ZAPATOS NUEVOS
Tengo unos amigos a los que les decimos los Glutamato porque son un complemento sabroso, pero no siempre auténtico. Nos reunimos por las extrañas fidelidades que surgen con el tiempo, el tequila y las coincidencias que la marea de las contradicciones arroja en la playa. Me sirvo de esta evocación paisajística para no enojarme de inmediato con Vic Glutamato, que habla en sábado a las ocho de la mañana para preguntar si estamos dormidos.
Uno acaba queriendo a los amigos por sus manías. No escribo estas líneas con vengativo afán, sino para describir a una familia que considero típica de la época y, por lo tanto, de interés social.
Los Glutamato están encantados de conocerse. Vic es un patriarca que siempre tiene razón. Ha quebrado dos mueblerías y una sastrería donde oficiaba un crack del zurcido invisible. Esto se debe a que los dueños anteriores lo engañaron. Confiado en su genio comercial, compró una casa de seis recámaras y siete baños en Potrero del Edén, fraccionamiento donde los visitantes deben enseñar su cédula profesional para entrar. Desde hace tres años la casa está en venta, pero nadie ha llegado al imaginativo precio concebido por Vic.
Conocí a Nena Glutamato porque su gran camioneta bloqueaba mi coche en un estacionamiento y ella no había dejado las llaves. Me predispuse a odiarla. Cuando llegó, gritó con alegría: «¡Eres el amigo de Vic! ¡En las fotos te ves más chaparro!» Se refería a las fotos de la primaria, en las que, en efecto, soy chaparro.
Si el destino no hubiera decidido que Vic y yo compartiéramos pupitres, difícilmente sería el padrino de su primer hijo. A los diecinueve años, Ronnie Glutamato padece un torpor existencial que le permite dormir hasta las dos de la tarde y estar en cualquier reunión sin enterarse de nada. Quiere ser cineasta, tal vez porque mira la realidad como luces en una pared. En una ocasión entré en su habitación y me senté en la cama revuelta. Él puso hip-hop pesimista mientras yo leía un grafiti en la pared: «No hay salida: la extinción es un password.» Le pregunté cómo pensaba extinguirse y dijo: «Viviendo.» Guardamos silencio hasta que comprendí la expresión «cuarto del pánico».
En contraste, Liz Glutamato es una entusiasta que adora las cosas que desconoce. Si le propones ir a una fábrica de clavos le parece genial. A los trece años tiene una lista de veintiocho carreras que quiere estudiar y catorce mascotas que piensa adoptar.
Vic considera que su primogénito tiene un talento magnífico que algún día será descubierto. En cambio, su hija le parece «chistosa».
Desde que me citó a comer en Vips y pagó con cupones de su mueblería, sé que mi ex condiscípulo cuida el dinero. Me sorprendió que rentara una casa de campo y nos invitara a pasar el fin de semana. En cuanto llegué se burló de mis zapatos: «Rata de ciudad.» A continuación propuso que hiciéramos una excursión a la noria. Caminamos durante dos horas para llegar a un aljibe donde flotaba una rana muerta. Ronnie nos acompañó con semblante nihilista y Liz saltó por todas partes, descubrió un pequeño esqueleto que describió como «egagrópila», habló de las costumbres de las codornices y recitó una fábula de Esopo. El único comentario de Vic sobre sus hijos fue: «¿Viste lo intenso que es Ronnie?»
Después del extenuante regreso a casa, mi amigo dijo: «Tus zapatos dan pena.» Era cierto. Había hecho mi travesía del desierto con calzado de calle. El empeine estaba roto; su destino sólo podía ser la basura.
«No te preocupes, tengo un par nuevecito que compré en Argentina», Vic me mostró unos zapatos rutilantes, de cuero perfecto. Somos de la misma talla: el par me quedó bien, aunque bastante apretado.
En los siguientes días descubrí la capacidad de mis congéneres para bajar la mirada. Todo mundo decía: «¿Estrenando?», o bien: «¡Qué zapatos!» Me sentí tan elegante como un futbolista italiano. Mis pies estaban lastimados por los aguerridos empeines, pero recordé que sin dolor no hay belleza.
Agradecí la generosidad de Vic hasta que me habló por teléfono: «¿Así nos llevamos?», fue su extraño saludo. Luego mencionó los zapatos: me los había prestado en una emergencia, ¿acaso me quería quedar con ellos?
Me sentí ruin y ofendido al mismo tiempo, el clásico «efecto Glutamato». Aunque nunca hablamos de un regalo, Vic había puesto la cara magnánima con que pide al mesero que agregue el siete por ciento de propina.
Lo peor de todo es que los zapatos ya se habían vuelto cómodos. Entendí la estrategia de Vic: me llevó al campo para destruir mis zapatos y me dio los suyos para que se los ablandara.
Le dije a mi esposa que no volvería a verlo. «No te conoces», contestó ella. Tiene razón. Vic consiguió en Tepito el video pirata de Bruce Springsteen que yo llevaba veinte años buscando.
Hoy ceno con los Glutamato.