Capítulo diecisiete
—¿Dónde está? —preguntó Quenthel con los ojos rojos chispeando de furia apenas contenida.
—Ha ido a matarlos —respondió Danifae.
Pharaun observaba la escena desde cierta distancia. Había estado sentado, cruzado de piernas, en el centro exacto de la cubierta, frente al mástil mayor, en el lugar preciso donde Aliisza le había dicho que lo hiciera. Podía oír el barco del caos vibrando debajo de su cuerpo, obedeciendo al poder que estaba ejerciendo sobre él.
—¿Por orden de quién? —inquirió la suma sacerdotisa.
—Por orden tuya, señora —contestó Danifae—, a través de mí.
—¿A través de ti? —repitió Quenthel—. ¿Nada menos que a través de ti?
Pharaun apoyó una mano contra la cubierta y sintió el pulso en un grupo de venas que estaba creciendo allí.
La suma sacerdotisa abofeteó a Danifae, pero la prisionera de guerra se mantuvo firme.
—Halisstra Melarn y Ryld Argith son traidores —dijo Danifae—. Han traicionado esta expedición, han traicionado a Lloth y han traicionado la civilización drow. Tú lo sabes, yo lo sé y Jeggred también lo sabe. Por eso está allí.
—Por orden tuya —volvió a la carga la Señora de la Academia—, no mía.
—Está haciendo lo que hay que hacer —replicó Danifae. Por fin su voz transmitía alguna emoción: enfado e impaciencia—. Tú no estabas en condiciones de darle órdenes, de modo que lo hice por ti.
Pharaun rió al oír aquella conversación y también por el estremecimiento con que el barco obedecía a sus pensamientos y a su tacto. Le parecía fascinante que Danifae se hubiera ganado la voluntad del draegloth.
—Tenemos tiempo, señora —intervino Pharaun tomando partido por Danifae, aunque sólo por diversión—. ¿Por qué no dejar que el draegloth repare algunos desaguisados? Si la señora Melarn es realmente una traidora, y después de haberla visto ante el templo de Lloth eso no me sorprende, considéralo un favor de una joven sacerdotisa leal a tu servicio. En cambio, es poco probable que el maestro Argith sea un traidor para la Ciudad de las Arañas. Le falta chispa revolucionaria. Si algo debe preocuparte es que el maestro de armas pueda matar a tu sobrino.
Quenthel se volvió a mirar a Pharaun, quien le sostuvo la mirada un momento y después volvió a atender el barco. La suma sacerdotisa volvió otra vez la vista hacia Danifae, que se mantenía erguida y resuelta, sin ceder un ápice. La Señora de la Academia sostenía el látigo en una mano, y las víboras se enroscaban en los dedos de la otra. Miró primero las víboras y después a Danifae. Pharaun no perdía detalle, al tiempo que sentía que el pulso del barco se aceleraba momentáneamente.
Quenthel se apartó un paso y dio la espalda a Danifae, que soltó un suspiro. Pharaun creyó percibir que la cautiva de guerra se sentía decepcionada.
—Ésa es la razón —dijo Danifae mirando a Quenthel— por la que Jeggred ahora me sirve a mí.
Empezaron a describir un círculo, midiendo sus pasos sobre el esponjoso e irregular musgo. Jeggred miró hacia abajo y evaluó la herida que le había producido el lince. Alzó una ceja y, abriendo la boca, desenrolló la lengua. La lengua negra y áspera lamió lentamente la herida. Cuando volvió a sonreír, su propia sangre bañaba sus colmillos como puñales.
«Limítate a mantener la distancia —dijo Ryld para sus adentros—. Mantén la distancia y lánzate a las manos».
El draegloth volvió a cargar y nuevamente lo hizo con las garras en alto. Ryld mantenía la ancha y pesada hoja de Tajadora paralela al suelo. Todo lo que tenía que hacer era doblar las rodillas, dar un paso hacia adelante, erguirse y responder a la arremetida descendente del draegloth.
El maestro de armas salió al encuentro de su ataque y paró el golpe con precisión, como si la enorme garra fuera una espada. Jeggred bajó de forma rápida y contundente sus garras menores, de modo que Ryld apenas tuvo que golpear. El propio draegloth presionó con el brazo sobre el filo de la espada. Ryld sintió un tirón que pronto aflojó. Saltó la sangre, y la mano derecha menor de Jeggred salió disparada por el aire y rebotó una vez al golpear sobre el musgo.
