Capítulo seis

Aliisza se acurrucó junto a Kaanyr Vhok, mezclando sus largas trenzas de ébano con el pelo gris del semidemonio.

—¿Has estado divirtiéndote con alguna dama durante mi ausencia? —susurró Aliisza con la boca pegada al cuello de su amante.

El semidemonio resopló por la nariz y pasó una mano por la espalda de Aliisza. La atrajo más hacia sí, hasta que sus pieles se tocaron. Aliisza sintió el intenso calor de su cuerpo, mucho más intenso que el del elfo oscuro. Tan reconfortante y tranquilizador, tan poderoso.

—¿Celosa? —preguntó Kaanyr Vhok en voz queda.

Aliisza se estremeció al ver el juego que se traía. Era una reacción extraña entre los semidemonios que normalmente se cuidan mucho de expresar sus sentimientos.

—Jamás —susurró como respuesta, haciendo una pausa para pasar sus labios calientes y húmedos por la piel de él—. Es sólo que me hubiera gustado compartirlo contigo.

Esperó a que los juegos continuaran, pero Kaanyr Vhok se limitó a reír entre dientes y a separarse de ella, a lo que Aliisza respondió con un mohín de contrariedad, entrecerrando los profundos ojos verdes y frunciendo el entrecejo.

Vhok le dedicó una extraña sonrisa y apoyó con suavidad un dedo sobre sus labios.

—No llores, querida mía —dijo—. Cuando esta descabellada guerra haya terminado tendremos tiempo para juegos que incluso a ti te dejarán boquiabierta.

—¿Y hasta entonces?

Él retiró la mano y se dirigió hacia una pequeña mesa en la que había dispuesta una bandeja con una frasca de cristal llena de fino brandy robada por diversión en el Puerto de la Calavera, y un solo vaso.

—Hasta entonces —dijo Vhok, vertiendo un chorro del líquido color herrumbre en el vaso—, tendremos que separarnos ocasionalmente para atender a nuestros asuntos.

—¿Cómo van esos asuntos?

—Menzoberranzan está sitiada —respondió el semidemonio— y lo estará durante mucho tiempo, a menos que alguien se las ingenie para inyectar una dosis de inteligencia o, me atrevería a decir, imaginación, en nuestros aliados, los enanos grises.

—No pareces muy esperanzado —dijo ella.

—Tienen tan poco ingenio como mal genio —replicó Vhok—, pero tendremos que arreglarnos con lo que hay.

Se volvió a mirar a Aliisza, que sonrió, se encogió de hombros y se sentó, mejor dicho, dejó resbalar su cuerpo en un sofá ricamente tapizado. Se movió seductoramente por él sin separar los ojos del cuerpo del semidemonio. Su chaleco de cuero parecía rígido e incómodo, pero caía sobre su piel con tanta gracia como ella sobre el sofá, obedeciendo a su capricho, como su propia piel. La larga espada envainada que llevaba a la cadera se adaptaba a la forma de la pierna.

Vhok iba ricamente ataviado, como de costumbre, con una lujosa túnica bordada de estilo militar. De su costado colgaba una espada larga, y Aliisza sabía que, incluso en la intimidad de sus propios aposentos, llevaba encima buen número de artilugios mágicos.

La tienda en la que se alojaban, detrás de las líneas de asedio, estaba revestida de conjuros que impedían que nadie pudiese oír, ver o espiar. Aun así, Aliisza se sentía expuesta.

—Ese lago —dijo, paseando la vista por los confines cubiertos de seda de la tienda— es el lugar más aburrido que haya visto jamás, y eso que he pasado tiempo en las ciudades de los duergars.

Vhok bebió un sorbo de brandy y cerró los ojos, saboreándolo. Aliisza hacía tiempo que había superado el desaire de que no le ofreciera.

—Es una aterradora cueva gris —añadió Aliisza—. Quiero decir, el aire es realmente gris. Es horrible. —Vhok abrió los ojos y se encogió de hombros, esperando a que siguiera—. Han capturado al capitán —continuó la semisúcubo.

—¿Un uridezu? —preguntó el semidemonio.

