Capítulo 5
Cuando Ezio entró en el gran salón de la ciudadela de Mario, ya se acercaban las sombras del atardecer y los sirvientes empezaban a encender las antorchas y las velas para disipar la penumbra. La oscuridad, que coincidía con el sombrío estado de ánimo de Ezio, aumentaba conforme se acercaba la hora de la reunión.
Estaba tan inmerso en sus pensamientos que al principio no vio a la persona que se hallaba de pie junto a la enorme chimenea. Su delgada pero fuerte figura parecía pequeña al lado de las gigantescas cariátides que flanqueaban el hogar. Así que se sobresaltó cuando la mujer se acercó a él y le tocó el brazo. En cuanto la reconoció, sus facciones se suavizaron hasta formar una expresión de puro placer.
—Buona sera, Ezio —dijo, con cierta timidez para ser ella, pensó.
—Buona sera, Caterina —contestó y le hizo una reverencia a la condesa de Forli. Su antigua relación formaba parte del pasado, aunque ninguno de los dos la había olvidado, y al tocarle el brazo, ambos, pensó Ezio, habían sentido la química del momento—. Claudia me dijo que estabas aquí y tenía ganas de verte. Pero… —vaciló— Monteriggioni está lejos de Forli, y…
—No creas que he venido hasta aquí por ti —dijo con cierta brusquedad, aunque supo por su sonrisa que no lo decía del todo en serio. Y entonces fue cuando se dio cuenta de que todavía se sentía atraído por aquella mujer extremadamente independiente y peligrosa.
—Siempre a vuestro servicio, madonna, de cualquier manera que pueda.
Lo decía en serio.
—Algunas maneras son más difíciles que otras —replicó y esta vez sí que hubo un aire de dureza en su voz.
—¿Qué ocurre?
—No es un asunto sencillo —continuó Caterina Sforza—. He venido en busca de un aliado.
—Cuéntame.
—Me temo que tu trabajo aún no ha terminado, Ezio. Los ejércitos papales marchan hacia Forli. Mi dominio es pequeño, pero, por suerte o por desgracia para mí, está en una zona estratégica para cualquiera que la controle.
—¿Y deseas mi ayuda?
—Mis fuerzas solas son débiles, tus condottieri serían muy valiosos para mi causa.
—Es algo que debo discutir con Mario.
—Él no se negará.
—Ni yo tampoco.
—Al ayudarme, no estarás sólo haciéndome un favor a mí, sino que estarás adoptando una postura contra las fuerzas del mal contra las que siempre nos hemos unido.
Mientras hablaban, apareció Mario.
—Ezio, contessa, ya estamos reunidos y os estamos esperando —dijo con una cara más seria de lo normal.
—Seguiremos hablando de esto —le dijo Ezio a la condesa—. Me han pedido que asista a una reunión que mi tío ha convocado. Creo que esperan que dé una explicación. Pero quedemos después, cuando acabe.
—Esa reunión también me concierne a mí —dijo Caterina—. ¿Entramos?