Ryld no perdió tiempo en festejar el hecho de haber privado al draegloth de una de sus manos. Retrocedió para evitar la sangre que manaba del muñón del semidemonio. Jeggred dio un grito —un sonido inquietante, que quedó vibrando en los oídos de Ryld— y rápidamente empezó a apartarse.
Perfectamente consciente de que el semidemonio podía cambiar en un segundo de dirección, Ryld también retrocedió, aunque no tanto.
—Pagarás esto con tus manos y tus pies, cachorro —dijo Jeggred dejando salir el aire entre los dientes apretados—. Cuando vine aquí a matarte lo hice obedeciendo órdenes, pero ahora —levantó el muñón del que todavía seguía manando sangre— es una cuestión personal.
Había sobrevenido un ciclo reparador de oscuridad durante el cual Gomph había alternado breves períodos de Ensoñación con charlas exasperantes con el grupo de halflings alados e intentos de potentes conjuros.
La oscuridad representó un bendito alivio para los ojos del archimago, dañados por la luz. Ya antes había pasado noches al raso, aunque no muchas, y había visto las estrellas. En los Campos Verdes las estrellas parecían algo más brillantes que las de Faerun. Gomph no estaba lo bastante familiarizado con ellas para advertir alguna diferencia, ni de número ni de posiciones entre éstas y las de Faerun, pero sabía que eran distintos. Los Campos Verdes era otra realidad.
El follaje aciculado que cubría las onduladas colinas también le era familiar. En el lenguaje comercial del Mundo de Arriba lo llamaban «hierba». Los halflings de los Campos Verdes lo llamaban «ens». Había otras cosas que ya había visto antes en el Mundo de Arriba: «flores», «árboles» y otras por el estilo. Gomph se preguntó si habría algo parecido a la Antípoda Oscura en algún lugar bajo sus pies… Entonces recordó que no estaría allí el tiempo suficiente como para averiguarlo.
Se podía decir que los halflings a los que había encontrado lo habían adoptado. Unos cuantos de esos pequeños seres parecían realmente felices de tenerlo allí. El que había dicho llamarse Dietr y provenir de Faerun parecía desconfiado, pero quería algo, algo que no quería o no podía pedir. Fuera cual fuese su actitud con Gomph, parecían tener una relación cordial y de confianza los unos con los otros. Le trajeron alimentos que pertenecían a dos categorías: pesados y bañados en olorosas salsas, o frutas dulces y frescas. A Gomph no le gustaba especialmente ninguna de las dos clases, pero comió lo suficiente para mantener la energía que necesitaba para preparar conjuros y recuperarse con miras a su regreso a Menzoberranzan.
Gomph no se había apartado mucho del lugar en el que había aparecido. Los Campos Verdes parecían exactamente eso: una interminable extensión de hierba y otras plantas, todas de color verde. Gomph no había visto una sola construcción, y daba la impresión de que los halflings vivían al aire libre y se movían de una forma lenta pero constante.
Cuando la luz volvió, Gomph supo que tenía que ponerse en camino. Hizo el último de una serie de conjuros que lo ayudarían no sólo a volver al plano Material sino también a regresar a Toril, a la Antípoda Oscura, por debajo de Faerun, y a la propia Menzoberranzan. No sería pequeña empresa, y sin duda Dyrr no esperaba que fuera capaz de realizarla, pero tampoco había esperado que pudiera escapar de su prisión. El empeño que ponía el lichdrow en subestimarlo podría permitirle a Gomph el lujo de vencerlo.
El archimago permanecía de pie, protegiéndose los ojos de la penetrante luz, mientras observaba a Dietr y a una de las hembras, que se acercaban con otra bandeja de fruta. Dietr llevaba un pellejo con agua.
—Pensamos que querrías desayunar —dijo Dietr.
El halfling miró a Gomph con la expresión de vaga esperanza y temor que lo caracterizaba. La hembra apenas pareció reparar en él.
—Ya he tenido suficiente de vuestra comida —dijo el archimago— y voy a despedirme de vuestro territorio sin sentido.
—¿Territorio sin sentido? —repitió la halfling. Su indiferencia fue reemplazada rápidamente por el enfado—. ¿Quién eres tú para descalificar de esa manera a Campos Verdes?
—¿Y quién eres tú para hablarme siquiera? —preguntó Gomph.
Quedó a la espera de una respuesta, pero todo lo que obtuvo fue una mueca de desprecio de la hembra alada. Los ojos de Dietr pasaban del uno al otro, y su respiración se volvió poco profunda y expectante.
—Dejadme en paz —ordenó Gomph.
