Capítulo 47

—Le agradecemos mucho que nos haya prestado su ayuda —dijo Reyes—. Ahora sabemos adónde dirigirnos antes de ir a la calle del Hombre de Palo, lugar en donde pensamos que también puede haber parte de información, ya que se encuentra en el entramado de galerías que dibujan los reflejos que proyecta el marco de cristal del cuadro.

—Creo que en esa calle no encontrarán nada. Si tienen en cuenta la desaparición misteriosa de los diez forenses, es probable que el plano sea una referencia a un sitio que aquí no existe. Todo indica que Salas ocultó sus mensajes siguiendo un método deliberado. Este proceder tenía como objetivo prioritario el que sus claves no fueran interpretadas con facilidad; que solo los más preparados o la persona a la que iban dirigidos pudiera descifrarlos. Persona que debió de esperar la recepción de los códigos de los mensajes encriptados sin éxito. Lógicamente, si ustedes los tienen ahora, el destinatario no los recibió nunca. No creo que Salas trabajara tanto, para después dejar esas claves a merced del azar. Como les decía, su manera de hacer tan metódica es una característica crucial en su investigación. Ella nos lleva a desdeñar la posibilidad de que la calle del Hombre de Palo esconda algo relevante. Sería ilógico pensar que es así después de tener conocimiento de sus anteriores mensajes y su forma de ejecutarlos.

—Entonces, según usted, ¿la calle del Hombre de Palo solo es un referente para unir entre sí características comunes? —preguntó Daniel.

—Puede que también Salas, que indudablemente fue el que realizó ese cuadro y las magníficas proyecciones de su marco de cristal, incluyera otro simbolismo. No debemos olvidar que es evidente que Salas debió de tener un destinatario concreto de sus mensajes y este debía conocer a la perfección su manera de hacer. Si es así, tal vez no se refería a esta calle, sino a la que hay en Madrid dedicada a Juanelo Turriano, la calle de Juanelo. ¿No han pensado ustedes en esa posibilidad? —preguntó.

—Pues no. Yo no tenía ni idea de la existencia de una calle en Madrid con ese nombre —respondió Reyes.

—Yo sí —dijo Daniel—, pero no lo había relacionado. El plano conduce a Toledo, ni de lejos pensé que pudiera referirse a Madrid. No creo que tenga nada que ver.

—¿Eso cree usted? —cuestionó irónico—. ¿Y si los forenses nunca llegaron a Toledo? ¿Y si en aquel supuesto viaje se dirigieron a Madrid o llegaron a Toledo para después dirigirse a Madrid? Tengan en cuenta que nadie les vio aquí, nadie pudo ratificar su presencia. Solo el conductor del autobús en el que viajaban dijo haberles dejado en las inmediaciones del Alcázar. Pudo mentir o ellos tomar otro autobús después que les condujo hasta su verdadero destino: Madrid, quizás a la calle que recibe el nombre del tecnólogo, la calle de Juanelo. Tal vez no esté en lo cierto y se dirigieran a cualquier otro punto de la Península, pero yo que ustedes no desdeñaría esta posibilidad. Si la tenemos en cuenta, la desaparición misteriosa de los forenses tendría sentido. El que no fueran encontrados en Toledo sería lógico, de dar por hecho que nunca estuvieron aquí, ¿o no?

Los tres nos quedamos atónitos. La reflexión del anciano nos dejó fuera de juego. Ninguno de nosotros había sopesado aquella posibilidad; que el grupo de forenses no fuese visto en Toledo porque nunca hubieran estado allí.

—¿Está diciendo que el grupo no se reunía aquí, que nunca lo hicieron? —inquirió Reyes.

—No exactamente. Si los temas a tratar eran tan delicados como parece, es probable que hicieran creer que se reunían en esta capital y lo hicieran en otro lugar. Yo que ustedes no dejaría de lado esa hipótesis y me desplazaría a la referida calle de Madrid.

—¿Cómo puede haber hecho un análisis tan exhaustivo y exacto de los datos y objetos que le hemos dado? Nosotros llevamos mucho tiempo analizando los objetos y la información, haciendo hipótesis, y hemos pasado por alto sus observaciones —dijo Daniel.

—En mi caso nada de ello está condicionado por ningún factor personal, como les sucede a ustedes.

—Yo no tengo ninguna vinculación afectiva con los forenses, con ninguno de ellos —respondió Daniel.

—Cierto, en su caso no hay vinculación afectiva, pero sí de interés personal. Usted persigue un fin determinado, y este le lleva a conducir todo al mismo lugar. Lo acertado de mi análisis proviene de que llevo años haciendo esto. En realidad, es lo que más ingresos me reporta. Reyes, dígame, ¿no le habló mi hijo de mi actividad? —preguntó.

—No lo hizo —respondió ella un tanto confusa—. Me puse en contacto con Josué solo para analizar el material del papiro. Como ya le dije, suponíamos que era de confección judía, y nadie mejor para verificarlo que un judío. Él me remitió a usted. Si le soy sincera, me extrañó que me pidiese todas las referencias posibles sobre nuestra investigación, aunque pensé que era algo lógico dado los graves sucesos a investigar.

—Entonces, ¿no saben nada de mis honorarios? —dijo sonriendo con expresión irónica.

Los tres nos encogimos de hombros.

—No —respondió Reyes—, pero eso no es un problema. Díganos qué le tenemos que abonar y lo haremos gustosos.