Aliisza asintió, alzando una ceja ante una suposición tan extrañamente acertada.

—A veces —dijo Vhok—, creo que te olvidas de lo que soy.

—Nunca lo olvido —se apresuró a decir ella.

Kaanyr Vhok era un semidemonio, hijo de padre humano y madre demonio. Compartía las cualidades más peligrosas de estos dos animales del caos.

Aliisza tendió una mano y se revolvió en el sofá.

—Vamos —dijo—, siéntate conmigo y te contaré todo lo que vi, hasta el último detalle. Todo sea por la guerra.

Vhok apuró el brandy, dejó el vaso y cogió la mano que le ofrecía Aliisza. Su piel aceitunada tenía un aspecto oscuro y untuoso contra la piel pálida de ella. No era tan oscura como la de Pharaun, claro está, pero…

—Tengo la impresión —dijo el semidemonio dejándose caer en el sofá junto a su demoníaca amante— de que esos drows están planeando un viaje.

—Mucho más que planeando —respondió ella.

—Se están pasando de tontos —replicó Vhok—. Es típico de los drows servir a una señora caótica con una anarquía tan notoria. Siempre marcando el paso, con sus casas y sus leyes y sus infantiles tradiciones. No es de extrañar que esa furcia de araña les haya vuelto la espalda. Me sorprende que haya aguantado tanto tiempo sus tonterías.

Aliisza sonrió dejando ver una dentadura perfecta, dientes humanos que prefería para las ocasiones íntimas. Había descubierto con el correr de las décadas que incluso Vhok podía sentirse descolocado por sus puntiagudos colmillos.

Aliisza sonreía a menudo, casi tan a menudo como cambiaba el tamaño y la forma de sus dientes para adecuarlos a su estado de ánimo.

—Creo que los subestimas —le advirtió—. Hay uno o dos drows interesantes. Si esos interesantes se unen, pueden resultar peligrosos.

Vhok respondió con un gruñido.

—Supongo que debería disculparme por haberte hecho venir del Lago de las Sombras antes de que pudieras ponerte en contacto con ese mago tuyo. Fue imperdonable por mi parte.

La semisúcubo se acercó más a él y dejó que su lengua jugueteara con la puntiaguda oreja de Vhok. Él permaneció quieto. Su respuesta trascendió lo físico y Aliisza sintió que se ruborizaba.

—Nos vas a meter en problemas —le susurró el semidemonio al oído— con tus flirteos indebidos.

—O haré que ambos triunfemos —replicó ella— con los debidos.

Vhok asintió, y Aliisza trató de interpretar esa respuesta. Pensaba que estaba satisfecho con ella, al menos por mostrarse tan discreta, incluso en el interior de la tienda protegida contra conjuros.

Empezó a desabrocharle la guerrera, provocándolo con cada lento y sinuoso movimiento de sus dedos, con cada uno de los cuales lo iba despojando de la ropa. Aliisza sabía qué podía esperar de Kaanyr Vhok sin ropa. Aunque según todas las apariencias el marqués era un semielfo de mediana edad del Mundo de Arriba, con el pecho, los brazos y las piernas cubiertos de escamas verdes, la carne del demonio era un espectáculo al que pocos habían sobrevivido.

—Van en busca de esa araña ramera —dijo Vhok, ayudando con sus movimientos a que ella lo despojara de la guerrera.

—¿Pretenden despertarla? —preguntó Aliisza centrando su atención en las escamas relucientes que cubrían el ancho pecho de Vhok.

—Pretenden llegar hasta su pegajoso pequeño trono —respondió el semidemonio—, o hasta su pequeña y pegajosa cama… o hasta su pequeña y pegajosa tumba, y despertarla de su sueño. ¿Dices que han estado alimentando el barco?

—Con una dieta constante de manes —respondió ella hablándole al oído.

Vhok asintió mientras empezaba a despojar a Aliisza de sus ropas.

—¿El mago? —preguntó.

—Pharaun —respondió ella.

—Entonces puede hacerlo —decidió Vhok—. Nada menos que un maestro de Sorcere, con el capitán cautivo.

