EL BAILARÍN SECRETO

Asombrosamente, estamos condenados a la felicidad. Incluso Hamlet, héroe de la duda y el recelo, tuvo sus ratos de dicha.

Escribo esto porque acabo de ser testigo de un momento de insólita alegría. Tengo un amigo, que en la complicidad del afecto llamaré Paco Rionda, entregado a la tarea de ser infeliz por escrito. Cuando toma la pluma, el menor acuerdo con el mundo le parece signo de superficialidad: la inteligencia sufre.

Por ahí de 1977 Paco decidió aplicar su sentido trágico de la vida a una rama semanal del conocimiento: la crítica de cine. Cada jueves publicaba un artículo en el que odiaba una película. Por aquel tiempo, yo compartía casa con Francisco Hinojosa y Paco se negaba a visitarnos porque su tocayo Pancho había comentado: «Todo mundo tiene dos trabajos: por el que le pagan y crítico de cine.» Se refería a que cualquiera habla de películas. Paco no lo perdonó: él se veía a sí mismo como un decodificador muy especializado. La forma en que reprendía a los directores realmente revelaba a un experto en el repudio. ¿Hasta qué punto cumplía esto una función social? La verdad sea dicha, el crítico Rionda nunca logró que una película saliera de cartelera por sus comentarios. Carecía de la prosa enjundiosa de Jorge Ayala Blanco, el imaginativo autor de Falaces fenómenos fílmicos; la cultura literaria de Gustavo García, a quien Jorge Ibargüengoitia había pedido un prólogo, o la ironía de Leonardo García Tsao. Su sello personal era la anticipación del desastre. Criticar los bodrios de Hollywood le resultaba demasiado fácil; prefería intuir el modo en que Godard se iba a corromper. Pocas veces tenía razón en sus sospechas, pero las adelantaba con la seguridad de quien considera que la crítica es un género profético. Al final, todos morderían el polvo.

Paco prefería ir al cine de mañana, cuando había menos posibilidades de coincidir con seres vivos. De vez en cuando, este misántropo ejemplar rompía su ascetismo sonriéndole a una chica que solía enamorarse de él como si fuera el último esquimal de todo el hielo.

Hubo películas que le gustaron (de directores torturados en Birmania, prohibidos en Turquía o expulsados del CUEC), pero incluso sus notas entusiastas eran ataques contra los imbéciles que no reconocían la belleza rota o calcinada o convulsiva.

En una ocasión lo vi trabajar y supe que su tortura no sólo era mental sino física. Fumó dos cajetillas de Baronet y bebió tres tazas de café frío mientras se jalaba el pelo. Todo esto antes de escribir.

Yo respetaba a Paco como se respeta a un faquir. En cada texto comía vidrio y decía por qué no le gustaba.

Los jefes de redacción, que en principio apreciaron su furor, acabaron por hartarse de un crítico que deprimía a sus lectores. Entonces ocurrió una de las más raras transformaciones profesionales de las que he sido testigo: Paco Rionda abrió una juguetería. El hombre que desconfiaba de la sinceridad de un cineasta vietnamita que filmaba hundido en un arrozal, se convirtió en entusiasta de los patos de plástico.

Uno de los puntos esenciales de su personalidad es que sólo es corrosiva al escribir. Como juguetero, Paco tuvo el éxito que nunca soñó en sus jueves de guerrilla. Adora a los niños, que en sus brazos se duermen con rara facilidad, y formó una familia tan perfecta que parece hecha en su tienda. Su desbordante afecto hace que uno se pregunte si odia el cine para mitigar su ternura o es tierno para mitigar su odio al cine.

Hace poco me mostró algo que me produjo alarma y admiración: guarda miles de críticas inéditas en un archivero. No ha renunciado al odio. Cada jueves destroza a un cineasta, pero no publica sus reseñas. Eso ya le parece inútil: el público está anestesiado y no puede entenderlo.

¿Su esforzada vida sin lectores es la de un mártir del rencor? Creo que se trata de algo más complejo. Cada vez que coincidimos en una boda y llegamos a ese momento de vergonzosa dicha colectiva en que descubrimos que nos sabemos todas las canciones de Timbiriche, Paco toma la pista por asalto y baila con fulminante destreza. No es un bailarín de escuela. Es un extraordinario bailarín vulgar. Un rey de discoteca. Un inspirado que se descoyunta con gracia. Que alguien tan dotado para desplegar un ritmo sabrosón se dedique a denostar cineastas es aún más misterioso que su talento para dormir bebés.

