AMBROSIO DE SPÍNOLA
Campamento de Casale
Mauricio intentó por última vez distraerme del sitio con nuevos refuerzos recogidos en Francia y en Inglaterra, pero yo estaba prevenido y frustré sus designios reforzando las guarniciones de Flandes.
Ni el rigor del clima, ni las fatigas de la campaña, ni las salidas de los sitiados, ni los recursos militares del príncipe de Orange detuvieron las operaciones de sitio.
Varias veces creí que el enemigo acudiría a socorrer Breda, pero al final no se atrevió, a pesar de que los informes que me llegaban presagiaban lo contrario.
En Francia, Inglaterra y otros estados protestantes se hicieron levas y se aprestaron socorros urgentes para los sitiados.
El enemigo tenía situado su ejército a tres leguas de la ciudad y lo iba engrosando con gente de Suecia y Dinamarca, y los franceses juntaron en Metz diez mil infantes y mil caballos.
Todo eso, como es natural, me mantuvo en continuo desvelo, tratando asimismo de superar los rigores del tiempo y del cielo que descargaban esos días sobre Breda.
Pasé muchas veces sin comer cuando mi tropa no tenía bocado, y dormí muchas noches en carros o en la barraca de algún soldado, sin mirar por mi descanso o la propia seguridad.
En aquel empeño, toda mi mente y voluntad estaban dirigidos a vencer o perecer. Una vez asimilado este hecho, acepté sin pena y sin miedo, como algo inevitable del destino, que las cosas adversas y las prósperas adquirieran el mismo semblante.
Con esta actitud estoica confié en mantener la esperanza de los soldados, y si lo logré, esa fue la mayor victoria.
La guarnición de Breda estaba mandada por Justino de Nassau, hermano natural de Mauricio y general de reconocida experiencia.
Este Justino era hijo de Guillermo de Orange, el Taciturno, y de una de sus amantes, pero el padre lo reconoció como propio y lo educó con el resto de sus hijos. Llevaba muchos años siendo gobernador de Breda hasta que fue derrotado por los tercios, y tras la derrota partió hacia Leiden, donde moriría algunos años después.
Al acudir en socorro de Justino, Mauricio rompió los diques para inundar nuestro campamento. Fue un momento crítico que me obligó a batirme como soldado al tiempo que mandaba como jefe, hasta que entrada la primavera de 1625 la plaza se rindió con honra, saliendo la guarnición a cajas batientes y banderas desplegadas.
La guarnición contaba al rendirse con ocho mil soldados, la mayoría mercenarios contratados en Inglaterra, Escocia y Francia.
La última acción de Justino a la desesperada fue una salida de seis mil hombres para atacar en la zona baja del río Merck. Creía que era la parte más débil de nuestras líneas, y la más cercana al ejército holandés, mandado ahora, tras la muerte de Mauricio, por su hijo Federico Enrique.
La zona estaba defendida por un contingente italiano, y amparados en las sombras de una noche tormentosa, los holandeses estuvieron a punto de arrollarlo, pero la infantería española consiguió llegar a tiempo de restablecer la situación. Y así, los de Justino regresaron al amparo de sus murallas y Federico Enrique se retiró con su ejército. La suerte de Breda estaba echada.