Viendo que los dos halflings no se daban la vuelta inmediatamente para marcharse, el archimago alzó una ceja. La hembra hizo lo que pudo por mantener su mirada, pero no fue suficiente.
—Vosotros estuvisteis vivos en otros tiempos ¿no es cierto? —inquirió el mago.
Ninguno de los dos respondió de forma inmediata.
—Este —dijo Gomph señalando a Dietr con un gesto de la mano— era un ser vivo, material, en Faerun. ¿Dónde vivías tú antes de pasar al Gran Más Allá?
La halfling siguió muda.
—Admito que tengo una curiosidad —prosiguió Gomph—. Si habéis muerto en el mundo del que provenís, sea cual sea, y vuestra alma vino aquí para descansar en paz, ¿qué pasará si mato aquí? ¿Irán vuestras almas a otro lugar o quedarán relegadas al olvido? ¿Acaso uno de vuestros endebles diosecillos halflings me detendrá? Estoy seguro de que hasta un dios halfling puede ser un inconveniente cuando actúa en su terreno, pero de todos modos puede ser divertido hacer la prueba.
—Si crees que puedes matarme, intruso —dijo la halfling con gesto desdeñoso—, inténtalo o calla de una vez.
Gomph sonrió, y debió de ser su expresión lo que hizo que Dietr diera finalmente un paso adelante con las manos extendidas en un gesto de conciliación.
—Tranquilos —dijo—. Todos tranquilos.
Gomph rompió a reír.
—Eso está mejor —dijo Dietr con una ancha sonrisa en su rostro de querubín—. Si el venerable drow quiere marcharse, es libre de seguir su camino.
—Aquí no habrá violencia —dijo la hembra con voz segura y potente—. Si tengo que aniquilarte para garantizarlo…
—Todos hemos sido aniquilados al menos una vez ¿no es cierto? —dijo Dietr—. Y nadie quiere que vuelva a repetirse, así pues, seamos amigos.
Gomph respiró hondo.
—Voy a marcharme —dijo—, pero habrá efectos residuales del portal, y vosotros no queréis ir a donde yo voy. Podéis retiraros o no, lo dejo a vuestro criterio.
La halfling siguió fulminándolo con la mirada, pero, aunque poco, se separó de Gomph. Era más o menos la mitad de alta que él y tenía un aspecto ridículo. Todo el mundo tenía un aspecto ridículo… en realidad, todo el mundo era realmente ridículo. Dyrr lo había mandado allí a propósito, y el espectáculo de los halflings alados en su entorno totalmente cubierto de hierba hacía que Gomph se sintiera cada vez más enfadado. Dyrr estaba tratando de librarse de él, trataba de deshacerse de él enviándolo a aquel universo pastoril, y de Gomph Baenre, archimago de Menzoberranzan, no se deshacía nadie.
—Bien —dijo Gomph, y empezó a hacer su conjuro.
Tenía una vaga conciencia de que la halfling se alejaba cada vez más, y supuso que Dietr estaba haciendo lo mismo. Las palabras del conjuro le salieron con facilidad, y los gestos se encadenaron fluidamente. Había una parte del mismo que unos cuantos magos experimentados que lo habían hecho sabían que podía ser manipulado, y Gomph empezó a maniobrar con él. Entrelazó en él una sutil modificación que lo llevaría precisamente a donde quería ir.
Acabó y sintió que caía hacia atrás, alejándose de los Campos Verdes… y también sintió una mano sobre su brazo.
Había luz por todas partes, pero no demasiado brillante.
A su alrededor todo eran sonidos, pero no vibrantes.
Había colores en el aire, pero no estridentes.
Se movían en todas direcciones a la vez, pero no con rapidez.
Aparecieron en Menzoberranzan y apoyaron los pies en la roca firme, confortados sus ojos por la penumbra iluminada por fuego feérico.
Gomph se volvió y miró al halfling. Estaba desnudo, tembloroso.
Sus alas habían desaparecido y parecía más viejo, más pequeño y más débil. Sus ojos eran rojos y su piel seca y amarillenta. Su boca, crispada en un rictus de sufrimiento, dejaba ver unos dientes grises y podridos.
Con un suspiro, el archimago se volvió para estudiar los alrededores. Era Menzoberranzan, el Bazar. Lo había conseguido. No había muchos drows en las calles, y los pocos que había reconocieron de inmediato al archimago. Los más listos se dispersaron.
Nauzhror, llamó Gomph mentalmente, enviando el nombre por el Tejido al mago Baenre.
Tras un momento de tenso silencio, una voz resonó en la mente de Gomph.
