XXXVII

 

 

Jorge le convenció para asomarse al mercado. Fausto no opuso excesiva resistencia, porque a pesar de sentirse bastante cansado, quería aprovechar un sol mañanero que en aquellos brumosos días, tan remiso se había mostrado.

Y no es que el sirimiri, al que por sus orígenes estaba tan habituado, le apabullara como a tantas personas. Pero había sido una semana agotadora. El acarreo de piedra para la construcción del nuevo muelle, era el único trabajo que en aquel momento le ofrecían. Sin duda, era un trabajo de esclavos… Y para mayor tormento, mal pagado.

Acababa tan derrotado la jornada, que muchos días, sin ni siquiera probar bocado se apegaba al catre… Y no es que necesitara excesivo tiempo para dar cuenta de una sardina vieja sin más aditamentos que un trozo de pan, tan pétreo como espeso…

Como quiera que fuera, no le vendría mal un garbeo. De paso, degustaría tranquilo algún fiambre en las chacinerías del mercado.

Las mesas de los mercaderes se agolpaban con su paleta de colores hortícolas, en el empedrado de la plaza de las Angustias. El verdor de las gavillas de grelos y nabizas, soportaba el rojo profundo de los últimos tomates de la temporada… Toda una policromía y aromas sugestivos, penetrados a destellos por los intensos efluvios del caldo gallego que humeaba en rústicos cobertizos.

Los mercaderes gritaban su “pulpo a feira”, sus empanadas, su lacón con grelos y aquel caldo espeso y ardiente que a Fausto siempre le había resultado excesivamente plomizo.

Las campanas de los templos se alborotaban. A sus compases, las últimas golondrinas todavía parecían pensarse, como si resultara un fastidio, el rito de la emigración.

Monjas, damas y señoras con el rostro velado por sus mantillas, varones repeinados con sus camisas blancas de algodón y sus calzones anudados cabe la rodilla… Todos como en apremiante caravana, se apresuraban ante el tañer de las campanas…

Para más confusión, los niños se alocaban a carcajadas a su paso, trastabillándose ante el enfado de los feligreses. Parecían llenarlo todo.

Pero así, de pronto, algo inquietó a Fausto. Se trataba de un grupo pardusco, ético y parsimonioso de frailes…Aquel negro presagio que tantas veces acababa estrujando su vida…Y es que le pareció que todos los frailes de aquella comitiva bizqueaban y que incluso cojeaban ostensiblemente…

—Calla —se detuvo repentinamente asiendo con fuerza el brazo de Jorge.

—¿Qué…qué sucede?

—¡Nada, nada…! ¡Qué estúpido y paranoico soy…! —Se frotó los ojos como tratando de aclarar una cierta nebulosa.

—¿Estúpido y paranoico Fausto? Eso sí que me resulta increíble, —le replicó Jorge con suma extrañeza.

Callejearon un buen rato y se despidieron sin más. No se precisaban demasiados protocolos. Al volver a casa, o mejor, a lo que él consideraba su tugurio, ya desde lejos se sorprendió al ver una silueta, que de alguna forma no le resultaba tan extraña. Era como si le remitiera a tiempos pasados, quizás olvidados.

Llegado a su altura, el desconocido despaciosamente y con las manos en el bolsillo, se volvió hasta enfrentar su mirada. No pudo evitar un gesto de asombro, quizás algo excesivo.

Fueron unos instantes de mutua perplejidad, suficientes como para que Fausto identificara al pequeño espía. Instintivamente se llevó la mano a su cicatriz, en la que el rubor se trocaba en cárdeno…

Con la misma rapidez y capacidad de adaptación, Genaro adoptó su expresión facial habitual…

—¡Por fin! “no quinto carallo…” (Por fín en el quinto carajo)

Fausto trazó una leve sonrisa. Y es que en aquel momento, una de las cosas que menos cabía esperar, era la aparición del carlista gallego.