—Pueden llegar hasta la Red Demoníaca de Pozos —dijo Aliisza—, pero ¿crees que podrán despertarla?

—No —respondió una tercera voz.

Los dos se pusieron de pie y en menos de lo que se tarda en pensarlo estaban empuñando sus espadas. Las hojas, idénticas hasta en los menores detalles, casi bullían de energía mágica. Se colocaron espalda contra espalda, una posición defensiva más instintiva que aprendida.

Aliisza no veía a nadie, pero podía sentir la tensión en el cuerpo de Vhok. Había aprendido a conocer bien sus emociones, y lo que ahora percibía no era miedo sino ira. Siguió explorando la estancia hasta que se presentó una figura.

—Nimor —suspiró Aliisza.

—Ha sido una decisión peligrosa —dijo Vhok a la sombría figura del drow asesino— la de presentarte aquí sin anunciarte.

—Puedes creerme —replicó Nimor— si te digo que nada más lejos de mi intención que convertirme en un mirón cualquiera. Como tú mismo dijiste, lord Vhok, hay cuestiones a las que atender. Además, no me «he presentado».

Vhok devolvió la espada, una hoja a la que llamaba Sangre Ardiente, a su vaina y se apartó de Aliisza. Con movimientos lentos y estudiados recogió su guerrera y se la volvió a poner, cubriendo la piel escamosa que tan pocas veces dejaba a la vista.

Nimor plegó sus delgados labios en una sonrisa seca y divertida. En esa reacción hubo algo que intranquilizó a Aliisza… más de lo que era normal en presencia del asesino.

—¿Qué asunto te trae por aquí en este momento, Espada Ungida? —inquirió Vhok.

—Esa expedición drow, por supuesto —replicó el asesino—. ¿Han encontrado un barco del caos y pretenden hacer una visita a su diosa durmiente?

El asesino miraba a Aliisza esperando una respuesta. Ella enfundó su espada y volvió a tenderse en el sofá, sin apartar en ningún momento los ojos del elfo oscuro. La semisúcubo no se molestó en volver a cerrar los corchetes de su corpiño.

—Hay pocos motivos para pensar que lo van a conseguir —dijo Vhok.

—¿Tú piensas lo mismo, Aliisza? —preguntó Nimor.

—Entre ellos se encuentra un mago que tal vez pueda manejar el barco —dijo ella encogiéndose de hombros—. Lo conocí en Ched Nasad poco antes del fin, y me pareció muy capaz.

—Ah, sí —dijo Nimor—, Pharaun Mizzrym. Podría ser el próximo archimago, según tengo entendido, es decir, si su nombre fuera Baenre.

—Podrían hacerlo —dijo Vhok.

Nimor respiró hondo.

—Hay mil cosas que podrían salir mal entre el Lago de las Sombras y el Abismo —dijo—, y mil cosas que podrían salir mal entre el borde del Abismo y el plano sexagésimo sexto.

—¿Qué encontrarán allí, Nimor? —preguntó Aliisza con auténtica curiosidad.

Nimor sonrió y Aliisza sintió un escalofrío al ver su expresión feroz.

—No tengo la menor idea —respondió.

—¿Si encuentran a Lloth? —preguntó Vhok.

—Si encuentran a Lloth —dijo Nimor—, y está muerta, entonces podemos disponernos a un asedio tan largo como sea necesario. Menzoberranzan está perdida. Si ella duerme y consiguen despertarla o es que ella no les está haciendo el menor caso y consiguen recuperar su favor… bueno… en ese caso nos plantearía una dificultad.

—¿Cómo podemos saber con qué se encontrarán? —preguntó el semidemonio.

—No podemos —respondió Nimor.

El elfo oscuro se cruzó de brazos y agachó la cabeza. Sus facciones se volvieron más oscuras y tensas mientras pensaba.

—Que vayan, pero… —estuvo a punto de sugerir Aliisza, pero no llegó a terminar la frase.

—Envía a alguien con ellos —terminó Nimor por ella.

La semisúcubo sonrió, dejando a la vista una fila de amarillentos colmillos.

