Capítulo VII
Viajes de Adriano en Europa
Una de las características del gobierno de Adriano fueron sus continuos viajes. Recorrió el Imperio. Estos viajes respondían a varias causas: a su innato deseo de curiosidad; al deseo de conocer directamente las provincias y a solucionar sus problemas más acuciantes; al interés por promover la romanización con la creación de nuevas ciudades; a la defensa del Imperio, como lo indican las leyendas de algunas monedas, en las que se le califica de restitutor y locupletator orbis terrarum; a la diplomacia, estableciendo relaciones con gentes de las fronteras, al deseo de pasar revista al ejército y conocer directamente su grado de disciplina; a la construcción y defensa de ciertas zonas fronterizas, y a su interés artístico. Seguramente también a motivos religiosos en determinados lugares de culto. Sus viajes denotan un marcado interés por las provincias de cultura griega más que por las latinas, lo que es lógico, tratándose de un emperador profundamente enamorado de la cultura griega.
Dos son los grandes viajes que emprendió abandonando Roma. El primero duró del año 121 al 125 o 126. Dión Cassio escribió que Adriano recorrió una provincia después de otra, visitando las varias regiones y ciudades, e inspeccionando todas las guarniciones y fortines. Algunos los trasladó a lugares más seguros, otros los suprimió y creó otros tantos. Personalmente examinó e investigó absolutamente todo, no sólo los destacamentos de los cuarteles, como las armas, las trincheras, las máquinas, las rampas y las empalizadas, sino también los asuntos privados de cada uno, del personal al servicio de los grados y de los mismos oficiales, sus vidas, su alojamiento y sus costumbres, y corrigió, en muchos casos, prácticas y comportamientos de vida que eran demasiado escandalosos. El emperador enseñó a los soldados el comportamiento a seguir en cada tipo de batalla, concediendo honores a algunos y amonestando a otros. Preparó a los soldados para lo que se podía hacer. Los soldados podían beneficiarse de la contemplación de su género de vida. Llevó siempre una vida disciplinada, andando a pie o a caballo siempre. En esta etapa jamás subió a un carro o a un vehículo de cuatro ruedas. No cubrió su cabeza en tiempo caluroso o frío. Con su ejemplo y sus ordenanzas entrenó y disciplinó a todo el ejército a lo largo del Imperio, y aún hoy, los métodos introducidos por él son ley para los soldados en campaña. Entre las nieves de Germania y bajo el sol abrasador de Egipto, llevó la cabeza al descubierto. Dión Cassio, en este párrafo, sintetiza brevemente el comportamiento del emperador durante los viajes, deteniéndose en su proceder con el ejército y señalando su carácter disciplinado y austero.
Comenzó su primer viaje por la Galia, donde observó la miseria de las poblaciones. Hizo algunas reformas, pues las leyendas de las monedas dan al emperador el título de restaurador. Una de las características más notables de su gobierno fue socorrer y favorecer a las clases necesitadas, dentro y fuera de Italia. De aquí pasó a Germania, donde entrenó al ejército como si la guerra fuera inmediata. Señala su biógrafo en la Historia Augusta, que Adriano era un hombre pacífico, otro rasgo fundamental de su carácter, pero preparó al ejército para la guerra. El comportamiento con el ejército descrito por Dión Cassio se puede aplicar perfectamente a su estancia en Germania. El autor de la Historia Augusta confirma este comportamiento de Adriano, que acostumbraba al ejército a soportar fatigas, participando él mismo de modo ejemplar en la vida militar. En compañía de las tropas, comía lo mismo que los soldados: queso, tocino y agua con vinagre. Recuerda la afirmación de Dión Cassio de que concedió premios a muchos y a otros varias dignidades, para ayudarles a soportar las fatigas que imponía la vida militar, que cada día eran más pesadas. La disciplina militar se había relajado desde tiempos de Augusto por culpa de los emperadores. El autor de la Historia Augusta remacha las afirmaciones de Dión Casssio referentes a las ordenanzas del ejército en relación a la disciplina, al escribir: «Reguló las ordenanzas y los gastos militares». Prohibió a todo el mundo abandonar el campamento sin causa. En el nombramiento de los jefes no se atuvo a la simpatía de los soldados, sino al examen de los méritos individuales. Sus exhortaciones estaban siempre apoyadas en su ejemplo, porque era capaz de recorrer a pie veinte millas, incluso cargado con las armas.