—Te juro —enfatizó el gallego—, que de no haber sido por la terquedad de cierta persona, tiempo ha que hubiera desistido de dar con tus huesos. Pero Eizaguirre, es mucho Eizaguirre… Y de alguna forma, y tú bien lo sabes, hay mucha gente que le debe mucho…mucho…

—¿Eizaguirre…? Cierto… no lo puedo negar, mucho le debo… ¿Qué puede hacer uno por este viejo lobo…?

—Pues, no sé qué diablos podrás hacer. Sólo te puedo decir que tiene un gran interés en dar contigo. Está decidido, como él dice, a fondear… Probablemente, antes se acerque por aquí. Y por lo que vi, mostró un inusitado interés— él me dijo, ya le conoces, en echarte el guante…

Mientras esto ocurre, toma esta nota. Me insistió en que no solamente la leyeras con sumo interés sino que siguieras a rajatabla sus indicaciones. Además —amortiguó su voz—, se que tienes algún contencioso con cierto fraile… Cuidado con él…

—Habla claro… ¿Qué es eso de cierto fraile? — el golpe fue tremendo, pero intentó mostrarse como un gran fajador.

—¡Carallo Fausto!, que ya nos conocemos. Sabes quién es “el diablo cojuelo…”. Un mal sujeto que calla y escudriña en silencio… Y que es de esos que paga y amenaza… Por todo esto, es indudable que entre nosotros te manejarás mejor…Tienes que contestarme sí o sí. Yo ya me encargaré, de hacer llegar tus reflexiones lo antes posible a su destinatario. Es decir, a tu querido capitán… Que ya me he comprometido.

Fausto, se quedó como en una pura nebulosa. Miró lentamente y en silencio a Genaro, como incapaz de reaccionar… Como si de alguna forma esperara de su amigo la salida adecuada a la misiva y a la conflictiva coyuntura.

—Oye, — Genaro comprendió aquella perplejidad— a mi no me culpes de nada… El viejo me dijo que te entregara esto y que me dieras inmediatamente tu respuesta…

Entraron a la cercana posada, donde el cocido gallego expandía con generosidad sus densos efluvios. Se sentaron y pidieron una jarra de Ribeiro. Sin duda aquello, más bien parecía un morapio de la ribera sacra, cuya densidad cercaba de cárdenos anillos las pequeñas jarras de cerámica…

—No creo que deba preguntarte, como “chegaste”. Hay mucho vasco, probablemente con parecidos problemas en el astillero…

—¿No querrás que te aburra con mis historias?

— Pues sí.

— ¡A no me iba mal en el astillero, la verdad! No pintaba mal la cosa, nada mal… Pero...

Y Fausto, pasando por alto nimiedades y detalles sin importancia refirió a su antiguo compañero de fatigas, sus andanzas.

Genaro se lamentó no haber topado antes con sus huesos… No era hombre de grandes aspavientos y así como quien no da importancia a las cosas, consideró que no veía difícil que le readmitieran en las atarazanas… Y es que tenía ciertas conocencias en aquel tajo, que difícilmente le dejarían en la estacada.

Una vez dado por resuelto, el tema, así muy parsimoniosamente, mientras degustaban una bien repleta fuente de lacón. Luego se entregó a un inacabable palique, aunque antes obligó a Fausto a que resolviera el mandado de Eizaguirre.

La misiva venía a explicar en tono, vamos a decir familiarmente impositivo, la urgencia que Iñazi tenía en saber algo de las andanzas de su marido. Se trataba por fin, de las primeras noticias que llegaban de su familia… ¿Si hubiera barruntado por qué caminos?

Fausto debía tanto a Eizaguirre, que a pesar de sus miedos y del caos mental que le atenazaba tratándose de este asunto, pidió al posadero algo para poder redactar unas líneas.

Fueron precisamente estas notas, las que por Dios sabe que parecidos y sinuosos derroteros, arribaron hasta las manos del criollo Gamboa y posteriormente a Iñazi.

Después, tras el quehacer cumplido, se entregaron al vino y a la verborrea.

