73Ren. Santa Rachel y Todas las Aves

Año 25

Le pregunto a Croze si debería ayudarles a despellejar los perros, pero Croze dice que ya hay suficiente gente haciéndolo y yo parezco cansada, así que ¿por qué no me tumbo en la cama, dentro de la cabaña? La habitación está fría y huele a la cabaña que recordaba, así que me siento a salvo. La cama de Croze es sólo una plataforma, pero tiene un edredón de lana de mohair y una sábana, y Croze me dice «Que duermas bien», y luego se aleja, y yo me saco la ropa de AnooYoo porque hace calor y el mohair es suave y sedoso, y me voy a dormir.

Cuando me despierta la tormenta de la tarde, Croze está arrebujado detrás de mí, y me doy cuenta de que está preocupado y triste; entonces me vuelvo y nos estamos abrazando y él quiere sexo. Pero de repente yo no quiero tener sexo sin amor, y no he querido a nadie de verdad después de Jimmy; desde luego no en el Scales, donde sólo estaba actuando siguiendo los guiones pervertidos de otras personas.

También hay un lugar oscuro en mí, como tinta derramada en mi cerebro: no puedo pensar en sexo en ese lugar. Tiene zarzas, y hay algo respecto a Amanda, y no quiero estar allí. Así que digo:

—Todavía no.

Y aunque Croze siempre era bastante grosero parece entenderlo; así que sólo nos abrazamos y hablamos.

Tiene un montón de planes. Construirán esto, construirán aquello; se librarán de los cerdos, o los domesticarán. Después de que los dos painballers estén muertos —él se ocupará personalmente de ello— nos llevará a mí, a Amanda y a Shackie a la playa para pescar un poco. En cuanto al grupo Loco Adán —Pico de Marfil, Nogal Antillano, Tamarao y Rinoceronte Negro, todos— son realmente listos, así que pondrán en marcha las comunicaciones en un pispás.

—¿Con quién vamos a comunicarnos? —pregunto, y Croze dice que ha de haber más gente en alguna parte.

Entonces me cuenta acerca de los locoadanes. Estaban trabajando con Zeb hasta que los localizó Corpsegur gracias a un locoadán con el nombre en código de Crake, y terminaron como esclavos cerebrales en un lugar llamado la cúpula del Proyecto Paraíso. La opción era eso o ser pulverizados, así que aceptaron los trabajos. Más tarde, cuando llegó el Diluvio y los vigilantes desaparecieron, desactivaron la seguridad y salieron, pero no fue demasiado difícil para ellos porque eran cerebritos.

Me había contado parte de eso antes, pero no había dicho «Proyecto Paraíso» ni «Crake».

—Un momento —digo—. ¿En eso estaban trabajando en la cúpula? ¿En la inmortalidad?

Sí, dice Croze: todos estaban ayudando a Crake con ese gran experimento: una especie de híbrido genético humano perfecto y hermoso que podía vivir eternamente. Eran los mismos que habían hecho el trabajo difícil con , pero a ellos no les dejaron tomarla. Tampoco es que les tentara demasiado: te daba el mejor sexo jamás soñado, pero tenía graves efectos secundarios, como la muerte.

—Así es como se inició la pandemia —dice Croze—. Dijeron que Crake les ordenó ponerlo en la pastilla supersexual.

Volví a sentirme afortunada por haber estado en el Cuarto Pringoso porque podría haberme tragado a escondidas la pastilla BlyssPluss aunque Mordis decía que no había drogas para las scalies. Sonaba genial, como una realidad completamente distinta.

—¿Quién haría algo así? —digo—. ¿Una pastilla sexual envenenada?

Fue Glenn, tuvo que ser él. Era la clase de cosas de las que hablaba al capitoste de Rejoov en el Scales. No habló de la parte del veneno, claro. Recordaba esos apodos, Oryx y Crake. Pensé que era sólo charla de sexo, con Glenn y su amante principal: mucha gente usaba nombres de animales entonces. Pantera, tigre y glotón, minino y chucho. Así que no era charla de sexo, sino nombres en clave. O quizá las dos cosas.

