ALONSO DE MONTENEGRO
Madrid, 1635
Puede que fuera por haber bebido más de la cuenta, pero esa noche Montenegro estaba cabrón en la taberna, con el hígado atravesado y el desplante presto.
—¿También estuvo vuesa merced en el Palatinado? —le pregunta un mozo de cuadra de ojos saltones, que está pensando cambiar de oficio y enrolarse en alguna compañía de las que van a Flandes.
—Te lo he dicho ya. ¿Tienes orejas de burro o qué, gañán?
Farfulla un poco por efecto del vino, y lanza una mirada reprobatoria sobre el resto del auditorio, que no desea intervenir en los delirios del capitán y sigue con sus asuntos. Cada uno a lo suyo. Cuando Montenegro se pone así, mejor dejarle con sus fantasías, por si a su espada le da por salir de la vaina.
—En Darmestat, que está en el Palatinado... sí, señores, en el Palatinado, alcanzamos al enemigo, que venía con noventa tropas de caballería y trece regimientos. O catorce, ya no me acuerdo.
»Con nosotros estaba mesié de Tilly, el general católico vencedor de Montaña Blanca, aunque ninguno de aquí tendrá ni puta idea de dónde está eso y lo que allí pasó... Traía cien tropas de caballos, a la que se ajuntaron once regimientos de infantería... En la vanguardia, nuestra caballería fue cargando y matando a mucha gente, y como la zona era muy boscosa no se pudo impedir la retirada a los enemigos, pero fueron degollando a los rezagados... más de dos mil según me dijeron.
»Al día siguiente por la noche nos tocó a la infantería. Los españoles caminamos con el maestre Fernández de Córdoba por la noche, con casi todo el tercio de Campolataro y parte de los tercios borgoñones y valones..., la caballería en los flancos y delante, en la exploración.
»Cruzamos el Rin en pontones y al día siguiente llegamos al campamento de Tilly, en una abadía cerca de un gran castillo... Allí hicimos alto porque la caballería estaba muy cansada. Había estado dos días persiguiendo al enemigo por un gran bosque que hay cercano a la ciudad alemana palatina de Mannheim, o Manaim, según recuerdo ahora.
»Poco después se nos unió en Oppenheim la gente del ejército imperial que venía marchando con el archiduque Leopoldo, y ya todos juntos seguimos caminando otras dos noches...
—¿Pero este no estaba en Flandes? ¿Cómo dice ahora que conoce Alemania? —bromea por lo bajo un parroquiano a sus acólitos de baraja sin levantar la vista del suelo, para que el capitán no se soliviante.
—Debe ser cosa de brujería —comenta con sorna otro, también por lo bajinis.
—Pues si se entera la Inquisición, pobre capitán. Lo que le faltaba... ¡Otra ronda de vino, Pepón, que esta noche pagan los fantasmas!... Y tú, malandrín, sigue dando cartas. Llevo ya perdidos diez maravedís ...