Capítulo 19
Martes, 14 de abril de 1936
Aunque los últimos minutos Salvador había mantenido la mirada clavada en el último ejemplar de El Eco del Distrito, vislumbró la conocida figura del concejal, que pasaba junto al quiosco en dirección a la mesa que ocupaban. Aquel segundo martes de abril, quinto aniversario de la proclamación de la República, había amanecido radiante, y la plaza de los Fueros ejercía ya en aquellas horas del mediodía el papel de cuarto de estar de la ciudad. El bar Sport apenas contaba ya con espacio en la amplia terraza dispuesta a las puertas del local.
—Aquí viene Aquiles —le advirtió Teresa, estirándose la falda en un acto reflejo.
Salvador dejó el periódico sobre la mesa, tomó el vaso del vermú y lo alzó a modo de saludo.
—¡A tiempo llegas!
El abogado, con sonrisa franca, se apoyó en el respaldo metálico de la silla más cercana.
—¡No se vive mal, pareja, a pesar de todo!
—Hay que honrar a la República como se merece. —Salvador rio—. Además ya lo decía Ciro Royo en su coplilla: «Ay de ti, Puente Real, la de la Navarrería, noventa y nueve tabernas y una sola librería». Siéntate, anda, y tómate un vermú con nosotros, deja un momento esos quebraderos de cabeza.
—Pues no os digo que no, pero solo un minuto, que me voy para el ayuntamiento —contestó, al tiempo que retiraba la silla y se dejaba caer en ella.
Salvador hizo una seña al camarero para pedir un vermú más.
—¿Y qué? ¿Vas en las listas para compromisario?
—Eso parece, pero ¡está yendo todo tan rápido! No da tiempo a asimilar tanto cambio. Primero la campaña para las municipales, ya sabéis hasta qué punto nos implicamos en ellas… y las suspenden cuando faltaba una semana para las votaciones. Y ahora, sin tiempo para nada, las elecciones de compromisarios para la presidencia de la República.
—Al menos ahora tenéis mayoría en el Ayuntamiento —intervino Teresa—. ¿Van adelante los proyectos de esos grupos escolares?
—Pues van como todo lo demás, despacio, y tiempo es lo que no tenemos. El problema del paro se ha vuelto acuciante, y todos los planes que se llevaron a Madrid por la comisión nombrada al efecto parecen estancados. Todavía no se han aprobado ni las nuevas obras de regadío para beneficiar a los agricultores más humildes ni las obras de las escuelas, la casa de Correos y la de Sementales; por no hablar del nuevo matadero, del centro de Higiene y de la estación de autobuses… Así no hay forma de dar trabajo a la gente que lo necesita.
—¿Y el nuevo gobernador civil no apoya estas demandas en Madrid?
—No como debiera. Fíjate que todos los ediles socialistas y republicanos nos estamos planteando presentar la dimisión y solicitar la suya si esto sigue así.
El concejal guardó silencio cuando el camarero se acercó a la mesa para dejar su consumición.
—¿Tan mal están las cosas? —preguntó Teresa sin ocultar su preocupación.
—Y que no vayan a peor es lo que hace falta —respondió el abogado.
—¿Qué quieres decir? —inquirió Salvador, con el ceño fruncido.
—Mirad, a vosotros no os lo quiero ocultar, estamos viendo cosas muy extrañas. Las derechas del Ayuntamiento han renunciado a participar en las labores del consistorio después de la derrota de febrero, con el único propósito de crear problemas y dañar el prestigio del Frente Popular.
—Pero eso a ellos tampoco les va a favorecer. Faltan menos de dos semanas para las elecciones a compromisarios, y no tardarán en volver a convocarse las municipales.
El abogado esbozó un atisbo de sonrisa y respondió bajando la voz.
—Quizá no sea en elecciones democráticas en lo que estén pensando…
—Te refieres a… —Teresa dejó la frase sin terminar.
—Mucho me temo que esta negativa a participar en la vida pública, la intensa labor de desprestigio en la que se han embarcado, no tenga otra intención que preparar el terreno para otro tipo de solución, siguiendo los dictados de las direcciones nacionales de sus partidos.
—Por favor, Aquiles, no me asustes… —pidió Teresa.
—No hay más que tener los ojos abiertos. ¿Acaso no leéis los pasquines que lanzan los de la Falange casi cada noche desde vehículos sin matrícula? ¿Por qué creéis que la Guardia Civil hace la vista gorda? Y eso no es todo: sabemos de buena tinta que tanto ellos como los del Círculo Carlista están haciendo acopio de armas y realizando ejercicios militares clandestinos en los que se reúnen decenas de hombres de Puente Real y de los pueblos cercanos.
—El Eco del Distrito ya se hizo eco de esos rumores —recordó Salvador—. Pero hace quince días también detuvieron a varios comunistas realizando la instrucción al otro lado del puente.
—Con la diferencia de que esos no portaban armas y, aun así, se les detuvo.
—¿No estaremos dando pábulo a rumores y exageraciones? Quizá sea eso lo que pretenden, asustar a la población acerca de las consecuencias que podría tener una nueva derrota electoral.