Por una fracción de segundo pienso en contarle todo esto a Croze: que sabía muchas cosas de Crake de una vida anterior. Pero entonces tendría que contarle qué hacía en el Scales: no sólo la danza de trapecio, ni siquiera que Glenn nos hacía maullar y cantar como pájaros, sino las otras cosas, las cosas de la habitación con el techo de plumas. A Croze no le gustaría oírlo: los hombres odian imaginarse a otros hombres haciendo contigo cosas que ellos mismos desearían hacerte.

Así que pregunto:

—¿Y la gente híbrida? ¿Los perfectos? ¿Llegaron a hacerlos? —Glenn siempre quiso que todo fuera más perfecto.

—Sí, los hicieron —dice Croze, como si fuera algo cotidiano, hacer gente.

—Supongo que murieron con todos los demás —digo.

—No —dice Croze—. Viven en la costa. No necesitan ropa, comen hojas, maúllan como gatos. No es mi idea de la perfección. —Ríe—. ¡La perfección se parece más a ti!

Lo dejé pasar.

—Te lo estás inventando —digo.

—No, lo juro —dice Croze—. Tienen esas enormes..., se les ponen las pollas azules. Y hacen sexo en grupo con esas mujeres de culo azul. Es perverso.

—Es una broma, ¿no? —digo.

—Lo vi con mis propios ojos —dice Croze—. Se supone que no tenemos que acercarnos por si acaso la cagamos. Pero Zeb dice que los podemos ver a distancia, como en el zoo. Dice que no son peligrosos: somos nosotros los que somos peligrosos para ellos.

—¿Cuándo podré verlos?

—Cuando nos ocupemos de esos painballers —dice Croze—. Tendré que ir con vosotros. Hay otro tipo allí abajo, duerme en un árbol, habla solo, loco como una cabra, sin ofender a las cabras. Lo dejamos solo, supongo que podría estar infectado. No quiero que te moleste.

—Gracias —digo—. Este Crake del Proyecto Paraíso, ¿qué aspecto tiene?

—Nunca lo vi —dice Croze—. Nadie me lo dijo.

—¿Tenía un amigo? —pregunto—. En lo de la cúpula. —Cuando Glenn llevó a Jimmy al Scales esa vez, sin duda estaban metidos en algo juntos.

—Rinoceronte Negro dice que no era muy de amigos. Pero tenía un colega allí, además de su novia: se suponía que los dos planeaban el marketing. Rino decía que el tipo era un desperdicio. Contaba un montón de chistes estúpidos y bebía demasiado.

Ese sería Jimmy, pensé.

—¿Lo consiguió? —digo—. ¿Salir de la cúpula? Con la gente azul.

—¿Cómo voy a saberlo? Da igual, ¿a quién le importa? —dice Croze.

A mí. No quiero que Jimmy esté muerto.

—Eso es muy duro —digo.

—Eh, tranqui —dice Croze.

Me rodea con un brazo, deja que su mano caiga sobre mi pecho, como por accidente. Yo se la saco.

—Vale —dice con voz decepcionada. Me besa en la oreja.

La siguiente cosa que sé es que Croze me despierta.

—Han vuelto —dice.

Se apresura a salir y yo me visto, y cuando salgo al patio veo a Zeb, y Toby lo está abrazando. Katuro está allí; y el hombre al que llaman Rinoceronte Negro, que es negro. Shackie también está allí, sonriéndome. Aún no sabe nada de los dos painballers y Amanda. Croze tendrá que contárselo. Si lo hago yo me hará preguntas y sólo tengo malas respuestas.

Me acerco muy despacio a Zeb —tengo vergüenza— y Toby lo suelta. Está sonriendo, no es una sonrisa forzada, sino real, y pienso: aún puede ser guapa en ocasiones.

—Pequeña Ren. Has crecido —me dice Zeb.