Daniel y yo hicimos, al tiempo, un gesto afirmativo con la cabeza.

—En ese caso, hablaré con mi hijo. Imagino que tendría motivos de peso para no decirme nada al respecto, y para no hacérselo saber a ustedes. Es evidente que Josué no lo ha considerado como trabajo, sino como un favor personal hacia usted —dijo mirando a Reyes— y, en ese caso, estoy en el deber de seguir sus indicaciones. Su padre, señorita, debió de ser un hombre muy inteligente —apostilló mirando a Reyes—, tanto como para que lo asesinaran dejando al descubierto los motivos de su crimen. Indicando el escarmiento que había sufrido por su falta de confidencialidad.

—¿Cómo? —preguntó ella en tono de sorpresa.

—Me refiero a las alas de cera que tenía atadas a su espalda. El asesino o los asesinos dejaron claro que, como Icaro, él voló demasiado alto y terminó ahogado. Dio a conocer datos que no debía. Pero, además, se molestaron en decapitarlo. Igual que a su padre —puntualizó mirándome—. Ya saben ustedes que no hay crímenes perfectos, sino malos investigadores. No lo olviden a partir de ahora. Los asesinos siempre cometen fallos y creo que decapitar ambos cuerpos puede esconder un fallo en la actuación del asesino o ser algo relevante dentro de lo sucedido. Estoy seguro de que les cortaron la cabeza por un motivo concreto. Es una acción demasiado significativa como para no tener un motivo de peso para cometerla.

—Morbosidad —dijo Daniel—, los crímenes fueron cometidos con morbo.

—Venganza, morbosidad, simbolismo o necesidad. Pero también pudo ser una forma de dificultar las tareas de reconocimiento de los cuerpos. No olviden que en aquellos años no se podía utilizar el ADN. Que la cabeza, después de las vísceras, era la parte del cuerpo que más datos reportaba en la autopsia. Tampoco desdeñen el líquido en el que ambos cadáveres estaban sumergidos; el vino. El alcohol se lleva casi toda la información orgánica. Si seguimos en esa línea, el que ambos cuerpos tuvieran las uñas cortadas y que sus cuerpos estuvieran afeitados en su totalidad, nos lleva a una clara conclusión.

—¡Claro! —le interrumpió Daniel—, estaba clarísimo desde el principio. Los cuerpos fueron limpiados.

—No solo eso —continuó el rabino—, también se esmeraron en dejarlos casi irreconocibles. Cualquiera podía ser uno de esos cadáveres, bastaría con que tuvieran alguna característica común entre ellos. Y es evidente que quien lo hizo era forense. Un asesino forense dentro de un grupo de forenses es escatológico, pero muy posible. Su labor fue magistral. Solicité una copia de las autopsias antes de que ustedes vinieran —dijo dándonos unos papeles que sacó de su carpeta—, como verán, a Fonseca le reconocieron por los tatuajes que tenía en su cuerpo. La estatura de ambos era similar y no había más rastro que les diferenciara que aquellos dibujos en su piel y, por supuesto, el lugar en donde fueron encontrados. Fonseca, su padre —dijo mirándome—, en su casa, y Salas —indicó mirando a Reyes—, en el convento donde había pasado muchos días y era de sobra conocido. A Salas lo identificó una religiosa llamada sor Vasallo y a Fonseca, su esposa.

—¿Está usted insinuando que los cuerpos podían no corresponder a nuestros padres? —pregunté desconcertado.

—Sí. Es evidente que pudo ser así. La única forma que tienen ustedes de averiguarlo es haciendo una exhumación de los restos. Hoy en día con la ayuda del análisis del ADN los podrán identificar. Tal vez nadie del grupo murió y todo fue una farsa. Quizás todos estén vivos; de no ser así, mucho me temo que uno de ellos, Salas o Fonseca, fue el asesino del otro y uno de los cadáveres no corresponde con la identificación que se le dio en su momento.

—Eso es una barbaridad —respondió Reyes.

—Las barbaridades también ocurren —dijo el rabino—. Cuando uno se involucra en este tipo de investigaciones, me refiero a delitos de sangre, lo último que debe olvidar es que cualquiera puede ser el asesino. De no tener en cuenta este punto, uno puede convertirse en una presa más. No deben dejarse llevar por sus vínculos afectivos, ya les dije lo que sucede. Sus sentimientos les cegarán como lo han hecho hasta ahora.

—¡Solicitar una exhumación de los restos! —exclamó Daniel—. Eso es imposible. Lo es en el caso de Reyes. Ella no es hija legítima, ya que Salas no reconoció su paternidad. Incluso si Reyes la reclamase, tardaríamos demasiado tiempo. Salas está enterrado en el convento, y las religiosas nunca la dejarían entrar allí, y menos proceder a la exhumación.

—¿Por qué tiene que solicitar permiso para ello? No van a reclamar paternidad alguna, solo a averiguar si los restos que están allí corresponden a los del forense. Hay muchas formas de hacerlo —dijo el rabino sonriendo con expresión picara—. Comiencen por los de Fonseca.

—¿Está sugiriendo que exhumemos los restos por nuestra cuenta, de manera ilegal? —inquirí.

—Esta es la dirección y el teléfono de un grupo que se dedica a ello. Son muy efectivos. Su paso por los cementerios es imperceptible, se lo aseguro. Y, además, sienten un enorme respeto por los restos mortales de los que allí se encuentran…