Capítulo 20

Mi obcecación por encontrar el prendedor nos llevó a la oficina de objetos perdidos:

—¿Piensas reclamar un objeto que no has visto nunca? —inquirió Daniel.

—Sí.

—Tendrás que dar algún dato, alguna característica.

—Si la persona que se lo envió lo hizo siguiendo el encargo de Jana, el prendedor será de una libélula, la volvían loca las libélulas. Como verás, tiene varios broches de esas características —dije, abriendo el joyero y mostrándolos—. Tengo la corazonada de que el prendedor está relacionado con lo sucedido.

Cuando pregunté por el broche, y tras describir su forma de libélula, el encargado supo al instante a cuál me refería:

—Es un broche precioso y el cristal del que está hecho, según me dijo una compañera, es de Murano. Parece una pieza de artesanía. Me sorprendió que lo entregaran, la verdad. ¿Llamó usted hace una hora?

—¿A qué se refiere? —pregunté sorprendido.

—Recibí una llamada preguntando por el mismo objeto. Se identificó como el marido de Jana Bonet; curiosamente, la misma persona que usted dice ser. Le comuniqué que, para retirarlo, debía entregarme la documentación. ¿La trae usted?

—¡Por supuesto! —dije tendiéndosela.

Ni tan siquiera esperamos a llegar a casa para examinar la libélula. Nos sentamos en una de las cafeterías del aeropuerto y, como dos chiquillos ante un nuevo juego de intriga, observamos ensimismados el broche de cristal de Murano, color añil.

Lo levanté instintivamente y dejé que la luz de uno de los focos incidiera en él. Al hacerlo, un reflejo azulado se proyectó sobre el techo.

—Ves, eso es lo que produce el reflejo —dijo Daniel, señalando con su dedo meñique el centro del abdomen del insecto de cristal—. Es un prisma. Hay un pedazo de prisma dentro de ese bicho. Es un trabajo maestro —continuó mientras observaba con detalle el interior del abdomen.

—¿Qué crees que tiene dentro de la cabeza la libélula? —le pregunté acercándoselo.

Daniel sacó de su mochila las gafas de presbicia y lo miró con detenimiento…