercurio en el mismo signo, en el 12.°, Venus en Piscis en el 12.°, mientras que Marte estaba en el 22.°, pero el Mesuranema se encontraba en Escorpión, en el 22.°. En este horóscopo, Saturno es el Dueño del Domicilio de la luna. Estando en su propio domicilio, da la muerte a la edad de cincuenta y seis años. En tanto que Venus le favorece, ella añade otros seis años a su vida, haciendo un total de sesenta y cuatro. Después de sesenta y un años y diez meses, sin embargo, el Punto horoscópico y la luna aparecen en el cuadrado de Saturno...»
Son estos datos astronómicos del horóscopo los que han permitido conocer la fecha de nacimiento del emperador. Después, el horóscopo continúa recordando algunos hechos de su vida, como su adopción por Trajano:
«Fue adoptado por un emperador que había emparentado con él, llegando a ser emperador a la edad de cuarenta y dos años. Estaba intelectualmente dotado y bien cultivado, siendo honrado en los templos y bosques sagrados. Se casa una sola vez, con una soltera intacta, pero no tuvo hijos. Tenía solamente una hermana. Se hizo sospechoso y se dirigió contra los miembros de su familia. En su año 63 murió de hidropesía, sucumbiendo a la enfermedad.»
A continuación, el horóscopo explica los detalles de los mecanismos propiamente astrológicos que explican los episodios más importantes de su vida: su elección como emperador y kosmocrátor:
«Llega a ser emperador a causa de la presencia de dos planetas en el sector horoscópico (Marte y la Luna) y particularmente porque la luna estaba en ascendiente y coincidiendo con el sector horoscópico y que Júpiter estaba próximo a elevarse en el Oriente en los siete días. Y como los «satélites» se encontraban en sus propios domicilios y Venus estaba en la hypsoma del suyo y Marte en su propio triángulo, teniendo su posición en sus propios sectores mientras que los dos planetas (Marte y Venus) están cerca uno de otro y a punto de elevarse ante la Luna. Además, el Sol también el soberano es el servidor de la Luna en los seis sectores de ésta y él mismo es servido, a su vez, por Saturno en su propio domicilio y por Mercurio, encontrándose uno y otro en su orto matinal. Queda por señalar que la Luna también estaba a punto de entrar en conjunción con una brillante estrella fija en el grado 22. Pues no debe atenderse sólo a la conjunción de la Luna con los planetas, sino también a su conjunción con las estrellas fijas.»
Por último, Antígono de Nicea trata de justificar astrológicamente el culto imperial que se le debe dispensar, así como la sumisión de los súbditos del Imperio:
«Que él fuese honrado y recibiese la proskynesis de todos los hombres se explica por el hecho de que Júpiter estaba vigilante, «epicéntrico» sobre el Sol, pues un planeta que «sirve» de esta manera al Sol y a la Luna, tiene como efecto que el hombre (nacido bajo estos signos) es altamente estimado por sus iguales o superiores. Y las cualidades benéficas las recibe de la posición ya citada de Júpiter. Que él fuese benefactor de muchos y que reciba la proskynesis se explica porque el «epicéntrico» Sol, y la Luna, se encontraban igualmente servidos por otros cinco planetas. Pues si el Sol y la Luna o los dos se encuentran en los puntos activos, es decir, en el Punto horoscópico o Mesuranema y están servidos por todos los planetas, hacen que aquellos que nazcan bajo tal conjunción lleguen a ser reyes que reinen sobre todas las naciones».
Se trata, pues, de un razonamiento astrológico extremadamente complejo ideado para justificar la presencia y los hechos de Adriano en el trono: influencia de los signos zodiacales, de la posición de los planetas en los signos y sus relaciones con las estrellas fijas. Estos y otros detalles explicaban para los astrólogos su fama de constructor y viajero o justificaban la elección de su sucesor.
No obstante, de Antígono de Nicea conocemos otros dos horóscopos más: uno (post mortem) sobre Cn. Pedanius Fuscus Salinator, ejecutado por Adriano quizá porque otro horóscopo le prometía el trono. El segundo no incorpora el nombre, de forma que los estudiosos se dividen: para unos (Gundel) se trata de P. Aelius Afer, el padre de Adriano, mientras que para otros (Cramer) se refería a Serviano, cuñado del emperador.