—La derrota electoral de la derecha ya se ha producido, Salvador, tuvo lugar en febrero y perdieron el poder. Creo que ahora va en serio. Los grandes propietarios no van a permitir que se ponga en marcha la reforma agraria de una vez por todas sin resistencia, la jerarquía eclesiástica teme que se imponga de nuevo la educación laica en las escuelas, por no hablar de la actitud de parte del Ejército y de la Guardia Civil.
—Aun así, Aquiles, me resisto a creer que a estas alturas alguien pueda pensar que una asonada militar vaya a tener éxito. El Gobierno de la República tiene todos los medios en su mano para detenerla.
—Espero que tengas razón, Salvador. Pero me temo que pronto tendremos ocasión de comprobar quién de los dos se equivoca, la tensión no deja de aumentar. Tú, que lees la prensa, tienes ocasión de verlo cada día, y una sola chispa puede hacer que este país arda en llamas.
—¡Joder, Aquiles, bonita manera de celebrar el Catorce de Abril! —El impresor soltó una carcajada, alzando la mano para llamar al camarero—. Precisamente estaba leyendo en El Eco la evocación de aquel día, en que la tricolor ondeó por vez primera allá arriba, en aquel balcón. Y la celebración que siguió a la proclamación… Mira, de momento nos vamos a tomar otro vermú, y vamos a brindar por que dentro de cinco años estemos aquí otra vez, celebrando el décimo aniversario de la República.
—Acepto otro vaso, y además voy a ser yo quien os invite, pocos habrá en Puente Real tan interesados como yo en hacer un brindis como ese, pero te sorprenderías si supieras el nombre de algunos de los que están desfilando cada atardecer con el fusil al hombro.
De nuevo dejó de hablar cuando se acercó el camarero.
—Pon otra ronda. Y unas banderillas también, que a estas horas empieza a protestar el estómago.
—Anda, sorpréndeme —dijo Salvador cuando el mozo se hubo retirado—. ¿Alguien a quien conozca?
El concejal asintió.
—Joder, me tienes en ascuas…
—Trabaja para ti.
—¡Coño! ¿José, mi aprendiz? —dijo, abriendo los ojos desmesuradamente.
—Y su hermano, y su padre…
Tanto Teresa como Salvador enmudecieron un instante.
—No puedo decir que me extrañe —reconoció al fin—. Pero me preocupa, claro.
—Haces bien en sentirte preocupado, eso hará que adoptes precauciones. En caso de que las cosas pasaran a mayores, en esa imprenta tienes material que te incriminaría.
—Nada que no sea legal.
—Siempre que nos mantengamos dentro de la legalidad de la República…
El camarero llegó con los vermús, un refresco para Teresa y un plato lleno de banderillas.
—¡Se me hace la boca agua! —exclamó el concejal, al tiempo que entregaba al camarero un billete de cinco pesetas con una mano y sujetaba el plato con la otra—. Tú primero, Teresa…
—Te lo agradezco, pero tengo el estómago algo revuelto —se excusó, y dio en cambio un sorbo al refresco—. Comedlas vosotros.
Los dos hombres aceptaron la sugerencia.
—Y hablando de la imprenta —dijo Aquiles, sin terminar de masticar—, ¿cómo van los carteles de la campaña?
—Los tendréis mañana por la tarde.
—Me imagino lo que pasará por la cabeza de ese aprendiz tuyo cuando tenga entre sus manos esas imágenes y esos eslóganes que seguro que aborrece.
—Te aseguro que los trata con un mimo exquisito, es un buen aprendiz.
—¿Confías en él?
—Plenamente, Aquiles. Sé que nunca hablará en mi contra.
—Pues me alegro —respondió, pensativo.
Un grupo de militantes del partido republicano se acercó al Sport con la intención de saludar a su candidato, y este se levantó con gentileza para hablar con ellos. Salvador aprovechó para volverse hacia Teresa.
—Oye, ¿y esa repentina indisposición?
—Nada, unas ligeras náuseas…
—¿Náuseas? —inquirió, atravesándola con la mirada.
Teresa no pudo evitar una sonrisa.
—No nos precipitemos —se limitó a decir y se llevó el índice a los labios—. Solo es una falta.
—¡Cómo que solo una falta! —repitió todavía en voz baja, sintiendo que la emoción le asaltaba en oleadas.
Se puso en pie y apoyó la mano en el hombro de su amigo, haciéndole volverse.
—¡Eh, Aquiles, que no hemos brindado por lo más importante!
Sin hacer caso a la mirada sorprendida del grupo de militantes, llamó de nuevo al camarero y gritó a voz en cuello sin darle tiempo de separarse de la puerta del local.
—¡Una ronda para todos! —pidió, abarcando toda la terraza con el brazo.
Una treintena de miradas perplejas se posaron en él.
—¡Qué voy a ser padre, coño! —Se vio obligado a explicar, exultante y risueño—. Así que a brindar todos… ¡y que viva la República!