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—Nos tendremos que apresurar —comenta Linar—. Sígueme.
Linar te precede corriendo por el bosque, recorriendo un camino que se te antoja inexistente. A duras penas puedes seguirle y temes que vas a perder toda la energía que habías recuperado en esta alocada carrera.
—Tenemos que ir más rápido —inquiere Linar en voz baja y sorda—, apenas te queda tiempo. Agárrate a mi capa.
Linar dobla el paso y estás a punto de tropezar pero el mago te coge de la mano y sigue acelerando… hasta que sus pies se levantan del suelo arrastrándote con él. Su levitación os lleva hasta uno de los lindes de Corocín. Te has quedado totalmente alucinado con la experiencia y no consigues articular una palabra.
Reconoces el final del camino que empezaba en un desfiladero y observas cómo al final del monte se adivinan unos pequeños pagos, rodeados por huertos.
Linar señala a lo lejos una pequeña choza más apartada, sobre una pequeña loma.
—Allí.
Alcanzas a ver unas sombras que se acercan a una cabaña por el camino opuesto que debes recorrer. Cuentas las figuras: cuatro, cinco… y seis. Son ellos, efectivamente.
—Nuestros caminos se separan aquí —te dice Linar con voz grave—. Yo regreso a mi santuario. Confío en que sabrás afrontar esta situación con el mismo coraje que tuviste frente al corueco en Corocín. Y espero que tengas la misma suerte. Adiós muchacho.
Linar se interna en el bosque y desaparece en la tupida arboleda.