Capítulo 24

La actitud de Josep me sorprendió. El golpe que le asestó al prendedor cuando ya estaba casi abierto me pareció premeditado, sin embargo, pensé que mi situación anímica era la causa de mi extrañeza ante su comportamiento. Pero, cuando salimos de la casa del zapatero, las palabras de Daniel me hicieron volver a albergar desconfianza hacia él:

—Creo que tu amigo sabe demasiado y que te ha ocultado datos. El golpe que le ha dado a la libélula ha sido desproporcionado. Sé que tú has pensado lo mismo que yo.

Le miré y no contesté, seguí caminando a la espera de que al día siguiente Josep me llamara dándome alguna explicación sobre el prendedor y su contenido, algo que dilucidara su comportamiento, que tirara por los suelos la desconfianza de Daniel y la mía. Aquella llamada no se produjo y aunque yo intenté, en repetidas ocasiones, ponerme en contacto con él, no lo conseguí.

La noche fue tranquila y Daniel, si bien no dejó de tomar notas sobre nuestros pasos y los comentarios que Josep había hecho sobre sus actividades extraoficiales, no volvió a hablar de él ni a comentar nada relacionado con la libélula ni con lo acontecido horas antes.

A primera hora del día siguiente pasamos por el hospital y, tras comprobar que, desgraciadamente, el estado de mi esposa seguía siendo el mismo, decidimos seguir con lo previsto: visitar el palacete en donde trabajaba Jana para ver el estado del fresco en el que, según el conserje, alguien había pintado un seriado numérico. Después, iríamos a casa de Josep. Su falta de respuesta me preocupaba; sin embargo, a Daniel le pareció algo previsible. Él seguía pensando que su reacción ante el descubrimiento del contenido de la libélula era una evidencia clara de que escondía sus verdaderas intenciones:

—¿A qué te referías cuando dijiste que Josep sabía demasiado? —le pregunté.

—Es evidente que tu amigo, el zapatero, nada más ver la libélula, en cuanto la tuvo en sus manos, supo de qué se trataba. Subió a la casa, según dijo, a buscar otro utensilio, pero bajó sin nada. Veo que tú no te diste cuenta de ese detalle.

—No. No recuerdo que lo hiciera.

—Está claro que Josep no subió a por nada. Debió de hacerlo para llamar a alguien, posiblemente para consultar sobre el broche. Dijo que iba a por una herramienta, pero bajó tal y como había subido: sin nada. Ahora sí sopeso la posibilidad de que tu esposa tuviera conocimiento de lo que el broche contenía, tal y como tú planteaste cuando viste la nota. Está claro que su intención era grabar una conversación sin que su interlocutor supiera que lo estaba haciendo. Esa conversación debió de ser comprometedora y tal vez tenga algo que ver con Josep y su vinculación con el grupo del que formaba parte. La pequeña ranura que había en la cabeza, justo por donde Josep comenzó a golpear, era la entrada de ondas sonoras del aparato. Podía haber precisado el golpe sin tanta parafernalia. Mientras hablábamos no le perdí de vista ni un solo instante, tengo todos sus movimientos frescos en mi memoria, y no habrían sido necesarios más que tres o cuatro golpes con un puntero que cupiese en la pequeña circunferencia para que se resquebrajara lo suficiente. Sigo creyendo que lo destruyó deliberadamente.

—Es absurdo. Me niego a dar cabida a semejante estupidez.

—Si el contenido de la libélula no tenía nada que ver con él, no tenía motivos para destruirlo y quedarse con todos los trozos. O ¿no te diste cuenta de cómo me arrebató un trozo de prisma? Josep sabe de tu padre más de lo que te ha dicho; lo sabe desde siempre…