Fausto, ya algo desmadejado, supo que Genaro seguía en el rollo carlista. Y no es porque en Galicia el carlismo hubiera tenido gran predicamento. Pudiera decirse que el movimiento apenas había contagiado a cierta hidalguía rural, una aristocracia de segunda, por llamarlo de alguna forma.

Con estos se revolvían un limitado sector del clero, temerosos de que los liberales les privaran de sus diezmos y tradicionales estipendios…

Realmente, ni el campesino ni el hombre del mar, se sintieron muy motivados en Galicia por el mensaje carlista.

Esto, a diferencia de Euskalherria, vendría motivado, por la diferencia de objetivos en uno y otro bando. Estaba claro que en Vasconia, el motor de la lucha era le defensa del fuero. El asunto dinástico no pasaría de una pura concomitancia. Una garantía para la preservación del fuero. Al fin y al cabo ¿qué era un rey? Un tipejo insensato, engreído, con frecuencia despótico y siempre un parásito. Cuantos pueblos se han desangrado a merced de sus caprichos…

Con toda seguridad, hoy diríamos sin ambages, que la contienda carlista en Euskalherria, fue una lucha irrefutable por la soberanía de las instituciones vascas…

En cuanto a la escasa movida gallega, lo que al parecer primaba más que el aspecto dinástico, tenía otros matices. Sin duda, la lucha por ciertos privilegios, tanto de la clerecía como de la pequeña nobleza.

Sea como fuere, Genaro ya desde un principio, se involucró en la guerrilla carlista.

En 1834, alistado en la partida del arcediano de Mellid, Juan Martínez Villaverde, fracasa en el ataque a la ciudad de Lugo. Eso motivó su huida a Euskalherría. Luego se embarcó en la trama del espionaje, donde tropezó con Fausto…

Habló y largó, sin que al parecer se diera cuenta de que en la medida en que transcurría la tarde se cegaba de morapio.

Que de alguna forma seguía en la actividad “subversiva” estaba claro.

Curiosamente, el vino, que el mozo del bar, aportaba con generosidad, no le atrofiaba la lengua, todo lo contrario, parecía despejarle el cofre de los secretos…

Fue precisamente por eso por lo que Fausto, trató de contenerle. Porque además, precisamente aquellos días, se había destapado un depósito de armas en los aledaños del monasterio de Monfero…

Fausto difícilmente podía ocultar su desasosiego ante la arriesgada locuacidad de su compañero. Miraba al posadero sin poder evitar su manifiesta inquietud…

Fue en ese momento, cuando el viejo tabernero se acercó a la mesa, sonriendo a Fausto. Se había dado cuenta del estado de agitación del muchacho…

—Tranquilo, que no hay moros en la costa. Por el mudo no os preocupéis, además de callado, es mi hijo. Y que carallo, falta le hace hablar a éste —por Genaro—, y para una vez que se decide, no le vamos a cortar… Aquellos —señalando a un grupo de marineros algo alejado, bastante enredados con sus naipes—, aparte de no entender vuestra jerga, bastante tienen con jugarse las cejas…

 

No habría pasado más de una semana, cuando el mozalbete, hijo del posadero, justamente en el umbral de su chabisque, le entregó a Fausto una nota.

—Esto, de parte de Genaro.

Y como alma que lleva el diablo, sin dar más explicaciones, se esfumó.

La nota era muy escueta, no podía serlo más.

“Preséntate en el astillero. Pregunta por el asturiano y dile que vas de mi parte. Todo está resuelto. Ni hagas preguntas, ni él te las hará. Algún día nos veremos. No lo dudes. No puedo darte más explicaciones. ¡Suerte, valiente! Todo saldrá bien. Y cuídate las espaldas, que últimamente las sacristías están bastante agitadas…

Algún día después, se supo que los de la Milicia Nacional habían entrado en combate con un grupo de carlistas renegados, abatiendo a alguno de ellos. Pero nadie supo con precisión cuántos y de quienes se podría tratar… Eso era todo.

La hija del abad
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