Capítulo 67

—Y ¿cómo han deducido que es mi llave la que abre ese recinto y no otra de las doce que había?

—Como usted me comentó, su madre buscó el cuadro con insistencia, lo llamaba maldito. Debía de saber que escondía algo importante y que, de no entregarlo, podría sufrir graves consecuencias. Tal vez por ello salió del país y a usted lo internó con los franciscanos. Allí estaría a salvo de cualquier represalia. Como ve, su madre no era tan desarraigada como usted siempre ha creído. Ella manifestó que los investigadores que se llevaron todos los objetos personales de su padre actuaron sin miramientos, sin respeto. Incluso es probable que ellos le exigieran el cuadro. En el estómago de Salas se encontró una de esas llaves y en la tinaja, el resto. Es evidente que la persona que lo asesinó la estaba buscando, buscaba su llave. No solo el lugar, las claves para encontrar el manuscrito que Salas escondió en el nicho del frutero, también las claves para abrir la cítara. Nuestra cítara, que aunque sea un arpa puede llamarse cítara, la cítara de Dios. En su base, tras las deducciones de la hermana Isabel, encontramos un compartimento.

—Entonces, la leyenda que corría sobre que esas llaves abrían una dependencia eran falsas.

—Por supuesto que lo eran. Salas debió de hacerla correr para despistar sobre ello. Arregló el arpa y, cuando lo hizo, en su base, en la parte superior, introdujo el líquido, y debajo no sabemos lo que hay, creemos que las cartas, las siete cartas de san Ignacio, el epílogo y posiblemente algo más.

—Podía haberme pedido la llave antes. Podía haberlo hecho durante mi primera visita.

—Cuando me entrevisté con usted la primera vez, aún no habíamos dado con muchas claves, entre otras cosas, no sabíamos que los reflejos alfabéticos que componían la palabra «cítara» se referían al arpa del convento. En aquellos momentos pretendíamos hacerlo lo mejor posible. No queríamos vernos envueltas, una vez más, en los hechos. Si nos pusimos a indagar sobre ellos fue por las acusaciones del padre Daniel y la posterior visita de su esposa. A raíz de ello, todo comenzó a liarse como si de una madeja de lana en las manos de un gato se tratase. Los informes sobre los aparatos que la hermana Vasallo le regaló a sor Isabel antes de morir llegaron hace poco tiempo y ellos también fueron decisivos. La hermana —dijo mirándola— comenzó el desarrollo de su tesis. Después intentamos encontrar su llave. Pensamos que estaría en su casa, con el resto de sus pertenencias, y que le haríamos un favor consiguiéndola por nuestros medios, a usted y la congregación. Recuperaríamos las cartas y las pondríamos en un lugar seguro, lejos del padre Daniel y del resto de curiosos. Pero, tras inspeccionar el domicilio de Daniel, donde usted se hospedaba, no encontramos nada y, lo más terrible, la persona que entró en él tuvo un accidente tras calentar un café y todo lo que había dentro ardió.

—¿Fueron ustedes las que entraron en casa de Daniel y la incendiaron? —dije indignado.

—No incendiamos nada. Uno de los feligreses entró solo en busca de la llave. Es un hermano ya anciano; los fieles cada día son de edades más avanzadas, ya le he dicho que la fe se está perdiendo. Necesitaba tomar unas píldoras para su tensión y puso leche a calentar mientras revisaba los dormitorios, perdió la noción del tiempo y cuando se dio cuenta ya era demasiado tarde. Pensamos que usted la habría dejado allí, que la llave estaría en la casa. Ahora sabemos que no fue así. Si hubiéramos tenido malas intenciones, no se lo habría contado. Y, por su cara, creo que no debería haberlo hecho.

—Hermana, es allanamiento de morada con intención de robo. Aparte de un delito es un pecado. No entiendo cómo han sido capaces de hacer eso.

—Las circunstancias nos obligaron. Usted habría hecho lo mismo. Pero creo que ya va siendo hora de que tome una decisión. ¿Dejará que abramos la base del arpa con su llave ateniéndose a nuestras razones, o no lo hará? —concluyó.

—Si no lo hago, ¿qué harán ustedes? —pregunté.

—Intentaremos sacar el contenido de otra forma. Tal vez yendo hasta el nicho del abuelo de Javier y haciendo una copia de la cerradura.

—Creo, hermana, que ya, después de tanta ocultación de datos, de tantas mentiras y patrañas, es hora de que dejen de tomarme el pelo. Han jugado conmigo como si fuese un niño inocente, pero ya he perdido la inocencia. Es evidente que, una vez más, me está mintiendo, y lo es porque esa posibilidad la han tenido desde el momento en que les dije de dónde habíamos sacado la información y cómo lo habíamos hecho. Fue hace unos minutos. Les hubiera bastado con callar, con dejar que siguiera contemplando la fuente o dejarme solo con la hipótesis de la hermana Isabel, sin dar más detalles sobre el sitio en donde pueden estar las cartas. Habría sido suficiente con que dijeran que estaban en cualquier otro lugar para que yo las creyese. Ya tenían la transcripción del seriado de Salas, del texto completo que Daniel desencriptó. Sabían que su hipótesis estaba fundamentada y eso era lo que estaban buscando al traerme aquí. Si solo necesitaban la llave, al saber de dónde habíamos sacado la información, solo tendrían, como usted ha dicho, que ir al nicho y hacer una copia de la cerradura. Es evidente que hay algo más que no pueden averiguar con una simple copia. Está claro que solo mi llave tiene la respuesta. Dígame, ¿qué oculta hermana? ¿Qué es lo que tiene mi llave que no pueden conseguir ni haciendo una copia?

La sor no respondió, y comenzó a caminar hacia el interior del convento, indicándome que fuese tras ella y, una vez dentro, frente al arpa, me explicó lo que sucedía…