Capítulo 59

La posada del Lobo Solitario estaba desierta, pero había algo parecido a un lecho y, como era tarde cuando Ezio y sus compañeros se recuperaron de la pelea sangrienta con los acérrimos de Micheletto, no les quedó más remedio que pasar allí la noche. Encontraron vino, agua y comida —pan, cebollas y algo de salami—; hasta Leonardo tenía demasiada hambre para negarse.

A la mañana siguiente, Ezio se levantó temprano, impaciente por encontrar unos caballos para hacer el viaje que les esperaba. El capitán de su barco, Filin, estaba en los muelles, reparando su maltrecha embarcación. Conocía el lejano castillo de La Mota y les indicó cómo llegar hasta allí, pero sería un largo y arduo viaje de muchos días. Filin también les ayudó a organizar sus caballos, pero los preparativos duraron cuarenta y ocho horas más, puesto que debían conseguir también provisiones. El recorrido sería hacia el noroeste, a través de las marrones cordilleras del centro de España. No tenían mapas, así que viajaban de una ciudad o pueblo a otro, usando la lista de nombres que Filin le había dado.

Salieron de Valencia y después de varios días al galope en su primer grupo de caballos —y de oír las amargas quejas de Leonardo—, entraron en la hermosa zona montañosa de la minúscula ciudad de Cuenca. Luego volvieron a bajar a la plana llanura de Madrid, y atravesaron la ciudad real, donde los ladrones que intentaron robarles pronto quedaron muertos en el camino. Desde allí se dirigieron al norte, a Segovia, dominada por su Alcázar, donde pasaron la noche como invitados del senescal de la reina Isabel de Castilla.

Continuaron por el campo abierto donde les atacó y casi les robó una cuadrilla de bandoleros moriscos, que de algún modo se le habían escapado al rey Fernando y habían sobrevivido en el campo durante veinte años. Fernando, el rey de Aragón, Sicilia, Nápoles y Valencia, era el fundador de la Inquisición Española y del azote de los judíos —con nefastas consecuencias para la economía de la nación—, mediante su gran inquisidor, Tomás de Torquemada; pero tras contraer matrimonio con su igualmente horrible esposa, Isabel, había unido a Aragón y Castilla para convertir a España en un solo país. Fernando también ambicionaba Navarra, aunque Ezio se preguntaba hasta dónde llegarían los designios de aquel rey intolerante, en un país donde Cesare tenía unos lazos familiares tan estrechos, siendo cuñado del rey francés.

Continuaron, luchando contra el cansancio, rezando para llegar a tiempo de frustrar los planes de Micheletto. Pero a pesar de toda la prisa que se estaban dando, les llevaba bastante ventaja.