Archimago. Resulta gratificante oírte de nuevo. Bienvenido de vuelta a Menzoberranzan.
Era Nauzhror.
Antes de que pudiera responder, a Gomph lo distrajo un gemido agudo que lo obligó a reparar en el envejecido halfling.
—Eres un necio —le dijo Gomph a Dietr.
El halfling se encogió temblando.
—No te pedí que vinieras conmigo —añadió el mago—, y estás tan fuera de lugar aquí como lo estabas en los Campos Verdes.
—Yo quería… —empezó el halfling antes de interrumpirse por un acceso de tos que lo hizo expulsar polvo de la garganta—. Quería volver a vivir.
—¿Por qué? —preguntó Gomph.
—Por mi madre. Ha estado asistiendo a sesiones para contactar conmigo. No tiene a nadie más y me necesita para brindarle apoyo.
Gomph se rió.
—No tiene gracia —dijo Dietr.
Gomph volvió a reír y después formuló un conjuro.
—Es un divertido entretenimiento, traidor —dijo hablando al aire—, pero sólo temporal. Lo acabaremos en el Bazar, ahora.
Todavía le quedaban diez palabras en el conjuro, pero no tenía nada más que decir.
El lichdrow se ha estado escondiendo en la casa Agrach Dyrr, envió Nauzhror. El sitio sigue en punto muerto.
—No lo entiendo —dijo Dietr.
Gomph volvió a mirar al halfling.
—¿Puedes llevarme a casa? —preguntó Dietr—. ¿Puedes enviarme de vuelta a Luiren?
Gomph arqueó las cejas ante la audacia de la criatura y a continuación puso en marcha un rápido encantamiento. No estaba de más asegurarse. El conjuro puso de manifiesto un revelador brillo en torno al pequeño humanoide.
¿Dónde has estado?, preguntó Nauzhror.
En ningún lugar al que me gustaría volver, replicó, pero alguien ha vuelto conmigo.
Ya veo, dijo Nauzhror. El efecto del umbral parece haberle dado una especie de forma física.
Pero murió en este plano, añadió Gomph, de modo que al volver…
—Sí —dijo el archimago respondiendo finalmente al halfling—. Te puedo llevar a cualquier lugar al que quieras ir. Pero por supuesto, no lo haré.
El halfling se estremeció y al mago le pareció oír el entrechocar de los huesos de la criatura.
—Por favor… —rogó el halfling.
—Tu madre no se alegrará de verte, Dietr —dijo Gomph—. Tú has muerto. ¿Lo recuerdas? Has vuelto a este mundo indebidamente. Has vuelto como un…
Es un huecuva, apuntó Nauzhror.
—Como una criatura no muerta —le aclaró Gomph al halfling—. Eres un huecuva. ¿Sabes lo que es?
El halfling sacudió la cabeza y el terror asomó a sus ojos enrojecidos.
Gomph, mi joven amigo, la voz del lichdrow reverberó en la cabeza del mago, me alegro de tenerte de vuelta. Por supuesto que acepto tu gentil invitación. Será un honor para mí reunirme contigo en tu último día.
Gomph asintió, musitó una sencilla nigromancia y la dirigió hacia el halfling. El archimago sintió que la criatura no muerta quedaba sometida a su control.
—Ponte erguido —ordenó Gomph, y Dietr obedeció instantáneamente, aunque daba la impresión de que le causaba cierta incomodidad.
Gomph le hizo otro conjuro que consistía en un destello de fuego mágico que se deslizaba por la carne muerta del halfling.
—No —musitó la criatura—. Por favor…
Gomph asió con más fuerza su bastón y estableció en torno a él un globo de fuerza protectora.
—Por favor, no… —rogaba el huecuva.
Gomph paseó la mirada por el Bazar: tiendas y tenderetes abandonados, la mayoría con su mercancía cerrada bajo llave, y unos cuantos ojos curiosos de drows que observaban desde escondites seguros entre las estalactitas circundantes.
—Por favor ¿no puedes dejarme…? —suplicó Dietr.
—Silencio —dijo Gomph, y al halfling no le quedó más remedio que obedecer—. Tú decidiste colarte conmigo, Dietr, y ahora estás en Menzoberranzan, no en Luiren. En Menzoberranzan, los no muertos se consideran una propiedad.
La boca del huecuva se movió, pero de ella no salió ningún sonido. La piel se alargó interminablemente por encima de sus huesos.
