71Ren. Santa Rachel y Todas las Aves

Año 25

—Croze —digo—. ¡No puedo creerlo! ¡Pensaba que estabas muerto!

Estoy hablando en su sábana, porque nos abrazamos tan fuerte que me he embutido en él. No dice nada —quizás está llorando—, así que hablo yo.

—Apuesto a que pensabas que yo también estaba muerta. —Y noto que asiente con la cabeza.

Lo suelto y nos miramos. Trata de sonreír.

—¿De dónde has sacado la sábana? —pregunto.

—Hay un montón de camas —dice—. Van mejor que los pantalones, no te dan tanto calor. ¿Has visto a Oates? —Suena preocupado.

No sé qué decir. No quiero estropear este momento hablándole de algo tan triste. Pobre Oates, colgando de un árbol con la garganta cortada y sin riñones. Pero entonces lo miro a la cara y me doy cuenta de que no lo he entendido bien: es por mí que está preocupado, porque ya sabe lo de Oates. El y Shackie iban delante de nosotros en el sendero. Me habrían oído gritar, se habrían escondido. Luego habrían oído los gritos, toda clase de gritos. Después —porque por supuesto habrían vuelto a ver lo ocurrido— habrían oído los buitres.

Si le digo que no, lo más probable es que finja que Oates sigue vivo, para no inquietarme.

—Sí —digo—. Lo vimos. Lo siento.

Mira al suelo. Pienso en cómo cambiar de tema. Los mohairs han estado mordisqueando a nuestro alrededor —quieren estar cerca de Croze—, así que digo:

—¿Son tu rebaño?

—Hemos empezado a pastorearlos —dice—. Más o menos ya los tenemos domesticados. Pero no dejan de escaparse.

A quién se refiere con el plural, quiero preguntar, pero Toby se acerca, así que digo:

—Esta es Toby, ¿recuerdas?

Y Croze dice:

—No jodas, de los Jardineros.

Toby hace uno de sus saludos y dice:

—Crozier. Vaya si has crecido. —Como si fuera una reunión escolar.

Es difícil hacerle perder pie. Toby le tiende la mano y Croze se la estrecha. Es muy extraño: Croze con una sábana como si fuera Jesús, aunque su barba no es muy poblada, y Toby y yo vestidas de rosa con los ojos guiñados y bocas con pintalabios; y Toby con tres patas de mohair moradas sobresaliendo de la mochila.

—¿Dónde está Amanda? —pregunta Croze.

—No está muerta —digo demasiado deprisa—. Sé que no está muerta.

Croze y Toby intercambian una mirada por encima de mi cabeza, como si no quisieran decirme que mi mascota se ha escapado.

—¿Y Shackleton? —pregunto.

—Está bien —dice Croze—. Volvamos a casa.

—¿Qué casa? —pregunta Toby.

Y él dice:

—La cabaña. Donde teníamos el Árbol de ¿Recuerdas? —me dice—. No está muy lejos.

Las ovejas se dirigen hacia allí de todos modos. Da la impresión de que saben adónde van. Nosotros las seguimos.

El sol calienta tanto ahora que siento que está hirviendo dentro de nuestros monos. Croze lleva parte de la sábana envuelta en torno a la cabeza; tiene aspecto de sentirse mucho más fresco que yo.

Es mediodía cuando llegamos al parque del Árbol de columpios de plástico no están, pero la cabaña es la misma —incluso hay pintadas en aerosol de las plebillas—, salvo que han estado construyendo. Hay una valla hecha de palos y planchas y alambre y un montón de cinta aislante. Croze abre la puerta, y la oveja entra y enfila hacia un corral en el patio.

—Traigo el rebaño —grita Croze, y un hombre con un pulverizador sale de la puerta de la casa y a continuación dos hombres más.

Luego cuatro mujeres: dos jóvenes, una un poco mayor, y una mayor aún, quizá tan mayor como Toby. Su ropa no es de Jardineros, pero no son prendas nuevas ni bonitas. Dos de los hombres llevan sábanas, el tercero harapos y una camisa. Las mujeres llevan monos como los nuestros.

Nos miran. No son miradas amables, sino ansiosas. Croze dice sus nombres:

—¿Estás seguro de que no están infectadas? —dice el primer hombre, el que lleva el pulverizador.

—Ni hablar —dice Croze—. Estuvieron aisladas todo el tiempo.

Nos mira en busca de confirmación y Toby asiente.

—Son amigas de Zeb —añade Croze—. Toby y Ren.

Entonces nos dice:

—Esto es Loco Adán.

—Lo que queda de nosotros —dice el más bajo.