Siempre según la Historia Augusta, Adriano llegó a aplicar sus conocimientos astrológicos a la sucesión, y sabemos que conocía los horóscopos de Elio Vero y de Ceionius Commodus. En efecto, el astrólogo Antígono de Nicea aseguraba que Adriano escogió a su sucesor, en función de tres genitura: el del propio emperador, el de Pedanius Fuscus y el de L. Ceionius Commodus, el futuro emperador. Se trata de una manipulación de Adriano para desembarazarse de sus parientes más próximos y adoptar a Commodo, que, paradójicamente, era el único que carecía de una genesis imperatoria.
Es posible que el autor de estas biografías exagere intencionadamente el interés del emperador por esta «ciencia de los caldeos», aunque ya otros anteriores a él, como Tiberio, nunca lo habían ocultado. De hecho, sabemos que Adriano dispensó a Favorino, un sofista del que conservamos en Gelio una contundente refutación de la astrología, un trato especial por encima de los demás intelectuales. Pero nada permite dudar de la notable presencia de esta técnica adivinatoria en la vida y el destino del emperador —muy debilitada, por cierto, durante el reinado de Trajano— ni, menos aún, de su utilización con fines políticos especialmente mediante la circulación de horóscopos. En cualquier caso, parece muy arriesgado calificar estas noticias —como hizo R. Syme— de fraud y fiction, como sin duda lo es también, como hizo F. H. Cramer, llamar a Adriano un «astrologer on the throne».
No parece prudente considerar ciertas iniciativas arquitectónicas emprendidas bajo su reinado —como la restauración de las estatuas colosales de Helios-Nerón y la diosa Luna (presentes ambos en los reversos monetarios) o la del Panteón de Agripa— una expresión de las especulaciones astrológicas del emperador. En la Villa Hadriana de Tibur, el emperador dispuso una sala cuya bóveda reproducía el cielo con las estrellas y los signos del zodíaco. Los estudiosos se han preguntado si la parte de la villa que tradicionalmente se conoce como «teatro marítimo» no estaba también cargada de significación cosmológica. Así, mientras que para Coarelli se trata sólo de un lugar aislado para el reposo y el trabajo del emperador (semejante al laboratorium de Augusto), para H. Stierlin el canal circular que rodea la isla evoca el océano primordial que rodea el mundo y, en el interior de la isla, imagina un baldaquino con doce soportes rematado por una cúpula que hacía las veces de un planetario.
Tampoco faltaron otras especulaciones astrológicas a lo largo del viaje efectuado por tierras egipcias durante el año 130. En el cortejo del emperador figuraba una mujer de gran importancia, Julia Balbilla, bisnieta del célebre astrólogo Trasilo, amigo de Augusto y Tiberio, y nieta del no menos célebre astrólogo Balbillus, que mantuvo estrechas relaciones con algunos emperadores romanos desde los tiempos de Claudio hasta los de Domiciano. La importancia de la familia viene probada por la figura del padre de Julia, descendiente de una dinastía helenística de Comagene que llevó el título de rey, y la de su hermano, C. Julius Antiochus Epiphanes Philopappus, cónsul en el año 109 d.C. Ella misma era una poetisa —dejó cuatro poemas escritos en griego eólico en honor del emperador sobre el pie de la estatua del «coloso de Memnón»— y sus composiciones debían de ser especialmente apreciadas por Adriano y Sabina.
Durante aquel viaje «turístico» por Egipto tuvo lugar la muerte de Antinoo, uno de los favoritos del emperador, ahogado en el Nilo. De ella, Dión Cassio, tras señalar que Adriano se entregó al estudio de la magia y recurrió a prácticas adivinatorias y de hechicería de toda clase, ofrece dos versiones: la de que se trató de un accidente, y —la más auténtica— la de que Antínoo, suicidándose, ofreció su vida en favor de la del emperador. Aunque no existe ningún testimonio, algunos autores creen que Adriano había recibido un pronóstico astrológico que le anunciaba el próximo final de su vida. Dicha posibilidad no debe descartarse, pues a finales del año 64 el astrólogo Balbillo sugirió al emperador Nerón la conveniencia de conjurar la aparición de un cometa durante varios días con alguna muerte muy sonada para que, de esta forma, desviándolo de su persona, el fatal presagio fuera a recaer sobre otros.
No obstante, otros autores, como Aurelio Víctor, apartándose de la «vía astrológica», creen que Adriano, deseando prolongar su vida, pidió a un mago voluntario —que podría haber sido Pancrates si, como parece, le acompañaba en su viaje por Egipto— que ocupara su lugar; al renunciar todos a la petición, sólo Antínoo se ofreció a hacerlo.