Eliminó del cuartel los pórticos, las grutas subterráneas y los jardines. En este aspecto siguió el ejemplo de Escipión Emiliano en el cerco de Numancia, en el año 133 a.C. Con frecuencia vestía trajes sencillos y cinturones sin adornos de oro. La fíbula con la que sujetaba el manto no estaba adornada con gemas. Su espada apenas tenía la empuñadura de marfil. Visitó los locales destinados a hospitales y se alojó en los campamentos entre los soldados.
Sólo se llegaba a centurión si se poseía un carácter firme y honestidad de costumbres, y a tribuno, si se tenía una buena barba o edad de suponer una experiencia adecuada al empeño requerido por el cargo. Prohibió a los tribunos aceptar favores de los soldados. Extirpó todo tipo de corrupción. Revisó el armamento y el ajuar de la tropa. Estableció el límite de edad de la carrera militar de cada uno, para evitar que en el ejército, contrariamente a la antigua costumbre, se alistasen soldados muy jóvenes para ser útiles, o permanecieran soldados viejos en el ejército más tiempo de lo que lo permitía el sentimiento humanitario. Todo lo conocía personalmente y sabía siempre el número de efectivos. No se olvidó de inspeccionar con cuidado los depósitos militares. Se informó escrupulosamente de los ingresos de varias provincias, para poder ayudar en caso de necesidad a unas con los ingresos de las otras. En estos casos se preocupó con gran celo de eliminar los gastos y las personas inútiles. Restauró la disciplina militar, según su programa. En este párrafo describe el autor de la Historia Augusta el comportamiento del emperador en Germania. Se ocupó de restablecer la disciplina militar y se ocupó de todos los problemas del ejército, aun de los más minuciosos. Un dato importante, esta vez de carácter político, es que nombró un rey a los germanos, fiel a su política de establecer buenas relaciones con los pueblos bárbaros. Dión Cassio afirma que los bárbaros tomaron a Adriano como árbitro de sus diferencias. Las monedas de la Galia celebran la llegada del emperador y le llaman restaurador, y las de Germania aluden a su política con el ejército y a su presencia en Germania. De esta provincia pasó a Retia y al Norico, según los testimonios de las monedas, en los últimos meses del año 121, y después de nuevo pasó a Germania. En el año 122 se encontraba en Britannia, donde realizó varias reformas. Estableció las bases de un sistema estable, necesario después de la revuelta de 117. Las monedas también conmemoran la llegada de Adriano a Britannia, y mencionan al ejército romano estacionado en la provincia. La presencia de Adriano en Britannia coincidió con la sustitución del prefecto del pretorio Septitius Clarus, de Suetonio Tranquillo y de otros muchos que habían tenido la audacia de establecer relaciones más íntimas con la emperatriz Sabina de lo que permite el respeto a la familia imperial. El Suetonio era el jefe de la correspondencia imperial. El autor de la Historia Augusta da a entender que, en una fecha tan temprana como el año 122, Adriano se encontraba totalmente desilusionado de Sabina, al poner en boca del emperador que, si hubiera sido un ciudadano cualquiera, no habría dudado en repudiar a una dama tan caprichosa e intratable. El biógrafo de Adriano intercaló en este momento algunas características de la actuación de Adriano, que estaba informado no sólo de todo lo que sucedía en su palacio, sino también en las casas de sus amigos, hasta el punto de espiar a través de informadores pagados por ello todas sus vidas privadas. El biógrafo confirmó este proceder de Adriano con un suceso. Una vez, una dama escribió a su esposo, que era militar, reprochándole que no quería volver con ella, pasando el tiempo en diversiones y en baños. Adriano conoció el contenido de la carta por sus soplones. Cuando el militar pidió víveres a Adriano, éste le reprochó los baños y los placeres. El militar le preguntó al emperador si su esposa le había enviado a él una copia de la carta. Esta actuación fue muy reprochable. Otras lo eran aún más. Se le atribuyeron relaciones con adúlteras, adulterios cometidos con mujeres casadas, a lo que añadió que no fue fiel a sus amigos. Probablemente son chismorreos de la corte. Dión Cassio añade algunas otras noticias a las recogidas sobre los viajes de Adriano, importantes para matizar la personalidad del emperador, como son que construyó teatros y costeó juegos cuando iba de ciudad en ciudad, lo que nunca había hecho fuera de Roma. Estos espectáculos de masas hacían muy popular al emperador.