Dice sus nombres: el suyo es Beluga, y los otros tres son Pico de Marfil, Manatí y Zunzuncito. Las mujeres son Lotis Azul, Zorro del Desierto, Nogal Antillano y Tamarao. No nos estrechamos las manos: ellos aún están inquietos por nosotras y nuestros gérmenes.

—Loco Adán —dice Toby—. Me alegro de conoceros. Seguí parte de vuestro trabajo en línea.

—¿Cómo entrabas en el campo de juego? —le pregunta Pico de Marfil a Toby.

Está fijándose en su antiguo rifle como si estuviera hecho de oro.

—Yo era Rascón —dice Toby.

Se miran el uno al otro.

—Tú —dice Lotis Azul—. ¡Tú eras Rascón! ¡La dama secreta! —Ríe—. Zeb nunca nos quiso decir quién eras. Pensábamos que era una tía cañón que tenía.

Toby esboza una pequeña sonrisa.

—Aunque decía que eras fuerte —dice Tamarao—. Insistió en ello.

—¿Zeb? —dice Toby, como si estuviera hablando consigo misma. Sé que quiere preguntar si sigue vivo, pero le da miedo.

—Loco Adán era un gran montaje —dice Beluga—. Hasta que nos pillaron.

—Nos delató el puto Rejoov —dice Nogal Antillano, la mujer más joven—. El cabrón de Crake.

Tiene la piel marrón, pero habla con acento inglés. Ahora que Toby les ha dicho que era otra persona son mucho más afables.

Estoy confundida. Miro a Croze y dice:

—Era eso que estábamos haciendo, lo de la biorresistencia. Por eso nos metieron en Painball. Estos son los científicos que pillaron. ¿Recuerdas que te lo conté en el Scales?

—Ah —digo.

Pero todavía no lo tengo claro. ¿Por qué los pilló Rejoov? Fue un secuestro de cerebros, como lo que le había ocurrido a mi padre.

—Tuvimos visita —dice Pico de Marfil a Croze—. Después de que fueras a por las ovejas. Dos tipos, con una mujer y un pulverizador y un mofache muerto.

—En serio —dice Croze—. Es fundamental.

—Dijeron que habían estado en Painball, como si debiéramos respetarlo —dice Beluga—. Querían cambiar la mujer por células de pulverizador y carne de mohair. La mujer y el mofache.

—Apuesto a que fueron ellos los que se llevaron el mohair lavanda —dice Croze—. Toby encontró las patas.

—¡Mofache! ¿Qué cambiaríamos por eso? —dice Nogal Antillano, indignada—. No nos estamos muriendo de hambre.

—Deberíamos haberles disparado —dice Manatí—. Pero tenían a la mujer como escudo.

—¿Qué llevaba puesto? —digo, pero no me hacen caso.

—Dijimos que no —dice Pico de Marfil—. Es cruel para la chica, pero están desesperados por las células, lo cual significa que se les están acabando. Así que nos ocuparemos de ellos después.

—Es Amanda —digo.

Podrían haberla salvado. Aunque no los culpo por no aceptar el trato: no hay que darles células de pulverizador a tipos que las usarán para matarte.

—¿Qué pasa con Amanda? —digo—. No deberíamos ir a rescatarla.

—Sí, hemos de reunir a todos ahora que el Diluvio ha pasado —dice Croze—. Como hemos dicho. —Me está apoyando.

—Así podremos, bueno, reconstruir la raza humana —digo.

Sé que suena estúpido, pero es lo único que se me ocurre.

—Amanda puede ayudarnos de veras, es muy buena en todo.

Pero me sonríen con tristeza como si supieran que es inútil. Croze me coge la mano y me aleja de ellos.

—¿Lo dices en serio? —pregunta—. ¿Lo de la raza humana? —Sonríe—. Tendrás que tener hijos.

—Quizá todavía no —digo.

—Vamos —dice—. Te enseñaré el jardín.

Tienen una cocina, y algunos biodoros violetas portátiles en un rincón, y algún módulo solar que están arreglando. No faltan componentes de cualquier cosa en las plebillas, aunque hay que tener cuidado con los edificios en ruinas.

El huerto está detrás: todavía no han plantado gran cosa.

—Tuvimos ataques de cerdos —dice—. Cavaron por debajo de la valla. Le disparamos a uno, así que quizá los demás captaron la idea. Zeb dice que son supercerdos, porque son un híbrido con tejido cerebral humano.

—¿Zeb? —digo—. ¿Zeb está vivo?

Me siento mareada de repente, toda esa gente muerta volviendo a la vida: es abrumador.

—Claro —dice Croze—. ¿Estás bien?

Me pone el brazo en torno a la cintura para impedir que me caiga al suelo.

El año del diluvio
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