Tiene el pelo más gris que la última vez que lo vi. Sonríe y me aprieta un momento el hombro. Lo recuerdo cantando en nuestra ducha, con los Jardineros; recuerdo las veces que fue bueno conmigo. Me gustaría que estuviera orgulloso de mí por haberlo logrado, aunque esa parte fue más que nada suerte. Me gustaría verlo más sorprendido y feliz de que estuviera viva. Pero debe de tener mucho en lo que pensar.

Zeb y Shackie y Rinoceronte Negro tienen pulverizadores y mochilas, y ahora han empezado a abrir las mochilas y a sacar cosas. Latas de sojadinas, un par de botellas —parece licor— y un puñado de Joltbars. Tres células para los pulverizadores.

—De los complejos —explica Katuro—. Muchos tienen las puertas abiertas. Han entrado saqueadores.

—CryoJeenyus estaba bien cerrado —dice Zeb—. Supongo que pensaban que podían salvarse dentro.

—Ellos y todas las cabezas congeladas que tienen ahí —dice Shackie.

—No creo que saliera nadie —dice Rinoceronte Negro.

Lamento oírlo, porque Lucerne debía de estar dentro de ese complejo, y a pesar de cómo había actuado últimamente, fue mi madre, y la amaba. Miré a Zeb, porque quizá también él la amaba.

—¿Encontrasteis a Adán Uno? —dice Pico de Marfil.

Zeb niega con la cabeza.

—Miramos en el Buenavista —dice Zeb—. Estuvieron allí mucho tiempo: ellos, u otros. Había todos los signos. Luego buscamos en varios Ararat, pero nada. Deben de haberse movido.

—¿Le dijiste que vivía alguien en de Estética? —digo a Croze—. ¿En esa pequeña habitación de detrás de las cubas de vinagre? ¿Con el portátil?

—Sí —dice Croze—. Fue él. Y Rebecca y Katuro.

—Vimos a ese tipo loco, renqueando y hablando solo —dice Shackie—. El que duerme en el árbol, cerca de la orilla. Pero él no nos vio.

—¿No le disparasteis? —dice Pico de Marfil—. ¿Por si es contagioso?

—Para qué malgastar munición —dice Rinoceronte Negro—. No durará mucho.

Cuando el sol baja hacemos un fuego en el patio y preparamos sopa de ortiga con trozos de carne —no sé bien de qué clase— y bardana y parte del queso de leche de mohair. Espero que ellos empiecen la comida con «Queridos amigos, somos las únicas personas que quedan sobre la tierra, demos gracias» o alguna oración Jardinera por el estilo, pero no lo hacen; sólo cenamos.

Después de que hayamos terminado, hablan de qué hacer a continuación. Zeb dice que han de encontrar a Adán Uno y los Jardineros antes de que nada ni nadie lo haga. Irá al Sumidero mañana para verificar el Jardín del Edén, algunos de los pisos francos de las células trufa, y otros lugares a los que podrían haber ido. Shackie dice que lo acompañará, y Rinoceronte Negro y Katuro también. Los otros han de quedarse y defender la casa de los perros y cerdos, y también de los dos painballers en caso de que vuelvan.

Entonces Pico de Marfil le habla a Zeb de Toby y de que ahora Blanco está muerto, y Zeb mira a Toby y dice:

—Bien hecho, cielo.

Es bastante chocante que llamen cielo a Toby, es algo así como llamar a Dios «cachas».

Me armo de valor y digo que hemos de encontrar a Amanda y salvarla de los painballers. Shackie dice que vota por eso, y creo que lo dice en serio. Zeb explica que lo lamenta mucho, pero que hemos de comprender que sólo hay dos alternativas. Amanda es sólo una persona y Adán Uno y los Jardineros son muchos; y Amanda decidiría lo mismo.

Así que digo:

—Vale, entonces iré sola.

Y Zeb dice:

—No seas tonta.

Como si todavía tuviera once años.