—Los Agrach Dyrr están solos —dijo Triel Baenre—. Solos y asediados.

Gomph asintió, pero sin mirar a su hermana. Lo tenía cautivado la vista de Menzoberranzan. La Ciudad de las Arañas se extendía ante ellos, envuelta en un fuego feérico, magnífica en su caos, en su naturaleza perversa… una cueva convertida en hogar.

—Bien —replicó Gomph Baenre—, pero no supongas que se van a dar por vencidos así como así. Tienen sirvientes y aliados que les son fieles y que compensan su falta de inteligencia con su superioridad numérica.

Desde la posición que ocupaban en un alto mirador en el borde exterior de una de las agujas más occidentales del complejo de la casa Baenre, Gomph tenía una visión panorámica de la ciudad subterránea. El palacio de los Baenre estaba contra la pared meridional de la enorme caverna, sobre el segundo nivel de una gran repisa rocosa. Era la primera casa, y su posición por encima del resto de la ciudad era algo más que simbólica.

—Puede que lo hayan apostado todo a los enanos grises —dijo Andzrel Baenre—, pero no hay ningún elfo oscuro en Menzoberranzan que luche en su bando.

Gomph se volvió hacia la izquierda y miró en dirección al oeste, a través de la altiplanicie de Qu’ellarz’orl. Tenía ante sí la alta torre estalagmítica de la casa Xorlarrin, y más allá el grupo de estalactitas y estalagmitas que daba cobijo a los traicioneros Agrach Dyrr. Destellos de fuego y relámpagos, obra de los formidables y numerosos magos de los Xorlarrin, zigzagueaban por tierra y aire en torno a la residencia de los Dyrr. El lichdrow que era el jefe de la casa rebelde estaba escondido dentro, en algún lugar, y sus magos respondían con fuego y truenos. Gomph sentía la presencia de su hermana Triel y del maestro de armas Adzrel detrás de él, pendientes de sus palabras.

—Es como si me hubiera marchado hace mucho, mucho tiempo —dijo Gomph con voz controlada pero cuidadosamente modulada para transmitir a su hermana su enorme decepción por el estado de la guerra.

Podía sentir la tensión de Triel a sus espaldas y cómo a continuación se sacudía sus palabras.

—Y así ha sido —dijo Triel, con un tono ácido—, pero no nos paremos a lamentar los fracasos cuando todo lo que amamos corre tan grave peligro.

Gomph se permitió una sonrisa y echó una mirada de reojo a su hermana, que lo observaba con los brazos cruzados muy apretados contra el cuerpo, como si tuviera frío. Volvió a evaluar la situación de estancamiento que rodeaba toda la base de Agrach Dyrr y observó con satisfacción lo bien que veía con sus nuevos ojos. El dolor y la visión borrosa casi habían desaparecido, dejando a Gomph con la irónica sensación de disfrutar de la caída de la casa Agrach Dyrr con un par de ojos Agrach Dyrr.

—Sin embargo, no todas las casas están a nuestra disposición ¿verdad? —preguntó.

—Sigue siendo Menzoberranzan y nosotros seguimos siendo elfos oscuros —dijo Triel con un suspiro—. Las casas Xorlarrin y Faen Tlabbar están decididamente con nosotros. Faen Tlabbar trae consigo a la casa Srune’lett, que tiene una poderosa alianza con la casa Duskryn. De las casas menores podemos confiar en Symrywin, Hunzrin, Vandree y Mizzrym.

—¿Y eso es todo? —preguntó Gomph tras una pausa.

—Es posible que Barrison Del’Armgo todavía tenga ascendencia sobre Oblondra —replicó Triel—. Siguen siendo leales a Menzoberranzan, y luchan, pero tienen su propio consejo.

—Y sus propios aliados —añadió Gomph.

—Por suerte, no —corrigió Triel, obviamente complacida por demostrar que su hermano estaba equivocado y por el hecho de que aquella poderosa casa mantuviera su independencia—. Las demás casas menores siguen siendo neutrales y ofrecen a la ciudad sus medios defensivos. Es mejor un vecino elfo oscuro al que odies que un duergar en el cargo que sea.