Conociendo la estrecha relación entre el emperador y su favorito no sería imposible que éste creyese que su sacrificio fuese necesario para salvar la vida Adriano, quien, por su parte, declararía tras su muerte haber visto la estrella en la que Antínoo se convirtiera después de su desaparición. Tras su divinización, sabemos que Antínoo realizó milagros, como demuestra un exvoto, proveniente de Bitinia, explícito en este sentido. También es de enorme interés que además de los santuarios, juegos y misterios instituidos en su honor fuera creado un oráculo en Mantinea; el propio Adriano habría redactado las sortes que se empleaban en él (quae Hadrianus ipse composuisse iactatur). Los ambientes sacerdotales egipcios avalaron seguramente el culto póstumo de Antínoo; así lo afirma la Historia Augusta, remitiendo a los oráculos que habrían dado fundamento a su heroización:
«Perdió durante una travesía por el Nilo a su favorito Antínoo, al que lloró como si fuera una mujer. Sobre lo cual corren diversos rumores, pues unos autores dicen que él se había consagrado al servicio de Adriano, otros que hacen presumir la belleza de Antínoo y la excesiva sensualidad de Adriano. Pero, como quiera que sea, los griegos le deifÍcaron accediendo al deseo de Adriano, pues afirmaban que pronunciaba oráculos que, según dicen, había compuesto el mismo emperador (oracula per eum dari adserentes, quae Hadrianus ipse composuisse iactatur).»
Así parece confirmarlo la inscripción jeroglífica del obelisco erigido por Adriano en Antinópolis, en la cual el joven «dios» bitinio es llamado para escuchar plegarias y curar enfermedades mediante mensajes oníricos.
Magia
Dión Cassio dice que en el año 138, Adriano fue Aaliviado de su hidropesía gracias a prácticas de hechicería y de magia. La muerte por hidropesía era frecuentemente atribuida a la intervención de fuerzas demoníacas. Es una prueba de que la terapia mágica no era —como se creía— practicada sólo por las bajas clases sociales y que todos recurrían a ella especialmente ante enfermedades difícilmente curables. El médico Sorano de Éfeso, que vivió en tiempos de Adriano, aunque negaba la eficacia de los amuletos, reconocía que podían tener un efecto beneficioso sobre la moral del paciente.
Durante su viaje por Egipto, Adriano visitó numerosos santuarios. Un papiro nos informa de que el emperador fue iniciado «a la magia divina» por el profeta de un templo de Heliópolis llamado Pancrates. Se trata de un famoso mago egipcio (hierogrammateys o «escriba sagrado»), originario de Menfis, admirado por el emperador Adriano, en cuyo honor escribió un poema y a quien acompañó durante su viaje por Egipto. En un papiro griego mágico se recuerda a un Parales, profeta de Heliópolis, que demostró al emperador Adriano la fuerza de su magia:
«Sahumerio. Lo mostró Parates, el profeta de Heliópolis, manifestando al rey Adriano la fuerza de su magia divina. Pues sedujo en una hora, hizo enfermar en dos horas, mató en siete horas y envió sueños al propio rey demostrando toda la verdad de su magia; y lleno de admiración hacia el profeta mandó que le duplicaran los honorarios».
Luciano nos ha dejado en su Philopseydés un cuadro de los principales rasgos de su personalidad. Con la cabeza rasurada y cubierto por un vestido de lino, como cualquier sacerdote egipcio, era alto, de labios gruesos y piernas delgadas; siempre meditabundo, no hablaba muy bien griego. Luciano no duda en calificarle de «hombre divino». Tras permanecer durante veintitrés años de semiclausura en los santuarios subterráneos de los templos egipcios, donde Isis le reveló los secretos de la magia, salió al exterior para poner a prueba sus conocimientos. Luciano ofrece dos deliciosos ejemplos de sus terástia: el paseo de Pancrates en el dorso de los cocodrilos o nadando entre fieras que se le sometían y le halagaban con las colas y la novela del mago aprendiz.
Sabemos también que Adriano visitó la ciudad de Hermópolis, en el Alto Egipto, donde varios monumentos han guardado su recuerdo. Dado que la ciudad estaba consagrada al dios Thot-Hermes, el dios de las ciencias ocultas, algunos autores han supuesto que el emperador debió de seguir aquí las enseñanzas y las experiencias de los sacerdotes, magos y astrólogos. Bonneau cree que fue aquí donde Adriano adquirió el conocimiento de la magia y la astrología, del que dio prueba en sus últimos años, llevado probablemente de su deseo de prever personalmente los acontecimientos que determinarán su vida. Quizá más que en la magia propiamente dicha, Adriano se inició en la teurgia, de la que Egipto era cuna y escuela.
