XXXIII

 

 

¡Si Iñazi, hubiera desplegado aquel papel que sostenía mi mano, ahora de tintes pajizos y como almidonado por la acción del tiempo, tan solo con el interés y la emoción que yo mismo rezumaba…al desplegarlo en el avión! Hubiera sido todo un episodio, henchido de emociones, digno de ser vivido y presenciado… Habremos de conformarnos con imaginárnoslo…

El capitán Eizaguirre, se había hecho cargo de aquella carta, escrita en Euskera por Fausto. Cabe pensar que con tantos avatares, el muchacho habría perdido la dirección de su familia en Campeche. Eso suponiendo que se encontraran por aquellas latitudes.

Por otra parte, como trataré de explicar, algo o bastante más que algo, hubo de hacer el viejo marino, para encontrar al joven activista carlista y moverle a redactar la misiva….

Pero eso es algo que ya desmenuzaré a su debido tiempo…

Parece pues incontrovertible, que hubo de hacer con el joven una intensa labor sicológica.

No sabemos si en aquellos momentos consiguió devolverle su autoestima. No parece sencillo comprenderlo, tratándose de una persona cuyo aspecto y oficio, no parecía el más indicado para tal cometido. No dudaba que una vez conseguido que el muchacho se recompusiera anímicamente, insuflarle el ansia por recuperar su familia, sería un mero trámite.

Pero prosigamos con nuestra historia, no nos anticipemos y veamos cómo se encadenaban los acontecimientos…

Y prescindamos por el momento de los innumerables pasos, tanto como de las imposibles indagaciones, hasta dar con Fausto. El encuentro entre este y el marino etc…Ese tendrá que ser otro tema…

 

Para Iñazi, la lectura de aquel texto, debió ser sin duda, uno de esos momentos puntuales y decisivos, que acaban definiendo nuestras vidas…

La carta no comunicaba ni grandes acontecimientos, ni excesivas emociones… Simplemente se remitía —ya lo apunté— a relatar, bastante sucintamente y con cierta contención, el deseo que Fausto tenía, tanto en reunirse con su familia, como en amasar algunos ahorros para poderles ofrecer una vida digna…

El muchacho aludía a su trabajo en los muelles. Faenaba en cierto astillero, sobre el que no aportaba la más mínima indicación geográfica. No daba importancia a la dureza de las labores que desarrollaba. Aseguraba que mantenía la ilusión de que en pocos años pudiera reunir algo dinero. De esta forma, los rigores y penalidades a que les había sometido la vida pasarían al olvido. Efectivamente el texto rezumaba frialdad…

La muchacha leyó y releyó la carta. Ciertamente la sensación de abandono ante la vida, que para ella y sus hijos suponía la ausencia de su marido parecía esfumarse. Sin embargo la frialdad que parecía emanar del texto, le transmitía inevitablemente un deje misterioso y amargo.

No era normal, se decía con una creciente zozobra, sobre todo conociendo a Fausto, aquella más que extraña cruel sequedad… Máxime cuando él —siempre tan intuitivo y delicado con ella—, forzosamente sería sabedor de su estado de ánimo, tanto tiempo sin dar señales de vida…

Las cartas que durante estos años, llegaban de Europa, tanto de Jerôme, como de Pierre, a pesar de resultar cada vez más desesperantes, no habían logrado quebrar ni su moral, ni sus esperanzas…

No todas las mujeres en similares circunstancias, adoptan las mismas resoluciones…

La propia Petra, aparentemente sin más pretensiones que las de entender su anómala situación, solía comentar, así sin más, las cualidades de Ernesto Gamboa…

Probablemente lo hacía, sin más intención que la de aligerar l posibles turbaciones. Y es que entendía, que como resultado de la amistad con aquel comerciante, surgieran objeciones a la honestidad de la muchacha.

