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Debate en el encierro

En los meses de cárcel alterné con reclusos que querían dejarse morir mientras otros no cesaban de inventar planes de fuga. Los instantes rescatables se abrían cuando circulábamos por el patio y tratábamos de entender mejor qué sucedía alrededor. Unos presos hasta me preguntaron qué significaba la palabra “soviet”. Yo entonces recuperaba mi costado pedagógico y explicaba que es una “asamblea o consejo de obreros, soldados y campesinos rusos”.

—El Soviet de San Petersburgo, por ejemplo, tuvo su primer lucimiento en octubre. Pero todos hemos visto cómo las tropas lo disolvieron en diciembre.

—¡No sirvió ni para alimentar chanchos!

A las tristes risotadas contesté serio.

—Se equivocan. Esa palabra ya tiene una dimensión mítica, es la prueba de lo mucho que puede conseguir una efectiva unión de los pobres. La palabra soviet se está volviendo más común que el té, el vodka o el trineo. Nos representa.

—¿Somos parte de un soviet? ¿Aquí, encerrados, hambrientos y muertos de frío? —se burló una mujer canosa mientras se desenredaba el cabello.

—Entre todos los sufrientes de Rusia, somos un gran soviet. ¡Claro que sí!

—¡Eres un chico divertido, Liova! —se mofó un hombre de amplia barba.

—Fíjense —me puse de pie para ser mejor escuchado—. Desde hace unas décadas la lucha del pueblo está consiguiendo que se liberalice la vida social, la cultura y la prensa. No con rapidez, pero sí de forma constante. Hay progresos. Piensen en este dato: la guerra contra Japón al principio dio ventajas al Zar y ahora el Zar no sabe cómo sacársela de encima. Los campesinos queman granjas por todas partes, y no las queman porque sí: las queman porque están hartos de injusticias y de hambre. Los obreros han empezado a quejarse como nunca antes, con proclamas y con huelgas; descubrieron que por sus venas circula el coraje. Al ejército le ordenan dedicarse a la represión y sólo consigue aumentar la antipatía de la gente. Toda Rusia ha entrado en una roja nube de protesta. Aunque cada grupo con sus propios objetivos y…

—¡Es el reino de la anarquía, entonces! —me interrumpieron.

—No es buena la anarquía, porque con ella perdemos al final.

—Entonces, ¿quién nos dirige? ¿Dónde está el timón de tu amado soviet?

—El soviet acaba de inaugurarse y ya no será borrado —grité—. ¡Verán cómo crece! Crece en el alma de cada obrero y cada campesino y cada intelectual.

—¿Desde el soviet se apoya la ocupación de tierras, con violencia y con incendios? ¿se apoya el saqueo de granjas? ¿la tala ilegal de bosques? ¿los asesinatos? —insistió irónico el hombre de la ancha barba.

—Ya dije que todo eso no es recomendable, pero es la consecuencia del furor que producen los engaños del gobierno, de la aristocracia, de los terratenientes. Nos venden falsas promesas de reforma agraria, haciendo creer a muchos que era inminente y los campesinos la quisieron aplicar enseguida, pero sabemos cuáles han sido sus trágicas consecuencias.

—¡Eres un doctorcito! ¡Un intelectual! Hablas bien, pero no representas a los pobres.

—Gracias… Pero te informo que varias universidades fueron obligadas a cerrar para impedir que los estudiantes, los doctorcitos, los intelectuales, como dices, se unieran a los trabajadores en huelga. El Soviet de San Petersburgo, durante su breve existencia, armó huelgas en doscientas fábricas. De no haber sido disuelto, ya estarían paralizados los ferrocarriles de toda Rusia. ¿Te parece poco? Ese Soviet estimuló motines en Sebastopol, Vladivostok y Kronstadt. Y en medio de semejante caos estalló la insurrección del acorazado Potemkin, cuya represión terminó con más de dos mil víctimas.

—¡Qué buen resultado! —se burló.

—¡Es la guerra del pueblo por sus derechos, por su libertad! —me encrespé—. El maldito Zar, para limpiarse la culpa, destituyó a su ministro del Interior. Y, ¿sabes qué? ¡Acordó algunas concesiones!

—De las que se arrepintió.

—Seguirá arrepintiéndose de cada medida liberadora que conceda, porque es un tirano.

—Después de esas concesiones que elogias, mis parientes fueron asesinados en Odesa —saltó un joven.

—¡Quinientos judíos fueron asesinados en un solo día en Odesa! —confirmó otro.

—El propio Zar afirmó que el noventa por ciento de los revolucionarios son judíos.

—¡Es una bestia! —chilló la mujer que acababa de arreglarse el cabello y lo envolvía con su pañuelo gris.

—Mis parientes me contaron de la masacre que se produjo en Moscú. Para reprimir una huelga fue todo un regimiento de artillería, que disparó contra los manifestantes y bombardeó edificios. Los huelguistas tuvieron que rendirse con un saldo de ¡mil muertos! ¿Dónde estaba el soviet en ese momento?

—¡El soviet somos todos nosotros! Los que estamos prisioneros y los que estamos libres. ¡Formamos el gran ejército de la libertad!

Liova corre hacia el poder
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