Entonces Croze dice que vendrá conmigo, y le aprieto la mano para darle las gracias. Pero Zeb dice que lo necesitan en la casa, que no pueden prescindir de él. Si espero a que vuelvan Shackie, Rinoceronte Negro y Katuro, dice, enviarán tres tipos conmigo, con pulverizadores, lo cual nos dará muchas más opciones.

Pero digo que no hay bastante tiempo, porque si esos painballers quieren comerciar con Amanda, significa que están cansados de ella y que podrían matarla en cualquier momento. Sé cómo funciona, digo. Es como en el Scales con las temporales —es prescindible—, así que de verdad he de encontrarla ahora mismo, y sé que es peligroso, pero no me importa. Entonces me echo a llorar.

Nadie dice nada. Luego Toby dice que vendrá conmigo. Se llevará su propio rifle, no tiene mala puntería, dice. Quizá los painballers han usado su última célula de pulverizador, lo cual aumentaría las posibilidades.

—No es buena idea —dice Zeb.

Toby hace una pausa, luego dice que es la mejor idea que se le ha ocurrido, porque no puede dejarme vagar sola por el bosque: sería un crimen. Y Zeb asiente y dice:

—Tened cuidado.

Así que está decidido.

Los locoadanes cuelgan unas hamacas con cinta aislante en el cuarto principal para Toby y para mí. Toby aún está hablando con Zeb y el resto, así que me voy a acostar sola. Con una manta de mohair, la hamaca es muy cómoda; y aunque me preocupa mucho encontrar a Amanda y lo que ocurrirá entonces, consigo conciliar el sueño.

Cuando nos levantamos a la mañana siguiente, Zeb, Shackie, Katuro y Rinoceronte Negro ya han salido, pero Rebecca le cuenta a Toby que Zeb le ha dibujado en el viejo arenero de los niños un mapa donde están la cabaña y la orilla, para que se oriente. Toby lo estudia un buen rato con una extraña expresión en el rostro, una especie de sonrisa triste. Aunque quizá sólo lo ha estado memorizando. Luego lo borra.

Después de desayunar, Rebecca nos da un poco de carne seca, y Pico de Marfil saca dos hamacas ligeras para nosotras porque no es seguro dormir en el suelo, y llenamos nuestras botellas de agua del pozo que han cavado. Toby deja allí un puñado de cosas —sus botellas de adormidera, sus hongos, su contenedor de lombrices, todo el material médico—, pero se lleva la olla, el cuchillo, las cerillas y un poco de cuerda, porque no sabemos cuánto tardaremos. Rebecca la abraza y dice:

—Ten cuidado, cariño.

Y salimos. Caminamos y caminamos; a mediodía paramos a comer. Toby está escuchando todo el tiempo: demasiados cantos de aves de las malas, como cuervos —o si no ningún canto—, significa cuidado, dice. Pero todo lo que oímos son trinos de fondo.

—Fondo de pantalla de pájaros —dice Toby.

No paramos de caminar, y comemos otra vez, y caminamos un poco más. También hay muchas hojas; te quitan aire. Además, me pone nerviosa porque la última vez que caminamos por un bosque nos encontramos a Oates colgado.

Cuando anochece, elegimos unos árboles altos, instalamos las hamacas y nos subimos. Pero me cuesta dormir. Entonces oigo cantar. Es hermoso, pero no es un canto normal: es claro, como el cristal, pero con capas. Suena a campanas.

El canto se desvanece, y creo que quizás eran imaginaciones mías. Y entonces, pienso, serán las personas azules: ha de ser así como cantan. Imagino a Amanda entre ellos: la están alimentando, cuidando, maullándole para curarla y reconfortarla.

Es pura ficción. Imaginaciones. Sé que no debería hacerlo: debería enfrentarme a la realidad. Pero la realidad es demasiado oscura. Hay demasiados cuervos.

Los Adanes y las Evas solían decir: «Somos lo que comemos», pero yo prefiero decir: «Somos lo que deseamos», porque si no puedes desear, para qué molestarte.

El año del diluvio
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