XXX

 

 

La curiosidad se impuso a la prudencia. René sabía que adentrarse en aquel barrio suponía un riesgo, pero los chismorreos del muelle, siempre pecaban de dramáticos. Quería convencerse por sí mismo.

La actividad en los nuevos silos, los tan cacareados Docks Vauban, como habitualmente, era frenética. René dejó atrás la “Maison de l´Armateur” y se dirigió a la tienda de Jerôme. Estaba cerrada. Esto en un Jueves, era absolutamente anormal. Empujó la puerta de la vivienda que habitualmente estaba cerrada y cedió. Cruzó el oscuro pasadizo hasta alcanzar la luz de la rebotica…

—¿Qué tenemos pues, Loucie? —prorrumpió exagerando el tono, al ver a Jerôme tumbado en un catre—.

—Ni te acerques. Ya es bastante conmigo… —avisó con voz entrecortada Jerôme.

—Ya me habían avisado que esta vez el brote era fuerte, pero, como siempre, hasta que no ves las cosas de cerca… ¿Qué dices pues Jerôme?

—Lo que has oído…Huye de aquí…

—¿Fiebres…entonces?

—De caballo. Fiebres, diarreas…

—¿Os habéis olvidado de hervir el agua, alguna comida pasada…?

—Nada de eso —intervino Loucie—. Aquí se cumplen las normas a rajatabla… Cuando las cosas están de venir, no hay quien las pare… Y si no pregúntales a los frailes… Mira si sabrán esos… Pero ni siquiera a ellos les ha valido porque han debido de caer algunos… Dicen que esta es bastante peor que la de hace cuatro años… Así que ya sabes… largo y no te acerques por aquí, hasta que nos hayamos... bueno, ya sabes…espero que curado, porque nos vamos a curar —a Jerôme— ¿no es así?

—¿Qué otra cosa esperas? —sonrió a duras penas el enfermo.

Ni siquiera intentó curiosear por el barrio San Francisco. Alguna vez que lo había hecho en parecidas circunstancias, el espectáculo solía resultar bastante desagradable. Enfermos muriéndose sobre las murallas, carros funerarios, gritos de dolor… El sonido y los ritmos de la peste… Algunos estibadores, probablemente los arracimados en la zona de San Francisco, cuyas condiciones de salubridad eran deplorables perdieron la vida.

Esto alteró hasta el paroxismo, la vida y el sosiego de los muelles, ya de por sí bastante agitados por las habituales trifulcas de la vida portuaria.

No tuvo que hacer René demasiadas indagaciones, para enterarse del golpe mortal que había causado la peste en el convento de San Francisco. La noticia se extendió como la pólvora y en el puerto aún con más rapidez si cabe, ya que de entre los cinco frailes fallecidos, había un extranjero. Se trataba del fraile Hernán.

Aunque no parecía muy correcto alegrarse, seguro que Fausto no tendría ningún escrúpulo en hacerlo. El propio René no pudo evitar, no sé si alegría o una profunda liberación. Y eso que realmente a él… Pero un hombre, además religioso y con tanta malignidad… Bien pero que bien merecido se lo tenía….

Por eso, cuando al siguiente domingo llegó al pueblo, y su hermana, probablemente más que triste, enfurecida, le comunicó la ausencia de Fausto, René se derrumbó.

No era únicamente el no poder comunicar una nueva que presumiblemente le aportaría una gran alegría a su amigo. Allí, había algo que olía a chamusquina, porque no era normal que sin dar ninguna explicación Fausto se hubiera volatilizado. No, no era propio de una persona que asumía sus actos con absoluta responsabilidad, sin excusas.

Estaba seguro de que algo tenía que haber pasado. Algo a lo que Zosime no habría de ser ajena. El no era tonto… Ya se había apercibido perfectamente de que la solterona no perdía ripio para revolotear como un moscón en torno al muchacho… ¿Cuándo su hermana, con más pintas de marimacho que de otra cosa se había enjaezado y sacado a relucir sus torpes propiedades femeninas?

—Algo te habrá dicho, algo te habrá dejado, alguna nota… Fausto no es una persona que sin dar ninguna explicación me abandone. Y esto lo sé, vamos… De todas formas tú tienes que saber algo o como poco me ocultas cosas…

—No sé por qué —caviló—, tengo la sensación de que el último día que estuve con él, algo me quiso decir… Lo que pasa es que yo debo ser muy torpe, o al menos no puse la debida atención para entender lo que me quería decir, así como entre líneas… ¿Qué me querría decir con aquellas palabras…eso de que sentiría que su estancia complicara la tranquilidad de esta familia, cuanto tanto nos debía…?

—¿Qué me ocultas? —demandó a su hermana— ¿ no tienes nada que decirme? ¿Pero tú no te das cuenta de que ese hombre, todavía está convaleciente…, que todavía renquea más que la mula vieja?

—Oye, cuando tengas oportunidad se lo preguntas a él…y a mí no me compliquéis la vida…

René estaba seguro de que algo había pasado. No deseaba otra cosa que volver a encontrarse con él. Aquí quedaban muchas cosas ocultas que apestaban. Nada extraño conociendo a sus hermanas. Mira que había tenido mala suerte con su familia. Sus hermanos unos benditos, más cándidos que un trozo de manteca… No habían sabido más que trabajar y decir amén a estas dos brujas, que eran sus hermanas… ¡Para una vez que había encontrado a alguien en quien confiar…!

 

La hija del abad
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