38
El letrero decía: «Fanaso. Organización de eventos de todo tipo. Cumpleaños, despedidas de soltero, fiestas, team building, planes especiales, competiciones deportivas». Un abanico un tanto heterogéneo, pensó Sofía. El negocio estaba situado en una calle soleada de Aravaca, frente a la estación de cercanías. Era un local pequeño, con dos mesas de oficina y las paredes decoradas con fotos de distintas fiestas, un reclamo colorido de lo que eran capaces de hacer. Un pasillo estrecho daba a una trastienda que muy bien podría ser el almacén. Las mesas estaban ocupadas por una chica joven que tecleaba algo en su ordenador y un hombre de unos treinta y cinco años que atendía a una pareja de clientes. Fue la chica la que acusó primero la entrada de Sofía. Nicolás Pérez, le dijo, había salido a desayunar. No tardaría mucho.
Tardó un poco más de lo que dura un desayuno. Mientras esperaba, Sofía se enteró de lo que estaba contratando la pareja. Su hijo cumplía cinco años y querían darle la mejor fiesta que hubiera tenido un niño en este mundo. Iba a incluir un mago profesional, dos payasos, un grupo de teatro y un poni para que los invitados pudieran dar paseítos. Cuando entró Nico, se estaba dirimiendo la duda de si contratar al adiestrador del poni o no. Nico no disimuló el fastidio al ver a Sofía en su negocio.
—¿Qué estás haciendo aquí?
—¿Tienes un minuto? Me gustaría hacerte unas preguntas.
—No tengo nada que decirte. Y además estoy en mi horario de trabajo.
—Va a ser solo un momento.
Nico se giró hacia el hombre que estaba atendiendo a la pareja.
—Óscar, ¿ha venido la señora Miralles?
—Todavía no.
—Si viene, le dices que vuelvo enseguida. Voy a hablar con este.
Lo dijo con un desprecio que llamó la atención de Sofía. No era normal que se dirigieran de ese modo a un inspector de la Policía Judicial. Lo peor era que aún le quedaba por asistir a la respuesta de Óscar.
—Ya, me he imaginado quién era. Que te sea leve —dijo Óscar.
—Vamos fuera —dijo Nico—. No quiero que me vean aquí con un travelo.
Abrió la puerta y salió sin cederle el paso a Sofía. Óscar dejó escapar una risita. La chica joven de la otra mesa se ruborizó y a Sofía le pareció que le pedía disculpas con un gesto. Salió a la calle. Nico estaba ya en la esquina.
—Podemos hablar allí, en aquellos bancos.
Se dirigió a grandes zancadas a unos bancos que había frente a unas pistas de tenis. Había cuarentones sudando, echando un partido en una mañana laborable. Parados felices, pensó Sofía, o bien ejemplares raros que le hacen un quiebro a la rutina y se las arreglan para vivir de otra forma.
—Antes de nada, te quiero aclarar una cosa —dijo Sofía—. No soy un travelo. Seguro que un chico inteligente como tú sabe distinguir entre un travesti y un transexual.
—A mí me parece lo mismo.
—Pues no lo es.
—Tengo prisa, si no te importa, vamos al grano.
Se sentó en el respaldo del banco y sacó un cigarrillo. Sofía trató de serenarse. Nico fumaba con una insolencia tal que sentía ganas de arrebatarle el pitillo y darle un puñetazo en los morros.
—Creo que ayer volviste a abordar a Patricia.
—¿Ya se ha chivado?
—Y creo que te alteraste un poco al enterarte de una cosa.
—¿Al enterarme de qué?
—De que no era Jon el que conducía la noche del accidente.
Nico soltó una carcajada que derivó en un ataque de tos.
—¿Te ha llamado Patricia para contarte eso? Esta tía es gilipollas.
—Creía que te gustaba.
—Está cada día más loca. Como su padre. Como toda esa familia.
—Familia con la que tú querías emparentar.
—Me quería casar con Patricia, que es distinto.
—Y no querías ponerles a tus hijos el apellido Crory.
—Evidentemente. Y tampoco querían ellos. Son muy tradicionales, para ellos cambiar el orden de los apellidos es un sacrilegio.
—Entonces, ¿por qué se lo sugirieron?
—Una broma. Raimundo lo dijo en broma. Lo que pasa es que Patricia se lo cree todo porque solo tiene una neurona y media.
—¿Por qué insultas a la chica con la que te quieres casar?
—¿Te importa mucho eso?
—Trato de entenderlo.
—Pues te lo voy a explicar con palabras finas para que lo entiendas: está buena, tiene dos tetazas y su familia está forrada.
—Lo has explicado muy bien.
—No solo está forrada. Es una familia como Dios manda. Tradicional. De toda la vida. A mí me gusta la gente así.
—¿Por qué te sentó mal enterarte de que Jon no conducía aquella noche?
—No me sentó mal, no te creas todo lo que dice Patricia. Esa tía es muy fantasiosa.
—No me pareció que se lo estuviera inventando.
—¿Qué te contó exactamente?
—Que te pusiste pálido al saber que no conducía Jon. Y que te fuiste a toda velocidad sin decir nada.
—Me fui porque me revienta las pelotas que esté todo el rato hablando de Jon y de esa puta familia. No aguanto más esa obsesión que tienen con los Senovilla.
—¿Tú no la tienes?
—¿Yo?