Porque, y esto era un hecho bastante notorio, las visitas del caballero Gamboa, últimamente menudeaban…

Nadie sin embargo, se atrevería a decir, que a pesar de la mayor intensidad en los contactos, existieran insinuaciones o propuestas confusas. La corrección y aún más la discreción de Ernesto Gamboa, resultaban modélicas…

Es muy probable —a saberlo—, que si la muchacha hubiera dado pie a otro tipo de relación, el hombre se hubiera adentrado, sin la más mínima duda, en otros caminos más íntimos. Es decir, más emocionales y sin duda más comprometidos.

Pero la muchacha, ni daba opciones, ni se prestaba a ambigüedades. Esperaba a su marido. Por ello, dejaba siempre prendido del entorno que en cualquier momento, su presencia sería una realidad…

Evidentemente, no tenía motivos para sospechar, la situación o mejor, la odisea, que desde su dramática separación en el Havre, hubo de vivir Fausto.

Como quiera que fuese, no estaba dispuesta, sobre todo una vez que de alguna forma se había dado con los huesos del padre de sus hijos, a quedarse ahí, quieta y a verlas venir. Ella no era de esas. Por otra parte, siempre se ha dicho que las mujeres vascongadas, son bien osadas y sobre todo resolutivas….

Fue entonces cuando se decidió a componer aquel texto, tan conciso y al propio tiempo tan potente y explícito, que Ricardo Zozaya, tan diligentemente me había remitido al hotel de Santiago, y del que con tanta fortuna y de pura chiripa, me pude apropiar.