Gomph percibió algo, una presencia, y rápidamente volvió a pasar revista al Bazar. En el extremo más alejado de la ancha plaza había una mancha de luz verdosa. El conjuro que le había hecho a Dietr seguía dándole a Gomph la posibilidad de ver un aura distintiva en torno a los no muertos, y la luz verde era precisamente una de esas emanaciones, pero Gomph sólo vio el aura, una mancha de luz verde alrededor de un espacio vacío.
Rápidamente preparó otro encantamiento, apoyando su bastón contra el pecho para poder usar las dos manos en la elaboración de la magia. De la yema de sus dedos brotaron unos zarcillos de llama azulada que, enroscándose, fueron avanzando inequívocamente hacia la sombra verde. El fuego se estremeció en el aire y se adelgazó. Cayó en un punto encima de la sombra y se coló en su interior, donde desapareció.
La corona, suspiró Nauzhror.
—Colócate delante de mí —le dijo Gomph al halfling.
El huecuva hizo exactamente lo que le pedía. Las llamas azules golpearon al halfling en pleno pecho, y activaron el conjuro de protección que Gomph le había hecho. El fuego azul fue reemplazado por un destello rojo-anaranjado que rehizo el camino del conjuro reflejado. La sombra verde fue reemplazada por la forma plenamente revelada del lichdrow Dyrr, que había perdido su invisibilidad.
El fuego del aura defensiva del huecuva quemó al lich e hizo sonreír a Gomph. Miró al halfling y vio que su carne muerta ardía y su cara estaba contraída por el dolor.
—Ve —le ordenó Gomph—. Mata al lich.
Dyrr lanzó un conjuro contra él, pero las defensas de Gomph se mostraron capaces de desviarlo. El archimago se sintió un poco mareado, pero eso fue todo. Dietr avanzó con paso inseguro, reacio pero obligado a actuar. No se movía con suficiente rapidez.
—Mata al lich —le gritó Gomph—, y te mandaré a casa con tu madre.
Dietr se creyó aquella mentira y rompió a correr. Dyrr le salió al encuentro y clavó una de sus garras en la cara del huecuva. El contacto encendió un fuego rojo-anaranjado e hizo subir un calor abrasador a la cara enmascarada del lichdrow.
Dyrr alzó un brazo para protegerse, pero el daño ya estaba hecho. Lanzó un rugido de frustración y rabia.
Gomph ya estaba preparando su siguiente conjuro. Antes de que Dyrr pudiera golpear otra vez, hizo efecto, y el brazo del lichdrow se detuvo a medio camino. Gomph no había confiado demasiado en que funcionara, pero lo había hecho. Dyrr estaba petrificado.
—¡Llévame a casa! —gritó el halfling no muerto.
Arañó con sus manos no muertas las mejillas consumidas de Dyrr. El lichdrow paralizado gritó ante el dolor y la humillación que representaba aquella herida y recuperó el movimiento.
Aprovechando la rabia que Dyrr descargaba indebidamente en el huecuva, Gomph canalizó la energía de un sortilegio menor en una ráfaga de fuego arcano. Hizo que la luz plateada se derramara sobre el lichdrow y tuvo que cerrar los ojos para protegerlos del resplandor.
Dyrr había estado preparando un conjuro que probablemente hubiera reducido a astillas a Dietr, pero el fuego arcano lo alcanzó en pleno rostro. Su conjuro quedó estropeado y el lichdrow volvió a sufrir quemaduras.
Le estás haciendo daño, dijo Grendan a Gomph mentalmente.
Dietr volvió a golpear, dejando un surco profundo en el antebrazo del lichdrow. Una sangre espesa, muerta, brotó lentamente de la herida.
El lichdrow miró a Gomph, y el archimago pudo ver en sus ojos no muertos que estaba herido, malherido. Gomph sonrió, y…
Dietr explotó en una lluvia de fuego negro, carne muerta y huesos amarillentos.
¿Qué está pasando?, preguntó Nauzhror.
La esfera de energía mágica que rodeaba a Gomph se extinguió, agotada su magia, mientras el archimago se daba cuenta de que el fuego negro que había destruido a su huecuva no había venido de Dyrr.
El lichdrow miró hacia lo alto y Gomph siguió su mirada.
Nimor Imphraezl se mantenía suspendido con sus alas de murciélago a doce metros del suelo del Bazar.
«¿Alas?», se preguntó Gomph.
Ya sabía yo que no era un verdadero drow, dijo Nauzhror.
—Bueno —dijo Nimor dirigiéndose al lich, con una voz más profunda y poderosa de lo que recordaba Gomph—, parece que me necesitas después de todo.