De Britannia pasó Adriano a la Galia Meridional, donde erigió a Plotina, fallecida poco antes, una basílica en Nîmes componiendo himnos en su memoria. Adriano estaba agradecido, pues debía a la esposa de Trajano el Imperio. Vistió de negro durante nueve días. Por aquellos meses debió de morir su caballo Boristhenes, que era su favorito para la caza. Le levantó una tumba y colocó una inscripción sobre ella. Su estancia en Galia fue turbada por la noticia de que, en Alejandría, había estallado una revuelta por haberse encontrado un antiguo simulacro del buey Apis, que en Egipto gozaba de honores divinos y cuya tumba era lugar de peregrinaciones. Se aparecía de tarde en tarde. La aparición había provocado roces entre los pueblos, que pugnaban duramente por el privilegio de hospedarlo.
El invierno de 122-123 lo pasó Adriano en Tarragona, donde restauró con su dinero el templo de Augusto, y convocó una reunión de todos los hispanos molestos por los alistamientos del ejército, tomó determinaciones con mucho tacto y discreción. Utilizó, como otras veces, la diplomacia, con excelentes resultados. De las veintitrés cohortes Hispanorum conocidas, catorce son de época trajano-adrianea. Son las siguientes: III Asturum, cohorte en Mauritania Tingitana; II Bragara augustanorum equitata, en Macedonia-Tracia; I Celtiberorum, en Britannia y en Mauritania Tingitana; I Hispanorum, cohorte en Mauritania Tingitana; I Hispanorum, en Siria; I Aelia Hispanorum civium romanorum, en Britannia; I Hispanorum, en Britannia; I Hispanorum, en Mauritania Cesariensis; II Hispanorum, en Siria; II Hispanorum, en Egipto y en Mauritania Tingitana; II Hispanorum civium romanorum, en Mauritania Tingitana; II Hispanorum, en Numidia; IIII Hispanorum, en Dacia; VI Hispanorum, en Siria; II Lusitanorum, en Egipto; I Fida VarduIlorum civium romanorum, en Britannia; el ala I Asturum estuvo en Britannia. Los soldados de estos cuerpos procedían de Hispania en origen, y supusieron una gran sangría de hombres.
En Tarragona, Adriano estuvo a punto de ser asesinado por un esclavo del huésped que le había hospedado. Adriano demostró tener sangre fría al inmovilizar al asesino. Cuando se enteró de que se trataba de un loco, ordenó que fuera puesto al cuidado de los médicos, sin perder la sangre fría. Este suceso describe algunos rasgos importantes de su personalidad, su sangre fría, su valor y la ausencia de venganza, al tratarse de un enfermo mental.
En Hispania le erigieron muchas estatuas. No visitó Itálica, su patria, pero la colmó de favores. Pasó por Gades, pues las monedas llevan la leyenda de Hércules Gaditano, quizá referidas a alguna restauración o donativos importantes al Heracleion gaditano, título que dan las monedas a su permanencia en Hispania. De Gades pasó a Mauritania Tingitana, donde sofocó una revuelta de los mauritanos, levantiscos ya en el año 117. Organizó el ejército, según la leyenda de las monedas, que mencionan la llegada de Adriano a Mauritania y al ejército, por lo que el Senado decretó más acciones de gracias a los dioses.