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Ayudante, para Edison, significa, lejos de hombre de confianza, peón, criado para todo, y el papel de Gregor consistirá sobre todo en obedecer las imposiciones más diversas. Quehaceres domésticos, incluso caseros, sin derecho a la palabra, asegurando no obstante una guardia permanente para solucionar los percances cada vez más frecuentes que se producen en las instalaciones realizadas por la General Electric. La persistencia de tales averías termina por insinuarse en la mente de Gregor y acrecentar una duda sobre el principio mismo de los equipamientos de Edison, a saber la corriente continua.

Intentemos comprender esa corriente continua. Se trata de una corriente —es decir de un desplazamiento de la electricidad, digamos— en la que los electrones circulan en un solo sentido. Las dinamos generan una tensión bastante débil, lo cual requiere una importante intensidad. De ahí la necesidad de utilizar cables gruesos, con el peligro de pérdidas importantes que ello comporta, pues la resistencia de dichos cables transforma parte de la corriente en calor. Y quien dice calor dice en breve tiempo chispa, ignición, desastre, agentes de seguros y bomberos, es una lata. Por otra parte, la corriente continua no puede transportarse a más de tres kilómetros en esos cables, no aptos para soportar tensiones altas imprescindibles para las transmisiones lejanas. Así pues, es necesario vivir, como los vecinos de Edison, cerca de una central para beneficiarse de la electricidad. Además y por consiguiente, el sistema adolece de graves deficiencias: incendios regulares, averías crónicas y accidentes frecuentes: demandas, juicios, indemnizaciones. Diga lo que diga Thomas Edison, la cosa no funciona.

Gregor, durante sus estudios, ya había detectado que la cosa no funcionaba al observar una máquina de tipo similar que le había mostrado su profesor de física. Como producía demasiadas chispas, Gregor había sugerido tímidamente sustituir la corriente continua por corriente alterna, es decir una corriente que cambiara regular y periódicamente de sentido. El docente se encogió de hombros argumentando que semejante idea entraba en el ámbito del movimiento perpetuo y por ende de lo imposible, de modo que Gregor no insistió.

Ahora que trabaja en la General Electric, Gregor ha apuntado un par de veces la hipótesis de la corriente alterna, pero comoquiera que Edison ruge ante tal evocación como ante la del Anticristo, Gregor sigue sin insistir. Entretanto, por más que haya sabido ganarse la estima de su jefe resolviendo numerosos problemas técnicos, y trabajando siete días por semana a razón de dieciocho horas diarias, ha surgido una duda en la mente suspicaz de Edison: el hecho de que un elemento tan competente, tan entregado, pueda sugerir una solución distinta de la corriente continua, hace nacer y crecer su recelo. Una vez Gregor describe a Edison cómo podría mejorar el rendimiento de su generador: Bien, le dice el jefe, pues adelante. Cincuenta mil dólares si lo consigue. Gregor se pone manos a la obra, y transcurren seis semanas al cabo de las cuales el generador ha recuperado, en efecto, su plena forma. Gregor se apresura a comunicárselo a su empleador.

Bueno, exclama Edison, repantigado en su butaca, bien, muy bien. De verdad —se inquieta Gregor—, está usted contento. Encantado, declara Edison, muy satisfecho. Entonces, se aventura Gregor sin poder terminar la frase. Entonces qué, lo interrumpe Edison, cuyo rostro se endurece. Hombre, se envalentona Gregor, me pareció comprender que cincuenta mil dólares. Pero bueno, Gregor, le ataja Edison, descruzando los pies apoyados encima del escritorio, ¿todavía no ha comprendido el humor americano o qué?

Esta vez Gregor se ha levantado, se ha encaminado hacia la percha, donde ha descolgado su sombrero hongo, hacia la puerta, que ha traspuesto sin pronunciar una palabra ni cerrarla tras de sí, hacia las oficinas para cobrar su sueldo, y hacia la calle preguntándose qué hará después de esa jugarreta.

Pues muy sencillo, intentará desarrollar en solitario su pequeño descubrimiento de la corriente alterna. Durante los tres años que ha trabajado en la empresa de Edison, ha destacado muy pronto por su rauda eficacia, por la originalidad de sus soluciones y, en breve tiempo, su reputación de ingeniero se ha impuesto más allá del ámbito de la General Electric. Así pues, Gregor se persona en la sede de un grupo de financieros a quienes expone sus ideas. Estado del sistema, crítica del sistema, modo de mejorarlo, plazo seguro y presupuesto exacto.

Y hete aquí, mira por dónde, que las cosas se han desarrollado de modo satisfactorio. Con su don de lenguas precozmente manifestado y su ya buen conocimiento del inglés, esos primeros años americanos han permitido a Gregor adquirir un dominio casi perfecto del idioma, al que se suman una elocuencia innata, un talento para escenificar su discurso y una fuerza de convicción que no dejará de serle de extrema utilidad. Los financieros se reúnen tras marcharse él y convienen en que sin lugar a dudas ahí hay algo. Lo convocan a los dos días y se declaran lo bastante interesados como para proponerle fundar una sociedad a su nombre, la Gregor Electric Light Company, en el seno de la cual podrá desarrollar sus investigaciones. Huelga decir que, al financiarla, ellos serán accionistas mayoritarios, ya sabe usted cómo funcionan estas cosas, pero es conveniente que Gregor inyecte fondos a su vez para justificar el nombre de la empresa y su nuevo estatus. Gregor reconoce que es muy lógico y se deshace de golpe y porrazo de todo el dinero que ha ahorrado durante esos tres años de trabajo en la General Electric: todo, o sea nada, aunque no deja de ser todo. Y como ese todo no es suficiente, ahí lo tenemos pidiendo un préstamo con la mayor audacia.

Lo que vino después también sucedió muy deprisa. En lo poco que le cuesta inventar una lámpara de arco inmediatamente patentada, fabricada y enseguida generadora de beneficios, en lo poco que les cuesta a sus socios dar un pequeño giro sobre la inversión que les permite ingresar sustanciosos márgenes de beneficio, Gregor se ve expulsado de su propia empresa, que recuperan sus socios, encantados de poder celebrar esos nuevos ingresos con champán y, por lo que a él respecta, de dejarlo totalmente desplumado. De nuevo lo vemos en la calle, reducido a faenas de picapedrero, peón y mozo de cuerda, lleno de deudas en la industria de la construcción, durante cuatro años.