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Avanzáis con cuidado por el resbaladizo suelo que bordea el riachuelo, con la esperanza de que os guíe fuera de este fantasmagórico bosque. Camináis en silencio, con todos los sentidos en alerta, aunque no puedes dejar de sonreír al ver que ella aprovecha para coger moras en los zarzales y comérselas con auténtica devoción. Continuáis vuestro avance con cautela y al rato te sonríes al verla dar un traspiés… pero en vez de incorporarse, se acurruca junto a unos helechos.
—Pero ¿qué haces? —le preguntas extrañado—. ¡Tenemos que seguir!
—Sólo un momentito… Necesito dormir un rato…
Sospechas que esas moras podrían tener efectos somníferos secundarios. El lugar parece apacible y eso te inquieta todavía más. Avanzas unos cuantos pasos, sin perder de vista a la chiquilla que duerme plácidamente.
El regato inicia un recoveco; lo recorres hasta verlo desaguar en algo que parece una oscura poza maloliente. Las fétidas aguas tienen un aspecto fangoso y sobre ellas puedes ver restos de un cañaveral putrefacto recubierto de talofitas hediondas. No solamente por el olor tienes la impresión de haber llegado a un punto muerto.
«Tendremos que volver sobre nuestros pasos», piensas mientras bostezas aparatosamente.
Intentas desperezarte, pero un persistente amodorramiento se apodera de ti. Intentas recuperarte haciendo muecas y estirando los músculos, pero sigues notando esa incómoda modorra. ¿Acaso el agua estaba envenenada? Mientras luchas contra la somnolencia, te adormeces sentado junto a una roca.