La hija del abad
titlepage.xhtml
CR!G51RP6ZR4536QAVHB4FRHVNCB46H_split_000.html
CR!G51RP6ZR4536QAVHB4FRHVNCB46H_split_001.html
CR!G51RP6ZR4536QAVHB4FRHVNCB46H_split_002.html
CR!G51RP6ZR4536QAVHB4FRHVNCB46H_split_003.html
CR!G51RP6ZR4536QAVHB4FRHVNCB46H_split_004.html
CR!G51RP6ZR4536QAVHB4FRHVNCB46H_split_005.html
CR!G51RP6ZR4536QAVHB4FRHVNCB46H_split_006.html
CR!G51RP6ZR4536QAVHB4FRHVNCB46H_split_007.html
CR!G51RP6ZR4536QAVHB4FRHVNCB46H_split_008.html
CR!G51RP6ZR4536QAVHB4FRHVNCB46H_split_009.html
CR!G51RP6ZR4536QAVHB4FRHVNCB46H_split_010.html
CR!G51RP6ZR4536QAVHB4FRHVNCB46H_split_011.html
CR!G51RP6ZR4536QAVHB4FRHVNCB46H_split_012.html
CR!G51RP6ZR4536QAVHB4FRHVNCB46H_split_013.html
CR!G51RP6ZR4536QAVHB4FRHVNCB46H_split_014.html
CR!G51RP6ZR4536QAVHB4FRHVNCB46H_split_015.html
CR!G51RP6ZR4536QAVHB4FRHVNCB46H_split_016.html
CR!G51RP6ZR4536QAVHB4FRHVNCB46H_split_017.html
CR!G51RP6ZR4536QAVHB4FRHVNCB46H_split_018.html
CR!G51RP6ZR4536QAVHB4FRHVNCB46H_split_019.html
CR!G51RP6ZR4536QAVHB4FRHVNCB46H_split_020.html
CR!G51RP6ZR4536QAVHB4FRHVNCB46H_split_021.html
CR!G51RP6ZR4536QAVHB4FRHVNCB46H_split_022.html
CR!G51RP6ZR4536QAVHB4FRHVNCB46H_split_023.html
CR!G51RP6ZR4536QAVHB4FRHVNCB46H_split_024.html
CR!G51RP6ZR4536QAVHB4FRHVNCB46H_split_025.html
CR!G51RP6ZR4536QAVHB4FRHVNCB46H_split_026.html
CR!G51RP6ZR4536QAVHB4FRHVNCB46H_split_027.html
CR!G51RP6ZR4536QAVHB4FRHVNCB46H_split_028.html
CR!G51RP6ZR4536QAVHB4FRHVNCB46H_split_029.html
CR!G51RP6ZR4536QAVHB4FRHVNCB46H_split_030.html
CR!G51RP6ZR4536QAVHB4FRHVNCB46H_split_031.html
CR!G51RP6ZR4536QAVHB4FRHVNCB46H_split_032.html
CR!G51RP6ZR4536QAVHB4FRHVNCB46H_split_033.html
CR!G51RP6ZR4536QAVHB4FRHVNCB46H_split_034.html
CR!G51RP6ZR4536QAVHB4FRHVNCB46H_split_035.html
CR!G51RP6ZR4536QAVHB4FRHVNCB46H_split_036.html
CR!G51RP6ZR4536QAVHB4FRHVNCB46H_split_037.html
CR!G51RP6ZR4536QAVHB4FRHVNCB46H_split_038.html
CR!G51RP6ZR4536QAVHB4FRHVNCB46H_split_039.html
CR!G51RP6ZR4536QAVHB4FRHVNCB46H_split_040.html
CR!G51RP6ZR4536QAVHB4FRHVNCB46H_split_041.html
CR!G51RP6ZR4536QAVHB4FRHVNCB46H_split_042.html
CR!G51RP6ZR4536QAVHB4FRHVNCB46H_split_043.html
CR!G51RP6ZR4536QAVHB4FRHVNCB46H_split_044.html
CR!G51RP6ZR4536QAVHB4FRHVNCB46H_split_045.html
CR!G51RP6ZR4536QAVHB4FRHVNCB46H_split_046.html
CR!G51RP6ZR4536QAVHB4FRHVNCB46H_split_047.html
CR!G51RP6ZR4536QAVHB4FRHVNCB46H_split_048.html
CR!G51RP6ZR4536QAVHB4FRHVNCB46H_split_049.html
CR!G51RP6ZR4536QAVHB4FRHVNCB46H_split_050.html
CR!G51RP6ZR4536QAVHB4FRHVNCB46H_split_051.html
CR!G51RP6ZR4536QAVHB4FRHVNCB46H_split_052.html
CR!G51RP6ZR4536QAVHB4FRHVNCB46H_split_053.html
CR!G51RP6ZR4536QAVHB4FRHVNCB46H_split_054.html
CR!G51RP6ZR4536QAVHB4FRHVNCB46H_split_055.html
CR!G51RP6ZR4536QAVHB4FRHVNCB46H_split_056.html
CR!G51RP6ZR4536QAVHB4FRHVNCB46H_split_057.html
CR!G51RP6ZR4536QAVHB4FRHVNCB46H_split_058.html
CR!G51RP6ZR4536QAVHB4FRHVNCB46H_split_059.html
CR!G51RP6ZR4536QAVHB4FRHVNCB46H_split_060.html
CR!G51RP6ZR4536QAVHB4FRHVNCB46H_split_061.html
CR!G51RP6ZR4536QAVHB4FRHVNCB46H_split_062.html
CR!G51RP6ZR4536QAVHB4FRHVNCB46H_split_063.html
CR!G51RP6ZR4536QAVHB4FRHVNCB46H_split_064.html
CR!G51RP6ZR4536QAVHB4FRHVNCB46H_split_065.html
CR!G51RP6ZR4536QAVHB4FRHVNCB46H_split_066.html
CR!G51RP6ZR4536QAVHB4FRHVNCB46H_split_067.html
CR!G51RP6ZR4536QAVHB4FRHVNCB46H_split_068.html
CR!G51RP6ZR4536QAVHB4FRHVNCB46H_split_069.html
CR!G51RP6ZR4536QAVHB4FRHVNCB46H_split_070.html