AMIGOS ESTADÍSTICOS

Las estadísticas están acabando con la realidad. Los datos que nos rodean son lamentables y la opinión que tenemos de ellos es aún peor. Dos estrategias en desuso, la hipocresía y las buenas maneras, tuvieron como fin ocultar los horrores que se nos ocurren. Todo ha cambiado con la ideología de la sinceridad.

La reciente Encuesta de discriminación de 2006 reveló el pésimo concepto que tenemos de los desconocidos y lo mucho que nos cuesta invitarle un agua de jamaica al sediento con la ceja perforada por un arete. Aunque cualquier plaza citadina incluye un borracho con aspecto de Rasputín, un organillero y un puesto de tatuajes, para el 67% de los encuestados las pieles con dibujos equivalen a superficies radiactivas.

Mientras leía los resultados del sondeo mi hija de cinco años me informó: «Hay salchichas de dos tipos: con queso o con tatuaje.» Los niños pueden comprar salchichas que incluyen tatuajes despintables, pero en la cruda sinceridad de las encuestas los músculos tatuados no pertenecen a la normalidad.

Mientras nuestras desconfianzas eran clasificadas en la Encuesta de discriminación, la PROFECO analizaba hábitos de consumo: ocupamos el segundo lugar mundial en compra de cosméticos, lo cual significa que estamos tan inconformes con nosotros como con los desconocidos. En la patria de Orozco, el maquillaje es un subgénero de la pintura al óleo. Aunque transformarse en un engaño colorido atañe en lo fundamental a las mujeres (sometidas a la pictográfica dominación del deseo masculino), la moda metrosexual ha extendido las cremas a todos los sectores del mercado. Urgidos de la idealización del maquillaje, los mexicanos repudiamos nuestras caras limpias.

Sí, las estadísticas deprimen. Quizá todo empezó con la astronomía. En comparación con las enormidades del cosmos, la vida de Voltaire adquiere la eminencia de una bacteria. Luego vino el tema de África. Durante décadas, el colonialismo romantizó la sabana de los leones y la explotación del marfil. Hoy en día, no es posible saber algo del primer territorio del hombre sin recibir un escalofrío estadístico: «¿Sabías que en N’mbuto sólo tres por ciento de la población ha comido un huevo?» De poco sirve imaginar dietas con mucha alfalfa o rituales que prohíben la ingestión de huevos. Los datos africanos remiten al hambre, terrible comienzo de la especie.

Las estadísticas se parecen demasiado a la frase letal de las parejas: «Tenemos que hablar.» Aunque se hable todos los días, la declarada voluntad de hacerlo implica que se dirán cosas horribles. Así pasa con los datos. Están por todas partes, pero horrorizan al crear estadística.

Según mi amigo Celso, para poner fin al desconcierto que produce el conocimiento minucioso es necesaria una «estadística emocional» capaz de interiorizar las tendencias y los puntos de inflexión de los amigos.

Celso tuvo una iluminación al comprobar la inutilidad estadística de los programas deportivos. ¿De qué sirve saber que un equipo avanza 73% del tiempo por la derecha si sólo anota por la izquierda? «Lo que llamamos destino o azar es lo inesperado que funciona», opina: «Si conoces la estadística interior de tus amigos, puedes ser convencional y atacar por la derecha, o meterles un gol por la izquierda que ellos confunden con el azar.» Para renovar el trato humano creó el juego Amigos estadísticos. Antes de reunirse, los participantes llenan un cuestionario sobre sus sueños, sus anhelos íntimos, sus temores secretos. La información se mantiene en el anonimato y se comparte con los demás asistentes a la reunión. Todos se enteran de la estadística privada pero no saben a quién corresponde. La sabiduría social consiste en conectar los datos con la persona correcta y actuar en consecuencia, con la inevitable fuerza del azar objetivo.

Confieso que asistí a una de estas reuniones. Por los datos recibidos, sabíamos que un resentido deseaba robarse el caballito de plata del anfitrión, una de las invitadas quería dejar a su marido por uno de los invitados (el dato se complicó porque Chacho se ausentó a última hora), otro deseaba humillar a un amigo y que sólo lo notara la esposa de este último, una vegetariana no asumida veía a dos de nosotros como su ensalada (interés quizá aniquilador, quizá erótico)… La ilusión de conocernos a fondo nos llevó al desfiladero. Ni siquiera logramos descifrar quién de nuestras amigas tenía inclinaciones vegetarianas. Movidos por falsas certezas, actuamos con imprudencia extrema. No podíamos decir algo que no tuviera doble sentido. Al mismo tiempo, desconfiábamos de los demás, tan enterados de nuestras bajezas. El anfitrión acusó a todo mundo de quedarse con su caballito hasta que nos acabamos la sangría y el adorno apareció entre los trozos de fruta. ¿Alguien lo puso ahí después de leer los secretos, para fomentar el desorden?

¿Podemos volvernos a reunir después de conocer tantas intimidades que no supimos acomodar? La estadística emocional sólo sirvió para discriminarnos. Que Celso me perdone, pero su método revela que el afecto es atributo de la imaginación y trabaja mejor desinformado.

¿Hay vida en la Tierra?
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