Los (Cinco) BuenosEmperadores
La autora continúa destacando cómo fue sobre todo la escuela anglosajona, muy reluctante a reconocer en el siglo II definiciones por familias (aunque sí las aceptan para Julio-Claudios, Flavios o Severos), o por el sistema político (del tipo de «los Adoptivos»), la que optó por considerar la bondad de los reinados. Un concepto algo escabroso en cuanto que no se habla de lo público, y que de entrada choca, por ejemplo, con las concepciones cristianas acerca de la bondad de un príncipe, que tanto peso tuvieron en la historiografía europea antes de la Ilustración. Por ejemplo, Trajano o Marco Aurelio, que fueron «buenos emperadores» ya para sus coetáneos, no podían ser vistos de igual forma por los historiadores cristianos, o por los simples cristianos, por cuanto fueron ordenantes de sucesivas y sangrientas persecuciones. Aunque la Iglesia consintió más tarde en que, milagrosamente, Trajano pudiera ser el único pagano en entrar en el Paraíso (y así lo atestiguó también Dante), el rechazo parcial por escrúpulos religiosos debió de ser lo que impidió una aceptación más amplia de esta definición.
Aunque en este caso hay apoyo en el testimonio del emperador Aureliano, que señala a cinco de los emperadores como boni principes, los conflictos se suceden al «sobrar» alternativamente Nerva, Lucio Aurelio Vero II y Cómodo, y así en la práctica se ven incluidos con frecuencia, no los cinco, sino a seis o los siete emperadores, e incluso algunos de los boni no lo fueron para los romanos. Comenzando por el propio Adriano, asesino de senadores y de familiares (un crimen nefando y no perdonable), que llegó a ser un divus o dios contra la opinión de todos y sólo como consecuencia de un pacto político. O Lucio Vero, al que se suele intercambiar por Nerva (debido a la brevedad del reinado de éste), pero cuya poco ejemplar conducta fue motivo de grave preocupación para su hermano y corregente, el buen Marco Aurelio. La serie deja completamente fuera a Cómodo (181-192 d.C.), a pesar de que éste fue hijo legítimo de Marco Aurelio y en realidad el primer emperador «porfirogéneta» —es decir, nacido ya en la púrpura— y se ve, sin embargo, habitualmente expulsado a un «período de crisis» del que él mismo, por su previo asesinato, nada llegó a saber ni vivir. Y todo ello suponiendo que conceptos éticos como la «bondad» o la «maldad» de un soberano (muy subjetivos siempre, pero más sabiendo quiénes escribían la Historia en la época romana) puedan ser criterios historiográficamente válidos para agrupar series de gobernantes (de hecho, nunca se han utilizado para ninguna otra época histórica o país).