—O un tanarukk —añadió Gomph.

—O un tanarukk —corroboró su hermana.

Gomph volvió a centrar su atención en la ciudad. Había muy pocos drows en la calle y el archimago podía ver columnas de soldados marchando, algunos a paso redoblado, por las callejas serpenteantes.

—La ciudad se ve tranquila —comentó.

—La ciudad —intervino Andzrel— está bajo un duro asedio.

A Gomph el comentario le sentó fatal, pero sabía que no era cuestión de matar al mensajero, al menos no ese caso.

—Estamos rodeados por todas partes, pero combatimos —continuó el maestro de armas— y seguiremos haciéndolo. Nuestras fuerzas dominan Qu’ellarz’orl y están tratando de dar apoyo a la casa Hunzrin en el norte de Donigarten.

—El asedio de Agrach Dyrr —intervino Triel— es, en gran medida, el de la casa Xorlarrin, y da la impresión de que lo tienen bien controlado.

—¿Está muerto el lichdrow? —preguntó Gomph.

Hubo una pausa durante la cual ni la matrona madre ni el maestro de armas se molestaron en responder.

—Entonces podrían tener una mano más firme —concluyó el archimago.

—Faen Tlabbar —continuó Andzrel tras aclararse la garganta—, además de bloquear la retirada de Agrach Dyrr por el oeste, guarda los accesos sudoccidentales al Dominio Oscuro desde la Telaraña hasta el extremo occidental de Qu’ellarz’orl. Se enfrentan a la mayor concentración de enanos grises, asistidos por la casa Srune’lett. Faen Tablar también apoya los esfuerzos de la casa Duskryn para mantener las cuevas del norte de la Grieta del Oeste.

—Vaya —dijo Gomph con tono irónico—, los de Faen Tlabbar son impresionantes.

—Lo son —coincidió Triel—, y Srune’lett y Duskryn no necesitan más pruebas. Si los Faen Tlabbar pensaran en traicionarnos, se llevarían consigo por lo menos a esas dos casas.

—De toda la Antípoda Oscura ¿por qué precisamente ellos iban a hacer eso? —bromeó Gomph.

Triel se rió, y el maestro de armas carraspeó.

—¿Y las casas menores? —preguntó Gomph.

—Symrywin ayuda a Duskryn por encima de la Grieta del Oeste —dijo Andzrel.

—Otra probablemente esté del lado de Ghenni, en caso de tener que decidir —comentó Triel.

Gomph se encogió de hombros.

—Si defienden Menzoberranzan ahora —dijo—, que hagan planes para después. Si sobrevivimos, sobreviviremos como primera casa.

—En eso coincido contigo, archimago —dijo Andzrel.

Gomph se volvió a mirar al guerrero y paseó una mirada glacial por sus facciones ásperas y su deteriorada armadura de guerra.

—Por supuesto que sí —dijo el archimago con una voz que era casi un susurro.

Andzrel bajó la vista y después miró a Triel, que se limitó a sonreírle.

—La casa… —empezó el maestro de armas, evidentemente convencido de que era menos arriesgado seguir dando el parte que respaldar al poderoso archimago. Carraspeó y siguió—: La casa Hunzrin se encuentra muy presionada contra las fuerzas de la Legión Flagelante en el norte de Donigarten. Vandree se mantiene firme contra los duergars al sur de la Grieta del Oeste. Mizzrym apoya en la medida de sus posibilidades los esfuerzos de Xorlarrin contra Agrath Dyrr, y también envían patrullas al bosque de los hongos, donde han encontrado al extraño espía.

—¿Entonces los tannaruks están sobre todo en el este? —preguntó Gomph.

—Como era previsible, archimago. —El maestro de armas se arriesgó—. Marcharon desde más abajo de la Torre de la Puerta del Infierno, que está al este de nosotros. Los duergars son de Gracklstugh.

Gomph dejó escapar un resoplido por la nariz.

—Nunca pensé que viviría para ver el día —murmuró Triel—. Gracklstugh…

—Los tanarukks son enemigos más formidables —siguió Gomph, como si no hubiera oído a su hermana—. Dime quiénes, además de la casa Hunzrin, les oponen resistencia.