Paco Rionda alejó con escrúpulo dos zonas clave de su vida: el frenesí de su cintura y la amarga crítica de cine. Pero el destino suele hacerse el raro y todo acabó mezclándose.

Desde el 2 de marzo de 1965, cuando La novicia rebelde se estrenó en Nueva York, el mundo cambió con la posibilidad de cantar este disparate multilingüe: «So long, farewell, auf Wiedersehen, adieu / Adieu, adieu, to yieu and yieu and yieu.» La comedia musical es la desorbitada fantasía donde adieu rima con yieu. Si en la ópera alguien agoniza sin dejar de cantar, en la comedia musical el cartero llega bailando. Se trata de géneros cuya verosimilitud es de una flexibilidad sólo superada por el ballet acuático.

Que yo sepa, Paco no ha reseñado comedias musicales, pero el otro día lo vi salir de Mama mia!, exceso emocional que demuestra que las canciones de Abba ya pertenecen a la memoria de la especie y que el kitsch puede lograr que el ridículo produzca alegría. Mama mia! condensa emociones de discoteca y se toma la licencia poética de considerar que Grecia y nuestros corazones son pistas de baile. La película pertenece a los placeres que al espectador fino le da vergüenza tener, pero ayudan a que su psicoanalista le diga: «Te estás abriendo.»

El caso es que salí del cine rumbo a un centro comercial que parecía otra locación de la película. En un pasillo vi una imagen por la que hubiera pagado el triple de la entrada: Paco Rionda bailaba como sólo sabe hacerlo alguien que nació con un ritmazo y ha vivido para negarlo.

Seguramente volvió a su casa para escribir una nota de formidable rencor contra Mama mia!, y para guardarla en el archivo que el resto del mundo no merece conocer.

Paco Rionda detesta los defectos que descubre o adivina en una película. Pero su odio se perfecciona del siguiente modo: con una intensidad cercana al gozo, detesta mucho más los defectos que le gustan.

¿Hay vida en la Tierra?
cubierta.xhtml
sinopsis.xhtml
titulo.xhtml
info.xhtml
dedicatoria.xhtml
Prologo.xhtml
Section0001.xhtml
Section0002.xhtml
Section0003.xhtml
Section0004.xhtml
Section0005.xhtml
Section0006.xhtml
Section0007.xhtml
Section0008.xhtml
Section0009.xhtml
Section0010.xhtml
Section0011.xhtml
Section0012.xhtml
Section0013.xhtml
Section0014.xhtml
Section0015.xhtml
Section0016.xhtml
Section0017.xhtml
Section0018.xhtml
Section0019.xhtml
Section0020.xhtml
Section0021.xhtml
Section0022.xhtml
Section0023.xhtml
Section0024.xhtml
Section0025.xhtml
Section0026.xhtml
Section0027.xhtml
Section0028.xhtml
Section0029.xhtml
Section0030.xhtml
Section0031.xhtml
Section0032.xhtml
Section0033.xhtml
Section0034.xhtml
Section0035.xhtml
Section0036.xhtml
Section0037.xhtml
Section0038.xhtml
Section0039.xhtml
Section0040.xhtml
Section0041.xhtml
Section0042.xhtml
Section0043.xhtml
Section0044.xhtml
Section0045.xhtml
Section0046.xhtml
Section0047.xhtml
Section0048.xhtml
Section0049.xhtml
Section0050.xhtml
Section0051.xhtml
Section0052.xhtml
Section0053.xhtml
Section0054.xhtml
Section0055.xhtml
Section0056.xhtml
Section0057.xhtml
Section0058.xhtml
Section0059.xhtml
Section0060.xhtml
Section0061.xhtml
Section0062.xhtml
Section0063.xhtml
Section0064.xhtml
Section0065.xhtml
Section0066.xhtml
Section0067.xhtml
Section0068.xhtml
Section0069.xhtml
Section0070.xhtml
Section0071.xhtml
Section0072.xhtml
Section0073.xhtml
Section0074.xhtml
Section0075.xhtml
Section0076.xhtml
Section0077.xhtml
Section0078.xhtml
Section0079.xhtml
Section0080.xhtml
Section0081.xhtml
Section0082.xhtml
Section0083.xhtml
Section0084.xhtml
Section0085.xhtml
Section0086.xhtml
Section0087.xhtml
Section0088.xhtml
Section0089.xhtml
Section0090.xhtml
Section0091.xhtml
Section0092.xhtml
Section0093.xhtml
Section0094.xhtml
Section0095.xhtml
Section0096.xhtml
Section0097.xhtml
Section0098.xhtml
Section0099.xhtml
Section0100.xhtml
autor.xhtml