—¿No dijiste que Jon merecía estar muerto?
—Puede que lo haya dicho. Se cargó a cuatro personas.
—En un accidente de tráfico.
—Me da igual. Se cargó a cuatro personas.
—¿Crees que por culpa de ese accidente no puedes casarte con Patricia?
Nico esbozó una mueca incrédula. Acto seguido, miró a Sofía con asco.
—¿Vamos a estar mucho tiempo diciendo tonterías? Lo digo porque he quedado con un cliente muy importante.
—¿Dónde estabas la noche del quince de mayo?
—Dando por culo a tu madre.
Sofía apretó el puño con fuerza. Sofocó el deseo de estamparlo en la cara de Nico.
—Si vuelves a hablar así, te juro que te rompo la cabeza.
—Yo qué sé dónde estaba el quince de mayo.
—Haz memoria. La noche de San Isidro, hace justo una semana, el miércoles pasado. Es la noche que mataron a Jon.
—Estaba con Óscar, mi socio.
—¿Es el que está dentro organizando una fiesta de cumpleaños con payasos y ponis?
—Sí, ese.
—¿Dónde estabais?
—En una fiesta que organizamos para unos clientes.
—¿Dónde era?
—En el Club de Campo. Una fiesta de la empresa Rallón Tec. Se jubilaba un empleado y le prepararon una despedida sorpresa.
—¿Desde qué hora estuvisteis en el Club de Campo?
—Óscar y yo desde las siete. Nos fuimos a las tres de la mañana.
—¿Estuviste todo el rato en el Club de Campo?
—Sí. Si no me crees, pregúntale a Óscar.
—¿A tu buen amigo Óscar? No hace falta. Te llamaré si me surge alguna duda.
Se marchó sin despedirse. Contactó con Moura y le pidió que investigara la actividad del Club de Campo la noche de San Isidro. La respuesta de Moura no tardó mucho en llegar. El día de San Isidro, el Club de Campo cerró a las ocho de la tarde. No hubo fiestas ni celebraciones de ningún tipo por la noche. Sofía se presentó de nuevo en «Fanaso. Organización de eventos». Esta vez Óscar estaba ocioso, y en cambio la chica y Nico estaban atendiendo a clientes.
—¿Le puedo ayudar yo? —preguntó Óscar al ver entrar a Sofía.
—Puede ser. ¿Estáis seguros de que el día quince de mayo celebrasteis un acto en el Club de Campo?
Óscar trató de contener la risa, pero le salió disparada por la nariz, como el resoplido de un búfalo.
—Perdona un momento, Lourdes —dijo a la señora que estaba con Nico—. Nico, creo que ha descubierto que el Club de Campo estaba cerrado.
—Dios mío —dijo Nico, afectando pánico.
—Estuvimos en mi casa los dos. De verdad —dijo Óscar—. Viendo películas de maricones. Nos encantan.
Sofía se marchó. Se había fijado en los nombres que había sobre las mesas. Óscar Fanjul y Nicolás Pérez Asorey. El nombre de la empresa era un acrónimo de los dos apellidos, evitando el Pérez que tanto desentonaba en el mundo de los Crory. Llamó a Moura y le pidió que rastreara esos nombres. La pesquisa dio resultado: Nicolás Pérez Asorey tenía antecedentes penales por agredir a un homosexual en el Hipódromo. La agresión se había producido siete años atrás. Según declaró Nico, quería apostar por un caballo y el hombre que le precedía en la ventanilla de las apuestas se demoró mucho. Él se impacientó y terminaron a puñetazos. Sin embargo, la víctima encuadró el ataque en un caso de homofobia. El suceso se saldó con una multa. Sofía se daba por satisfecha con esto, aunque había más. Óscar Fanjul no estaba fichado por la policía, pero figuraba como integrante de una banda de ultraderecha. Aunque mantenían una actividad intermitente, la policía los vigilaba de cerca y en una ocasión entraron a registrar el local en el que se reunían muy de vez en cuando. En esa inspección encontraron publicaciones filonazis, cruces gamadas, fotografías de Hitler y demás parafernalia fascista.
Sofía volvió al local de Fanaso. Óscar puso cara de hastío, pero enseguida se animó su mirada. Se notaba mucho que estaba buscando a toda prisa una bromita que deslizar. Sin embargo, la inspectora no venía a buscarlo a él. Se dirigió a Nico, que seguía reunido con la mujer a la que habían llamado Lourdes, y que estaba interesada en organizar una fiesta con su grupo de natación.
—Vas a venirte conmigo a la Brigada.
—¿Para qué? Ya te he dicho todo lo que podía decirte.
—Yo creo que no.
—Ahora no puedo ir. Como ves, estoy reunido.
—No me hagas llamar a una patrulla, anda —dijo Sofía—. Vente conmigo.
—¿Me estás deteniendo?
—Te estoy pidiendo que me acompañes.
Nico la miró unos segundos. Lourdes estaba muy interesada en la escena, pero el silencio duró demasiado y se sintió obligada a decir que podían seguir en otro momento, que tampoco tenía tanta prisa por cerrar la fiesta.
—De eso nada, Lourdes. Vamos a terminar —dijo Nico. Y luego miró a Sofía y señaló la puerta con un gesto desdeñoso—. Espera fuera, por favor.
Sofía salió a la calle, se dirigió al coche y pidió refuerzos para practicar una detención. Se le había terminado la paciencia.