—Barrison Del’Armgo combate de forma satisfactoria en el sur de Donigarten —respondió Andzrel— contra la mayor concentración de la Legión Flagelante.

—Mez’Barris tendrá sus héroes —suspiró Triel.

—¿Al norte? —preguntó Gomph.

—También Barrison del’Armgo, con la ayuda de la Academia, resiste en la Grieta de la Garra —replicó el maestro de armas—, sobre todo al este, hacia Eastmyr. Allí hay pocos duergars. Ha habido noticias de incursiones de ilitidas, en el este, desde más allá de los Caminos Serpenteantes.

—Los desolladores perciben la debilidad —dijo Gomph—. Son carroñeros. Nos hostigarán cuando puedan y desaparecerán cuando no puedan. Algunos de ellos pueden resultar… irritantes, pero esperarán a que seamos más débiles, si nos dejamos debilitar, antes de aparecer en número importante.

Ni Triel ni Andzrel arriesgaron el menor comentario al respecto.

—¿Y las demás casas? —preguntó Gomph.

—Se protegen —respondió Triel—. Patrullan las inmediaciones de sus fincas, ayudan a mantener la paz en las calles, y yo diría que esperan órdenes.

—Bien —dijo Gomph—. Estoy seguro de que pronto lo sabremos con certeza. De todos modos, me gustaría contar con mayor número de aliados dentro de nuestra propia ciudad.

—Tier Breche está con nosotros —dijo Triel—, aunque creo innecesario tener que decírtelo. En ausencia de Quenthel, Arach-Tinilith sólo responde ante mí. Sé que has hecho bien al devolver el poder a Sorcere, y Melee-Magthere siempre luchará si una sola espada se alza contra la Ciudad de las Arañas.

—Supongo que los mercenarios los has pagado con tu oro —dijo Gomph.

Triel se encogió de hombros.

—El contrato de Bregan D’aerthe ha sido prorrogado, aunque el Abismo sabe dónde ha estado Jarlaxle. Será necesario hasta el último diente de oro de los duergars para volver a llenar nuestras arcas cuando todo esto acabe, pero mientras tanto, los de la casa Bregan D’aerthe actúan como infiltrados y como exploradores, y están movilizando fuerzas por toda la ciudad para controlar y apoyar a las casas menores.

—Gran parte de lo que te hemos contado hoy, archimago —terció Andzrel—, proviene de los partes de Bregan D’aerthe.

—Bien por ellos —mintió Gomph.

—Menzoberranzan resistirá —declaró Andzrel.

—Pero no para siempre —añadió Triel.

—Ni por mucho tiempo —dijo Gomph.

Se produjo un largo silencio. Gomph pasó ese tiempo observando el chisporroteo de la valiosa magia de guerra que se empleaba contra la casa Agrach Dyrr.

—¿Qué quedará? —preguntó Triel después de un rato.

—Madre matrona, archimago —dijo Andzrel—, en mi opinión, la mayor amenaza proveniente del interior de la ciudad ya no es Agrach Dyrr, sino Barrison Del’Armgo.

Gomph alzó una ceja y se volvió hacia el maestro de armas.

—Incluso considerando que no tienen de su lado a ninguna de las casas menores —prosiguió el guerrero—, son la mayor amenaza contra el poder de la primera casa. La madre matrona Armgo ya está haciendo ofertas a muchas de las casas menores, especialmente Hunzrin y Kenafin.

—Y —intervino Gomph acabando la frase de Andzrel— podrían hacerse con Donigarten.

—Nuestra fuente de alimento —añadió Andzrel.

Gomph sonrió al ver que a Triel se le ponía la cara casi gris.

—Vaya, bueno, cada cosa a su tiempo —dijo el archimago—. Barrison Del’Armgo responderá por su ambición sólo después de que haya acabado con una insurrección más abierta.

—¿Dyrr? —Triel no tenía necesidad de preguntar.

—Es hora de que nuestro viejo amigo, el lichdrow, muera otra vez —replicó Gomph—, esta vez para siempre.