Entre magia, prodigio, mirabilium y milagro, es evidente que existían características comunes. No olvidemos que la época de Adriano conoció un extraordinario auge de los paradoxógrafos, entre los que destacó particularmente Flegonte de Traies, liberto suyo, de cuya obra (Sobre los prodigios), por cierto, el autor de la vita dice que fue escrita en realidad por el propio emperador. Su obra muestra claramente cómo dentro de la corriente paradoxográfíca comenzaban a infliltrarse nuevos contenidos próximos a lo fantasioso e interesados en aberraciones y deformidades fisiológicas de todo tipo; aparecen así historias sobre aparecidos y resucitados, anomalías sexuales, hallazgos de huesos gigantescos, casos de nacimientos monstruosos o de fecundidad prodigiosa. Los monstra (criaturas con rasgos humanos y animales) están presentes en esta obra unas veces a título de prodigium —lo que señalaba la ruptura de la pax deorum—; otras, de mirabilia o hecho curioso por su excepcionalidad. En el año 112 d.C., bajo Trajano, había nacido en Roma un niño con dos cabezas, según cuenta el propio Flegonte, lo que fue considerado una gravísima advertencia divina y obligó a celebrar una expiación. Durante los años de Adriano no conocemos ningún prodigio similar, aunque sí sabemos que una mujer llamada Serapias dio a luz a cinco niños (cuatro de ellos en el mismo parto), siendo trasladada desde Alejandría a la corte imperial para ser presentada al emperador. Los nacimientos múltiples, a partir de tres hijos, eran considerados por los sacerdotes romanos como un prodigium salvo en Egipto, donde las aguas del Nilo se consideraban que, por su poder fecundante, favorecían alumbramientos múltiples.
Un curioso texto de Lydo señala que bajo Adriano se introdujo la costumbre de beber colectivamente agua fría el día I de enero, en las primeras horas de la mañana, con el fin de evitar «que no les naciesen gemelos y niños monstruosos». Parece tratarse de una medida preventiva para evitar el nacimiento de monstra, lo que pone de manifiesto el enorme temor de la población a este tipo de hechos.
El propio emperador mostró siempre un vivo interés por las cuestiones religiosas y se mostró particularmente ávido de contactos con lo sobrenatural; la Historia Augusta dice que «quería aprender personalmente todo lo que había leído sobre los distintos lugares del mundo».
Seguramente de origen sacerdotal egipcio es uno de los dos milagros que la tradición atribuyó a Adriano cuando ya se encontraba gravemente enfermo:
Por aquel entonces, apareció una mujer que decía que había recibido un aviso en sueños para que convenciera a Adriano de que se iba a reponer de la enfermedad y que no se matara; y como no obedeció, quedó ciega. De nuevo se le ordenó que comunicara el mismo mensaje a Adriano y que le besara las rodillas; si lo hacía, recuperaría la vista. Al cumplir la orden recibida en sueños, recobró la vista cuando se lavaba los ojos con el agua del templo del que había venido.
El templo bien podría tratarse, en opinión de Gracco Ruggini, de un Serapeum romano donde se practicara la incubado, quizá un precedente de aquel templo grandioso que años más tarde Caracalla ordenara construir sobre el Quirinal; pero la mujer también podría haber venido del Asclepieion de la isla Tiberina, en auge en aquella época. Por otra parte, la Historia Augusta presenta a Adriano —un enfermo incurable que cura a los demás— bajo los rasgos de un theios aner. Sozomeno menciona cómo el monje tebano Beniamino, enfermo —como Adriano— de hidropesía, curaba simplemente con el contacto de su mano. Si, como parece, el emperador mostró interés por la taumaturgia, los milagros y los prodigios, es probable que sea histórica su admiración por Cristo, a quien, según la Historia Augusta, habría querido reconocer como uno entre los divi.
El otro milagro que también nos transmite la Historia Augusta es el siguiente:
«De Panonia llegó también un anciano ciego, se presentó al calenturiento Adriano y le tocó. Al punto, él recobró la vista y a Adriano le abandonó la fiebre».
Mario Máximo, al que sigue el autor de la vita en el relato de ambos milagros, no les daba más valor que el de la escenificación de una patraña (simulatio), en un intento de disminuir la fama de aquellos episodios y de combatir así una tradición popular filoadrianea centrada en las excepcionales dotes del emperador.